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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar I: Médicos de guerra (32 page)

BOOK: Medstar I: Médicos de guerra
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Otra vibración resonó en el escudo energético. Si esos impactos eran un indicativo, cada vez parecía mejor idea hacer las maletas y trasladarse a un sitio más seguro ... Si es que existía algo semejante en el planeta.

Recorrió el pasillo a toda prisa. Habían practicado el simulacro varias veces, durante los escasos momentos en que no tenían pacientes entrantes, y todo el mundo en la unidad debía de saber ya lo que debía hacer en caso de que ocurriese de verdad. Jos miró la cara de los enfermeros y de otros miembros del personal al cruzarse con ellos, y le tranquilizó ver que casi ninguno parecía preocupado. Estaban cumpliendo con sus obligaciones, más o menos.

Salió del edificio. Había dejado de llover, pero seguía soplando un fuerte viento que intentaba remover un poco la humedad del ambiente. Se dio cuenta de que los androides de demolición y los ASPs eran rápidos a la hora de derruir edificios y cubículos prefabricados, mientras que los CLL—8s los metían junto al resto del material en los transportes de carga que habían estado ociosos desde que Jos había sido destinado allí. Los pacientes también eran embarcados por FX-7s diseñados especialmente para esa función con camillas repulsaras. Las aeroambulancias y los transportes de carga modificados les alejarían del peligro. Los pacientes eran la primera prioridad, por supuesto, pero no serviría de nada dejar que el personal de apoyo fuera asesinado o capturado.

Todo fue rápido, apresurado y tan extraño que no parecía real. Primero estaban operando a los pacientes, reparando soldados como era normal, y de repente se encontraban escapando a toda prisa de una guerra que se acercaba a ellos como un tren de levitación magnética descarrilado.

Jos se fue rápidamente a su cubículo y empezó a recoger lo esencial. Se suponía que había que tener una bolsa preparada en todo momento, pero tras tantos meses en el mismo sitio, Jos había comenzado a usar las mudas limpias y los suministros de su bolsa de viaje, y, por tanto, el equipo estaba casi vacío.

Los androides cargarían todo lo que quedara en el cubículo, y mucho más eficazmente que él. Pero aunque todo saliera perfectamente, no había forma humana bajo aquel despiadado sol de que el Uquemer saliera de allí a las dieciocho horas. No, a menos que los androides hicieran magia.

Zan había llegado antes que él y metía calcetines en la funda de la quetarra, rodeando el instrumento.

—No puedes llevarte eso en el transporte —le señaló Jos—. Tendrá que ir en el carguero.

—Lo sé. ¿Por qué te crees que lo relleno de calcetines?

—¿Es tu seguro de robo? Cualquiera que lo abra y huela eso, abandonará para siempre sus instintos de ladrón. Además, creía que la funda estaba reforzada con plastiduro —Jos cerró su bolsa de viaje.

—Tendría que estar hecha de neutronio para fiarme de esos androides.

Algunos de los ASPs que se emplean solían trabajar en naves de carga. Podrían destruir "accidentalmente" un bloque de carbonita dentro de una caja fuerte de duracero.

—Atención, a todo el personal —fue el anuncio de megafonía—. Los transportes estarán ...

Una bomba estalló en la oreja dejos, o al menos es lo que le pareció. Un profundo estruendo se elevó de repente hasta lo ultrasónico, y la lámpara superior de la estancia cayó sobre la cama, destrozando las duras patas de plastoide del catre, que se desplomó en el suelo.

—¿Qué ... ?

—El generador del escudo de emergencia se ha sobrecargado. No funciona —dijo Zan—. El siguiente impacto directo freirá a todo el que no esté bajo protección.

—¿Cómo lo sabes?

—Me pasé un verano trabajando para mi tío, que instalaba escudos EM y cúpulas para la Compañía Minera Vuh'Jinéau. Sé cómo suena una sobrecarga en el escudo. Más nos vale estar en otra parte cuanto antes —cogió la funda de la quetarra y su bolsa—. Vamos, Jos. Los escudos amortiguadores serán útiles contra los rayos, e incluso podrán rechazar un disparo láser, pero un impacto directo los vaporizará. Y a nosotros con ellos.

Dedicó una última mirada preocupada a la funda, y se acercó a la puerta. Jos iba detrás de él.

—¿Pero es que los separatistas no se dan cuenta de que esas explosiones están destrozando el cultivo de bota?

—Quizá quieras esperar aquí y discutirlo con ellos. Yo prefiero mandarles una carta quejándome.

Zan atravesó la puerta para unirse al éxodo, con Jos pisándole los talones.

