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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

Los vigilantes del faro (9 page)

BOOK: Los vigilantes del faro
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Una vez que el café se hubo filtrado a la jarra, se levantó para ir por dos tazas. La fuerza de la costumbre parecía tener más peso a medida que pasaban los años, y cada uno tenía su favorita. Signe siempre se tomaba el café en la delicada taza de color blanco con una orla de rosas pintada en el borde, mientras que él prefería una de cerámica, más consistente, que habían comprado en una excursión en autobús a Gränna. Café solo con un azucarillo para él, café con leche y dos azucarillos para ella.

—Aquí tienes —dijo colocando la taza junto al plato de bizcocho.

Signe no se movió. Él tomó un gran sorbo de café, que le quemó la garganta, y empezó a toser hasta que se le pasó la sensación ardiente. Dio un bocado al bizcocho, pero enseguida le aumentó en la boca hasta formar una bola enorme de azúcar, huevo y harina. Al final, la bilis le subió por la garganta y tuvo que expulsar la bola, que no paraba de crecer.

Gunnar salió corriendo, pasó por delante de Signe en dirección al baño del pasillo y se puso de rodillas con la cabeza sobre el váter. Vio café, migas y bilis caer al agua que siempre coloreaba de verde el desinfectante que Signe se empecinaba en fijar al interior de la porcelana.

Con el estómago prácticamente vacío, volvió a oír los latidos.
Bum-bum-bum
. Se inclinó y vomitó otra vez. En la cocina, a Signe se le enfriaba el café en la taza blanca decorada con rosas.

L
legó la tarde y aún no habían terminado de examinar el apartamento de Mats Sverin y alrededores. Todavía era de día, pero apenas había actividad y ya casi no pasaba gente.

—Ya está aquí —informó Torbjörn Ruud.

El técnico forense parecía cansado cuando se acercó a Patrik, móvil en mano. Patrik había trabajado con Torbjörn y su equipo en varias investigaciones de asesinato, y sentía un gran respeto por el criminalista de cabello ceniciento.

—¿Cuándo crees que habrán terminado con la autopsia? —preguntó Patrik dándose un masaje entre las cejas. Él también empezaba a notar los efectos de lo que estaba resultando ser un día muy largo.

—Tendrás que preguntárselo a Pedersen, yo no lo sé.

—¿Cuál es tu valoración preliminar?

Patrik se estremeció al notar el viento frío que azotaba el jardincillo de césped que se extendía delante del edificio. Se cerró más la cazadora.

—En mi opinión, no es muy complicado. Herida de bala en la nuca. Un disparo, murió en el acto. La bala sigue alojada en la cabeza. El casquillo que hemos encontrado es de una 9 mm.

—¿Algún rastro en el apartamento?

—Hemos hallado huellas dactilares por todas partes, y también tenemos algunas fibras. Si localizamos a algún sospechoso con el que cotejarlas, tendremos algo sobre lo que trabajar.

—Siempre y cuando sea el sospechoso quien haya dejado esas huellas y esas fibras —objetó Patrik.

La técnica era algo estupendo, pero sabía por experiencia que, para resolver un asesinato, también hacía falta una buena dosis de suerte. La gente iba y venía, y quienes habían dejado sus huellas bien podían ser amigos o familiares de la víctima. Si el asesino se encontraba entre ellos, se hallarían ante unos problemas totalmente distintos a la hora de vincular al autor de los hechos con el lugar del crimen.

—¿No te parece un poco pronto para ser pesimista?

Torbjörn le dio con el codo.

—Sí, lo siento —respondió Patrik riéndose—. Es que empiezo a notar el cansancio.

—Vas con cuidado, ¿verdad? Me han dicho que has estado a las puertas. De esas cosas tarda uno en reponerse.

—No acaba de gustarme la expresión «estar a las puertas» —protestó Patrik—. Pero sí, tienes razón, ha sido un aviso.

—Bueno. Hombre, no eres un viejo, y esperemos que sigas trabajando en la Policía muchos años.

—¿Qué opináis de los rastros que habéis recogido? —dijo Patrik tratando de desviar la conversación del tema de su salud. Aún tenía muy vivo el recuerdo del dolor en el pecho.

—Ya te digo, algo tenemos. Y todo irá al laboratorio. Como sabes, eso puede tardar un poco. Pero me deben varios favores, así que con un poco de suerte, se darán algo más de prisa.

—Como comprenderás, agradeceremos mucho que los resultados estén cuanto antes.

Patrik seguía helado. Hacía demasiado frío para el mes de junio, y era imposible fiarse del tiempo. Ahora parecía que estuvieran a principios de primavera, pero unos días atrás hizo tanto calor que Erica y él pudieron sentarse en el jardín en manga corta.

—¿Y vosotros? ¿Habéis sacado algo en claro? ¿Alguien ha visto u oído algo? —Torbjörn señaló los edificios de los alrededores.

