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Authors: Laura Gallego García

La llamada de los muertos (16 page)

BOOK: La llamada de los muertos
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Las voces seguían hablando.

—Cuesta creer que hayan vencido su resistencia. Eso me hace temer muchas cosas...

Salamandra enfocó la mirada y lo primero que vio fue una mano... la suya.

Una mano con una piel perfecta, sin quemaduras.

—¿Eh? -murmuró.

Trató de incorporarse lentamente, y un mechón de cabello rojizo cayó ante ella. Un mechón que relucía con brillos cobrizos bajo la luz de la mañana. Se miró a sí misma. Estaba sana. Tan solo su túnica se había quemado.

—¿Pero qué ha pasado?

—Esperaba que nos lo pudieras decir tú.

Salamandra se volvió hacia la voz y vio a Fenris y a Kai. Se tapó como pudo con los restos de su túnica y alargó la mano hacia su zurrón para buscar la de repuesto.

—No estoy muy segura. Morderek nos salió al paso... Me atacó. Dijo que yo debía morir para que se cumpliese la profecía. Luchamos. Luego dijo que tenía que marcharse y lanzó contra mí a un demonio de fuego que yo misma había creado.

—Y por un momento pensaste que podía dañarte -asintió Fenris-. Comprendo. Salamandra, tú eres inmune al fuego, pero tu subconsciente aún le teme. Con toda esta historia de la profecía creíste de verdad que podía ocurrirte. Quizá reviviste alguna pesadilla...

Salamandra calló, pensativa.

—Pudo haber tenido graves consecuencias para ti -prosiguió Fenris-. Si tu cerebro se hubiese convencido de que te estabas muriendo, probablemente habrías muerto de verdad.

—Pero parecía tan real -musitó la joven-. Incluso Morderek se lo creyó. Yo... pensé que lo había logrado. Es... más poderoso de lo que recordaba. Tiene un bastón...

Fenris frunció el ceño.

—¿Un bastón? -repitió.

Pero Salamandra seguía hablando.

—Lo que no me explico es cómo supo dónde encontrarme.

Fenris y Kai cruzaron una mirada.

—¿Se lo decimos? -preguntó Kai.

El mago se encogió de hombros.

—¿Por qué no?

Kai se apartó un poco. Tras su enorme cuerpo de dragón, Salamandra vio un cuerpo inconsciente tendido en el suelo.

—¡Hugo! -dijo.

—Bueno, espero que no le tuvieses demasiado cariño -dijo Kai-, porque te acaba de clavar un puñal por la espalda. Nos ha confesado que ha estado en contacto con Morderek desde el principio.

Dana miró fijamente al mago negro que había salido a recibirla.

—De modo que eres tú.

Él sonrió.

—Lo sospechaba -prosiguió ella-. ¿Dónde has estado todos estos años, Morderek?

El joven se encogió de hombros.

—Oh, aquí y allá... Supongo que no me guardarás rencor por haber abandonado la Torre sin decir nada a nadie. Temía que me reprocharas el haber sido el único de tus aprendices que no acudió a rescatarte cuando tenías problemas. Compréndeme, yo era un muchacho atolondrado. Tuve miedo. No soy tan valiente como Jonás, o como Salamandra.

La Señora de la Torre lo miró con suspicacia. No mentía, pero tampoco decía toda la verdad.

—Si te sientes en deuda conmigo, hay algo que puedes hacer por mí.

—¿Qué puede mi humilde talento hacer por una poderosa Archimaga como tú, Señora de la Torre?

—No me des coba, Morderek -dijo ella con cierta dureza-. No va contigo.

El mago negro se encogió sobre sí mismo, como un chiquillo que recibiese la reprimenda de su maestra. Se enderezó enseguida, sintiéndose humillado y pensando que le costaba hacerse a la idea de que las cosas ya no eran como cuando él estudiaba en la Torre.

—Siempre tuviste un talento especial para los animales -comentó ella-. No te costaba nada hacer que confiaran en ti. Lamentablemente, eso no resultaba... digamos... demasiado bueno para su salud.

