Read Lyonesse - 1 - Jardines de Suldrun Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

Lyonesse - 1 - Jardines de Suldrun (16 page)

BOOK: Lyonesse - 1 - Jardines de Suldrun
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—Es verdad. Un día veremos la formación de tan poderosa fuerza. Entretanto cada cual debe contribuir donde puede. He atemorizado al escamoso Carfilhiot y retado a los godelianos; y no reservo piedad alguna para los asesinos de pájaros de Audry. De modo que vosotros podéis ayudarnos contra los ska y barrerlos del mar. Cada cual hace su parte: yo en el aire, vosotros en las olas del océano.

El Smaadra llegó a Avallon, la mayor y más antigua ciudad de las Islas Elder: un lugar de grandes palacios, con su universidad, sus teatros y un enorme baño público. Había una docena de templos erigidos a la gloria de Mitra, Dis, Júpiter, Jehová, Lug, Gea, Enlil, Dagón, Baal, Cronos y el tricéfalo Dipon del antiguo panteón hybrasiano. El Somrac lam Dor, una maciza estructura en forma de cúpula, albergaba el trono sagrado Evading y la tabla Cairbra an Meadhan, objeto cuya custodia había legitimado a los reyes de Hybras en tiempos antiguos
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El rey Audry regresó de su palacio de verano en un carruaje escarlata y dorado tirado por seis unicornios blancos. Esa misma tarde concedió una audiencia a los seis emisarios troicinos. El rey Audry, un hombre alto y saturnino, tenía una cara de fascinante fealdad. Era célebre por sus amoríos y se decía que era perceptivo, autocomplaciente, vanidoso, y a veces cruel. Saludó a los troicinos con urbanidad y los hizo poner cómodos. Famet comunicó su mensaje, mientras el rey Audry se recostaba en los cojines, los ojos entornados, acariciando al gato blanco que le había saltado encima.

—Señor, éste es el mensaje del rey Granice —dijo Famet al concluir. El rey Audry cabeceó despacio.

—Es una propuesta con muchos lados y muchos filos. ¡Sí, desde luego! Claro que ansío subyugar a Casmir y terminar con sus ambiciones. Pero antes de comprometer mis arcas, mis armas y mis hombres en tal proyecto, debo proteger mis flancos. Si me descuidara un instante, los godelianos se abalanzarían sobre mí para saquear, incendiar y capturar esclavos. Ulflandia del Norte es un páramo, y los ska se han asentado en la costa. Si lucho contra los ska en Ulflandia del Norte Casmir me atacará —el rey Audry reflexionó un instante y añadió—: La franqueza rinde tan pocos frutos que todos ocultamos la verdad automáticamente. En este caso, os diré la verdad. Es conveniente para mí que Troicinet y Lyonesse se mantengan en un empate.

—Los ska se fortalecen a diario en Ulflandia del Norte. Ellos también tienen ambiciones.

—Los mantengo a raya con mi fortaleza Poelitetz. Primero los godelianos, después los ska, luego Casmir.

—¿Y si Casmir, con ayuda de los ska, toma Troicinet?

—Un desastre para todos nosotros. ¡Luchad bien!

Dartweg, rey de los celtas godelianos escuchó a Famet con majestuosa y afable cortesía.

—Ésa es la situación vista desde Troicinet —concluyó Famet—. Si los acontecimientos favorecen al rey Casmir, él entrará finalmente en Godelia y vosotros seréis destruidos.

El rey Dartweg se mesó la barba roja. Un druida se inclinó para murmurarle al oído y Dartweg asintió. Se puso de pie.

—No podemos dejar en paz a Dahaut para que conquiste Lyonesse. Luego nos atacarían con renovadas fuerzas. ¡No! Debemos proteger nuestros intereses.