—Hemos llamado a todas las casas, pero hasta ahora no hemos conseguido mucho. Uno de los vecinos creyó oír un ruido el sábado por la noche, pero estaba durmiendo cuando lo despertó, así que es imposible que sepa qué lo había provocado. Aparte de eso, nada. Mats Sverin parecía una persona solitaria, al menos, en el bloque. Pero dado que se crio en Fjällbacka, y que sus padres aún viven aquí, la mayoría sabían quién era, naturalmente. Y saben que trabajaba en el ayuntamiento y eso.

—Ya, el boca oreja funciona a las mil maravillas en Fjällbacka —dijo Torbjörn—. Con un poco de suerte, ¡puede que hasta os ayude!

—Claro. Por ahora, parece que hubiera vivido como un eremita, pero volveremos a la carga mañana.

—Bueno, tú vete a casa a descansar. —Torbjörn le dio una palmada resuelta en el hombro.

—Sí, gracias, eso pienso hacer —mintió Patrik. Ya había llamado a Erica para avisar de que llegaría más tarde. Tendrían que establecer una estrategia esa misma noche. Y después de dormir unas horas, habría que madrugar. Sabía que debería haber aprendido algo de la experiencia reciente. Pero el trabajo era lo primero. Él era así.

E
rica miraba absorta la chimenea. Había tratado de no parecer preocupada cuando Patrik llamó. Por fin lo veía repuesto, se movía con más energía y tenía mejor color. Naturalmente, comprendía que tenía que quedarse a trabajar, pero le había prometido que se lo tomaría con calma, y ahora parecía haberlo olvidado.

Se preguntaba quién sería la víctima. Patrik no quiso contarle nada por teléfono, solo le dijo que habían encontrado a un hombre muerto en Fjällbacka. Ella era una mujer muy curiosa, quizá a causa de su profesión. En su oficio de escritora, seguía el impulso de la curiosidad por las personas y los sucesos. Llegado el momento, se enteraría de qué había ocurrido exactamente. Aunque Patrik no le contase todos los detalles, pronto se habrían difundido por el pueblo. Era la ventaja y la desventaja de vivir en Fjällbacka.

Aún se emocionaba y se le llenaban los ojos de lágrimas al recordar el apoyo masivo que recibieron después del accidente. Todo el mundo se ofreció a ayudar, tanto aquellos a quienes conocían bien como otras personas a las que solo habían saludado alguna vez. Les ayudaron a cuidar de Maja y de la casa y, cuando por fin volvieron del hospital, les llevaban comida y la dejaban en la entrada. Mientras estuvieron en el Sahlgrenska, siempre tuvieron la habitación rebosante de flores, tarjetas, bombones y juguetes para los niños. Todo enviado por gente del pueblo. Así eran las cosas allí. En Fjällbacka, la gente estaba unida.

Pero aquella noche y a pesar de todo, se sentía sola. El primer impulso después de hablar con Patrik fue llamar a Anna. Le dolió como siempre tomar conciencia de que no era posible y, muy despacio, dejó el teléfono inalámbrico sobre la mesa.

Los niños dormían en el piso de arriba. El fuego crepitaba en la chimenea y fuera caía la noche. Los últimos meses había tenido miedo muchas veces, pero nunca se había sentido sola. Más bien al contrario, se vio en todo momento rodeada de gente. Aquella noche, en cambio, todo estaba en silencio, desolado.

Oyó el llanto de los niños en el piso de arriba y se levantó en el acto. El rato que le llevara dar de comer a los gemelos y conseguir que se durmieran otra vez, no tendría tiempo de preocuparse por Patrik.

-H
a sido un día muy largo, pero estaba pensando que podríamos reunirnos un par de horas y ver qué tenemos, antes de ir a casa.

Patrik miró a su alrededor. Se los veía a todos cansados, pero concentrados. Hacía ya mucho tiempo que habían abandonado la idea de reunirse en un lugar distinto de la cocina, y Gösta mostró una amabilidad extraordinaria y ahora todos se habían sentado con una taza de café humeante.

—Martin, ¿podrías resumirnos lo que habéis averiguado en la ronda por el vecindario?

—Hemos visitado a los vecinos de todos los apartamentos, y conseguimos localizarlos a casi todos. Solo hay un par de apartamentos a los que tendremos que volver otro día. Lo más interesante, naturalmente, es que nadie había oído ruido proveniente del apartamento de Mats Sverin. Ni discusiones, ni jaleo ni disparos. Pero no hemos recabado prácticamente ningún dato de interés. El único que quizá tenga algo que decirnos es el vecino del apartamento de al lado. Se llama Leandersson. La noche del viernes lo despertó un ruido que pudo ser un disparo, pero también cualquier otra cosa. Tiene un recuerdo bastante difuso. Lo único cierto es que algo lo despertó.

—¿Y no vieron a nadie entrar o salir? —preguntó Mellberg.

Annika anotaba febrilmente mientras hablaban.

—Nadie recuerda haber visto ninguna visita en todo el tiempo que vivió allí.

—¿Y de cuánto tiempo hablamos? —preguntó Gösta.

—Su padre dijo que se vino de Gotemburgo hace bastante poco. Pero había pensado hablar con los padres mañana, a ver si están más tranquilos, así que les pediré más detalles entonces —dijo Patrik.

—O sea, nada de la ronda por el vecindario. —Mellberg miraba a Martin como si lo tuviera por responsable del resultado.

