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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

La música del mundo (14 page)

BOOK: La música del mundo
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«yo le digo, madame, que podríamos alumbrar un corazón mondo en una bandeja y aún diría "¡Amor!" y se estremecería como la pata de una rana cercenada del cuerpo»

«En la resurrección, cuando nos alcemos mirando hacia atrás, buscándonos la una a la otra, yo no conoceré a nadie más que a ti. Mi oído girará en la órbita de mi cabeza, mis ojos se desprenderán en el punto en que yo me haga torbellino en torno a la deuda saldada y mi pie se hincará, terco, en la tierra removida de tu tumba» Robin, desde la puerta, le decía: «No me esperes»

«No somos sino piel tirante sobre un viento con los músculos crispados contra la mortalidad»

«sólo los sueños tienen el pigmento de la realidad» «mi relato tiene un hilo conductor, pero te costará descubrirlo»

«pero —terminó— todos los hechos horribles tienen por finalidad el provecho»

«¿acaso yo no me he comido también un libro?» «todos caemos en la batalla, pero todos volvemos a casa» «la muchacha perdida, ¿qué es, sino el príncipe encontrado?» «sólo los desgraciados y los ridículos son tema de buenas historias»

«no es sólo que yo haya vivido mi vida en vano, es que la he contado en vano»

había más volúmenes curiosos: una Biblia trilingüe en latín, rumano y ragudano; una
Spherae sextae nova descriptio
encuadernada en piel de becerro, en la que parecía ser una primera edición de 1516, las
Leyendas de otros tiempos
de Ivana Brlic-Majuranich, un
Terrario Universal
, libro publicado en Buenos Aires, donde se enseñaba y se animaba a los niños a tener y cuidar toda clase de animales en la propia casa (libro maldito, seguramente, para varias generaciones de pedagogos y padres de familia: especialmente los capítulos equidistantes «Hormigas y termitas» y «Osos hormigueros, manatíes y coatíes» —afortunadamente no aparecían panteras, tiburones, ni otros animales «demasiado grandes»); un
Robinson
en ragudano, que según Block le había contado, era el primer libro que él había leído, varios tomos de libros infantiles rusos para aprender a leer y escribir (con playas, cuestas llenas de trineos, estaciones eléctricas y aulas llenas de flores), y, detrás de los tres tomos de
Las Mil y Una Noches
, esta vez, una revista doblada en dos donde varias chicas rubias con los pechos bastante caídos se retorcían encima de sofás, camas de matrimonio, alfombras, montones de paja, y que Jaime devolvió a su sitio con una sonrisa divertida…

cuando Block volvió de la ducha, casi media hora más tarde, encontró a Jaime sentado junto a la ventana en una de sus complicadas y retorcidas posturas, apagando un cigarrillo en el platito sobre el que estaba el pebetero (la última nube de humo azulado huía de entre sus labios y se deslizaba por la ventana abierta para unirse al resto de los vapores y residuos del cosmos) y hojeando un viejo atlas que sostenía apoyado sobre los almohadones de la cama: era un curioso atlas de 1901, que le había regalado a Block su padre cuando cumplió 10 años, y que mostraba el mundo tal y como era en la Belle Époque —Block lo consultaba a menudo…

—¿ya estás aquí? dijo Jaime sin levantar la vista… vamos a llegar tarde a la clase de Montoliu

EL EFECTO MONTOLIU, 1
1

Montoliu, el profesor de Poesía, bajo cuya presencia subliminar, por no decir sumergida, se habían encontrado Jaime y Block por vez primera, bajo el arco del libro, la zarpa de agua, el lecho de estrellas, era un personaje singular, una curiosa mezcla de lo sagrado y lo profano…

no había sido siempre un autor de éxito…
El lago Ariadna
era la primera novela que publicaba en casi quince años… de hecho, cuando el éxito literario fue a llamar a su puerta, Agustín Montoliu estaba tan arruinado que se encontraba viviendo en una caravana, en un camping de las afueras de Países…

