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Authors: Brad Meltzer

Tags: #Intriga

Los millonarios (9 page)

BOOK: Los millonarios
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—No está mal querer algo más —dice Charlie—. Piensa en todo lo que podríamos hacer por mamá… todas las deudas.

Nuevamente en mi sillón, respiro profundamente y extiendo las palmas de las manos encima del escritorio.

—Sabes que lo lamentaremos —digo.

Ambos sonreímos. Dos críos.

—¿Hacemos el trato? —pregunta Shep, extendiendo la mano.

Estrecho la mano de Shep y miro a mi hermano.

—¿Y qué hacemos ahora?

—¿Conoces alguna buena compañía fantasma? —contesta Shep.

Ése es mi departamento. Cuando Arthur Mannheim se divorció de su esposa, Lapidus y yo creamos una compañía de valores y abrimos una cuenta en un banco de la isla de Antigua en una hora y media. Es el truco sucio favorito de Lapidus y uno que yo conozco a la perfección. Cojo el teléfono.

—No, no, no, no —me reprende Shep, apartando mi mano del aparato—. Ya no puedes seguir llamando personalmente a esa gente. Todo lo que tocas, todo lo que haces… todo es un vínculo, como si fuese una huella digital. Por eso necesitas un intermediario, y no cualquier imbécil de la calle; necesitas un profesional que pueda proteger tus intereses de modo que nadie te vea jamás a ti. Alguien a quien puedas enviarle mil dólares y decirle: «Haz esta llamada telefónica por mí y no hagas preguntas…»

—Como un abogado de la mafia —dice Charlie.

—Exactamente —Shep sonríe—. Como un abogado de la mafia.

Antes de que pueda hacer otra pregunta, Shep se levanta y sale de mi despacho. Treinta segundos más tarde regresa con un listín telefónico debajo de cada brazo. Uno es de Nueva York y el otro de Nueva Jersey. Los arroja sobre mi escritorio y aterrizan con un ruido seco.

—Es hora de encontrar a los tartamudos —dice Shep.

Charlie y yo nos miramos. No lo seguimos.

—Los habéis visto en todos los listines telefónicos —explica Shep—. Las primeras entradas alfabéticas en cada categoría. AAAAAA Floristería. AAAAAA Lavandería Automática. Y el más patético y desesperado de todos los tartamudos, los que están dispuestos a hacer cualquier cosa por un pavo: AAAAAA Abogados.

Asiento. Charlie sonríe. Ahora lo entendemos. Sin pronunciar palabra, nos concentramos en los listines. Yo me encargo de Nueva York; Charlie de Nueva Jersey; Shep lee por encima de nuestros hombros. Pasando las páginas tan rápidamente como puedo, voy directamente a la sección de Abogados. El primero que encuentro es «A Abogados Expertos en Accidentes».

—Demasiado especializados —dice Shep—. Queremos un picapleitos general, no un cazador de ambulancias.

Mi dedo recorre la página. «AAAAA Abogados». En la línea siguiente se lee: «Todas sus necesidades: precios asequibles.»

—No está mal —dice Shep.

—¡Lo tengo! —grita Charlie. Shep y yo le hacemos señas de que baje la voz—. Lo siento… lo siento —dice en una voz apenas audible. Hace girar el listín telefónico y lo lanza sobre el escritorio, golpeando el otro listín y haciendo que caiga sobre mi regazo. Su dedo índice señala el lugar exacto. Lo único que dice es «A». Debajo, el texto sólo contiene una palabra: «Abogado.»

—Sigo votando por el mío —digo—. Tiene que gustarte la garantía de un precio asequible.

—¿Estás colocado? —pregunta Charlie—. Lo. Único. Que. Usa. El. Mío. Es. Una. A.

—El mío tiene cinco A. Todas en fila.

Charlie me mira fijamente.

—El mío es de Nueva Jersey.

—Tenemos un ganador —anuncia Shep.

Esta vez, Charlie es quien se abalanza sobre el teléfono. Shep le golpea en los nudillos.

