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Authors: Craig Smith

Tags: #Histórico, Intriga

La lanza sagrada (41 page)

BOOK: La lanza sagrada
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—Creo que no podré volver a escalar —le dijo cuando él le preguntó si había pensado en volver a hacerlo desde el Eiger—. Salir de casa y venir a Italia ya me ha costado bastante.

Él la presionó para que se lo explicara, y ella le dijo sin rodeos que tenía miedo. Luca sintió curiosidad. ¿A Kate Wheeler le daba miedo algo? No le cabía en la cabeza. ¿El qué? Esa era la cuestión, que le daba miedo todo. Solo se sentía segura en lugares muy familiares, e incluso en ellos tenía fantasías horribles en las que hombres armados derribaban la puerta o entraban por las ventanas. A veces la observaban en silencio, escondidos tras alguna esquina. En los días malos, el suelo parecía ceder bajo sus pies mientras andaba. El efecto la dejaba al borde de un abismo alucinatorio.

Y lo peor de todo era que, al perder el valor para escalar, se había dado cuenta de que no le quedaba nada en la vida. Durante muchos años, escalar había sido lo único que sabía hacer, lo único que quería hacer. De repente se daba cuenta de que eso también lo había perdido, junto con todo lo demás.

—No hay un día en que no piense en suicidarme —susurró.

—¿Cómo lo harías? —preguntó Luca a pesar de lo grave de la confesión.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que estás pensando en ello, así que ¿cómo te ves haciéndolo? —No sé...

—Cuchillo, pistola, gas, píldoras... Tienes que haber pensado en cómo pretendes hacerlo.

—¡Luca*¡$e supone que no debes ayudarme a pensar en esas cosas!

—¿Por qué no? ¡Tengo curiosidad!

—¡Se supone que tienes que decirme que, si pienso en eso, debería ingresar en un hospital! ¡Buscar ayuda profesional!

—¿Y por qué iba a decirte algo que ya sabes?

—¡No me tomas en serio!

—No hablas en serio. Solo estás triste.

Kate se marchó a su habitación, exasperada, pero, pocos minutos después, volvió hecha una furia.

—¡Quiero morir de una caída! ¡Así voy a hacerlo!

—No funcionará.

—No veo por qué no.

—Miedo a las alturas. Seguro que ni siquiera eres capaz de subirte a una escalera.

Al oír aquello, Kate respondió con insultos. ¡Era su suicidio! ¡Podía imaginárselo como le diera la gana! Entonces los dos estallaron en carcajadas. Kate no recordaba haberse reído tanto nunca. Acabaron la noche proponiendo ideas para el suicidio perfecto y encontrándoles defectos a todos los métodos, hasta que los dos estuvieron de acuerdo en que ninguna salida era buena. Además, todavía querían saber qué pasaría después, aunque fuese malo.

A la mañana siguiente, Kate se despertó con resaca, pero sintiendo que algo se había roto dentro de ella o que el hielo que le cubría el alma por fin se había derretido.

—Quiero que me enseñes a disparar —le dijo a Luca mientras se recuperaban de la resaca.

—Ya has disparado alguna vez, ¿no?

—Pues no.

—No tiene mayor importancia, Katerina. Apuntas y aprietas el gatillo, como en las películas.

—Quiero que me enseñes todo lo que sabes, Luca: Velocidad, calibración...

—Calibre.

—¿Ves? Necesito clases urgentes.

—¿Por alguna razón en particular?

—Me prometí que encontraría al asesino de Robert. Creo que ha llegado el momento de prepararme para enfrentarme a él cuando lo encuentre.

—Si quieres enfrentarte a él, no te bastará con aprender a disparar. ¿Y si está en una colina? ¿Cómo vas a llegar hasta él, teniendo en cuenta tu miedo a las alturas?

—¡Estoy hablando en serio, Luca!

—Yo también. Si quieres fantasear con la venganza, no me metas. No tiene sentido aprender a disparar, porque no va a pasar nunca y enseñarte sería una pérdida de tiempo. Si lo que quieres es venganza, si de verdad la quieres, debes aprenderlo todo.

