Los escarabajos vuelan al atardecer (28 page)

BOOK: Los escarabajos vuelan al atardecer
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Jonás ardía de entusiasmo. ¡Ahora comprenderían los otros lo importante que era encontrar la estatua sueca, tras haber descubierto el escarabajo de oro! Con ello, la estatua sueca sería mucho más perfecta que la inglesa. Y sería natural que el Museo Británico se desprendiera de la suya y la enviara para que volvieran a estar juntas las dos.

Jonás examinó la estatua inglesa con la lupa. En conjunto, no parecía tan delicada como la sueca.

—Recuerda que están comparando una copia con un original —le dijo Annika.

—Si, ya —asintió Jonás—, pero de todas formas es más delicada. ¿Qué significa TIXE?

—¿Cómo? —le preguntó David sin comprender.

—Aquí, encima de la puerta, dice TIXE, con letras mayúsculas y la E invertida. ¡Qué barbaridad!, han cometido un error en la escritura.

David cogió la fotografía. Pareció muy sorprendido, como si hubiera visto una visión.

—Jonás, es una suerte que tengas ojos en la cara —exclamó.

Jonás pareció apreciar la lisonja, pero no entendió nada.

—¡Cielos! ¡Es para volverse loco! ¡Esto cambia por completo las cosas! —gritó David, y contempló la foto con rostro radiante.

—¿Qué? —gritaron al mismo tiempo Jonás y Annika impacientes y excitados. En la expresión de David advirtieron que había pasado algo.

En ese momento sonó el teléfono. Era Lindroth. Hablaba con voz misteriosa, como si hubiera descubierto algo especial.

Annika lo saludó, pero David se precipitó sobre el aparato y le arrancó de la mano el auricular.

—¡Hola! —dijo—, soy David.

—Hola, David —contestó Lindroth—. Yo…

Los dos parecían muy excitados. Los dos estaban fuera de sí. Tras un breve silencio, los dos dijeron a la vez:

—¡Creo que ya tengo resulto el problema!

Hubo un nuevo silencio.

—¿Si? —preguntó Lindroth.

—¿Si? —preguntó David.

—¿También tú has caído en la cuenta, David?

—Si, ahora mismo… No hace ni un minuto.

—Es muy extraño. Ha tenido que ser telepatía. También yo acabo de caer en la cuenta.

—¿Si? ¡Qué extraño!

—Creo que sería mejor vernos —dijo Lindroth.

—Eso creo yo también —asintió David.

32. UN DESCUBRIMIENTO

Se encontraron delante de la iglesia, bajo los rayos del sol de mediodía.

Lindroth salió a su encuentro con los ojos relucientes. Parecía como si las novedades fueran a hacerle estallar y procurara guardar el secreto el mayor tiempo posible.

—¿Quién comienza? ¿Quieres, David…, o lo hago yo…?

—Me gustaría oír qué ha descubierto usted —contestó David.

—Entonces, acompañadme.

Lindroth cruzó el cementerio con paso rápido. Había caído un chaparrón, y las hojas de los arbustos brillaban. Las ramas seguían goteando. Sobre el césped, los gorriones correteaban entre las sombras y buscaban algo que picar.

Lindroth se detuvo junto al muro posterior, que daba al bosque. Se hallaba delante de la tumba de los gemelos. Los rayos del sol caían directamente sobre la lápida y la luz solar era casi deslumbradora.

—Carl Andreas escogió un bonito lugar —comentó Lindroth—. Aquí luce el sol durante todo el día.

Mostró con un gesto la imagen que Carl Andreas había esculpido para sus hijos sobre la piedra. Representaba un disco solar enviando sus rayos. Y cada rayo terminaba en una mano abierta que buscaba algo. Era un símbolo que Carl Andreas había tomado de Eknatón, dios egipcio. ¡También la estatua que ellos buscaban procedía de la época de Eknatón!