—No, no mucho —dijo Martin sosteniéndole la mirada. Seguía siendo el más joven de la comisaría pero, desde luego, había perdido el respeto rayano en el miedo que le inspiraba Mellberg cuando empezó.

—Continuemos. —Patrik volvió a tomar la palabra—. Yo estuve hablando con el padre, la madre estaba demasiado alterada para interrogarla. Y, como decía, había pensado ir a su casa mañana para mantener con ellos una conversación más exhaustiva y ver si puedo sacar algo más en limpio. Pero según Gunnar, el padre de la víctima, ninguno de los dos conoce a nadie que quisiera hacerle daño a su hijo. No parece que tuviera un círculo de amistades cuando volvió a Fjällbacka, aunque era de aquí. Quisiera que alguno de vosotros fuera mañana a hablar con sus compañeros de trabajo. Paula y Gösta, ¿podéis encargaros vosotros?

Los dos agentes se miraron y asintieron.

—Martin, tú sigue tratando de localizar a los vecinos con los que aún no hemos hablado. Ah, y Gunnar mencionó que Mats había sufrido una agresión grave en Gotemburgo, poco antes de mudarse aquí; yo me encargaré de indagar ese asunto.

Por último, Patrik se dirigió a su jefe. Ya se había convertido en una rutina tratar de reducir al mínimo las influencias perniciosas de Mellberg en cualquier investigación.

—Bertil —dijo con tono muy serio—. A ti te necesitamos en la comisaría, en calidad de mando. Tú eres quien mejor se entiende con la prensa, y nunca sabemos cuándo se olerán algo.

Mellberg, que estaba en un rincón, se despabiló enseguida.

—Por supuesto, eso es lo mejor. Yo tengo una relación excelente con la prensa, y gran experiencia a la hora de manejar a los periodistas.

—Perfecto —concluyó Patrik sin el menor indicio de ironía en la voz—. Pues ya tenemos todos algo con lo que empezar mañana. Annika, a ti te iremos encargando las tareas según vayamos necesitando información.

—Aquí me tenéis —dijo Annika, y cerró el bloc de notas.

—Bien. Pues ahora nos vamos a casa con nuestros seres queridos, a ver si dormimos unas horas.

Al decir aquello, sintió con toda intensidad hasta qué punto echaba de menos a Erica y a los niños. Era muy tarde y había pasado el límite del cansancio. Diez minutos después, iba camino de Fjällbacka.

Fjällbacka, 1870

K
arl no la había tocado aún de ese modo… Emelie se sentía desconcertada. No sabía mucho de esos asuntos, pero entendía que entre marido y mujer debían suceder algunas cosas que aún no se habían dado entre ellos.

Le habría gustado tener allí a Edith, que no se hubiese estropeado todo antes de que ella se marchara de la finca. Así habría podido hablar con ella o, al menos, haberle escrito pidiéndole consejo. Porque una mujer no podía atreverse a abordar un tema así con su marido. Era algo que no se hacía. Pero desde luego, resultaba un tanto extraño.

Además, en Gråskär se había enfriado el primer enamoramiento. El sol otoñal había dejado paso a un viento gélido que enfurecía el mar y lo levantaba contra las rocas. Las flores se habían agostado y en el seto no quedaban ya más que unos tallos mustios. Y el cielo estaba siempre de un gris plomizo. Emelie se pasaba casi todo el tiempo en casa. Fuera temblaba de frío por mucho que se abrigara, pero la casa era tan pequeña que se diría que las paredes se acercaran unas a otras imperceptiblemente.

A veces sorprendía a Julian mirándola airado y con maldad, pero cuando ella lo miraba, él apartaba la vista. Todavía no le había dirigido la palabra, y ella no comprendía qué mal le habría hecho. Tal vez ella le recordase a otra mujer que le hubiera causado algún daño. Pero al menos, le gustaba cómo cocinaba. Tanto él como Karl comían con apetito y, aunque le estuviera mal decirlo, se había convertido en un as a la hora de preparar buenos platos con lo que se ofrecía, que por lo general y en aquella época, era sobre todo caballa. Karl y Julian salían en el barco todos los días y solían volver con una buena captura de peces plateados. Ella freía unos cuantos para la cena y los servía con patatas cocidas. El resto lo salaba, para que se conservara durante el invierno, cuando las condiciones serían más duras.

Si Karl le dijera una palabra amable de vez en cuando, la vida en la isla le resultaría mucho más llevadera. Nunca la miraba a los ojos y ni siquiera le daba una palmadita amable. Era como si no existiera, como si no se hubiera enterado de que tenía esposa. Nada había resultado como ella lo soñó, y le resonaban en la cabeza las palabras de Edith. Cuando le dijo que debía tener cuidado.

Emelie siempre desechaba aquellos pensamientos en cuanto podía. La vida allí era dura, pero no pensaba quejarse. Era lo que le había tocado en suerte, y tenía que sacar lo mejor de la situación. Eso era lo que le había enseñado su madre mientras vivió, y pensaba seguir ese consejo. Nada resultaba nunca como uno se había imaginado.

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