—Haré lo que tenga que hacer.

—Vas a tener que aprender a escalar de nuevo. ¡No puedes perseguir a un asesino si tienes miedo y vas soñando despierta! Si algo te asusta, debes enfrentarte a ello. ¿Es que crees que las personas que enviaron a esos asesinos al Eiger no han visto nunca una pistola? Kate, hay gente en el mundo que ve una pistola y sabe qué hacer. Si vas detrás de alguien así, te conviene ser más fuerte, rápida y lista que él. Y será mejor que sepas cómo piensas hacerlo. Los asesinos que se libran de sus crímenes saben cómo cuidar de sí mismos. En una pelea las cosas nunca son como pensamos. Que una persona te haya hecho daño no quiere decir que vayas a poder acabar con ella. Las víctimas siguen siendo víctimas. Tienes que estar preparada para ganar a toda costa y por cualquier medio. ¿Es eso lo que quieres? ¿Ganar a cualquier precio?

—¿O quieres coger una pistola y fingir que te vengas cada vez que aprietes el gatillo?

—Quiero ver a ese hombre en su tumba, Luca.

Luca estudió su expresión durante un momento y después se metió en su garaje. Regresó unos minutos después con un juego de cuchillos y una plancha de contrachapado que apoyó en una pared. Cogió tiza y dibujó, más o menos, la silueta de un hombre. Después sacó dos de los cuchillos y se puso de espaldas a la plancha, dios tres pasos largos, se volvió y tiró el primer cuchillo, que se clavó en la madera. Después dio otro paso y tiró el segundo cuchillo con la otra mano, clavándolo a pocos centímetros del primero.

Kate se quedó mirando los cuchillos durante un instante y después miró a Luca.

—Piensa que el hombre al que quieres matar puede ser igual de bueno que yo —le dijo su amigo—. Tú tienes que ser mejor... si no quieres abandonar tu fantasía.

Kate miró los dos cuchillos. Finalmente, se acercó al blanco y cogió uno con cada mano.

—Dime qué tengo que hacer.

Z
ÚRICH
(S
UIZA
)

M
ARTES, 11 DE MARZO DE 2008
.

Once años después todavía recordaba la sensación de sacar aquellos cuchillos de la madera.

—¿Estás bien? —le preguntó Ethan.

—Sí —respondió ella sonriendo—. Aburrida —lanzó dos cuchillos más hacia el blanco, primero con la izquierda y después con la derecha. Los lanzamientos fueron buenos, justo en el centro.

—No parecías aburrida —repuso Ethan—, parecías estar pensando en algo.

—Luca no mató a Robert. Ni tampoco Giancarlo.

—Puede, pero saben quién lo hizo.

—Si lo sabían, ¿cómo es que no me lo dijeron? —preguntó ella; miraba por la ventana, intentando comprender las incongruencias.

—Forman parte de una sociedad secreta. No sé en qué estarán metidos, pero hay dos cosas seguras: cuando se unieron al Consejo de los Paladines hicieron un juramento de sangre para guardar los secretos de la Orden y para ayudar a cualquier otro miembro, al margen de los riesgos o el precio. Cuando se hace una promesa así, no hay excepciones. La familia y los amigos quedan en segundo lugar, incluso las ahijadas favoritas.

—Pero Robert era uno de ellos. ¿Por qué iban los paladines a matar a uno de los suyos?

—Si no fue por luchas internas, quizá traicionase a la Orden.

—¿Por qué me metieron a mí? Si querían matarlo por algo así, ¿por qué incluir a personas inocentes? Luca me lo enseñó... todo. Y no fue para que me ganase la vida de ladrona, eso llegó más tarde, después de que me enseñase cómo vengarme. ¡El me enseñó a matar, Ethan! Cuando mataron a su hermano, él persiguió y asesinó a los responsables. Me contó cada una de las historias, cómo reaccionaron las víctimas, cómo se prepararon para recibirlo y qué hizo para atravesar sus defensas. No presumía, me daba ejemplos de lo que necesitaba saber para cuando encontrase al asesino de Robert.

