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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de Francia (31 page)

BOOK: La formación de Francia
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Parecía que iba a reanudarse la guerra, pero Carlos aún la postergó unos pocos años... hasta que estuvo preparado.

Las últimas batallas

El período más o menos tranquilo por el que pasó Francia después de la recuperación de París en 1437 fue un lapso traumático dentro de Inglaterra. El espíritu de facción seguía predominando, y en medio de las interminables luchas por el dominio sobre el débil Enrique VI hubo querellas entre los halcones y las palomas, entre quienes aún perseguían el espejismo de la victoria militar en Francia y quienes se contentaban con conservar Normandía y Guienne y aceptaban la paz.

El principal de los halcones era el tío del rey inglés, Humphrey de Gloucester, quien no podía olvidar que había luchado en la batalla de Azincourt. Había contribuido mucho a dañar la causa inglesa con su insensata guerra con Felipe de Borgoña, pero protegía el saber y cultivaba su popularidad. (Era llamado «el Buen Duque Humphrey».)

Pero era un mal político y su influencia declinó. En relación con la guerra, sufrió una importante derrota en lo concerniente a Carlos de Orleáns.

Carlos de Orleáns, como Humphrey de Gloucester, era un símbolo viviente de la batalla de Azincourt. Carlos figuraba entre los jefes franceses, había sido tomado prisionero en el campo de batalla y desde entonces había vivido en Inglaterra como cautivo. Las condiciones de su prisión en Inglaterra fueron tan suaves como las que se habían impuesto a su bisabuelo Juan II y, durante el cuarto de siglo que duró, se dedicó a escribir poesía amorosa de mucho mérito, parte de ella en inglés. En verdad, es considerado por muchos como el último de los trovadores medievales, y su brillo en la historia de la literatura compensa con creces su fracaso como jefe militar.

Los ingleses que se oponían a Gloucester empezaron a presionar para la liberación del hombre derrotado en Azincourt, como un razonable gesto de conciliación con Francia. Felipe de Borgoña, un poco incómodo por haber cambiado de bando y por ende deseoso de lograr la paz, negoció la liberación. El rey Carlos, por su parte, convino en pagar el enorme rescate que pedían los ingleses como contribución a la desescalada de la guerra.

En noviembre de 1440, Carlos de Orleáns retornó a Francia. No tenía ninguna posibilidad de recuperar su preeminencia política de antaño, pues la deshonra de Azincourt era demasiado reciente. Es muy probable que eso no le importase; había abandonado la política hacía tiempo. Se retiró a una vida pacífica, cómoda y de patronazgo literario. Siguió escribiendo poesía, y a su corte de Blois afluyeron los más grandes poetas franceses. Se casó nuevamente, vivió feliz con su esposa y tuvo de ella un hijo cuando tenía más de setenta años, un hijo, además, que algún día se convertiría en rey de Francia. El perdedor de la batalla de Azincourt tenía muchas más razones para congratularse de su vida que su vencedor.

El valor de la liberación de Carlos de Orleáns como gesto de paz fue neutralizado por la Praguería, que dio a los halcones ingleses nuevo estímulo. Por un momento, el prestigio de Humphrey de Gloucester subió, pero luego la insurrección de la nobleza francesa se esfumó, y la lucha de halcones y palomas empezó de nuevo.

La nueva lucha se centró alrededor de Enrique VI de Inglaterra, todavía joven. Tenía ahora poco más de veinte años, y era claro que nunca gobernaría realmente, sino que sería siempre el débil títere de algún ministro fuerte. Pero estaba en edad de casarse, y el matrimonio podía influir en el curso futuro de las relaciones con Francia.

Humphrey de Gloucester quería que el rey Enrique se casase con la hija de Juan IV de Armagnac, el noble más fuerte del sur de Francia. Juan de Armagnac había tomado parte en la Praguería y, aunque había capitulado, se le podía persuadir fácilmente a que se levantase nuevamente contra el rey. Una vez que su hija se convirtiese en reina de Inglaterra, tal vez aceptase desempeñar el papel de una nueva Borgoña y dar a Inglaterra otra posibilidad de victoria total.

Carlos VII no estaba ciego ante esa posibilidad. El ejército real (con el joven Delfín entre sus Jefes) recorrió el sur y, en 1443, liquidó eficazmente la fuerza de Armagnac. Humphrey de Gloucester nunca se recuperó de este golpe, y en lo sucesivo su influencia sobre los sucesos fue nula.

Al frente del partido de las palomas, en Inglaterra, estaba ahora Guillermo, Earl de Suffolk. Había conducido a las fuerzas inglesas que se vieron forzadas a retirarse de Orleáns después de la llegada de Juana de Arco, pero luchó valientemente antes y después, y pensaba que ya era suficiente.

En 1443 llegó a Francia para concertar una tregua, cosa que, pensaba, Inglaterra necesitaba vitalmente para poder afrontar sus problemas internos. Podía contribuir a hacer digerible esa tregua para los ingleses el que Suffolk pudiese llevar de vuelta consigo a alguna Joven y bella princesa de gran alcurnia para que fuese la reina de los ingleses. Y parecía haber una posibilidad a mano.

