Las cuatro vidas de Steve Jobs (31 page)

BOOK: Las cuatro vidas de Steve Jobs
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El carisma de Jobs ha servido para algo, aunque no ha sido lo único porque el factor identificación también importa. Como ocurre con los actores Harrison Ford o Tom Hanks, Steve Jobs era un multimillonario que no parecía ejercer como tal; no era el típico jefe sino uno de nosotros. Hablaba nuestro idioma, se vestía como cualquiera y no se daba aires de poderoso, de magnate ni de alto burgués.

Llegar a esa combinación sutil que le ha convertido en personaje fuera de lo común, adulado como tal y a la vez corriente, exige malabarismos. ¿La fórmula mágica? No la hay. Jobs no se esforzó en ningún momento por conseguirlo. Él era así, asociable pero encantador, individualista pero atractivo, rabiosamente exigente al borde del desdén pero capaz de galvanizar a sus equipos, insoportablemente intransigente pero a la vez capaz de integrar la diplomacia en sus planteamientos y, por encima de todo, un esteta incorregible.

Dicen que la Luna tiene una cara oculta y, desde luego, coexistir con un líder así y tratar de subrayar nuestro punto de vista no es fácil. La convicción de Jobs era tal que era capaz de abstraerse de las opiniones externas incluso si tenían valor. En muchas ocasiones se mostró obstinado, cabezota y seguro de sí mismo hasta el punto de pulverizar cualquier oposición veleidosa. Jobs disponía de un método detestable de reconducir a los espíritus recalcitrantes: el insulto, la agresión, la denigración… «Con bastante frecuencia, Steve veía las situaciones correctamente sin preocuparse del
statu quo»,
opina Wozniak. «Y eso le hacía entrar en conflicto con la mayoría de la gente. Incluso si admitían que su visión de futuro era correcta, el camino para llegar a ella era de conflicto».

El perfeccionismo de Jobs puede parecer extremo, como cuando insistía en que los productos fueran tan bonitos por dentro como por fuera aunque nadie los fuera a ver jamás. Una exigencia difícil de digerir para los que recibían las órdenes, aunque comprensible. Aun así, el carácter sin términos medios de Jobs se ha centrado a veces en puntos donde no había atinado y esa actitud le ha perdido en ocasiones. Si el primer Macintosh, aparecido en 1984, no encontró su público de inmediato fue porque limitó sus capacidades a propósito, en contra de la opinión de algunos ingenieros. Si la estación NeXT, una demostración deslumbrante de rendimiento, fue un fracaso, en parte se debió a que se negó a tener en cuenta las realidades del mercado y a escuchar las ideas de quienes le rodeaban. En ocasiones sus decisiones parecían ir en contra del sentido común y, aun así, se empeñaba en imponerlas y a sus ingenieros no les quedó más remedio que trabajar en secreto contra la postura del jefe de filas.

Muchos pensarán qué importan los medios si el fin se alcanza, si al final tenemos unas obras que han marcado época como el Macintosh o el iPod. Además, el carácter de Jobs no distaba mucho de algunos grandes artistas cuyo genio se saldó con la dejadez de sus allegados. Bob Dylan, Pablo Picasso o Stanley Kubrick, por sólo citar algunos casos, tampoco tienen la reputación de haber tratado bien a quienes les rodeaban.

Con el tiempo y gracias a los sucesivos fracasos que vivió en Apple y NeXT, Jobs llegó a aceptar en cierto modo la noción del consenso, el intercambio de puntos de vista y el respeto por los demás. Todo es cuestión de matices porque el líder Apple siguió dando muestras de una incapacidad para transigir que sorprendía por su falta de sentido. La gran diferencia es que había aprendido a bajarse los humos y esa capacidad para repensarse las cosas se manifestaba pasados varios meses en lugar de una década después.