—O asesinos.

—Se aseguraba de que entendiese todo lo que él sabía, para que estuviese lista. Podía estar exhausta, podía acabar siendo la perseguida. Podía faltarme una pistola cuando la necesitara. Tenía que aprender muchas cosas. Me enseñó todas sus técnicas. ¿Por qué hacerlo si pensaba usarlas contra él?

—No lo sé, pero él sabe qué pasó. Giancarlo y él te ocultan la verdad. Tienes que enfrentarte a ese hecho si quieres llegar a descubrir lo que pasó en realidad.

—Lo sé, pero no pienso tocarlos. ¡No quiero hacerlo! Solo lo haré si lo mataron ellos, y no creo que lo hicieran. No tiene ningún sentido.

Kate se movía por la habitación del hotel con las muletas cuando llegó Malloy, a última hora de la noche. Ethan le ofreció una copa y, esta vez, aceptó.

—Whisky escocés con soda, si tenéis.

Mientras el hielo crujía, Malloy se sentó en un cómodo sillón.

—Le he echado un buen vistazo a lo que han sacado del ordenador de Chernoff. Hay bastante material con información interesante. Vamos a descubrir quiénes son sus contactos clave y, al menos, parte de sus finanzas. El problema en estos momentos es que vamos contra reloj. Es decir, si encontramos un número de teléfono que nos lleve a una red de teléfonos, tenemos que dar con él antes de que el dueño lo tire. Si no, podemos acabar persiguiendo sombras y destrozando alias.

—Entonces, ¿estamos a un par de pasos de dar con el tío... y todavía a tres o cuatro pasos de saber algo? —preguntó Ethan al darle el vaso.

—Podríamos tener suerte, pero nada más —dijo Malloy después de dar un trago—. Carlisle no ha aparecido, al menos no como Carlisle, aunque, si transfirió dinero a Chernoff a finales del año pasado o se puso en contacto con Ohlendorf durante los últimos dos meses quizá encontremos uno de sus alias.

—Si ese tío es listo, sabrá que tiene un problema —repuso Ethan.

—Creo que sabe que tiene un problema desde hace meses. Por eso fue a por nosotros.

—Pero no tenía a todo el mundo detrás —dijo Ethan—. Si tu gente lo relaciona con Chernoff, tendrá que esconderse en un agujero. Si eso pasa, nada de lo que le saques a Chernoff te ayudará a acercarte a él.

—Lo sé.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Kate.

—Encontré algunos archivos en el ordenador de Dale antes de limpiarlo. Aunque no había mucho más, sí descubrí unas fotos de vigilancia bastante buenas de nuestro hombre. Lo que publican en los informes anuales no nos servía. Con estas al menos podremos identificarlo. —Sacó un lápiz de memoria del bolsillo y se lo dio a Ethan—. Las tomaron en París, hace tres años.

—Así que nuestro fantasma sale de vez en cuando, ¿no? —preguntó Kate; después cogió las muletas y se colocó detrás de Ethan.

—Tenía una reunión con Hugo Ohlendorf —les dijo Malloy, mientras Ethan metía el lápiz en su ordenador—. La gente de Dale seguía a Ohlendorf, pero investigaron a Carlisle para identificarlo. —Señaló la pantalla cuando salieron los archivos—. Esos otros ficheros también son para vosotros. Cuando Dale dio con el nombre, reunió una carpeta de información sobre Carlisle. No estoy seguro de que haya algo que no sepamos ya, aunque a veces solo hacen falta un par de ojos nuevos.

—Cogeré todo lo que tengas —repuso Ethan, mientras abría el archivo de imagen y activaba la presentación de diapositivas.

La primera foto mostraba a Carlisle y Ohlendorf sentados en la terraza de una cafetería. Al parecer, Carlisle se había librado de sus raíces obreras, porque parecía pertenecer a la misma clase social que Ohlendorf.

—Un tipo apuesto —comentó Malloy.

Cuando la tercera foto apareció en pantalla, Malloy miró a Kate, que estaba paralizada detrás de Ethan, mirando el ordenador como si le hubiese caído un rayo encima.