El Smaadra continuó su viaje durante días de sol brillante y noches consteladas de estrellas: atravesó la bahía de Dafdilly, rodeó Cabeza de Tawgy y surcó el Mar Angosto, con viento parejo y burbujeante estela; luego enfiló hacia el sur, más allá de Skaghane y Frehane, y de un sinfín de islas más pequeñas: lugares boscosos, pantanosos y rocosos ceñidos por peñascos, expuestos a todos los vientos del Atlántico, habitados por multitudes de aves marinas y los ska. En varias ocasiones avistaron barcos ska, y muchas pequeñas naves pesqueras de Irlanda, Cornualles, Troicinet o Aquitania, a las que los ska permitían surcar el Mar Angosto.

Los barcos ska no intentaron acercarse, quizá porque era obvio que el Smaadra podía dejarlos atrás con buen viento.

No atracaron en Oáldes, donde el enfermizo rey Onante mantenía una parodia de corte; la última escala sería Ys, en la desembocadura del Evander, donde los Cuarenta Factores conservaban la independencia de Ys contra Carfilhiot.

A seis horas de Ys el viento amainó y avistaron una nave ska, impulsada por remos y una vela cuadrangular roja y negra, que pronto cambió de rumbo para seguir al Smaadra. Éste, incapaz de dejar atrás la nave ska, se dispuso para el combate. Cargaron las catapultas, prepararon calderos con fuego y los sujetaron a botalones; escudos contra flechas se izaron sobre las amuradas.

La batalla se desarrolló deprisa. Al cabo de varias andanadas de flechas los ska se acercaron para tratar de abordarlos.

Los troicinos devolvieron los flechazos, luego arrojaron un caldero sobre la nave ska, donde provocó un sorpresivo estallido de llamas amarillas. A unos treinta metros las catapultas del Smaadra desbarataron fácilmente la nave. El Smaadra se dispuso a rescatar supervivientes pero los ska no intentaron ni alejarse del despedazado barco, que pronto se hundió.

El capitán ska, un hombre alto de pelo negro con casco de acero de tres picos, apoyó su gorra blanca contra las escamas de su armadura y se quedó en la cubierta de popa, hundiéndose con su nave.

El Smaadra no sufrió muchas bajas, pero entre ellas, lamentablemente, estaba Famet, que en la andanada inicial había recibido un flechazo en el ojo y ahora yacía en la cubierta de popa con el asta de la flecha clavada en la cabeza.

El príncipe Trewan, considerándose el segundo miembro en importancia de la delegación, tomó el mando de la nave.

—Al mar con nuestros honorables muertos —le dijo al capitán—. Los ritos de duelo deberán esperar hasta nuestro regreso a Domreis. Continuaremos, como antes, rumbo a Ys.

El Smaadra se acercó a Ys desde el mar. Al principio sólo se vio una hilera de colinas bajas paralela a la costa, luego, como una sombra irguiéndose en la bruma, apareció el alto perfil dentado del Teach tac Teach
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Una playa pálida y ancha relucía al sol, con una chispeante franja de oleaje. Pronto se vio la desembocadura del río Evander junto a un aislado palacio blanco en la playa. Su aire de reclusión y ensimismamiento llamó la atención de Aillas, así como su extraña arquitectura, pues nunca había visto nada semejante.

El Smaadra entró en el estuario del Evander, y los huecos en el oscuro follaje que cubría las colinas revelaron más palacios blancos en terrazas escalonadas: sin duda Ys era una ciudad rica y antigua.

Vieron un muelle de piedra con naves amarradas a lo largo, y, detrás, una hilera de tiendas: tabernas, puestos de verduras y de pescadores.

El Smaadra se acercó al muelle, y lo sujetaron a postes de madera tallada con forma de tritones. Trewan, Aillas y un par de oficiales navales saltaron a la costa. Nadie reparó en su presencia.

Trewan se había puesto totalmente al mando del viaje. De diversas maneras dio a entender a Aillas que, en esa situación, Aillas y los oficiales de la nave ocupaban exactamente la misma posición como miembros del séquito. Aillas, amargamente divertido, aceptó la situación sin comentarios. Después de todo, el viaje casi había terminado y era muy probable que Trewan, para bien o para mal, fuera rey de Troicmet en el futuro.

