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Authors: Kenneth Anger

Tags: #Historia, Referencia

Hollywood Babilonia (12 page)

BOOK: Hollywood Babilonia
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Mi muy querida,

Desgraciadamente, ésta es la única salida para reparar el daño que te he causado y borrar mi humillación. Te amo, Paul.

Espero que entiendas que lo de anoche sólo fue una comedia.

Parecía ser que Bern tenía un "problema" y había tratado de efectuar el coito por medios artificiales: un contundente pene falso. Mayer se metió la carta en el bolsillo y, dado que la policía hizo su aparición dos horas y media más tarde, sólo se decidió a mostrarla cuando Howard Strickling, jefe de publicidad del Estudio le aconsejó que lo hiciese.

Al día siguiente, Dorothy Millette, una rubia aspirante a
starlet
que fuera la primera esposa de Paul Bern, se suicidó arrojándose a las aguas del río Sacramento.

Dos actores, también en el olvido y convertidos en alcohólicos, eligieron idéntico camino. John Bowers, caminó desnudo hacia su final entre las olas de la playa de Malibú; James Murray saltó vestido a las aguas del East River. George Hill, realizador de
The Big House
, se voló el cráneo, en 1934, con una escopeta de caza.

En 1935, el suicidio de Lou Tellegen no fue el único: su espantoso hara-kiri con un par de doradas tijeras tenía su antecedente, diez años atrás, en el de Max Linder. Esas tijeras de oro macizo con las iniciales de Tellegen grabadas, habían sido muy usadas durante años en los recortes de prensa que cubrían tanto su carrera cinematográfica como
partenaire
favorito de Geraldine Farrar como el posterior romance y matrimonio de ambos. Totalmente olvidado en 1935, Lou se rodeó de sus voluminosos álbumes de recortes ya amarillentos, con sus fotos más favorecedoras y con los
posters
un tanto andrajosos de sus triunfos,
The Long Trail
y
The Redeeming Sin
. Y, desnudo en el centro del ridículo círculo, se acurrucó al estilo japonés para destrozar el olvidado ser en que se había convertido con feroces tijeretazos en el pecho y el estómago. Se le encontró destripado, con el corazón abierto y los patéticos
souvenirs
empapados en sangre.

Los recortes de prensa también desempeñaron un papel en el suicidio de la exquisita Gwili Andre, modelo y fracasada actriz de segunda fila que había conquistado mucho espacio en las linotipias, pero muy escasos metros de celuloide, A Gwili Andre la encontraron carbonizada en medio de una pira funeraria prendida con su inútil publicidad.

Una novedad fue la impuesta por Peg Entwistle, quien escaló las húmedas laderas del Monte Lee hasta el letrero de Hollywood (constancia de un mal negocio de Mack Sennett, quien había adquirido los terrenos en los años 30 denominándolos HOLLYWOOD LAND). Peg trepó hasta el final de la letra número trece (poco antes había conseguido un papelito en un film titulado
Trece mujeres
que no le reportó gran cosa). No fue capaz de seguir poniendo buena cara a la Ciudad del Oropel, y se zambulló hacia la muerte. Otras estrellitas desilusionadas siguieron a su pionera, y el signo de Hollywood se convirtió en un notorio mojón de despedida.

Las píldoras de Seconal, se hicieron también populares al llevarse por delante al encantador Ross Alexander, del elenco de la Warner Bros, en 1937, y también al realizador Tom Forman en 1938.

Cotillas babilónicos

Dejando aparte esos escándalos que eran pasto fresco para la prensa, Hollywood nunca careció de otros muy particulares que, entre plano y plano, contribuían a aliviar el tedio, pero que jamás llegaban a ver la luz en las columnas de chismorreo.

La inseguridad que trajo consigo la Depresión sacó a relucir lo que de peor había en los Dioses Malévolos: estrellas que se golpeaban unas a otras, realizadores que levantaban calumnias sobre sus compañeros, ejecutivos que despreciaban a todo el que se pusiera a su alcance.

El molino de las insidias trabajaba horas extras en sitios nocturnos como Trocadero, Cocoanut Grove, Casanova, Cotton Club, Hawaian Paradise, Club Marti, Bali, Club Esquire, Century Club y Famous Door. Las lenguas de triple filo hacían su agosto en bares tan concurridos como The Beachcomber, Seven Seas, Tropics, Bamboo Room, Swing Club y Cine-bar. La chismorrería homosexual femenina giraba en torno a Mary's, el bar para lesbianas en el Strip, y su polo opuesto en otro, arriba en la montaña, el Café Gala, lindante con los hogares de Cole Porter y Cecil Beaton. Reputaciones enteras eran deglutidas junto con la cena en Brown Derby, Cock and Bull, Avdeef's, La Golondrina, Víctor Hugo, Dave Chasen's, Cinegrill, Biltmore, Gotham, Musso-Frank's y La Maze, todo Hollywood tenía cabida en esos banquetes caníbales.