La nueva fórmula de Job era un cóctel sin igual. Siguió siendo el valeroso innovador que nos sorprendía periódicamente con creaciones imparables cuya eclosión había supervisado pero, a la vez, con las canas se hizo más humano, un poco más abierto y en consecuencia más atractivo. Incluso aceptó hacer las paces con enemigos encarnizados como Bill Gates de Microsoft y Andy Grove de Intel por el bien de Apple. Viniendo de un francotirador como él, la mutación había sido asombrosa.

Desde el año 2004 tuvimos que aceptar la idea de que Jobs pertenecía al reino de los mortales. De un día para otro, fue necesario afrontar la perspectiva de que, tarde o temprano, nos dispensaría de su presencia. Y se volvió más valioso todavía.

Entonces surgió la cuestión del sucesor. ¿Quién tomará el relevo? ¿El diseñador Jonathan Ive, capaz de hacer vibrar tímidamente, pero con pasión, a las multitudes? ¿O Timothy Cook, contratado en 1998 para racionalizar la producción del Mac y el iPod, y que desempeñó tan bien su cometido que se convirtió en el número dos de la casa?

Suceder a Jobs no es una tarea fácil. ¿Quién sabrá distinguir entre los nada convencionales bocetos de un diseñador desconocido como Jonathan Ive un proyecto realizable y decidir que es imprescindible llevarlo a cabo? ¿Quién tendrá las agallas de enfrentarse al consejo de administración y a un puñado de estudios de mercado que aseguraban que el objeto no tendría ninguna posibilidad de encontrar un público? ¿Quién convencerá a Apple de seguir un camino arriesgado dejándose llevar por una intuición? ¿Cook u otro sucesor tendrán la fortaleza suficiente como para lanzar un proyecto de la envergadura del iPhone, estimular a todo el mundo implicado para cumplir los plazos cueste lo que cueste y negociar unas condiciones sorprendentes con las operadoras de telefonía?

«Apple seguirá ejecutando su plan de negocio actual», opina el bloguero Elmer-DeWitt, «probablemente durante varios años. Pero será distinto en cuanto a que con Jobs tenía a una persona al principio y fin de cada proyecto, con autoridad para decir: “Esto es un asco. Vuelve a empezar de cero”. Quien le sustituya podrá compartir su visión y su título pero ya no será el cofundador de Apple ni tendrá la misma autoridad».

Tim Cook pretendía no aspirar al puesto máximo y aseguraba que la capacidad de supervivencia de Jobs superaba con mucho a lo que se podía pensar. «Jobs es insustituible. Seguirá aquí con el pelo blanco, a los setenta, mucho después de que yo me jubile», decía. Pero eso lo decía antes de tener que hacerse cargo del puesto de consejero delegado tras la retirada de Steve Jobs en agosto de 2011, cuando un Jobs agotado por la enfermedad arrojó la toalla rindiendose a la evidencia. Tras su muerte, el discurso oficial dirigido a inversores y fanáticos de Apple mantuvo una línea tranquilizadora: «Honraremos su memoria dedicándonos a continuar con el trabajo que él tanto amaba. Pueden estar seguros de que Apple no cambiará. Steve construyó una empresa y una cultura que no se parecen a ninguna otra en el mundo y nosotros nos mantendremos en esa línea, está en nuestro ADN».

Apple no es la primera empresa que se ve obligada a lidiar con un cambio brusco en su dirección. Otras sociedades marcadas por la personalidad de un líder fuerte han sabido negociar el difícil paso del testigo. El ex director de Nintendo, Hiroshi Yamauchi, detectó en Satoru Iwate las cualidades innovadoras que permitían garantizar el éxito de la sucesión. La transición se desarrolló tan bien que Nintendo se ha convertido en el número uno en su sector.

¿Es posible imaginar al individualista Jobs preocupado por elegir a su delfín? Me gustaría creerlo pero soy escéptico. Jobs señaló a Tim Cook, y su acierto sería sin lugar a dudas el mejor legado que podría haber dejado a Apple. Pero su silla debe ser ocupada por un capitán inventivo, que aune fiereza, exigencia y amor por la estética. La cuestión sigue abierta: ¿existe ese mirlo blanco? ¿Será capaz Cook, un gestor contratado por sus habilidades en el control de procesos, de afrontar el desafío?

