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Authors: João Magueijo

Tags: #divulgación científica

Más rápido que la velocidad de la luz (22 page)

BOOK: Más rápido que la velocidad de la luz
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Para gente como yo, que no tiene cargas familiares, la cuestión de los bajos salarios no es en realidad demasiado acuciante, pero la situación es muy distinta para los que tienen familia, y peor aún si viven en Londres. En ese caso, trabajar en una institución académica implica un nivel de vida realmente bajo. Recién llegados de los Estados Unidos, los Albrecht nunca lograron superar la conmoción; al fin y al cabo, los ingleses pueden estar acostumbrados a soportar la adversidad apretando los dientes, pero los estadounidenses no están preparados para tales estupideces metafísicas. Sé a ciencia cierta que durante todo el período que pasó en el Imperial College, Andy no dejó de solicitar trabajo en los Estados Unidos con la esperanza de salvar a su familia de la pesadilla en que estaba sumida. Además de las cuestiones familiares, el caos administrativo de la institución también le pesaba. Si yo me sentía impaciente, no quiero imaginar siquiera lo que sentía él.

Sin embargo, siempre que tenía tiempo, Andy escuchaba mis cada vez más insistentes divagaciones sobre la VSL y, aunque pocas veces asumía un papel activo, me prestaba oídos incluso con envidia. En febrero de 1997, sin embargo, me citó en su oficina y cerró la puerta para decirme que había llegado el momento de ponernos a trabajar en la teoría y mandar a la mierda todo lo demás.

Esas explosiones no eran nuevas para mí: las había visto en otros, y yo mismo había caído en ellas. Es que uno siente de pronto que el amor al trabajo es la única razón para soportar un sueldo tan bajo, aunque la realidad indica que el papeleo y las tareas administrativas se van devorando todo el tiempo disponible. Se llega así a explotar, pues, si uno está dispuesto a darle prioridad a lo burocrático, da lo mismo trabajar en un banco y recibir un sueldo decente. Ante ataques semejantes, no es raro que fajos enteros de formularios vayan a parar al inodoro. Después de esa descarga, uno se acomoda en el sillón, feliz y relajado, totalmente reconciliado con el universo, y comienza a investigar con tesón pasando por alto los mensajes que dejan en el teléfono los imbéciles de Sherfield Building. Una cálida ola de libertad inunda el mundo augurando el advenimiento de la Edad de Oro... hasta que la realidad vuelve a dar un zarpazo
[33]
.

No se hace ciencia por decreto, pero después del "histórico" suceso que acabo de relatar, vino un período de nueve meses muy productivos. Nos reuníamos con regularidad en la oficina de Andy e intercambiábamos las ideas que se nos ocurrían hasta que yo terminaba con dolor de cabeza. Buena parte de lo que decíamos no tenía sentido, pero servía para descubrir nuevos rumbos. No tardamos mucho en dejar de lado mi primitiva idea sobre el modelo de Kaluza-Klein y adoptamos enfoques que nos parecían mejor definidos y menos precipitados. Lentamente, comenzamos a navegar hacia algo que se parecía vagamente a una teoría. Pero ¿era correcta esa teoría?

Al terminar cada una de esas sesiones, Andy borraba todo lo que habíamos escrito en el pizarrón. La teoría de la velocidad variable de la luz se transformó en algo secreto, pues Andy temía que alguien nos robara la idea. Parece que había tenido algunas experiencias lamentables de ese tipo al principio de su carrera y ahora tomaba todas las precauciones necesarias. Nunca tuve una actitud tan paranoide, pero el cambio no me vino mal: meses antes mi teoría era aún tan poco consistente que no merecía comentarios y ahora, repentinamente, se había transformado en algo precioso que debía guardarse en una caja fuerte hasta que el proyecto estuviera maduro para la publicación, momento en que su paternidad sería indudable. En consecuencia, durante todo ese período crítico, nadie supo de la teoría excepto Andy y yo.

Había otra cosa reconfortante: la actitud de Andy hacia lo "desconocido". Unos meses antes, yo tropezaba a cada paso: apenas introducía en las fórmulas habituales de la física una c variable, todo se venía abajo. Confundido y decepcionado, renunciaba al intento. El hecho de contar con alguien para discutir las cosas me ayudó a entender que esos descalabros matemáticos no eran una señal inequívoca de incoherencias auténticas sino que reflejaban las limitaciones del lenguaje físico a nuestra disposición. Teniendo en cuenta esto, era mucho más fácil ver lo que intentaban decirnos las fórmulas que se derrumbaban y también era más fácil idear otras nuevas que dieran cabida a una velocidad variable de la luz sin perder coherencia.

El temerario enfoque de Andy fue algo crucial. Su actitud podría resumirse así: ¡al diablo con todo!, pensemos en algo que tenga consecuencias cosmológicas interesantes. Si los teóricos que se dedican a las supercuerdas son tan inteligentes como pretenden, ya tendrán tiempo de elaborar los detalles de nuestra teoría.