—¿Qué te pasa?

Ethan también apartó la mirada de la imagen. Los ojos de Kate estaban pegados a la pantalla con una extraña fijación mientras avanzaban las diapositivas; no dijo nada.

—¿Qué es? —preguntó Ethan. Se le notaba la preocupación en la voz, y con razón, porque Kate parecía a punto de sufrir una apoplejía.

—Es... Robert —susurró.

—¿Qué? ¿Qué estás diciendo? —preguntó Ethan. —Ese no es David Carlisle. Es... Robert Kenyon.

Curiosamente, el rostro de Kate recuperó la serenidad al aceptar el hecho de que estaba mirando a su primer marido ocho años después de su supuesta muerte en el Eiger.

—«Corta la cuerda» —susurró al fin y, cuando lo hizo, Malloy vio la primera lágrima en su mejilla—. Uno de ellos dijo algo. No lo entendí bien en aquel momento. «¿Y ella? ¿Qué hacemos con ella?», algo así. Y Robert respondió: «Corta la cuerda». Yo estaba atontada por el golpe en la cabeza, pero sabía que Robert no podía haber dicho algo así. Es decir... no me lo creí.

—Responde muchas preguntas —dijo Malloy, revisando las pruebas que nunca habían tenido sentido.

—Y plantea otras tantas —añadió por fin Ethan.

—En realidad no —repuso Malloy—. Piénsalo. Robert Kenyon hace una inversión estúpida y lo pierde todo, incluido el dinero de Kate. ¿Quiénes son los beneficiarios de la bancarrota? Sus amigos de toda la vida. Ellos no se quedaron con el dinero, lo canalizaron, al menos en parte, hacia nuevas cuentas en nombre de David Carlisle. Ese tío consiguió lo imposible: murió y se llevó el dinero consigo.

—Entonces, ¿qué pasó con Carlisle? —preguntó Ethan.

—David Carlisle era un mercenario en los Balcanes en 1994. Es el último dato oficial que tenemos de él hasta 1997, cuando se convirtió en el sucesor de Kenyon en el Consejo de los Paladines. Creo que lo mataron y está enterrado en algún lugar de Serbia o Bosnia. Kenyon le robó la identidad porque se parecían un poco.

—Robert salió de la montaña aquella noche —dijo Kate, todavía con la mirada fija en el hombre con el que se había casado hacía casi once años—. Ya estaría en la Travesía de los Dioses cuando la luna llegó a su punto más alto. Seguramente llegó a la cima a las tres o cuatro de la mañana y salió del Eiger antes de amanecer.

—No lo entiendo —insistió Ethan—. ¿Por qué iba Kenyon a cambiar de identidad?

Malloy esperó a que Kate contestase, pero ella no tenía ninguna teoría.

—Solo se me ocurre una buena razón —dijo él—: tenía problemas. Fuera lo que fuera, tuvo tiempo de arreglar sus finanzas, así que me da la impresión de que alguien iba a investigar sus actividades.

—Seis meses —comentó Kate—. Eso tardamos en enamorarnos y casarnos. Ese es el tiempo que tuvo.

—La adquisición de la empresa fue en ese mismo periodo —añadió Malloy.

—Entiendo lo de la estafa de la bancarrota —dijo Ethan—. Necesitaba dinero y no quería dejar un rastro en papel, pero, ¿por qué involucrar a Kate? ¿Por qué casarse?

Malloy miró a Kate, que ya no lloraba.

—Todos los magos saben que la clave para lograr una buena ilusión es distraer a la audiencia en el momento preciso —les dijo Malloy—. En este caso, la distracción fue el Eiger, en concreto la mala suerte de Kate en él. ¿Un viaje de novios bien publicitado para vencer a una montaña? ¿Qué podría ser mejor? Y, cuando fracasara la excursión, cuando los dos escaladores austríacos dijeran haber visto cómo Kate, su marido y su guía caían de la montaña, se suponía que todo el mundo hablaría de ello. La mala suerte de Kate con la montaña.

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