Atormentado, perfeccionista, invadido por el genio y dotado de un sentido innato de la belleza, Jobs fue capaz de grandes sueños y, sobre todo, de tener el talento de compartirlos con los demás. Querer medir la envergadura de su influencia no es fácil porque, gracias al ejemplo de Apple, todo un sector de la industria sufrió una espectacular meta-morfosis.

¿Cómo serían los ordenadores personales de hoy en día sin la influencia de Steve Jobs? ¿Tendrían los equipos informáticos llamativas carcasas de bonitas curvas? ¿Estarían las pantallas llenas de iconos? Ésa es, sin duda, la gran victoria de Jobs, que a lo largo de los años tantos ordenadores hayan querido parecerse al Mac. La máquina informática, tradicionalmente considerada funcional, se ha convertido en un objeto bello, capaz de encontrar un sitio en el salón de los hogares. A Dell, HP y otras multinacionales no les ha quedado otra que sumarse a la visión colorista y traviesa del rebelde que quiso que brotaran flores del ordenador.

La revolución irreversible que Jobs consiguió en ese campo se extendió al territorio de los reproductores de MP3. Basta con comparar algunos de los modelos de finales de los noventa, tan poco manejables como la cabina de un avión, con el primer iPod para comprender el impacto que supuso su aparación. Después, la revolución se prolongó al territorio de la telefonía móvil, obligando a la industria a ponerse al día e intentar copiar al iPhone y las tabletas como el iPad.

En una época parca en personajes fuera de lo común, Steve Jobs tuvo el mérito de atraer el afecto insaciable del público hacia las personas que, a su manera, se han propuesto cambiar el mundo. Y a los que tienen el don de embellecer la vida se les perdonan muchas cosas. Steve seguirá haciéndonos soñar.

Epílogo

El 4 de octubre de 2011, mientras Tim Cook trataba a duras penas de presentar el nuevo iPhone 4S subido a un escenario en San Francisco, un hombre le seguía desde una cama de hospital. Steve Jobs apuraba sus últimos minutos de vida pero no quiso perderse su entrega definitiva del testigo.

Terminada la presentación, esbozó una sonrisa como queriendo expresar que se iba con la conciencia tranquila, seguro de que Apple, el gran amor de su vida, estaba en buenas manos. Varias horas después, saltó la noticia que ninguno quería oír pero que nadie descartaba por completo. El águila había levantado el vuelo. Steve Jobs se había marchado a seguir otro camino, dejando en la Tierra una envoltura corporal que ya no podría servirle de vehículo.

Durante todo el día siguiente, una ola de inquietud se apoderó del planeta. Estaba claro que no había sido una persona como las demás; fue un mago con una característica común a quienes había admirado durante toda su vida, de Bob Dylan a Picasso, pasando por John Lennon o Alfred Hitchcock: su facilidad para gustar.

Curiosamente, con sus jerséis negros de cuello vuelto, pantalones vaqueros y esa forma de ir a contracorriente, Steve era también uno de los nuestros, un hombre común. Le queremos porque supo decir que no y hacer primar sus convicciones personales, poniendo su gusto artístico por encima de los cánones empresariales al uso.

De una esquina a otra del planeta, se multiplicaron los homenajes oficiales de sus compañeros en la aventura de Apple como Steve Wozniak o Jean-Louis Gassée, sus competidores de antaño como Bill Gates e incluso importantes cabezas de estado, empezando por Barack Obama, además de los más grandes cineastas, músicos y personajes de moda como Steven Spielberg, Paul McCartney, Eva Longoria…

Pero el homenaje más enternecedor fue el del hombre de la calle. Por todo el mundo, en Nueva York, Barcelona o París, sus fans se movilizaron para llevarle flores, manzanas y mensajes de despedida a los escaparates de las tiendas Apple. Le decían adiós a un amigo, una persona cercana, tal vez más de lo que habíamos pensado. Alguien cuya máxima preocupación fue hacer la vida más bella mediante objetos del día a día a los que insuflaba mucha pasión estética, su amor a la belleza, su filosofía de la vida.