Por orden de Trewan, Aillas hizo averiguaciones, y el grupo fue enviado al palacio de Shein, Primer Factor de Ys. El camino los llevó colina arriba, de terraza en terraza, a la sombra de altos árboles.

Shein recibió a los cuatros troicinos sin sorpresa ni efusividad. Trewan se encargó de las presentaciones.

—Señor, yo soy Trewan, príncipe de la corte de Miraldra y sobrino del rey Granice de Troicinet. Estos son Leves, Elmoret y mi primo, el príncipe Aillas de Watershade.

Shein los saludó informalmente.

—Sentaos, por favor.

Señaló canapés e indicó a sus sirvientes que trajeran un refrigerio. Él permaneció de pie: un hombre maduro y esbelto de tez olivácea, pelo negro, que se movía con la elegancia de un mítico bailarín. Su inteligencia era obvia; sus modales, corteses, pero contrastaban tanto con la sentenciosidad de Trewan, que casi parecía frívolo.

Trewan explicó el cometido de la delegación según lo que había oído decir a Famet en previas ocasiones: al parecer de Aillas, una errónea interpretación de la situación de Ys, ya que Faude Carfilhiot dominaba el Valle Evander, apenas treinta kilómetros al este, y naves ska eran diariamente visibles desde el muelle.

Shein, con una media sonrisa, negó con la cabeza y desechó las propuestas de Trewan.

—Comprende, príncipe, que Ys es un caso especial. Supuestamente somos súbditos del duque de Valle Evander, a su vez fiel vasallo del rey Oriante. En realidad, prestamos tanta atención a las órdenes de Carfilhiot como la que él presta a las órdenes del rey Oriante, es decir, ninguna. Estamos al margen de la política de las Islas Elder. El rey Casmir, el rey Audry, el rey Granice, todos están más allá de nuestras preocupaciones.

Trewan soltó una exclamación de incredulidad.

—Parecéis ser vulnerables por ambas partes, tanto ante los ska como ante Carfilhiot.

Shein, sonriendo, refutó a Trewan.

—Somos trevenas, como todas las gentes del valle. Carfilhiot sólo tiene cien hombres propios. Podría reunir mil e incluso dos mil hombres en el valle si hubiera una necesidad urgente, pero nunca para atacar Ys.

—¿Y los ska? Ellos podrían dominar la ciudad en cualquier momento.

—No creas —dijo Shein—. Los trevenas somos una antigua raza, tan antigua como los ska. Jamás nos atacarán.

—No lo entiendo —murmuró Trewan—. ¿Sois magos?

—Hablemos de otros asuntos. ¿Cuándo regresáis a Troicinet?

—De inmediato.

Shein miró al grupo con curiosidad.

—Sin intención de ofender, me llama la atención que el rey Granice envíe lo que parece un grupo inexperto en asuntos de tanta importancia. Especialmente teniendo en cuenta sus intereses específicos aquí en Ulflandia del Sur.

—¿Qué intereses específicos?

—¿No son obvios? Si el príncipe Quilcy muere sin descendencia, Granice será el próximo heredero legítimo, mediante el linaje que comienza con Danglish, duque de Ulflandia del Sur, quien fue abuelo del padre de Granice y también abuelo de Oriante. Pero sin duda tú sabías todo esto.

—Naturalmente —dijo Trewan—. Nos mantenemos al corriente de tales asuntos.

Shein ahora sonreía abiertamente.

—Y, naturalmente, estabas al corriente de las nuevas circunstancias en Troicinet.

—Por supuesto —dijo Trewan—. Regresaremos de inmediato a Dorareis. —Se puso de pie y se inclinó envaradamente—. Lamento que no adoptes una actitud más positiva.

—Aun así, deberás aceptarla. Te deseo un grato viaje de regreso. Los emisarios troicinos regresaron al muelle.

—¿Qué habrá querido decir con «nuevas circunstancias en Troicinet»? —masculló Trewan.

—¿Por qué no le preguntaste? —preguntó Aillas, con voz estudiada mente neutra.

