Read Los tejedores de cabellos Online

Authors: Andreas Eschbach

Los tejedores de cabellos (31 page)

BOOK: Los tejedores de cabellos
12.97Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

En medio del revuelo general, Borlid apareció de pronto como por casualidad junto a ella. No parecía que le interesara especialmente la alfombra.

—Después de que se acabe todo esto —le susurró—, ¿me dejas que te invite a comer?

Lamita aspiró y espiró.

—Borlid, lo siento. No me siento ahora mismo con ganas de contestarte.

—¿Y después de la sesión? ¿Te sentirás con ganas?

—No lo sé. Seguramente no. Aparte de ello, estoy segura de que tendría remordimientos si aceptase una invitación tuya, porque sé que entonces te harías falsas esperanzas.

—¿Oh? —dijo él con una sorpresa fingida—. ¿Me he expresado mal? No se trata de una petición de matrimonio, sino de una simple cena…

—¡Borlid, por favor, ahora no! —le avisó, y regresó a su sitio.

¿Cómo podía estar tan seguro de sí? Como colaborador, le había encontrado hasta ahora agradable, pero aunque él creyera ser irresistible, era solamente paleto y grosero. No parecía querer entender que ella no quería nada de él. A sus ojos él se comportaba de una forma tan adolescente que se hubiera sentido como una corruptora de menores.

Poco a poco el auditorio se serenó de nuevo. Después de que todo el mundo hubiera regresado a su sitio, el general siguió con su ponencia. Lamita sólo escuchaba ahora a medias. La mayor parte de lo que estaba diciendo ya lo sabía, el cómo se habían descubierto las alfombras de cabellos, detalles sobre el culto que existía en torno a las alfombras en los mundos de Gheera, los caminos de los mercaderes y las naves espaciales que finalmente tomaban a bordo las alfombras de cabellos para transportarlas hacia un destino aún desconocido.

—Pudimos seguir las huellas de las alfombras de cabellos hasta una gran estación espacial que giraba en torno a una estrella doble compuesta de una gigante roja y un agujero negro. Según nuestras observaciones, que después comprobaríamos, la estación era una especie de puesto de trasbordo de las alfombras de cabellos. Cuando nos acercamos a la estación, sin embargo, fuimos atacados de forma tan inesperada y tan violenta que primero tuvimos que retirarnos.

Por supuesto que Borlid era atractivo según los cánones habituales. Y por lo que se oía, dejaba pocas oportunidades sin aprovechar en lo que se refería a las integrantes femeninas de la administración del palacio. Lamita rebuscó en su interior. Ése no era realmente el motivo por el que le rechazaba. Era más por… su inmadurez. Como hombre lo encontraba superficial, inmaduro, nada interesante.

—Hay que recordar que hasta entonces no éramos más que una pequeña flota expedicionaria, compuesta de un acorazado pesado y tres ligeros, así como de veinticinco botes expedicionarios. De modo que estuvimos esperando hasta que llegaron las escuadras de combate aprobadas por el Consejo, atacamos entonces la estación y la ocupamos por fin con relativamente pocas pérdidas propias. Resultó que el agujero negro era en realidad el campo de portal de un enorme túnel dimensional, lo suficientemente amplio como para ser atravesado por naves de transporte de gran tamaño. En aquel túnel dimensional estaban, y eso desde hacía decenas de miles de años, absolutamente todas las alfombras de cabellos producidas en Gheera.

Lamita sabía que ella, delgada, con largos cabellos rubios y piernas interminables, tenía un aspecto atractivo. No había hombre que no volviera la cabeza hacia ella cuando pasaba al lado. No era por su aspecto por lo que hacía tanto tiempo que estaba sola. Se preguntaba qué otra cosa seria lo que no marchaba bien en ella.

—Abordamos una nave de transporte que salía del túnel. Estaba cargada con contenedores vacíos que probablemente habían sido diseñados para el transporte de las alfombras de cabellos. Después de cuidadosas investigaciones y reflexiones, nos atrevimos a introducirnos en el túnel dimensional al azar con toda una escuadra de combate. Y descubrimos un sistema solar que todos creían que ya no existía, porque allí donde según los mapas estelares debiera hallarse, no lo habíamos encontrado. Encontramos el planeta Gheerh.

Había olvidado a Borlid. Aquí se estaba escribiendo la historia. Gheerh probablemente había sido en algún momento el centro de un enorme reino, el reino de Gheera, antes de que las flotas del Emperador cayeran sobre él y lo conquistaran para añadirlo al Imperio. Y para después, por algún motivo desconocido, aislarlo del resto del Imperio y olvidarlo de nuevo.

