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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Juego de Tronos (74 page)

BOOK: Juego de Tronos
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—¿Por qué aquí? —preguntó Cersei Lannister, de pie ante él.

—Para que los dioses lo vean.

Se sentó junto a él en la hierba. Todos sus movimientos eran gráciles. El viento agitaba la rubia cabellera ondulada, y tenía los ojos verdes como las hojas del verano. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Ned percibiera su belleza. Ahora la veía claramente.

—Sé cuál es la verdad que mató a Jon Arryn —dijo.

—¿En serio? —La Reina lo miraba directamente a la cara, cauta como una gata—. ¿Por eso me habéis hecho venir aquí, Lord Stark? ¿Para plantearme acertijos? ¿O tenéis intención de tomarme prisionera, como hizo vuestra esposa con mi hermano?

—Si de verdad creyerais eso no habríais acudido. —Le rozó la mejilla con suavidad—. ¿Él os había hecho esto con anterioridad?

—Un par de veces. —Se apartó para esquivar la mano—. Pero nunca en la cara. Jaime lo habría matado, aunque le costara la vida. —Cersei lo miró, desafiante—. Mi hermano vale cien veces más que vuestro amigo.

—¿Hermano? —inquirió Ned—. ¿O amante?

—Las dos cosas. —La verdad no la había hecho pestañear—. Desde que éramos niños. ¿Y por qué no? Los Targaryen se casaron entre hermanos durante trescientos años para mantener la pureza de sangre. Y Jaime y yo somos mucho más que hermanos. Somos una sola persona repartida entre dos cuerpos. Compartimos juntos un vientre. Él vino al mundo agarrado de mi pie; nos lo contó nuestro viejo maestre. Cuando lo tengo dentro de mí, me siento... plena. —La sombra de una sonrisa revoloteó sobre sus labios.

—Mi hijo Bran...

—Nos vio. —Cersei no apartó la mirada—. Amáis a vuestros hijos, ¿verdad?

Robert le había hecho la misma pregunta, la mañana del combate. Le dio la misma respuesta.

—Con toda mi alma.

—Yo no amo menos a los míos.

Ned se quedó pensativo un instante. «Si hubiera que llegar a eso, la vida de algún niño que no conozca contra la de Robb, Sansa o Arya, o la de Bran, o la de Rickon, ¿qué haría yo? Más aún, ¿qué haría Catelyn si se tratara de la vida de Jon contra la de alguno de los hijos de su vientre?» No sabía la respuesta. Rezó para no tener que averiguarla jamás.

—Los tres son de Jaime —dijo.

No era una pregunta.

—Gracias a los dioses —asintió ella.

«La semilla es fuerte», había gritado Jon Arryn en el lecho de muerte. Y así era. Todos los bastardos tenían el pelo negro como la noche. El Gran Maestre Malleon relataba el último matrimonio entre el venado y el león: había tenido lugar hacía noventa años, cuando Tya Lannister contrajo matrimonio con Gowen Baratheon, tercer hijo del señor reinante. Su único vástago, un varón sin nombre al que Malleon describía como «un bebé grande y lozano, nacido con la cabeza cubierta de pelo negro», había muerto a las pocas semanas. Treinta años antes un Lannister se había casado con una doncella Baratheon. Ella le había dado tres hijas y un hijo, todos de pelo negro. Por mucho que se retrocediera en la historia, y Ned lo había hecho a través de las páginas amarillentas y quebradizas, el oro siempre cedía ante el carbón.

—Doce años —dijo—. ¿Cómo es que no habéis tenido hijos del Rey?

—Vuestro amigo Robert me preñó una vez —dijo con voz llena de desprecio y la cabeza alzada en gesto desafiante—. Mi hermano buscó una mujer que me limpió. Él no llegó a enterarse. La verdad es que no soporto que me toque, y hace años que no dejo que me penetre. Conozco otras maneras de complacerlo siempre que se aleja un rato de sus putas y entra tambaleándose en mi dormitorio. Por lo general está tan borracho que a la mañana siguiente ya ha olvidado todo lo que hemos hecho.