su carrera literaria había sido curiosa: se había interrumpido al final de la dictadura, en el momento en el que, quizá, la extraña mezcla de fantasía y erudición que había colocado las cinco novelas publicadas de Montoliu al margen de todas las corrientes literarias del momento, en esa tierra de nadie que no son las verdes extensiones del país de los lectores ni tampoco el palacio de los selectos, ni siquiera la mazmorra de los malditos, podría haber encontrado quizá admiradores… las cinco novelas que Montoliu publicó en esos años no habían sido entendidas… estaban, como suele decirse, al margen de todas las tendencias; a consecuencia del éxito de
El lago Ariadna
, dos de ellas,
Azucena, o el lujo
y
El efecto Montoliu
, habían sido reeditadas —sin el menor éxito, por cierto, ya que este Montoliu prehistórico tenía muy poco que ver con el brillante, terso y lírico prosista de
El lago Ariadna
… el Montoliu de
Azucena, o el lujo
era gárrulo, caótico, a ratos ingenioso, a ratos incluso razonablemente erótico, y en algunas páginas (al menos en una página y media donde crecía un árbol y moría un niño) incluso sublime, pero no era otras cosas que uno normalmente espera de su autor favorito: no era cínico, no era cínico, no era cínico —y eso, Dios mío, resultaba tan extraño… el Montoliu de
El efecto Montoliu
, un sólido volumen de más de trescientas páginas, era todavía peor: la acción de la novela se disolvía en una serie de interminables conversaciones hiperintelectuales, en las que también el cinismo brillaba por su ausencia; los personajes retrocedían, intimidados por la erudición furiosa de su autor, que en la segunda mitad de la novela ni siquiera se dignaba a utilizarlos como marionetas para expresar sus propias opiniones e irrumpía en la novela (que de este modo dejaba de ser una novela y se convertía en una especie de extraña rapsodia, un ensayo, un diario) para perderse en extravagantes pontificaciones acerca de la civilización occidental… ¿qué tenía que ver todo aquello con la tranquila lucidez, con la prosa transparente, con el humor extraño y cruel de
El lago Ariadna
era otro escritor, pues, el que había surgido después de aquellos quince años de silencio, otra voz, otro pensamiento…

en cuanto al camping: la historia era sencilla… Montoliu había comprado aquella caravana a unos alemanes arruinados, y había vivido en ella hasta que el éxito inesperado de
El lago Ariadna
le había permitido, o quizá obligado, volver de nuevo a la sociedad de los hombres… ahora la caravana y el camping habían pasado a formar parte de la leyenda de Montoliu… en el curso de un par de años, a partir de que
El lago Ariadna
ganara el premio Medici y se convirtiera en un inesperado
best-seller
en toda Europa, los honores habían comenzado a llover de forma inesperada sobre el maduro escritor, entre ellos, los más notorios, el puesto de profesor en la Palauniversidad de Países y la comisaría cultural de la Exposición Universal que se inauguraría en Países a principios del verano siguiente —pero, de cualquier modo, la caravana seguía estando en el camping y Montoliu, que ahora tenía un apartamento en la ciudad, seguía pasando allí muchos fines de semana…

había algunos afortunados que iban al camping los fines de semana… el camping de Montoliu se había empezado a convertir, de hecho, en una especie de lugar de culto, algo así como la casita de Aleixandre en la calle Velintonia, el apartamento de Mallarmé, el café Les deux Soleils, las mansardas del Grand Hotel de Montreux… Jaime y Block, mitómanos inveterados, admiradores desinteresados de las líricas y límpidas virtudes de la prosa de
El lago Ariadna
, también hubieran deseado verse admitidos en aquellos conciliábulos secretos, en aquellas fiestas de la imaginación… de momento, lo que hacían era asistir a las clases de Montoliu, y dejarse envolver, como gustosas cobras frente a su mangosta, por la fascinación y la elocuencia de Montoliu…

—el efecto, dijo Montoliu aquella mañana (es decir, una mañana cualquiera), una de aquellas mañanas, al lado de la cristalera de la clase, Montoliu, su gabardina, sus gafas oscuras: y a partir de aquí era posible comenzar a comprenderlo todo de una manera distinta… las gafas oscuras (ya que tenía unos ojos excesivamente sensibles a la luz) y la gabardina que no se quitaba nunca, junto con la caravana (la leyenda de Montoliu, Montoliu como leyenda…), el efecto, dijo Montoliu… si queremos entender el arte occidental, que es lo mismo que decir: si queremos entender Occidente, tenemos que entender el efecto… ¿por qué es un efecto? porque es el producto de una causa… ¿cuál es la causa? no sé cuál es la causa… seguramente eso que Schopenhauer llamaba «la voluntad»… o quizá se trate de un efecto incausado… el efecto de los efectos se propone como explicación, como hilo conductor… el efecto se propone como interpretación de la idea del yo… es, asimismo, un efecto, porque su impronta se advierte en todo lo que toca… es el efecto efectuando, por así decir… y como el efecto somos nosotros, sus definiciones se encuentran por doquier… es difícil aprehender la verdadera sustancia de algo que creemos conocer tan bien… Hegel dice que los personajes de Shakespeare «son libres artistas de sí mismos» —si olvidamos el epíteto «libres», un poco caprichoso desde mi punto de vista (ya que ¿qué libertad tiene Hamlet para dejar de torturarse por la muerte de su padre o Yago con la idea de que con él se ha cometido una injusticia?), obtenemos así una primera aproximación a la idea del efecto…