Morderek se encogió de hombros otra vez.

—Siempre me ha interesado la zoología. Existen muchos animales extraños en el mundo cuyos cuerpos albergan sustancias muy útiles para la magia -hizo un amplio gesto con la mano, señalando la inmensa selva que se abría a su alrededor-. ¿Tienes idea de todo lo que he encontrado aquí?

—Me lo figuro. Bien... Hablando de sustancias útiles... busco una muy especial.

—¿De qué se trata?

—Sangre de fénix.

Morderek sonrió.

—Hoy es tu día de suerte, Maestra.

—Queremos hablar con la Señora de la Torre, joven mago -dijo el Gran Duque con severidad.

—La Señora de la Torre no se halla en casa; mientras tanto, es conmigo con quien debéis hablar -replicó Jonás.

—Sabemos que aquí se oculta la reina Nawin, soberana de los elfos.

—Nadie se oculta aquí.

—No mientas, joven -intervino uno de los Archimagos-. Sabemos...

—Nadie se oculta aquí -insistió Jonás- porque la Torre no tiene nada que ocultar. La reina Nawin ha pedido asilo, y este le ha sido concedido.

El Gran Duque frunció el ceño.

—¿Qué significa eso? ¡Exigimos hablar inmediatamente con la Reina!

—Acabáis de llegar a la Torre en calidad de visitantes -les recordó Jonás-. No estáis en situación de exigir nada. La reina Nawin no desea hablar con vosotros. Respetad sus deseos.

—¡Esto es un ultraje! -explotó el Gran Duque-. ¡Entréganos a la reina Nawin o de lo contrario...!

—...o de lo contrario, ¿qué? -preguntó de pronto, fríamente, una voz desde detrás de Jonás.

Este se volvió como si lo hubiesen pinchado.

—¡Nawin! ¿Qué haces? ¡No deberías estar aquí!

—Aunque físicamente te parezca una niña, te aseguro que no lo soy -replicó ella.

—De todas formas... -empezó Jonás, pero calló, sorprendido, al ver lo que acababa de pasar.

Los tres visitantes habían echado una rodilla a tierra, inclinándose profundamente ante la Reina de los Elfos.

—Majestad... -dijo el Archimago.

—Mi Señora... -dijo el Duque de los Elfos de las Brumas.

—Reina Nawin, altísima soberana de todos los elfos... -dijo el Gran Duque-, hemos venido hasta aquí para traeros una gran noticia. La rebelión ha sido sofocada, y todos los enemigos de vuestra Majestad han sido capturados y encarcelados. Todo el reino os aclama como reina y señora. Os suplicamos, por tanto, que regreséis a casa.

En lo alto de la Torre, Conrado examinaba el espejo con el ceño fruncido. Ni siquiera se había dado cuenta de que Nawin se había ido.

—Es raro -murmuró-, detecto cierta alteración en la superficie de la Puerta...

Pasó suavemente la mano sobre el espejo, absorto en la pequeña ondulación que parecía producirse sobre la lisa superficie.

—¿Hay alguien ahí, al Otro Lado? -musitó, maravillado, al observar cómo el cristal reaccionaba a sus roces como si tuviese vida propia-. ¿Quién eres?

Pero la Puerta estaba cerrada, y el espejo tan solo le devolvió su propia imagen. Conrado se contempló a sí mismo, pensativo, un joven de poco más de veinte años, alto, huesudo y algo desmadejado, vestido con una túnica roja. Sin saber muy bien por qué lo hacía, alzó la mano derecha y colocó la palma sobre el cristal del espejo.

Y de pronto sintió un fuerte tirón, como si algo lo succionara, y súbitamente se vio a sí mismo atravesando el espejo... La Puerta al Más Allá, el mundo de los muertos.

La Señora de la Torre contempló conmovida la magnífica criatura que Morderek había puesto ante sus ojos, encerrada en una enorme jaula de barrotes de oro.

Era un gran pájaro de plumas rojas y doradas, ojos brillantes como diamantes y una cresta que parecía estar formada por lenguas de fuego.