—Desde aquí no —dice. Mientras se dirige hacia la puerta, añade—. Por eso Dios inventó los teléfonos públicos.

—¿Estás loco? —preguntó— ¿Los tres metidos en una cabina telefónica? Sí, eso sí que es discreto.

—¿Tienes una idea mejor?

—Trabajo con gente rica todos los días —digo, pasando por delante de Shep y echando un vistazo al reloj—. ¿Crees que no conozco los mejores lugares para ocultar dinero al gobierno?

7

—Hola —dice Charlie con voz melodiosa y una hermosa sonrisa de campesino mientras se desliza hasta el mostrador de recepción de granito negro. Estamos en el cuarto piso del edificio Wayne & Portnoy, una estructura cavernosa estéril que, aunque tiene todo el encanto arquitectónico de una caja de zapatos vacía, posee no obstante dos cualidades que lo compensan: primero, queda al otro lado de la calle del banco y, segundo, es el cuartel general de la firma de abogados más grande de la ciudad.

Detrás del mostrador, una recepcionista sobreexcitada y vestida llamativamente está hablando con los auriculares puestos, que es exactamente lo que Charlie esperaba. Mi idea sería escabullirme a través del pasillo y pasar de la recepcionista, pero ambos sabemos quién es mejor en el cara a cara. Cada uno aprovecha sus mejores cualidades.

—Hola —dice por segunda vez, sabiendo que la seducirá—. Estoy esperando que baje Bert Collier… y me preguntaba si podría utilizar un teléfono para una rápida llamada privada.

Sonrío para mí. Norbert Collier era sólo uno del centenar de nombres que figuran en la lista de la firma expuesta en el vestíbulo. Al llamarle Bert, Charlie ha hecho que sonase como si ambos fuesen viejos amigos.

—Pasados los ascensores —contesta la recepcionista sin dudar un instante.

Ocultos en una esquina y fuera de la vista de la recepcionista, Shep y yo esperamos que Charlie pase y luego le seguimos. Señalo una puerta y los tres entramos en una pequeña sala de conferencias. Junto a la puerta, las palabras «Servicios al cliente» están grabadas en una placa de latón. No es una habitación grande. Una pequeña mesa de caoba, tres o cuatro sillones tapizados, bollos y queso cremoso en un aparador, una máquina de fax contra la pared y cuatro teléfonos separados. Todo lo que necesitamos para hacer un poco de daño.

—Buena elección —dice Shep, dejando el abrigo sobre el respaldo de uno de los sillones—. Aunque le siguieran la pista…

—… sólo encontrarían a unos clientes de Wayne & Portnoy —añado, lanzando mi abrigo encima del suyo.

—Sois unos auténticos genios —añade Charlie—. ¿Podemos seguir ahora con lo que hemos venido a hacer? Tic-tac, tic-tac.

Shep se desliza en uno de los sillones, saca el número del bolsillo y coge el auricular del teléfono con una garra carnosa. Mientras marca el número, Charlie pulsa el botón de «Manos libres» en el sistema de megafonía en forma de estrella de mar que hay en el centro de la mesa. A todo el mundo le encantan las conferencias.

El teléfono suena tres veces antes de que alguien conteste.

—Despacho jurídico —dice una voz masculina.

Shep se muestra tranquilo.

—Hola, necesito un abogado y me preguntaba en qué tipo de derecho está especializado el señor… eh… el señor…

—Bendini.

—Eso es… Bendini… —repite Shep, apuntando el nombre en un papel—. Me preguntaba en qué tipo de derecho está especializado el señor Bendini.

—¿Qué tipo de especialización busca usted exactamente?

Shep nos hace una seña con la cabeza. Ahí tenemos a nuestro hombre.

—En realidad buscamos a alguien que se especialice en mantener las cosas… bueno, esperamos mantener las cosas dentro de una cierta discreción…

Al otro lado de la línea se produce una pausa.