—Eknatón fue un hombre notable —afirmó Lindroth—. Puso fin a la hegemonía de los sacerdotes y rompió con todo lo antiguo. Fundó una religión nueva, con unas creencias que acercaban a los hombres a la naturaleza y pretendía liberarlos de las viejas y rígidas enseñanzas sacerdotales; y adoró al Sol, condición indispensable para la vida. A su modo, fue un revolucionario. Yo lo comprendo perfectamente —dijo Lindroth, y contempló el relieve con semblante pensativo.

Dentro del disco solar se hallaban dos niños pequeños sentados, que se daban la mano.

—Es un cuadro conmovedor —añadió—. Cuando uno piensa lo triste que fue la vida de Carl Andreas, se imagina cuanta angustia y preocupación hay detrás de esto.

—Es triste, desde luego —intervino Annika—. Ni Emilie ni Andreas fueron felices un par de años siquiera. Las desgracias se sucedieron para ellos una tras otra. ¿Había pensado usted en eso?

Lindroth asintió con la cabeza. Claro que había pensado. Y recordó aquellas palabras de Linneo que Andreas citaba en una carta a Emilie: «Al desgraciado todo se le vuelve adverso. Todos empujan el carro de la desgracia. Ni el cielo ni la tierra pueden remediarlo».

—Son palabras terribles —comentó David.

—Si, pero, por desgracia, ciertas —contestó Lindroth—. Annika, ¿puedes leernos las palabras de la lápida?

Ella leyó:

Se buscaban mutuamente,

Buscaban la luz.

¡Dios se apiade de quien se atreva a separar a los gemelos!

Algo más abajo había en la lápida esta inscripción latina:

Gemini geminos quaerunt.

—Los gemelos se buscan mutuamente —tradujo Lindroth—. Ahora comprenderéis lo que yo pienso… y lo que, probablemente, piensa también David.

Pero David movió la cabeza.

—No, no estoy muy seguro —dijo.

—¿Tienes una pastilla de ésas?

—¡Claro! —Jonás sacó la caja de regaliz y ofreció a Lindroth—. ¿Qué piensa usted?

—Bueno, yo he procurado seguir el razonamiento de Carl Andreas… Me lo he imaginado delante de esta tumba, enterrando a sus pequeños… Luego, esculpió esta lápida, a la que dedicó muchas horas de trabajo, como se ve a simple vista… También se advierte que pensaba en Eknatón y en su tiempo. Y, naturalmente, en la estatua que él y su amigo habían vuelto a depositar en la oscuridad de la cripta. ¿Qué pensó entonces Carl Andreas? ¿Qué sintió?

Lindroth hizo una pausa y miró a David, Jonás y Annika con ojos inspirados.

—Pensó que había obrado mal. Que se había dejado llevar por el pánico y había actuado irreflexivamente. Creo que volvió a sentir miedo. Temió por los hijos que seguían con vida. Temió que la deidad desconocida se vengara otra vez quitándole también esos hijos. Reflexionó sobre todo ello y decidió sacar la estatua del sarcófago envuelto en la oscuridad y trasladarla a donde estuviera más cerca de la luz, más cerca del sol.

Lindroth hizo otra pausa. Los muchachos tenían los ojos clavados en él.

Continuó:

—Después de muchas reflexiones, he llegado a la conclusión de que la estatua egipcia se halla debajo de esa vieja lápida. ¡Eso es lo que yo creo!

—¡Es usted fabuloso! ¡De verdad! ¡Muy inteligente! —gritó Jonás, entusiasmado—. ¡Tome otra pastilla de regaliz! ¿Cuándo abrimos la tumba?

Lindroth sonrió orgulloso, y Annika le preguntó:

—¿Así que usted opina que fue el propio Carl Andreas quien sacó de nuevo la estatua?

—Si, eso creo. Recordad el texto de la lápida: gemini geminos quaerunt; es el mismo que está escrito en el fondo del ataúd. Probablemente se trata de una pequeña pista para la posteridad, por si… ¿Qué opinas tú, David?