¿Cómo habían estado todos tan ciegos? La verdad estaba allí, a la vista, siempre, escrita en los rostros de los niños. Ned sintió nauseas.

—Recuerdo cómo era Robert el día que subió al trono. Un verdadero rey —dijo en voz baja—. Mil mujeres lo habrían amado con todo su corazón. ¿Qué hizo para que lo odiarais tanto?

Los ojos de Cersei ardían con fuego verde en la oscuridad, como los de la leona que era su emblema.

—La noche de nuestro festín de bodas, la primera vez que compartimos el lecho, me llamó por el nombre de vuestra hermana. Estaba encima de mí, dentro de mí, apestaba a vino, y susurró: «Lyanna».

—No sé cuál de vosotros dos me inspira más compasión. —Ned Stark pensó en rosas color azul celeste y sintió deseos de llorar.

—Guardaos la compasión, Lord Stark, a mí no me hace falta. —La Reina esbozó una sonrisa despectiva.

—Ya sabéis lo que debo hacer.

—¿Lo que debéis hacer? —Le puso una mano en la pierna sana, justo por encima de la rodilla—. Un hombre de verdad hace lo que quiere, no lo que debe. —Le acarició el muslo con los dedos, en la más suave de las promesas—. El reino necesita una Mano fuerte. Joff tardará años en tener la mayoría de edad. Nadie desea que haya otra guerra, y yo menos aún. —Le rozó el rostro, el pelo—. Si los amigos se pueden convertir en enemigos, los enemigos pueden transformarse en amigos. Vuestra esposa está a mil leguas, y mi hermano ha huido. Sed gentil conmigo, Ned. Juro que jamás lo lamentaréis.

—¿Le prometisteis lo mismo a Jon Arryn?

Ella lo abofeteó.

—Luciré esto como símbolo de honor —añadió Ned secamente.

—Honor —escupió ella—. ¿Cómo os atrevéis a jugar al noble señor conmigo? ¿Por quién me tomáis? Vos también tenéis un bastardo, lo he visto. ¿Quién era la madre? ¿Alguna campesina de Dorne a la que violasteis mientras sus campos ardían? ¿Alguna prostituta? ¿O la hermana de luto, esa tal Lady Ashara? Me han dicho que luego se tiró al mar. ¿Por qué fue? ¿Por el hermano que le matasteis o por el hijo que le robasteis? Decidme, mi honorable Lord Eddard, ¿por qué os creéis diferente de Robert, o de mí, o de Jaime?

—Para empezar —dijo Ned—, yo no mato niños. Sería mejor que me escucharais, mi señora. Sólo os lo diré una vez. Cuando el Rey vuelva de la cacería, voy a decirle toda la verdad. Para entonces ya deberéis estar lejos con vuestros hijos. Y no en Roca Casterly. Yo que vos tomaría un barco hacia las Ciudades Libres, o más lejos aún, hasta las Islas del Verano o el Puerto de Ibben. Tan lejos como os pueda llevar el viento.

—El exilio —dijo ella—. Una copa muy amarga.

—Más dulce que la que vuestro padre hizo beber a los hijos de Rhaegar —replicó Ned—, y mejor que la que merecéis. Y vuestro padre y hermanos deberían ir con vos. Con el oro de Lord Tywin podréis comprar comodidades y espadas que os defiendan. Las vais a necesitar. Os aseguro que, por lejos que os vayáis, la ira de Robert os perseguirá. Hasta donde haga falta.

—¿No contáis con mi ira, Lord Stark? —preguntó la reina con tono suave mientras se levantaba. Le escudriñó el rostro con los ojos—. Debisteis quedaros vos con el reino. Pudisteis hacerlo. Mi hermano Jaime me contó que lo encontrasteis en el Trono el día en que cayó Desembarco del Rey y lo obligasteis a bajar. Aquélla era vuestra ocasión. Sólo teníais que subir y sentaros. Qué gran error.

—He cometido más errores de los que podéis imaginar —dijo Ned—, pero ése no fue uno de ellos.