Renato de Anjou era un miembro de la Casa de Valois. Era bisnieto del rey Juan II de Francia y primo segundo del rey Carlos VII. Su abuelo, su padre y su hermano mayor (todos llamados Luis) habían reclamado la corona de Nápoles y luchado por ella, pero ninguno, en realidad, logró hacerse proclamar rey de hecho. Cuando el hermano mayor de Renato, Luis III, murió en 1434, Renato heredó el título y se hizo llamar rey de Nápoles. Nunca ocupó el trono, de hecho, y no tenía poder ni

ingresos. Pero podía llamarse rey y era de «sangre real». Esto le daba un elevado
status
social.

Renato tenía una joven hija, Margarita de Anjou, de sólo trece años de edad cuando Suffolk llegó a Francia. Seguramente, era una persona adecuada para el caso. También los franceses parecían considerarlo así.

Se firmó una tregua el 28 de mayo de 1444, por dos años, con opción a ser renovada, por supuesto, y el matrimonio se llevó a cabo el siguiente mes de abril en la ciudad de Tours, a orillas del Loira, a unos ciento diez kilómetros aguas abajo de Orleáns. Margarita de Anjou, que ahora tenía quince años, se convirtió en reina de Inglaterra.

Como sucede habitualmente en acuerdos de compromiso, ninguna de las partes quedó realmente satisfecha. La posesión por Inglaterra de Guienne, Normandía, Calais y otros pocos lugares fue confirmada, lo cual no podía agradar mucho a los franceses. Por otro lado, Inglaterra devolvió a la dominación francesa el Condado de Maine, que se hallaba inmediatamente al sur de Normandía, puesto que formaba parte de los dominios hereditarios de Renato de Anjou, el nuevo suegro del rey Enrique. El partido de los halcones en Inglaterra hizo todo lo posible por presentar esto como una vergonzosa rendición, pero, en 1447, Humphrey de Gloucester fue asesinado, y al menos su voz fue acallada.

Aun así, ningún gobierno inglés, por muy partidario de las palomas que fuesen sus sentimientos, se atrevía realmente a ceder Maine. La cesión se había hecho en el papel, pero los ingleses hallaron una excusa tras otra para evitar abandonar realmente la provincia. Carlos tampoco los presionó demasiado. Mientras los ingleses siguiesen en posesión del condado, la tregua podía ser declarada rota cuando a los franceses les conviniera hacerlo.

En 1448, Francia estaba dispuesta. Su ejército estaba reorganizado, sus baterías de artillería estaban listas. Puesto que Inglaterra no había entregado el Condado de Maine, Carlos declaró rota la tregua y envió a su ejército al oeste para ocupar Maine e invadir Normandía.

Por entonces, los ingleses de Normandía estaban bajo la conducción del incompetente Edmundo, duque de Somerset. Los franceses barrieron con todo delante de ellos y, en 1449, tomaron Rúan y Harfleur, ciudades que a Enrique V le había costado mucho capturar treinta años antes. (Talbot fue capturado nuevamente en este momento, y fue mantenido en prisión durante un año antes de ser rescatado.)

Somerset retrocedió a Caen, a noventa y cinco kilómetros al oeste de Rúan, y allí fue sitiado.

Los ingleses hicieron un último esfuerzo en el norte. En marzo de 1450, un nuevo ejército inglés desembarcó en la costa normanda, un ejército mayor que el que Eduardo III o Enrique habían conducido a Francia. Los franceses reaccionaron rápidamente, y el 15 de abril de 1450 los ejércitos inglés y francés se encontraron en la aldea de Formigny, en la costa normanda, a cuarenta kilómetros al oeste de Caen.

Desgraciadamente para Inglaterra, los días de Azincourt habían pasado. Los ingleses no se enfrentaron con una muchedumbre enorme y desordenada, sino con un ejército no mayor que el suyo y mejor organizado. Los ingleses aún tenían a sus arqueros como columna vertebral de sus fuerzas y aún luchaban a la defensiva, esperando que los franceses cargasen y se pusiesen al alcance de las flechas.

Pero los franceses no lo hicieron. En cambio, instalaron los eficientes cañones de los hermanos Bureau. El cañón tenía un alcance mayor que el arco largo, y ahora fueron los ingleses los dañados por proyectiles de larga distancia a los que no podían responder, y proyectiles mucho peores que las flechas.

Durante un tiempo la batalla se mantuvo pareja, pese a eso, pero cuando llegaron refuerzos franceses al lugar, los ingleses rompieron sus líneas. Trataron de retirarse, pero la retirada se convirtió en una desbandada, y dos tercios del ejército inglés quedaron muertos en el campo de batalla. Así, la política de Suffolk fue deshecha y terminó en la derrota y la vergüenza para Inglaterra. Suffolk no sobrevivió mucho tiempo a estos sucesos. Primero fue desterrado, y luego, el 1° de mayo de 1450, cuando trataba de abandonar el país, fue muerto por asesinos. Pero esto no puso fin a las derrotas británicas. Caen cayó en poder de los franceses el 6 de julio, y el puerto de Cherburgo el 12 de agosto. Este era la última posesión inglesa en la región, y los ingleses perdieron toda Normandía para siempre.