Entre bocado y bocado se aireaban alegre y locamente las públicas imágenes y vidas privadas de gentes como la famosa pareja romántica formada por Charles Farrell y Janet Gaynor, en la cual ella era bastante más masculina que él. Matrimonios como los de Farrell con Virginia Valli o Gaynor con Adrian, el modisto, eran clasificados como "Tándems crepusculares", bicicletas de dos para encubrir la homosexualidad.

Las uñas y lenguas se afilaban para encarnizarse en toda faceta íntima que se saliera de lo corriente, como la vena sádica en Stroheim, Selznick, Victor McLaglen o Wallace Beery, o las necesidades masoquistas de Jannings, Laughton y la desquiciada y esplendorosa Mary Nolan, más conocida como "la bella masoquista". (Mary era la notable ex-Imogene Wilson, una chica de Ziegfeld, cuyos psicodramas sadomasoquistas con el cómico Frank Tinney habían conseguido escandalizar a Nueva York. Ahí, como en Hollywood, Mary se las componía para poner de relieve lo que cada hombre lleva de sádico en sí, con frecuencia hasta poder alcanzar la Venganza de la Masoquista, como cuando demandó a un productor en quinientos mil dólares por tratarla a lo bestia con exagerada crudeza.)

Los chismes sobre genitales se cotizaban muy bien; Chaplin y Bogart figuraban en cabeza de los bien dotados. Un tiempo similar se dedicaba a aquellos cuyas medidas no correspondían a lo normal. Al aire salían a relucir los nombres de todas aquellas "Diosas del Amor" cuya devoción a Príapo exigía que sus vaginas fuesen restauradas quirúrgicamente de vez en cuando. El malicioso sarcasmo de una Carole Lombard o una Tallulah Bankhead transformaba esos comentarios en deliciosos chascarrillos.

La homosexualidad supuesta o real era un tópico favorito. Muy pocos en el entorno de la Fox desconocían que, a la hora de preparar un reparto, F. W. Murnau favorecía a los gays. Su muerte en 1931 inspiró una marea de especulaciones.

Murnau había contratado como criado a un bello muchacho filipino de catorce años llamado García Stevenson. Cuando ocurrió el fatal accidente, el chico se hallaba al volante del Packard de su amo. Las viperinas lenguas de Hollywood no tardaron en afirmar que, cuando el vehículo se salió de la carretera, Murnau estaba practicando una delicada
fellatio
sobre García. Sólo once almas caritativas asistieron al funeral (Garbo entre ellas). Farrell y Gaynor, a quienes Murnau había dirigido en tres ocasiones, no se dignaron presentarse para rendirle tributo. Garbo encargó una máscara de escayola del rostro del muerto y conservó ese memento del genio germano durante todos sus años de permanencia en Hollywood.

La genuina reserva de Greta Garbo, mantuvo a los chismosos a distancia durante mucho tiempo. Se hacían, no obstante, ocasionales especulaciones sobre el grado íntimo de su amistad con la escritora Salka Viertel.

Más adelante, la llegada de Marlene Dietrich proporcionó abundante pasto. Alegre bisexual sin el menor género de dudas, con apetito suficiente como para muchos y variados amores, Marlene sirvió para alimentar durante los años treinta los alegres gorgojeos de las comunidad "diferente". Su enjambre de amiguitas se granjeó el sambenito de "las costureras de Marlene". No eran lesbianas propiamente dichas, como las de la "banda de Nazimova", aunque sí alegres vividoras que como Marlene, se divertían en jugar a dos bandas. A Dietrich se le atribuyó un apasionado
affair
con su compañera de la Paramount, Claudette Colbert, y otro con Lili Da mita, esposa de Errol Flynn en la vida real. La visión de una Marlene en traje de etiqueta masculino resultaba irresistible para cierto miembros del
jet-set
internacional; pronto, la autora Mercedes D'Acosta y la archimillonaria Jo Carstairs se encontraron dentro de atavíos masculinos como peces en el agua. Las dos efectuaban periódicas peregrinaciones a Hollywood para rendir pleitesía al "ángel azul". Fue en el transcurso de 1932 cuando Marlene Dietrich decidió emplear su uniforme, reservado hasta entonces a la pantalla, fuera de ella: así fue implantada una moda que se extendió por todo el país: la de la mujer que llevaba pantalones.

El atractivo bisexual de Marlene vestida de hombre fue magnificado por su particular Svengali, Josef Von Sternberg, quien se las arreglaba para incluir en cada una de las películas que realizaron juntos una escena, por lo menos, en la que la actriz aparecía disfrazada de varón. Que el suyo era un romance mental, artificio y arte, era algo sobre lo que no cabía la menor duda. El "fetiche" Marlene de Von Sternberg no obtuvo la esperada aprobación universal.

"Vanity Fair" comentó tras el estreno de
Capricho imperial
: "Sternberg ha traicionado su estilo simplista en pro de una fantasía desbordante y centrada primordialmente en las piernas enfundadas en medias de seda y el trasero con encajes de Dietrich, de quien ha conseguido hacer una monumental zorra. Por voluntad propia, Sternberg es un hombre que combina el pensamiento con la acción: pero, en lugar de abstraerse contemplando el ombligo de Buda, su perseverancia umbilical le ha llevado a fascinarse exclusivamente con el de Venus". La señora de Von Sternberg, Risa Royce, no debió de sentirse tampoco muy satisfecha cuando presentó una demanda de divorcio, nombrando a Marlene como la responsable de "desviar el cariño de mi esposo".