—Claro que lo fue, mi señor —insistió Cersei—. Cuando se juega al juego de tronos sólo se puede ganar o morir. No hay puntos intermedios.

Se echó la capucha sobre el rostro para cubrir la magulladura y lo dejó en la oscuridad, junto al roble, en medio del silencio del bosque de dioses y bajo un cielo cada vez más oscuro. Las estrellas empezaban a brillar.

DAENERYS (5)

El corazón humeaba en el aire fresco del anochecer. Khal Drogo lo puso ante ella, crudo y sangriento. Tenía los brazos rojos hasta el codo. Tras él, sus jinetes de sangre estaban de rodillas en la arena ante el cadáver del semental salvaje, con los cuchillos de piedra todavía en las manos. La sangre del caballo parecía casi negra a la luz anaranjada de las antorchas que bordeaban las altas paredes calizas del pozo.

Dany se tocó la suave hinchazón del vientre. El sudor le perlaba la piel y le corría por el entrecejo. Sentía las miradas de las ancianas, las viejas de Vaes Dothrak, de unos ojos que brillaban negros como el pedernal en los rostros arrugados. No debía titubear, ni parecer asustada. «Soy de la sangre del dragón», se dijo al tiempo que cogía el corazón del semental con las dos manos, se lo llevaba a la boca y clavaba los dientes en la carne dura y fibrosa.

La sangre caliente le llenó la boca y le corrió por la barbilla. El sabor estuvo a punto de provocarle arcadas, pero se obligó a masticar y a tragar. El corazón de un semental haría que su hijo fuera fuerte, rápido y arrojado, o eso creían los dothrakis. Pero sólo si la madre se lo conseguía comer entero. Si se atragantaba con la sangre o vomitaba por la carne, los presagios no serían tan favorables. El niño podría nacer muerto, o débil, o deforme, o hembra.

Sus doncellas la habían ayudado a prepararse para la ceremonia. Pese a que durante las dos últimas lunas había tenido nauseas, Dany había comido cuencos de sangre medio cuajada para acostumbrarse al sabor, y además Irri le hizo masticar tiras de carne seca de caballo hasta que le dolieron las mandíbulas. Antes de la ceremonia se había pasado un día y una noche enteras sin comer, con la esperanza de que el hambre la ayudara a retener la carne cruda.

El corazón del semental salvaje era puro músculo, y Dany tuvo que arrancar cada bocado con los dientes y masticarlo largo rato. En los confines sagrados de Vaes Dothrak, bajo la sombra de la Madre de las Montañas, no se permitía el acero. Tenía que desgarrar el corazón con los dientes y las uñas. El estómago se le revolvía, pero ella resistió y siguió adelante, con el rostro lleno de sangre que a ratos parecía estallarle en los labios.

Khal Drogo, con el rostro impenetrable como un escudo de bronce, permaneció a su lado mientras comía. La larga trenza negra le brillaba, aceitada. Llevaba anillos de oro en el bigote, campanillas de oro en las trenzas, y un pesado cinturón también de oro en torno a la cintura, pero lucía el pecho desnudo. Lo miraba cada vez que sentía que las fuerzas le fallaban. Lo miraba, masticaba y tragaba, masticaba y tragaba, masticaba y tragaba. Casi al final a Dany le pareció ver un fuego de orgullo en los ojos oscuros y almendrados, pero era imposible saberlo a ciencia cierta. El rostro del
khal
rara vez traicionaba sus pensamientos.

Y, por último, lo logró. Consiguió tragar el último bocado, con las mejillas y los dedos pegajosos. Solamente entonces volvió la vista hacia las ancianas, hacia las viejas del
dosh khaleen
.


¡Khalakka dothrae mr'anha!
—proclamó en su mejor dothraki. «¡En mis entrañas cabalga un príncipe!»

También llevaba semanas ensayando la frase con su doncella Jhiqui.

La más vieja de las ancianas, una mujer encorvada y flaca que tenía sólo un ojo, alzó los brazos hacia el cielo.