Queremos a Steve Jobs porque no fue un consejero delegado sino un verdadero artista en busca de un perpetuo grial, un esteta animado por la única voluntad de cambiar el mundo.

Ahora que ya no está con nosotros, sólo nos queda atesorar las palabras que nos dejó: «Vuestro tiempo es limitado. No lo desperdiciéis llevando una existencia que no es la vuestra. […] Tened el valor de seguir a vuestro corazón y a vuestra intuición. […] Sed insaciables. Sed locos».

Mensaje recibido, Steve. Buen viaje adonde quiera que vayas.

El legado de Steve Jobs

Situación económica de Apple

  • Desde el regreso de Steve Jobs en 1997 hasta el momento de su fallecimiento, las acciones de Apple se revalorizaron un 11.300%.
  • En octubre de 2011, la compañía contaba con unos depósitos de 76.000 millones de dólares en efectivo.
  • En su tercer trimestre fiscal (julio-septiembre de 2011) Apple se anotó un beneficio neto de 7310 millones, tras registrar unos ingresos de 28.750 millones, dos cifras récord en la historia de la compañía.
  • El 62% de las ventas de Apple se originan actualmente fuera de Estados Unidos. Asia es el territorio con un mayor crecimiento (250%) en el último año.
  • Sistemas operativos

  • En junio de 2011 se puso a la venta la última versión del Mac OS X (Lion). En cuatro meses se habían descargado 6 millones de copias. A Windows 7 le llevó 20 semanas alcanzar el 10% del ecosistema Windows y, si se compara con la versión previa de Mac OS X, Lion lo ha hecho un 80% mejor que Snow Leopard.
  • El sistema operativo de dispositivos móviles (iPod Touch, iPhone y iPad), el iOS, mantiene una cuota mundial del 43% frente al 33% de su más inmediato perseguidor, el Android de Google. Se han vendido más de 250 millones de dispositivos que llevan este sistema operativo.
  • iPod e iTunes

  • Desde su lanzamiento hasta octubre de 2011, Apple ha vendido más de 300 millones de iPods en sus diferentes versiones y generaciones (45 millones sólo en el último año). Sony tardó 30 años en vender 220.000 reproductores de casetes Walkman.
  • iTunes cuenta con un catálogo de 20 millones de canciones (20 veces más de lo que era el servicio inicial).
  • En total, se han vendido más de 16.000 millones de canciones descagadas desde iTunes. En 2006, ya se habían descargado 1000 millones de canciones desde la plataforma, y en febrero de 2010 esa cifra llegó a los 10.000 millones.
  • iPhone y App Store

  • Apple vendió en el trimestre junio-septiembre 2011, 20,3 millones de unidades del teléfono interactivo iPhone, un 142% más que un año antes.
  • En la App Store hay 500.000 aplicaciones disponibles. Se han realizado más de 18.000 millones de descargas, a un ritmo medio de cerca de 1000 millones por mes.
  • El primer día de comercialización del iPhone 4S se vendieron 1.000.000 de terminales.
  • iPad

  • En el último año (septiembre 2010-septiembre 2011) se vendieron 9,25 millones de unidades, casi cuatro veces más que en 2010. Se calcula que tres de cada cuatro tabletas que se venden en el mundo, son iPad.
  • Del medio millón de aplicaciones en la App Store, 140.000 son específicas para este producto.
  • La irrupción de la tableta está obligando a cambiar el MacBook (el portátil de Apple) porque son muchos los usuarios que están cambiando sus ordenadores por un iPad. La siguiente generación de MacBook será mucho más ligera para convencer al usuario de la conveniencia de mantener ambos dispositivos.
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