—Puede hablar conmigo —dice Bendini.

Shep salta de su asiento. Se pasea por la habitación, aunque su poderoso cuerpo hace que parezca más un andar torpe y pesado. No puedo decir si está excitado o asustado. Apuesto por lo primero. Después de todos estos años detrás de un escritorio, su James Bond interno vuelve a la acción.

—Le pasaré con mi socio —le dice a Bendini. Shep me hace una seña mientras yo hago un esfuerzo por acercarme al altavoz todo lo que puedo.

—Si te inclinas más acabarás comiéndotelo —bromea Charlie.

—¿Señor Bendini…? —pregunto.

Nadie responde.

Shep sacude la cabeza. Charlie se echa a reír y simula que está tosiendo.

Comienzo a hablar. Sin utilizar nombres.

—El asunto es el siguiente: quiero que me escuche atentamente y quiero que llame a este número… —«Quiero, quiero, quiero», digo, estableciendo claramente mi posición. Charlie parece soportar sin problemas mi nuevo tono de voz. Se siente feliz al verme fuerte… más exigente. Al menos algo he aprendido de Lapidus después de todos estos años.

—El lugar se llama Purchase Out International y tiene que preguntar por Arnie —explico—. No permita que le pasen con ninguna otra persona. Arnie es el único con quien tratamos. Cuando hable con él debe decirle que necesita un pastel de cuatro capas para el mismo día, destino final en Antigua. Él sabrá de qué se trata.

—Puede creerme, amigo, sé muy bien cómo montar corporaciones sin hacer ruido —interrumpe Bendini con un inconfundible acento de Jersey.

—No te eches atrás —susurra Charlie.

No pienso hacerlo. Tengo el rostro encendido y la mirada brillante. Finalmente comienzo a sentir la sangre que corre por mis venas.

—¿Con qué nombre desea figurar? —pregunta Bendini.

—Martin Duckworth —decimos los tres simultáneamente.

Juro que puedo ver a Bendini poner los ojos en blanco.

—Muy bien. Martin Duckworth —repite—. ¿Y en cuanto al título de propiedad inicial?

Necesita otro nombre falso. No tiene importancia, todo pertenece finalmente a Duckworth.

—Ribbie Benson —digo, utilizando el nombre del amigo imaginario de Charlie cuando tenía seis años.

—De acuerdo. Ribbie Benson. ¿Y cómo quiere pagar la factura de Arnie?

Joder. No lo había pensado.

Charlie y Shep están a punto de intervenir pero les hago un gesto con la mano.

—Puede decirle que le pagaremos cuando solicitemos los documentos originales. Por ahora sólo necesitamos un fax —decido. Antes de que Bendini pueda discutir, añado—: Es lo que hace con los peces gordos; ellos no pagan hasta que el dinero no llega. Dígale que somos ballenas.

Charlie me mira como si me viese por primera vez en su vida.

—Así se habla —le susurra a Shep.

—¿Y para cuándo lo necesita? —pregunta Bendini.

—¿Qué le parece en media hora? —contesto.

Se produce otra breve pausa.

—Haré lo que pueda —dice Bendini, imperturbable. Se aclara la garganta para dar mayor énfasis a sus palabras y añade—: ¿Y cómo voy a cobrar yo?

Miro a Charlie. Él mira a Shep. Bendini no parece la clase de tío al que le dices simplemente «envíame la factura».

—Dígame cuál es su tarifa —dice Shep.

—Dígame cuánto valgo —contesta Bendini.

Aprieto el botón de «Manos libres» y desconecto el altavoz.

—¡No debemos regatear! —siseo—. Nos estamos quedando sin…

—Le daré mil pavos en metálico si puede hacerlo en media hora —dice Shep, conectando nuevamente el altavoz.

—¿Uno de los grandes? —pregunta Bendini—. Chicos, yo no me mojo por uno de los grandes, incluso cuando tengo que hacerlo. El mínimo son cinco de los grandes.