—Un ave fénix -murmuró ella.

—Tendrás que sacrificarlo tú -dijo Morderek.

—¿Sacrificarlo...? Creía que eran inmortales.

—Hay una manera de matarlos. No me mires así; es necesario que el fénix muera o, de lo contrario, los poderes de resurrección de su sangre no se activarán.

Dana suspiró y miró al fénix a los ojos. La criatura le devolvió la mirada, una mirada profunda y sabia, que parecía leer el alma de la Señora de la Torre. Ella se estremeció.

—No va a ser agradable.

El joven mago negro se encogió de hombros.

—Supongo que habrás venido aquí por alguna buena razón -dijo-. Sería absurdo echarse atrás ahora.

—Estás en lo cierto -dijo Dana de pronto, con una voz que no era la suya-. He venido aquí por una buena razón, y no voy a echarme atrás ahora.

Morderek se quedó completamente helado. Dana había hablado con la voz musical de los elfos, incluso con un leve acento élfico en sus palabras, pero su afirmación estaba cargada de aspereza.

—¿Dana? -vaciló Morderek, inseguro.

Ella se volvió hacia él, y el mago negro vio, no sin cierto horror, que tenía el rostro inexpresivo, los ojos desenfocados y la mirada perdida, como si se hallase muy lejos de allí.

Dijo, sin embargo, con total claridad y con aquella voz que no era la suya:

—Volvemos a encontrarnos, mi pérfido aprendiz. Morderek se echó hacia atrás, temblando violentamente y con los ojos desorbitados por el terror. —¡Shi-Mae! -pudo decir.

—No lo entiendo -musitó Nawin, muy pálida-. ¿No he sido traicionada? Entonces, ¿la profecía no se ha cumplido?

Un súbito chillido rasgó la fría mañana invernal.

—¡Iris! -exclamó Jonás.

Sin acordarse de los emisarios elfos, los dos jóvenes magos se teletransportaron a lo alto de la Torre y se lanzaron hacia el lecho donde dormía la chiquilla. Sin embargo, no apreciaron el menor cambio en ella. Seguía sumida en su extraño trance, y nada en su expresión parecía confirmar que ella había sido la autora del grito que habían oído momentos antes.

—Pero estoy seguro de que ha sido ella -musitó Jonás; se volvió hacia todos lados-. ¿Dónde se ha metido Conrado?

—Jonás... -la voz de Nawin sonaba desfallecida y temblaba de puro terror.

El mago se volvió hacia ella y vio que miraba fijamente el espejo, con sus ojos almendrados abiertos al máximo. Siguió la dirección de su mirada y lo vio, y sintió que su corazón casi se olvidaba de latir.

Conrado estaba allí, de alguna manera, al otro lado del espejo. Les daba la espalda y se alejaba de ellos, internándose en una extraña bruma fantasmal...

—¡Conrado! -gritó Jonás, pero su amigo no parecía oírle.

Desesperado, Jonás se lanzó hacia el espejo y trató de atravesarlo, sin éxito.

—¡No lo entiendo, la Puerta está cerrada! ¿Por qué...?

—Jonás, mira -susurró Nawin.

Jonás miró. La figura de Conrado se había hecho tan difusa que apenas se la distinguía del reflejo de Jonás en el espejo.

Y de pronto ya no estaba allí. Jonás se encontró a sí mismo mirando fijamente, desconcertado, a su doble del espejo, un espejo que ahora se comportaba como cualquier otro espejo del mundo, reflejando la habitación como si nunca hubiese hecho otra cosa.

—¿Cómo has conseguido...? -pudo decir Morderek, lívido.

Dana/Shi-Mae sonrió.

—¿...llegar hasta ti? No es muy difícil para un fantasma. Sin embargo, aunque te encontré hace ya mucho tiempo, no podía comunicarme contigo... necesitaba a alguien especial que hiciese de puente... Por eso fui a hablar con Dana. Sabía que, si quería resucitar a Kai, ella tendría que pasar por aquí. Yo le ofrecí mi ayuda a cambio de que me trajese con ella. Es una Kin-Shannay, Morderek. Un enlace con el mundo de los muertos.