—Porque preferí no hacerlo —replicó Trewan.

En el muelle estaban amarrando una nave troicina recién llegada. Trewan se paró en seco.

—Debo hablar con el capitán. Vosotros tres preparad el Smaadra para zarpar enseguida.

Los tres abordaron el Smaadra. Diez minutos después, Trewan salió de la otra nave y vino por el muelle con paso lento y pensativo. Antes de abordar, miró hacia Valle Evander. Luego subió al Smaadra.

—¿Cuáles eran las nuevas circunstancias? —preguntó Aillas.

—El capitán no me dijo nada.

—De pronto pareces muy abatido.

Trewan apretó los labios pero no hizo comentarios. Escudriñó el horizonte.

—El vigía de esa nave avistó un barco pirata. Debemos estar alerta. —Trewan se apartó—. No me siento bien. Tengo que descansar. —Se dirigió a la cabina de popa que había ocupado desde la muerte de Famet.

El Smaadra partió de la bahía. Mientras pasaba frente al blanco palacio de la playa, Aillas, desde la cubierta, vio a una mujer joven que había salido a la terraza. La distancia desdibujaba sus rasgos, pero Aillas pudo distinguir su pelo largo y negro y, por su porte o algún otro atributo, supo que era atractiva, quizás incluso hermosa. Alzó el brazo para saludarla, pero ella no respondió y entró en el palacio.

El Smaadra se hizo a la mar. Los vigías otearon el horizonte pero no vieron ninguna otra embarcación; el barco pirata, si existía, no se veía por ninguna parte.

Trewan no regresó a cubierta hasta el mediodía del día siguiente. Su indisposición, fuera cual fuese, había pasado y parecía haber recobrado la buena salud, aunque estaba un poco pálido y demacrado. Intercambió unas palabras con el capitán sobre el estado del buque, pero no habló con nadie más, y pronto regresó a su cabina, donde el camarero le llevó un cuenco de carne hervida con puerros.

Una hora antes de que el sol se pusiera Trewan subió nuevamente a cubierta. Miró el sol bajo y le preguntó al capitán:

—¿Por qué seguimos este rumbo?

—Señor, hemos ido demasiado tiempo hacia el este. Si el viento sube o cambia, Tark puede amenazarnos; debe estar allá, tras el horizonte.

—Pero avanzamos con lentitud.

—Iremos un poco lentos, pero seguros. No veo razones para usar los remos.

—Bien.

Aillas cenó con Trewan, que de pronto se puso locuaz y formuló varios planes ambiciosos.

—Cuando ocupe el trono, me haré conocer como el Monarca de los Mares. Construiré treinta naves de guerra, y cada cual tendrá cien tripulantes. —Describió detalladamente las naves que proyectaba—. Nos importará un bledo si Casmir se alía con los ska o los tártaros, o con los mamelucos de Arabia.

—Es un noble plan.

Trewan reveló proyectos aún más complejos.

—Casmir se propone ser el rey de las Islas Elder, pues dice descender del primer Olam. El rey Audry también aspira al mismo trono, y cuenta con Evandig para respaldar su reclamo. Yo también desciendo de Olam, y si realizara una gran campaña y tomara Evandig, ¿por qué no podría aspirar al mismo reino?

—Es una idea ambiciosa —dijo Aillas. Y pensó que muchas cabezas rodarían antes de que Trewan alcanzara su propósito.

Trewan miró de soslayo a Aillas. Bebió una copa de vino de un trago y una vez más se puso taciturno. Aillas salió a cubierta, donde se reclinó sobre el pasamano y observó los reflejos del crepúsculo en el agua. Se consoló pensando que en dos días el viaje terminaría y ya no tendría que soportar a Trewan ni sus costumbres irritantes. Se apartó del pasamano y se dirigió al sitio donde la tripulación que no estaba de servicio se reunía bajo un farol para jugar a los dados; alguien entonaba melancólicas baladas al son de un laúd. Aillas se quedó allí media hora y luego fue a su cubículo de popa.

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