Marlene continuó su camino hasta convertirse en una leyenda viviente rodeada de amantes femeninos o masculinos y de otros directores y operadores. Años más tarde, cuando alguno de éstos se mostraba incapaz de iluminarla apropiadamente, podía escucharse a la eterna
glamour girl
susurrar por lo bajo y entre dientes: "Ay Joe, ¿dónde estás, ahora?".

La monstruosa Mae

Mae West irrumpió en Hollywood con una reputación de "perversa chica de Broadway". Obras como Sex la habían precipitado en aguas turbulentas y le habían costado ocho días en la cárcel. A su llegada se descolgó con esta frase: "No soy ninguna tonta de pueblo que busca prosperar en la gran ciudad. Soy una mujer de una gran ciudad que va a descollar en un pueblecito".

La apuesta de la Paramount por Mae resultó ganadora. En
Noche tras noche
, la actriz se robó limpiamente la película con un papel secundario; a partir de ahí trató de imponerse a los jefazos del estudio para que la dejasen libre de movimientos. Su primer vehículo estelar,
Nacida para pecar
, que adaptó personalmente de su propia obra Diamond Lil, batió records de taquilla en 1933. Recaudó dos hermosos millones de dólares en sólo tres meses y salvó al estudio de la bancarrota.

"Variety" resumió así el film: "La señorita West, con sombreros gigantescos, embutida en modelos tipo camisa de fuerza y con tantas joyas encima que parece una planta Knickerbocker, canta "
Easy Rider
",
"A guy who takes his time"
y
"Frankie and Johnny"
todas con las letras claramente pasteurizadas. Pero da igual: Mae no podría cantar una nana sin convertirla en sexo puro. Repleta de risas, como un espía de coartadas, la personalidad de esta luminaria se impone por encima de cualquier vulgaridad. West acentúa sus diálogos de una forma tan especial que no tardará mucho en ser imitada… Su dominio sobre amantes, pasados, presentes y futuros, resume todo el contenido de su film".

Mae no cayó bien al "todo" Hollywood. Una notable resistente fue Mary Pickford, quien, desde su retiro en Pickfair, comentó: "Pasé por delante de la puerta de mi encantadora sobrinita, educada con esmero, y ¡Dios mío!, estaba cantando estrofas de esa canción de
Diamond Lil
y digo esa canción, porque me sonrojaría el mencionar su título incluso aquí".

Los frívolos puntos de vista de Mae con respecto al sexo fueron objeto de una fortísima diatriba del cardenal Mundelein de Chicago, quien ordenó a uno de sus pedantes feligreses, el reverendo Daniel A. Lord, redactar un panfleto titulado "Las películas traicionan a Norteamérica"; en él, las juventudes católicas eran conminadas a boicotear las "ofensivas cintas" de Mae West. En adelante esos
films
integrarían la lista negra de la revista del Padre Lord, "The Queen's Work".

La Hermandad católica se sintió tan satisfecha ante la acogida que decidió extender su boicot anti-sexo a nivel nacional. Bernard J. Sheil, obispo auxiliar de Chicago, se dio buena maña para organizar un grupo; surgió así la Liga de la Decencia, constituida en octubre de 1933, seis meses después de la presentación de
Nacida para pecar
. Los inspiradores de la Liga adujeron la amenaza que Mae West representaba como una razón de peso para la "necesidad" de su Organización.

A continuación de
Nacida para pecar
, Mae interpretó su película más popular,
No soy ningún ángel
. Su desintegración se inició con su tercera película,
No es pecado
. Cuando en Brodway se erigieron enormes vallas anunciando
No es pecado
, un pelotón se formó para pasear arriba y abajo de las vallas con pancartas que llevaban este escueto mensaje: "Sí que lo es". Los púdicos Legionarios obtuvieron una victoria menor; el título de
No es pecado
tuvo que cambiarse por el de
La bella del Novecientos
. El jefe de publicidad de la Paramount, a quien se le había ocurrido una divertida campaña de promoción, se encontró de repente en posesión de cincuenta papagayos sin trabajo a los que había contratado para que repitiesen una y otra vez "No es pecado", "No es pecado".

Por esas fechas el Padre Lord había desplazado su inquieto cuerpo a Hollywood, dispuesto a adoctrinar a Hays acerca de un par de cosas relacionadas con la Censura. Lord desempolvó la vieja lista de los "Noes…" y, con la ayuda de un católico seglar, Martin Quigley, redactó una nueva ristra de absurdas restricciones bajo el título de "Código regulatorio para la creación de películas". Esta monstruosidad que incluía cien maneras diferentes de asexuar le fue entregada a Hays por Lord y Quigley; Joseph L. Breen hizo su aparición para reforzar la Liga con una nueva arma: el Sello de la Pureza. Ninguna producción podía ser exhibida sin pasar antes por él.

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