Por consiguiente, nuestras charlas giraban en torno a las implicaciones cosmológicas de la variación de c. Queríamos formular un nuevo modelo del universo capaz de explicar los enigmas del
big bang
pero radicalmente distinto de la teoría inflacionaria. Desde luego, no bastaba con aseverar que en el universo primigenio la velocidad de la luz era mayor que la actual y que ese hecho resolvía el problema del horizonte. La lógica indica que si la VSL es variable, hay consecuencias para las leyes fundamentales de la física y, en última instancia, para la cosmología. Necesitábamos encontrar una manera de implementar la velocidad variable de la luz que fuera compatible con las matemáticas y la lógica. En otras palabras, necesitábamos una
teoría.
¿Y qué ocurría con los otros enigmas del
big bang?.
Pues bien, en algún sentido, el problema del horizonte no es más que un precalentamiento para otros problemas de mayor envergadura.

Así, comenzamos a preguntarnos qué cambiaría si c fuera variable. Es una pregunta muy amplia y de gran alcance, cuya respuesta entrañaba un proceso largo que se desarrolló durante los meses siguientes, en los cuales pasamos revista a los efectos de esa hipótesis sobre la mayor parte de la física. Descubrimos entonces que si c fuera variable, ese hecho tendría profundas consecuencias sobre todas las leyes de la naturaleza.

En la mayoría de las ecuaciones aparecían necesariamente nuevos términos para los cuales usábamos una especie de clave: los términos "c-punto sobre c". Era casi una broma entre nosotros que sólo se refería a la fórmula que expresa la tasa de variación de la velocidad de la luz
[34]
. Las correcciones que introducíamos en las fórmulas habituales de la física tenían que ver con esa tasa, los temidos términos "c-punto sobre c", que se transformaron en el eje de nuestros esfuerzos. ¿Qué eran esos términos cruciales y qué efectos permitían predecir?

Me encontré de pronto tan inmerso en la pesadilla de calcular los términos "c-punto sobre c" que ya no sabía qué hacer con ellos. Avanzábamos, pero en medio de una gran maraña. Se abrían tantos senderos posibles que no podíamos saber cuál era el más productivo. La misma riqueza de las posibilidades que vislumbrábamos se convertía en una pesadilla. No tiene sentido que exponga aquí esos enfoques primitivos, baste decir que había
muchos
y que la mayoría llevaban a callejones sin salida. Mientras los papeles burocráticos se apilaban en los escritorios y cada tanto acababan misteriosamente en el cesto, construíamos conjeturas sobre la VSL y con mucha frecuencia nos sentíamos algo perdidos.

Por fin, en el mes de abril, la necesidad de un descanso se hizo imperiosa para mí, de modo que decidí abandonar todo por un tiempo y desaparecer de Londres junto con Kim. Viajamos a Goa, hermosa región de la India tropical que siempre había querido conocer. En otros tiempos, Goa fue una colonia portuguesa, pero a principios de los años sesenta, el ejército indio expulsó a los otrora omnipotentes señores coloniales. En la retirada, se registraron varios récords de velocidad que constituyen uno de los episodios más divertidos para mí del colonialismo portugués. Así y todo, los portugueses dejaron algunas obras módicas, entre ellas un sistema educativo bastante decoroso que ofrecía un agudo contraste con el que imperaba en la mayor parte de la India, aunque no en todo su territorio. Hasta el día de hoy, se tiene la impresión de que los habitantes de Goa no quieren formar parte de la India y desean la independencia, pues conservan una identidad cultural definida que tiene muchos elementos portugueses. Hay gente que todavía habla portugués o, lo que es más desconcertante, canta
fado
, versión portuguesa del
blues.

Apenas se fueron los portugueses, llegaron los hippies de California, y desde entonces Goa ha tenido que soportar varias generaciones de lunáticos marginales de Occidente. Se formaron colonias semipermanentes, de suerte que Goa figura ahora en todos los itinerarios nómades de los occidentales cuyo lema es "amor y paz". En 1997, cuando fui allí por primera vez, la cultura del
rave
estaba en su apogeo y había reuniones a la luz de la luna, en la playa, que duraban toda la noche al son de la música
trance
que inundaba el Océano Índico y el resto del universo. Allí viajé para descansar.

Como era de esperar, Anjuna, lugar donde parábamos, era todo un zoológico en el sentido estricto de la palabra y también en el metafórico. Había gatos de albañal, perros semirrabiosos, vacas que vagabundeaban por la playa, monos juguetones que se sentaban en los bares, cabras, cerdos, etc. Pronto empezaron a seguirnos unos perros fieles, pues los canes de Goa están desesperados por encontrar dueño, en especial para protegerse de los otros perros. En cuanto al zoológico en el sentido metafórico...

Mientras estábamos tendidos en las esteras de un "restaurante" afgano, los
ravers
lanzaban al aire impresionantes fuegos artificiales para festejar el cumpleaños de la abuelita afgana de la casa. Interrumpieron la música
rave
para que la abuela expresara sus deseos, con la música de Pink Floyd de fondo. En el desayuno nos acompañaban largos sermones sobre la ética y otras ramas de la filosofía que pronunciaba una muchacha francesa totalmente desquiciada, a la que enseguida le pusimos el apodo de "Simone de Beauvoir".