—El sistema solar se encontraba en una gigantesca burbuja dimensional cuya única entrada era el túnel que nosotros habíamos utilizado. Ése era el motivo por el que no habíamos encontrado Gheerh en la posición que señalaba el mapa estelar. Hasta entonces habíamos creído que había sido destruido, pero en realidad lo habían alejado de nuestro universo con ayuda de una burbuja dimensional. Estaba, por así decirlo, encapsulado en su propio y pequeño universo, en el que, excepto el sol de Gheerh, no había estrellas. La burbuja la mantenían unas instalaciones que se encontraban en el planeta más cercano al sol y cuya inaudita necesidad de energía se alimentaba directamente del sol. Esas instalaciones, a su vez, estaban vigiladas por naves de guerra bien armadas y muy rápidas, que nos atacaron de inmediato nada más entrar en la burbuja. Dado que nos cortaban la retirada, atacamos a los proyectores de la burbuja y destruimos tantos que el sistema solar regresó al universo normal. Volvió además a su posición original, y después de que las otras escuadras de combate acudieran en nuestra ayuda, conseguimos por fin neutralizar las fuerzas enemigas y ocupar el planeta Gheerh.

Karswant se detuvo. Por primera vez, dio la impresión de buscar las palabras adecuadas.

—He visto ya muchas cosas extrañas en mi vida —siguió vacilante— y la mayoría de la gente que me conoce dice que no es fácil sacarme de mis casillas. Pero Gheerh…

La imagen del proyector mostró un planeta monótonamente gris en su mayor parte, en el que casi no había océanos. Sólo en la zona de los polos se podían descubrir unas escasas coloraciones.

—Encontramos algunos millones de indígenas que bajo condiciones dignas de lástima malvivían una vida primitiva. Y encontramos algunos cientos de miles de hombres que se tenían por las tropas del Emperador y que mantenían una guerra de exterminio sin piedad contra aquellos indígenas. Paso a paso iban ganando terreno, mataban, quemaban y destruían, e iban llevando más adelante su frontera sin que pudieran detenerlos. Algo menos de un cuarto de la superficie del planeta está habitada todavía por los indígenas, y se trata sobre todo de las estériles regiones polares.

—Supongo que habréis puesto fin a esa horrible guerra —hizo que se le oyera tronar uno de los consejeros.

—Por supuesto —respondió el general—. Pudimos detener un ataque que acababa de empezar.

Una consejera alzó la mano.

—General, habéis dicho que los indígenas habían sido reducidos con el paso del tiempo a un cuarto de la superficie del planeta. ¿Qué es lo que ha pasado con los otros tres cuartos?

Karswant asintió.

—La superficie por así decirlo liberada por las tropas abarca aproximadamente dos tercios de la masa terrestre del planeta y…

Se detuvo de nuevo, miró largo tiempo a la sala y dio la impresión como de estar buscando ayuda de algún lugar. Cuando por fin habló, su voz había perdido la dureza típica de militar. Era como si sólo hablase el hombre Jerom Karswant.

—Reconozco que estaba temiendo que llegara este momento. ¿Cómo podría, por todos los diablos, describir lo que hemos visto? ¿Cómo podría describirlo para que me creyeran? Yo ni siquiera creí a mis mejores comandantes, hombres a los que confiaría mi vida sin pensarlo, sino que tuve que aterrizar yo mismo y verlo. Y tampoco quise creer lo que mis propios ojos me mostraron…

Hizo un vago gesto con la mano.

—Durante todo el viaje de vuelta desde Gheera nos hemos reunido y hemos repasado una y otra vez todos los detalles, pero no hemos llegado a ninguna conclusión. En el caso de que todo esto tenga algún sentido les pido que me pongan al corriente. Esto es, de verdad, lo único que todavía querría en la vida: una explicación de lo que significa el planeta Gheerh.

Diciendo esto conectó de nuevo el proyector y la película que tenían preparada comenzó a correr.

—Cada pulgada de suelo que las tropas imperiales ganaban mediante el exterminio o la expulsión de los nativos era inmediatamente nivelada y reforzada por el personal técnico, que por su parte rondaba los ciento cincuenta mil hombres, y cuando las tropas de guerra habían seguido avanzando, la superficie así conformada se cubría con alfombras de cabellos. De este modo, con el paso de los milenios, los equipos del Emperador han cubierto dos tercios de la superficie total del planeta con alfombras de cabellos.

En el asombrado silencio que siguió, un consejero carraspeó y preguntó:

—¿Queréis decir con ello, general, que todas las alfombras fueron producidas para cubrir un planeta con ellas?

—Ésa es la imagen que ofrece Gheerh cuando se sobrevuela. Dondequiera que se vaya, por todos lados yacen alfombra junto a alfombra, no se ve ni siquiera un pedazo de la superficie originaria del planeta. Extensas planicies, valles profundos, altas montañas, playas, colinas, pendientes… todo, todo está cubierto de alfombras de cabellos.

Los presentes siguieron fascinados las imágenes proyectadas que confirmaban las palabras del general.

—Eso es una locura —dijo alguien por fin—. ¿Qué sentido puede tener?

Karswant encogió los hombros con aspecto desamparado.

—No lo sabemos. Y no podemos siquiera imaginarnos un sentido.

Entre los participantes de la sesión se abrió una fuerte discusión que el presidente del Consejo Provisional cortó con un gesto imperativo de la mano.