Carlos VII entró en Rúan triunfalmente, en 1450, no mucho después de la batalla de Formigny, y en esta ciudad, en el lugar donde Juana de Arco había sido quemada diecinueve años antes, ordenó una reinvestigación del caso. (A fin de cuentas, no podía permitir que se dijera que había sido coronado con la ayuda de una bruja convicta, quemada por sus hechicerías.)

Era muy claro que Carlos esperaba la revocación de la sentencia contra Juana, como en la ocasión anterior los ingleses esperaban que se la condenase. Y, por supuesto, el tribunal reunido para realizar el Juicio satisfizo las necesidades políticas del momento, como en la ocasión anterior.

La condena de Juana fue anulada y se declaró que no era una bruja, aunque no había ninguna manera de anular la quema, claro está.

Tomado el norte, los ejércitos franceses, confiados con su artillería, se dirigieron al sudoeste. Allí se enfrentaron con Guienne y su capital, Burdeos, región que había sido inglesa, no desde sólo treinta años atrás, sino desde hacía trescientos años, y que se había habituado tanto a estar bajo los reyes de Inglaterra que apenas se sentía francesa.

Pero también allí los franceses hicieron un constante progreso, y también allí los ingleses hicieron un último esfuerzo. Aún tenían a Talbot, el último de los capitanes de los días, una generación antes, en que los ingleses parecían invencibles y podían arrasar a su antojo a incontables cantidades de franceses. Talbot tenía cerca de setenta años ahora, pero seguía siendo el mismo tonto valentón de siempre: todo bravura y poco discernimiento.

Cuando, el 5 de Junio de 1451, Burdeos abrió sus puertas a los franceses, Talbot fue enviado con un ejército a Guienne. La población inmediatamente se unió a sus gobernantes habituales y, en octubre, Talbot pudo retomar Burdeos y recuperar una parte considerable de Guienne. Esto significó que luego tuvo que hacer frente a un ejército francés reforzado que fue enviado a la provincia.

El ejército francés llegó al puesto avanzado inglés de Castillon, a cincuenta kilómetros al este de Burdeos, y Talbot se apresuró a acudir en su ayuda. Pero Talbot era Talbot; fue el turno de los ingleses de comportarse como tontos precipitados. Talbot se lanzó a una furiosa batalla el 17 de julio de 1453, sin esperar el apoyo de la artillería. Los franceses, en cambio, colocaron su artillería detrás de una fuerte línea defensiva, como habían hecho en Formigny.

Ya no eran los franceses quienes eran atraídos a ponerse al alcance de las flechas; fueron los ingleses quienes se vieron arrastrados a ponerse al alcance de los cañones. Una fuerte columna inglesa fue conducida por Talbot en una carga alocada contra las líneas francesas, y fueron barridos por la artillería. Talbot fue muerto, el ejército inglés quedó destruido y el reinado del arco largo llegó a su fin. Había sido el amo de los campos de batalla durante un siglo.

Toda Guienne fue retomada rápidamente, y Burdeos cayó por segunda vez en poder de Francia el 19 de octubre de 1453. La batalla de Castillon fue la última batalla de alguna importancia de la Guerra de los Cien Años. En efecto, la larga lucha con Inglaterra que había comenzado en la época de Luis VII de Francia y Enrique II de Inglaterra llegó a su fin, y la victoria fue de Francia.

La única posesión en territorio francés que retuvieron los ingleses fue Calais y la región circundante. Pero también, indudablemente, habría caído en manos de los franceses de no haber sido por el hecho de que estaba en el umbral de los dominios de Felipe de Borgoña, y éste prefería que estuviesen allí los ingleses, por las dudas.

En realidad, la Guerra de los Cien Años no finalizó legalmente. Nunca se firmó un tratado de paz. Pese a todo lo sucedido, ningún gobierno inglés pudo aceptar la idea de hacer la paz con Francia y admitir que Crécy y Poitier, y hasta Azincourt, habían terminado en la nada; que Eduardo III, el Príncipe Negro y Enrique V habían combatido inútilmente. Todo lo que los ingleses firmarían sería una tregua, y esto fue todo lo que los franceses obtuvieron. Y con los ingleses aún en Calais y aún dominando el Canal de la Mancha, Francia tuvo que vivir algunas décadas más en la incertidumbre de si los ingleses volverían a invadirla.

Pero nunca volvió a producirse una invasión importante, y si echamos una mirada retrospectiva desde nuestro ventajoso punto de mira, podemos señalar la batalla de Castillon como el fin de la Guerra de los Cien Años, de hecho, si no de derecho.

El fin de una época

La batalla de Castillon y la terminación de la Guerra de los Cien Años marcó también el fin de una época para Inglaterra y Francia, y formó parte de un complejo mayor de sucesos que señaló el fin de una época para Europa y todo el mundo.

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