Las reuniones en la playa duraban hasta la salida del sol, enriquecidas cada tanto por el tronar de un helicóptero policial que enfocaba los reflectores sobre nosotros advirtiendo que no se habían pagado suficientes coimas. En respuesta, la multitud apuntaba sus láser sobre el helicóptero, que quedaba estampado de pequeños corazones rojos.

Despojos de hippies tocaban la flauta ante jaurías de perros furiosos que se entremezclaban ladrando y mordiéndose en medio de bares y restaurantes. La ceremonia del adiós al sol poniente en la playa empezó a parecernos la cosa más normal del mundo.

Curiosamente, en contraste con los hippies desnudos que habitaban en la copa de los árboles y
ravers
atiborrados de éxtasis, en los habitantes autóctonos de Goa se podía percibir algo así como un vestigio de lo que en portugués se llama
brandos costumes
, una afable gentileza anticuada y fosilizada que ya no existe en el propio Portugal. Me hice amigo de algunos, como el señor Eustaquio, propietario del restaurante "Casa Portuguesa" y hábil cantante de
fado.
Recuerdo con ternura el exquisito placer que sentía al volver de ese restaurante, a las cinco de la mañana, después de una tormenta tropical, cantando
fado
a los gritos a miles de kilómetros de Bairro Alto (barrio bohemio de Lisboa) y despertando a toda la fauna de Goa
[35]
.

Si bien semejante paisaje no parecía propicio para la actividad mental, debo decir que mi cerebro funcionó allí mejor que nunca. Más tranquilo, se me ocurrieron algunas ideas importantísimas sobre la velocidad variable de la luz. Desde luego, no hice más que apuntarlas sucintamente para elaborar los detalles cuando volviera a Inglaterra, pues las noches de Goa no son el mejor ambiente para los cálculos complicados. No obstante, un conjunto de ideas interesantes comenzó a acumularse lentamente en lo recóndito de mi mente. Le envié una tarjeta postal a Andy que mostraba una playa bordeada de palmeras y le dije que consagraba todo el tiempo que tenía a los términos "c-punto sobre c". Seguramente, pensó que era una broma, pero en parte era verdad.

Muy tarde a la noche, mientras hacía uso de las instalaciones sanitarias de Dios —las únicas existentes en la mayoría de los bares de Goa— alzaba de pronto los ojos y veía el cielo entre las palmeras. Como allí casi no hay luz eléctrica, el oscuro cielo revela magníficamente la infinitud de las estrellas. Me doy cuenta de que mirar el cielo mientras se orina no es demasiado poético, pero, por eso mismo, la impresión era más intensa cuando la plenitud del universo sorprendía mi mirada. De lejos, me llegaban los lugares comunes del
rave
que emitía algún sistema de sonido: "Cuando sueñas, ya no hay reglas; todo puede suceder, la gente puede volar".

Cuando volví a Londres, feliz y tostado por el sol, la VSL ingresó en una nueva etapa. Las sucintas notas que había tomado en Goa valían la pena, de modo que muy pronto lo que había empezado como una intuición divertida florecía en una teoría matemática, por estrafalaria que fuera. Poco a poco, mis reuniones secretas con Andy comenzaron a transitar caminos más concretos a través de la maraña de la física. De ese laberinto, terminaron por surgir claramente los términos "c-punto sobre c", y los nuevos efectos físicos comenzaron a cristalizarse.

Si c variara, ¿qué otras cosas cambiarían? Algunas consecuencias eran sin duda espectaculares. El descubrimiento más alarmante tal vez haya sido que no se cumplía la ley de conservación de la energía, dogma fundamental de la ciencia desde el siglo XVIII. Si la velocidad de la luz variaba, la materia podía crearse y destruirse.

Puede parecer raro, pero es fácil de comprender. A principios del siglo xx, los hombres de ciencia se dieron cuenta de que hablar de la conservación de la energía era simplemente otra manera de decir que las leyes de la física deben ser siempre las mismas. Es lo que debería enseñarse en las escuelas pues, de lo contrario, la conservación de la energía parece un milagro. De hecho, es un mero reflejo de la uniformidad del tiempo: nosotros cambiamos, el mundo cambia, pero las leyes de la física son siempre las mismas; se hacen unos pocos cálculos matemáticos y se infiere en forma trivial la conservación de la energía.

Al modificar la velocidad de la luz, nosotros habíamos violado ese principio y, de hecho, imponíamos un cambio correlativo a las leyes de la física, pues la velocidad de la luz forma parte de la formulación concreta de todas las leyes de la física, al menos desde la aceptación de la teoría especial de la relatividad. Por consiguiente, no era asombroso que se arrojara por la ventana la conservación de la energía. En nuestro razonamiento, permitíamos que las leyes de la física evolucionaran a lo largo del tiempo, cosa que contradecía el principio fundamental sobre el cual descansa la conservación de la energía. Si la VSL es la teoría, es más que lógico que la energía
no
se conserve.

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