—Tenéis razón, general Karswant, me resulta en verdad muy difícil creer en ello —explicó—. Seguramente es la cosa más increíble que jamás he oído. —Se detuvo un momento. Se notaba que estaba haciendo esfuerzos por mantener el hilo de lo que quería decir—. Tampoco podemos volar todos hacia Gheera aunque, si he de ser sincero, me entran deseos de hacerlo. Simplemente vamos a intentar creerle, general.

Dio la impresión de estar en verdad aturdido cuando de seguido guardó silencio otra vez y miró alrededor sin un objetivo. Todos en la sala parecían aturdidos.

—Sea cual sea la explicación que haya para todo esto —continuó, esforzándose a todas luces por hacerse de algún modo con la situación—, estoy seguro de que sólo la encontraremos en la historia. Me alegra que hoy esté presente nuestra encantadora Lamita Terget Utmanasalen, una de las mejores historiadoras que tenemos. Ella dirige el archivo imperial y quizás sepa algo más que nosotros.

Al escuchar estas palabras Lamita se había levantado y mirado hacia todos lados, nerviosa, tan sorprendida por ser de pronto el centro de atención.

—Siento no poder decir nada —dijo, después de que el presidente le hubiera hecho una seña—. En el archivo no se ha encontrado hasta ahora ninguna pista sobre las alfombras de cabellos. Eso no quiere decir que no la haya. El sistema de organización del archivo es un verdadero enigma para nosotros y el archivo, que abarca toda la época imperial, es gigantesco…

—Lamita, está usted libre de toda otra tarea —le interrumpió el presidente—. Ocúpese sólo de este asunto hasta nueva orden.

Gracias, pensó Lamita con rabia, cuando se sentó de nuevo. Sola. Yo y el archivo. Colaboradores, eso es lo que tenía que haberme prometido.

—Nuestras reflexiones —continuó apresuradamente el viejo consejero— tienen que ocuparse del presente y del futuro. La población de Gheera tiene que recibir información, hay que acabar con la fe en el Emperador y hay que establecer un nuevo orden político. Puedo imaginarme que podría funcionar si, según el modelo de las provincias de Baquion y Tempesh-Kutaraan, transformásemos Gheera en una federación autónoma…

Lamita escuchó las discusiones políticas que siguieron sólo a medias. La política cotidiana no le interesaba. A ella le interesaban acontecimientos y procesos que yacían milenios atrás. Paseó con la imaginación por el archivo, intentó por milésima vez comprender el secreto de su organización, pero no se le ocurrió ninguna idea nueva. Se alegró cuando por fin terminó la sesión.

Borlid la interceptó antes de que pudiera abandonar la sala.

—Lamita, tengo que hablar un momento contigo.

Ella apretó los brazos, sus carpetas como protegiéndole el pecho.

—Dime.

—Hace semanas que me evitas. Me gustaría saber por qué.

—¿Hago yo eso?

—Sí. Te pregunto si quieres ir a comer conmigo y tú…

Ella suspiró.

—Borlid, no nos engañemos. Tú quieres más de mí que sólo cenar conmigo. Y yo no. Así que sería injusto aceptar tu invitación. Y fatigoso.

—¿Ni una posibilidad?

—No. —La vanidad masculina herida. ¡Terrible!

—¿Así que hay un hombre en tu vida?

—Si así fuera, Borlid, eso es asunto mío y a ti no te interesa.

Yacía de espaldas y contemplaba el techo pintado por encima de su cama. El molinete que colgaba en la puerta del balcón giraba suavemente con la brisa nocturna y dejaba oír tiernos y nostálgicos tonos. A la luz de la luna arrojaba sombras sobre la colcha, todo lo demás estaba a oscuras en la habitación.

—He rechazado uno de los hombres más atractivos que habitan el palacio —dijo en voz alta—. Y ahora estoy sola en mi cama y no sé qué va a ser de mí.

Una débil risa desde una distancia de diecisiete mil años luz.

—Si lo rechazaste, entonces es que no era suficientemente atractivo, hermana.

—Sí, cierto. Lo encuentro infantil y poco profundo.

—Y acabas de decir que era uno de los hombres más atractivos…

—Bueno. Muchas mujeres lo encuentran verdaderamente encantador.

Otra vez la risa.

—Me parece, hermanita, que todavía crees que hay que tratar de ser como todos los demás. En realidad hay que tratar de ser distinta a los demás, descubrir lo que te hace única. Eres una rebelde por nacimiento pero eso no significa mucho. Todavía tienes por delante tu propia rebelión.

Lamita arrugó la nariz mientras intentaba encontrar el sentido de aquella observación. A su hermana mayor le gustaba decir frases misteriosas y dejar a la persona con quien conversaba el trabajo de obtener algo de ellas o no.

—Saria, ¿qué es lo que no marcha en mí, que estoy sola? —preguntó Lamita testaruda.

BOOK: Los tejedores de cabellos
12.97Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Certainty by Eileen Sharp
Memento mori by Muriel Spark
Dollhouse by Anya Allyn
A Wizard's Wings by T. A. Barron
Red Shadow by Patricia Wentworth
Rejar by Dara Joy
A Deeper Dimension by Carpenter, Amanda
Grace by Richard Paul Evans
Ghana Must Go by Taiye Selasi