—También yo creo que fue él quien lo hizo. No pudo ser nadie más que Carl Andreas.

—Entonces has llegado, poco más o menos, a la misma conclusión que yo. ¿Me equivoco? —Lindroth parecía orgulloso y satisfecho.

David se volvió un poco.

—No del todo… Hemos partido del mismo punto, pero…

Lindroth lo miró con los ojos muy abiertos. ¿Por qué titubeaba?

Lindroth pensó que, quizá, David no quería exponer su punto de vista, para no contradecirle. Él, en cambio, encontraba interesante que hubieran opiniones diferentes. Eso no le preocupaba lo más mínimo.

—¡Qué interesante! —dijo—. Así que tú opinas que hemos llegado a resultados diferentes, partiendo de los mismos hechos. ¿Quieres explicarte?

David suspiró aliviado. Sabía que Lindroth no iba a hacer de su punto de vista una cuestión de prestigio. Sonrió y empezó a exponer su teoría:

—Yo también he pensado mucho sobre el mensaje ése de que «los gemelos se buscaban mutuamente» y me he preguntado qué puede significar. Quizá hubiera llegado a la misma conclusión que usted si hubiese visto antes esta tumba de los gemelos. Pero he encontrado una teoría en un lugar muy distinto…

David calló y empezó a rebuscar en su bolsa.

Jonás lo observaba con ojos críticos y mascaba regaliz. Daba la impresión de que no podía dominarse por más tiempo.

—¡Oh, no! —dijo por fin, malhumorado—. Yo creo más en Lindroth que en tu teoría.

—Pues yo estoy bastante seguro de ella —respondió David tranquilamente.

—¡Pues yo no! —Jonás estaba decepcionado de David. Y preocupado. ¿Sería posible que David echara todo a perder y se opusiese a la apertura de la tumba? ¡Lindroth tenía más fantasía que David, más imaginación…!

—Antes de tomar una decisión, tenemos que escuchar a David —opinó Lindroth sonriente.

—Desde luego —asintió Annika.

David seguía de pie, y tenía en la mano el sobre con las fotografías que Hjärpe les había enviado.

—En realidad, ha sido Jonás quien lo ha advertido —dijo.

—¿Yo? —Jonás lo miró con desconfianza. ¿Intentaba David ganárselo para que se pusiera de su parte? ¿Qué pretendía? No, no sería tan fácil convencerle…

—De todos modos, yo voto por la teoría de Lindroth —protestó con energía.

Lindroth le dio las gracias, pero añadió que, de todos modos, tenía interés en conocer la teoría de David; sobre todo ahora que sabía que también había intervenido Jonás.

—Es verdad, Jonás tiene una gran capacidad de observación —dijo David—. Él fue quien descubrió lo del alfil en la partida de ajedrez, y quien nos condujo a descubrir el escarabajo de oro.

Jonás se fue mostrando más accesible. Todavía parecía dudar, pero…

—¡De acuerdo! —concedió magnánimamente—. Continúa, David.

—En primer lugar, Jonás ha conseguido las fotos. Gracias a ellas hemos tenido la posibilidad de examinar las dos estatuas con todo detalle. Queríamos comprobar dónde estuvo colocado el escarabajo.

David entregó a Lindroth las fotografías.

—¡Muy interesantes…! Vamos al despacho, allí podremos sentarnos y discutir con más tranquilidad.

Caminaron deprisa; Lindroth iba a la cabeza. Una vez dentro se quitó la chaqueta y los zapatos; se puso las zapatillas, encendió una potente lámpara de trabajo y buscó zapatillas, encendió una potente lámpara de trabajo y buscó una lupa. También él distinguía claramente el escarabajo en la copia, pero no veía claro si se encontraba en el original.

—Como puede usted ver —dijo Jonás a Lindroth—, nuestra estatua es mucho más bella y está mejor conservada que la inglesa.