¡Khalakka dothrae!
—gritó. «¡El príncipe cabalga!»

—¡Cabalga! —respondieron las otras mujeres—.
¡Rakh! ¡Rakh! ¡Rakh haj!
—proclamaron. «¡Un varón, un varón, un varón fuerte!»

Sonaron las campanas, fue un repentino clamor de pájaros de bronce. Se escuchó el sonido de un cuerno, con una nota larga, grave. Las ancianas empezaron a cantar. Los pechos arrugados de las viejas se movían bajo los chalecos de cuero pintado, brillantes de aceites y sudor. Los eunucos que las servían arrojaron puñados de hierbas secas a un gran brasero de bronce, del que enseguida se elevaron nubes de humo aromático hacia la luna, hacia las estrellas. Los dothrakis creían que las estrellas eran caballos de fuego, una gran manada que galopaba por los cielos durante la noche.

El humo ascendió, y los cánticos fueron desvaneciéndose. La anciana que sólo tenía un ojo lo cerró para escudriñar el futuro. Se hizo un silencio absoluto. Dany alcanzaba a oír los cantos lejanos de las aves nocturnas, el siseo y el crepitar de las antorchas, el suave batir de las olas en el lago. Los dothrakis la miraron con ojos de noche. A la espera.

Khal Drogo puso la mano en el brazo de Dany. Ella sintió los dedos tensos. Hasta un
khal
tan poderoso como Drogo sabía que había mucho que temer cuando el
dosh khaleen
escudriñaba el futuro en el humo. Tras ella, sus doncellas se movían, ansiosas.

Por fin, la vieja abrió el ojo y alzó los brazos.

—He visto su rostro, he oído el trueno de sus cascos —proclamó con voz débil.

—¡El trueno de sus cascos! —corearon las demás.

—Veloz como el viento cabalga, y tras él su
khalasar
cubre la tierra, hombres incontables, los
arakhs
les brillan en las manos. Fiero como la tormenta será este príncipe. Sus enemigos temblarán ante él, las esposas de los que se le enfrenten llorarán lágrimas de sangre y se desgarrarán las carnes. Las campanas de su pelo anunciarán su llegada, y los hombres de leche en las tiendas de piedra temerán su nombre. —La anciana empezó a temblar, y miró a Dany casi como si le tuviera miedo—. El príncipe cabalga, y será el semental que montará el mundo.

—¡El semental que montará el mundo! —exclamaron las demás como un eco.

Y el grito se repitió, hasta que la noche retumbó con el sonido de las voces.

—¿Cuál será el nombre del semental que montará el mundo? —La vieja de un solo ojo miró a Dany.

—Su nombre será Rhaego —dijo ella levantándose, con las palabras que Jhiqui le había enseñado. Se tocó con gesto protector el vientre hinchado bajo los pechos, y escuchó el rugido de los dothrakis.

—¡Rhaego! —gritaron—. ¡Rhaego, Rhaego, Rhaego!

El nombre le resonaba todavía en los oídos cuando Khal Drogo salió con ella del pozo. Sus jinetes de sangre los siguieron. Tras ellos se puso en marcha una procesión hacia el camino de dioses, el amplio sendero de hierbas que discurría por el centro de Vaes Dothrak, desde la Puerta del Caballo hasta la Madre de las Montañas. Las viejas del
dosh khaleen
iban las primeras, con sus eunucos y sus esclavos. Algunas caminaban con piernas temblorosas, apoyadas en largos cayados de madera tallada, mientras que otras avanzaban tan orgullosas como cualquier gran señor. Cada una de las ancianas había sido en el pasado una
khaleesi.
Tras la muerte de sus señores esposos, cuando un nuevo
khal
ocupaba su puesto, junto con la nueva
khaleesi
, a ellas las habían enviado allí, a reinar sobre la vasta nación dothraki. Hasta el
khal
más poderoso se inclinaba ante la sabiduría y autoridad del
dosh khaleen
, pero Dany se estremecía con sólo pensar que algún día tendría que reunirse con ellas, tanto si lo deseaba como si no.

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