Shep me lanza una mirada de pánico y yo miro a Charlie. Mi hermano sacude la cabeza. Su lata de galletas está siempre vacía. Aprieto con fuerza los labios mientras echo un vistazo al reloj. Se necesita dinero para ganar dinero. Miro a Shep y no puedo más que asentir. Charlie sabe lo que significa. Ahí van algunos de los ahorros para la Escuela de Administración de Empresas… y para las facturas del hospital.

—No te preocupes —susurra Charlie con una mano sobre mi hombro—. Es otro gasto que pondremos en la cuenta de Lapidus.

—De acuerdo, los tendrá —le dice Shep a Bendini—. Le enviaremos el dinero en cuanto hayamos colgado. —Leyendo la pegatina blanca que hay en la máquina de fax, Shep le da nuestros números de teléfono y fax, le da las gracias al estafador y cuelga el teléfono.

La habitación queda sumida en un silencio sepulcral.

—Bueno, creo que todo ha salido genial —afirma Charlie, agitando los brazos en el aire.

—No habrá problemas —dice Shep.

Asiento rápidamente con la cabeza. Luego con movimientos más lentos.

—¿O sea que crees que funcionará? —pregunto ansiosamente.

—Ya estamos otra vez… sólo tres segundos —dice Charlie—. El viejo Oliver ha vuelto.

—Siempre que tu amigo Arnie cumpla con su parte… —dice Shep.

—Confía en mí, Arnie acabará el trabajo en diez minutos. Quince como máximo —añado, observando la reacción de Charlie. Él cree que me estoy inventando una explicación que suene plausible—. Arnie es un hippy marginal que vive en las islas Marshall, es un profesional de los margaritas y defrauda al gobierno todo el día.

—¿De qué modo? —pregunta Charlie.

—El trabajo de Arnie consiste en registrar corporaciones en todo el mundo; les proporciona nombres, direcciones, incluso directorios. Ya habéis vistos los anuncios clasificados, se encuentran en todas las revistas de las compañías aéreas que hacen vuelos interiores: «¿Odia el IRS? ¿Paga demasiados impuestos? ¡Las compañías privadas de ultramar le garantizan la privacidad!»

—¿Y crees que será capaz de montar una compañía en la próxima media hora? —pregunta Charlie.

—Confía en mí, en los últimos meses se ha encargado de montar la ABC Corp, DEF Corp y GHI Corp. Todo el papeleo ya está hecho… cada corporación no es más que una carpeta en una estantería. Cuando le llamamos se limita a anotar nuestro nombre falso en los pocos espacios en blanco que quedan y lo completa con la firma de un notario. Para serte sincero, me sorprende que tarde tanto…

En ese momento suena el teléfono; Charlie se adelanta y responde la llamada a través del altavoz.

—Hola.

—Felicidades —dice Bendini con su acento de Jersey a pleno rendimiento—. Ribbie Henson ya es el orgulloso propietario y único accionista de Sunshine Distributors Partnership, Limited, en las Islas Vírgenes, que es propiedad de CEP Woldwide en Nauru, que es propiedad de Maritime Holding Services en Vanuatu, que es propiedad de Martin Duckworth en Antigua.

Cuatro capas, punto de destino en Antigua. Cuando la ley se decida a investigar le llevará meses clasificar todo el papeleo.

—Me parece que ya estáis en el negocio, amigos. Sólo debéis aseguraros de enviar mi dinero.

En el momento en que la línea queda muda, la máquina de fax comienza a funcionar. Juro que casi me da un infarto.

Durante los siguientes cinco minutos, la máquina de fax vomita el resto de la documentación —desde reglamentos internos hasta artículos de asociación—, todo lo que necesitamos para abrir la cuenta de una flamante corporación. Compruebo la hora en el reloj de la pared: nos quedan dos horas. Mary pidió la documentación para el mediodía. Mierda. Los tres sabemos que esto no puede funcionar igual que el asunto de Tanner Drew. Nada de contraseñas robadas. Debe hacerse según las reglas.

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