—Espera un momento, Jonás —replicó David—, todavía no he terminado.

Luego, habló de las flores de loto que llevaban las estatuas. La carta de Andreas decía claramente que la única diferencia entre la estatua inglesa y la sueca residía en la diferente colocación de las flores de loto. La inglesa le llevaba en la mano derecha; la sueca, en la izquierda.

—Eso se ve también, claramente, en las fotografías, ¿no es verdad? —David mostró a Lindroth las dos fotos.

—Así es —dijo Lindroth—. Aquí se puede ver…

—Eso mismo creía yo —contestó David—; pero sólo hasta que intervino Jonás con sus maravillosas dotes de observación. «¿Qué significa TIXE?», preguntó de repente. ¡Y entonces caí en la cuenta!

—¿TIXE? —repitió Jonás en tono de pregunta.

—Si. ¿Quieres examinar un momento la foto del Museo Británico? Encima de la puerta hay un letrero. Pone TIXE, con la E invertida, hacia la izquierda. ¿Lo ves?

—Si, lo veo… —Lindroth se frotó las cejas—. Eso tiene que…

—Exacto, eso tiene que significar EXIT —afirmó David.

—¿EXIT? ¡Ahí pone TIXE! —replicó Jonás con acento de reproche. Aquello le parecía perder el tiempo en bagatelas.

—¡Increíble! —dijo Lindroth—. EXIT significa en inglés “salida”. ¿No lo sabías, Jonás?

—Si, claro —contestó Jonás—. ¿Y qué…?

—Pues que eso quiere decir que…

—¡Que la foto está al revés! Así, EXIT se convierte en TIXE, como has advertido tú, Jonás. Y eso quiere decir que la estatua no tiene la flor en la mano derecha, como aparece en la foto, sino en la izquierda. Según la carta, la estatua de Patrick debe llevar la flor en la mano derecha. Por tanto, la estatua que hay en el Museo Británico no puede ser la de Patrick, sino que tiene que ser…

—¡Oh! —exclamó Lindroth. Había comprendido a donde llevaba aquello.

—¡La que se conserva en Londres es la de Andreas Wiik! —concluyó David.

Lindroth se reclinó en la silla.

—Estoy de acuerdo contigo —admitió—. ¡Es una teoría sorprendente! Tengo que darme por vencido, no me queda otro remedio.

—¡No se rinda! —suplicó Jonás. La historia de David le parecía poco emocionante. Hjärpe usaba frecuentemente en sus artículos la expresión “carecer de perspectivas”. Esa expresión definía perfectamente la teoría de David.

—¡Pero tú mismo has contribuido a esta fantástica solución, Jonás! —dijo Lindroth.

—A pesar de todo, creo que más en la suya —contestó Jonás—. Además, ¿cómo llegó la estatua a Inglaterra? ¿Nos puedes contestar, David? Me gustaría saberlo.

—Probablemente la llevó el mismo Carl Andreas —respondió David—. Era lo único razonable que podía hacer cuando llegó a la conclusión de que las estatuas acarrearían felicidad cuando «¡Dios se apiade de quien se atreva a separar a los gemelos!». Y sabía lo que decía.

Lindroth asintió:

—Creo que es la solución más sencilla y más probable —admitió—. Creo que David ha encontrado la verdadera respuesta y eso significa que el pequeña escarabajo de oro que tenemos aquí y que hallamos en el ataúd pertenece a la estatua del Museo Británico, es decir, a la estatua de Andreas Wiik.

Lindroth sonreía.

—Ha sido un descubrimiento inesperado —comentó con un rayo de clarividencia en los ojos—. Bueno, ¿qué hacemos ahora?

—Deberíamos ponernos en contacto con el Museo Británico —propuso David.

Jonás estaba callado y miraba sombríamente. Por desgracia David tenía razón. No había más remedio que admitirlo. Sin embargo, la solución “carecía de perspectivas”. Aquello significaba que se había terminado la emoción.

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