El mago negro palideció aún más.

—Lo sospechaba -fue lo único que dijo.

—Lo sospechabas, pero no lo sabías con certeza, ¿verdad?

—El Oráculo me dijo que ella sería una pieza clave cuando llegase el Momento.

—De modo que también tú fuiste a consultar al Oráculo. Eso explica muchas cosas.

—Dana no es la única que se ha percatado de la proximidad del Momento -se defendió Morderek-. Bueno, dime... ¿por qué tenías tanto interés en hablar conmigo?

—Lo sabes muy bien. ¿Recuerdas mis últimos días en la Torre? ¿No? Te refrescaré la memoria... Dana había desaparecido, y tú me suplicaste que te aceptase como aprendiz... porque querías aprender de alguien grande como yo, creo recordar que dijiste...

Morderek no dijo nada. Se mordía el labio inferior con nerviosismo. El espíritu de Shi-Mae siguió hablando por boca de Dana, que continuaba en trance.

—Yo tenía un asunto pendiente y me marché de la Torre... pero las cosas se torcieron, y jamás regresé.

—Lo sé -murmuró Morderek.

—Pero tú no me echaste de menos. ¿Creías que no lo sabría? Yo dejé atrás, en la Torre, algo que era legítimamente mío y que tú robaste sin el menor escrúpulo en cuanto tuviste la certeza de que estaba muerta.

Morderek seguía pálido.

—No sé de qué me hablas.

—Oh, sí lo sabes... ¿Cómo, si no, un simple aprendiz de tercer grado es capaz de adquirir tanto poder por sí solo, fuera de una Escuela de Alta Hechicería, y sin Maestros que guíen sus pasos? Dime... ¿qué ocultas debajo de ese guante?

El mago negro había retrocedido unos pasos, lanzando una rápida mirada a su mano derecha, cubierta por el guante negro.

—Yo te lo diré -prosiguió Dana/Shi-Mae-. Escondes una mano deforme, una mano que fue herida cuando trató de apropiarse de algo que no le pertenecía... A pesar de ello, seguiste adelante... Debo reconocer que tienes valor... eso, o una ambición realmente desmedida... Dime, ¿has aprovechado bien el poder de mi bastón mágico?

—Estás muerta -declaró Morderek, irritado-. No puedes venir a reprocharme lo que hice.

El rostro de Dana seguía inexpresivo, pero el joven habría jurado que Shi-Mae, desde su condición inmaterial, había esbozado una breve sonrisa.

—Estoy muerta. Olvidemos el pasado, pues. Hablemos del futuro. Hablemos del Momento.

Morderek le dirigió una mirada suspicaz.

—¿Qué es lo que quieres?

—Que me ayudes a volver a la vida.

—Tenía entendido que tu cuerpo había quedado atrapado en el Laberinto de las Sombras.

—No me interrumpas. Cuando llegue el Momento, quiero que prepares el bastón, porque voy a transferir a él mi energía vital.

—¿A un objeto? -soltó el mago negro, incrédulo.

—Ese bastón contiene gran parte de mi poder... un poder del que tú te has apropiado sin el menor reparo, no creas que voy a olvidarlo. Ello me permitirá quedarme en el mundo de los vivos cuando pase el Momento... Y tendrás tiempo entonces de buscar, con calma, un nuevo cuerpo para mí.

—¿Un... cuerpo?

—¿Tienes idea de cómo regresó Kai a la vida? Se introdujo en el cuerpo de un dragón moribundo, en el mismo instante en que la criatura exhalaba su último aliento. ¡Una idea brillante! El alma del dragón salió de su cuerpo casi al tiempo que entraba en él el espíritu de Kai. Eso es lo que hay que buscar. Cuando me introduzca en un nuevo cuerpo, todo el poder del bastón, incluso sus cualidades más secretas y desconocidas, pasarán también a él, conmigo. Renaceré de mis cenizas, como el ave fénix, mucho más poderosa de lo que era antes.

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