»todos somos libres artistas de nosotros mismos porque todos tenemos dentro de nosotros el impulso artístico: todos hemos nacido para crear una obra de arte, y esa obra de arte es no sólo mi YO, sino, más concretamente, ese tornasolado deslizarse del YO a lo largo del Tiempo, es decir, la Historia de mi Vida… usamos todas nuestras energías en la creación de esta obra artística, que desaparece con la muerte… lo más extraordinario es que ese impulso creador no es natural, sino cultural… es aprendido… y es exactamente el mismo impulso que mueve a los artistas a la creación de sus obras de arte… éste es el efecto… Occidente ha creado la novela, la ópera, la poesía lírica, el cine, y el YO como obra de arte…

—pero todo eso no es nada nuevo, objetaban los apasionados alumnos de Montoliu… ya lo decía Burckhardt: el yo como obra de arte, etc., etc.

sin embargo Montoliu deseaba ir más allá

—si aceptamos la premisa básica del efecto, decía, nos encontraremos enfrentados a una reacción en cadena casi terrorífica… primer efecto del efecto: nuestro yo y la historia de nuestra vida son una construcción artística —luego no tienen realidad, más allá de su propio entramado de convenciones… luego ¿qué son nuestro «yo» y «nuestra vida»?… estamos viviendo una vida que no tiene realidad… y puesto que las «convenciones» en que se basa esa extraña obra de arte son, hablando
grosso modo
, la idea de la causalidad y la idea del tiempo, deberemos concluir también que ni la causalidad ni la idea del tiempo tienen realidad más allá de las fronteras del efecto —todo lo cual, se nos dirá, ya fue ampliamente discutido por los filósofos idealistas del siglo XVIII y del siglo XIX…

»pero sigamos extrayendo consecuencias… el efecto es la noción de causalidad y de tiempo psicológico, y es también el significado… sólo puede existir significado cuando existe causalidad y cuando existe el Tiempo… el Sentido «brota», por así decir, de la necesidad que preside la construcción de la obra artística en el Tiempo… sin embargo, si estudiamos el efecto como un fenómeno puramente artístico, entonces nos daremos cuenta de que el significado o el sentido es, realmente, el elemento más innecesario de todos… el sentido es un producto derivado de la forma: el sentido no es
nunca
el significado de la forma, sino una sombra, un producto secundario, un fantasma creado por la forma… el descubrimiento de que el significado no es, en realidad, sino una dimensión de la forma, debería ser tan definitorio de nuestra cultura de las postrimerías del siglo XXI como lo es el descubrimiento de que el tiempo no es sino una dimensión del espacio…

—por supuesto, decían los alumnos de Montoliu, algo escandalizados, pero eso ya lo explicaron los formalistas a principios de siglo… y, de hecho, todo el desarrollo del arte del siglo XX no es sino un corolario de ese axioma que ve el arte específicamente como un fenómeno formal…

—¡gran equivocación! decía Montoliu, ya completamente poseído por el placer… cuando yo hablo de forma, no estoy hablando de arte… es decir, estoy hablando también de arte, pero no podemos olvidar que
nosotros hemos convertido la misma realidad en arte
… de hecho, cuando hablo de la forma no estoy hablando de la distinción entre «forma» y «contenido», que no son sino categorías aristotélicas surgidas de una concepción dualista del mundo que para mí es completamente imaginaria… cuando hablo de forma estoy hablando del pensamiento como forma, de nuestra facultad de conocer como facultad de crear formas… cuando hablo de forma estoy hablando, en realidad, del lenguaje (ésa es la Forma, la FORMA, la única forma) y, por tanto, del pensamiento… cuando hablo de Forma hablo de todo lo que existe, en el sentido de todo lo que se puede pensar y todo lo que se puede decir, ya que el lenguaje es lo que da forma a nuestro pensamiento… cuando hablo de forma, estoy diciendo que nuestro pensamiento necesita de la Forma, y que esa forma no es otra cosa que el lenguaje, y estoy diciendo también que la Forma es el tiempo, la causalidad, el sentido y el YO… es decir, que el efecto es una cierta Forma —una organización…

»pero también estoy apuntando a otra posibilidad, a una posibilidad vastísima… lo que sugiero es que si el yo es una construcción artística, entonces ha de ser posible salir fuera del yo… si el lenguaje conforma nuestro pensamiento, es posible salir por fuera del lenguaje… si todo eso es una gran construcción, es evidente que es posible salir de la construcción… es evidente que es posible salir del sentido, salir de la causalidad, salir del Tiempo, salir del YO: si el efecto existe, entonces es posible salir del efecto, y es posible ser libre…

—éste es el salto lógico que nunca acabo de comprender, Agustín, le decía Jaime, en sus conversaciones a la salida de las clases del Abuelo del Mar, los tres divagando por entre las calles arboladas, descendiendo hasta la avenida de Verdulia, llegando hasta las orillas del Obrantes… hemos definido el efecto, pero ¿por qué de esa definición se sigue que es posible salir fuera del efecto? ¿por qué salir por fuera del efecto es, incluso, deseable? ¿por qué odias tanto el efecto, Agustín?

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