~

Den Dhur ya había pasado en su vida por un par de evacuaciones apresuradas, y ésta no le preocupaba en exceso. No hasta que el escudo desapareció. Entonces sí se puso un poco nervioso. Vale, era periodista, y en teoría los del otro bando no le dispararían si leían su tarjeta identificativa, pero había más de una zona de guerra con uno o dos reporteros caídos en ella, demostrando que el sistema no era perfecto. Las tropas separatistas que se acercaban no debían de tener a los centros médicos como objetivo, o al menos era de suponer, pero sin duda se producirían daños colaterales con ese bombardeo para despejar el camino, y un cadáver a la intemperie durante días olía igual de mal, fuera civil o militar.

Den acudió a toda prisa a su puesto de evacuación, procurando mantenerse a cubierto en todo momento. Ya había grandes nubes de humo grasiento alzándose del pantano, entre los incendios. Era difícil creer que un pantano pudiera arder, pero más te valía creerlo si querías salvar la vida. En una ocasión llegó a ver un continente entero en llamas en ... , ¿cómo se llamaba aquel planeta? De repente se había quedado en blanco. Pero no era momento de preocuparse por peligros pasados, no cuando la peste de la vegetación en llamas y las cenizas cayendo como nieve negra y caliente le decía que había todo un ejército de androides aproximándose de forma imparable. Era hora de marcharse, ya se pondría a rememorar más tarde ... Si había un más tarde.

Los androides de transporte, los ASPs, y los cargueros estaban por todas partes, realizando sus respectivas tareas, rompiendo refugios, cargando cajas y trabajando de forma rápida y eficaz. Con los desensambladores trabajaban varios androides demoledores de menor tamaño, amontonando escombros o empleando lanzaplasmas para derretir amasijos de metal, cables de plastiacero y demás restos que no merecía la pena cargar, pero que eran demasiado valiosos para dejárselos al enemigo. La típica política retorcida practicada por ambos bandos.

No iba demasiado mal, pensó Den. Aquel sitio probablemente estaría vacío en veinte o treinta minutos, y ya camino a un lugar más seguro. Cuando llegara el ejército de androides, lo único que encontrarían sería un parche seco en mitad del pantano; no quedaría nada en la tenue luz del atardecer. Eso con algo de suerte.

Pero el gran problema estribaba en ceder los campos de bota. Pese a que crecía sin problemas por todo Drongar, la política oficial era impedir como fuera que los separatistas accedieran a la planta. Mientras Den continuaba su camino, contemplando cómo se desmantelaba la base a su alrededor, los recolectores mecánicos y orgánicos se ocupaban de recoger toda la planta que podían, es decir, lo poco que quedaba tras el ataque de la artillería pesada. Había un transporte esperando a llevar recolectores y carga a un lugar seguro, mientras varios androides modificados esperaban para regar de herbicida la bota que quedase atrás. Si no era suya, tampoco sería del enemigo. Era una pena destruir algo tan valioso, pero así era la guerra y etcétera, etcétera.

A quinientos metros, se produjo un cegador destello actínico seguido por una ruidosa explosión y la sensación de que el viento soplaba en esa dirección. Entonces le llegó una ola de calor, distinguible incluso en aquel lugar infernal.

Den puso una mueca de disgusto. Si aquella bomba térmica hubiera virado un grado o dos al ser lanzada, él y el resto del personal de la República destinado allí ya serían historia calcinada. Había llegado la hora de irse.

Vio parte del personal de cirugía corriendo por el campamento, en dirección a sus puntos de recogida. Jos, Zan, Tolk y un par de técnicos avanzaban a toda prisa en la creciente oscuridad, hacia un transbordador de evacuación quirúrgico que flotaba a unos nietros del suelo. I-Cinco estaba con ellos.

Lo que quedaba del campamento se llenó de humo. La temperatura ascendió aún más por los incendios, creando bolsas climáticas. Ocasionales descargas de partículas o rayos láser atravesaban el aire, todavía distantes pero demasiado visibles, con ese espeluznante color verde, igual que los proyectiles rojos de aire ionizado que Den creía oír crepitando en el pantano ardiente.

Ruido, calor, explosiones, la peste a miedo en el aire. Todo era diferente en cada sitio en el que había estado, pero siempre era lo mismo.

¡Corre! ¡Rápido! ¡Huye! Estaba en el aire.

Los transportes de personal se elevaron con las turbinas repulsaras retumbando y burbujeando, y los androides obreros empezaron a agrupar a la gente a su alrededor. Bien, bien ... Den se acercó rápidamente.

Algo explotó en un extremo del campamento. Sonó como una hélice generadora derrumbándose, a juzgar por los silbidos metálicos. Den avanzó encorvado. No quería cruzarse en el camino de aquellos trozos de metal. En ocasiones, una hélice hiperrevolucionada podía arrojar siseante metralla a una distancia de kilómetros antes de que se hundiera en lo primero que encontrara, fuera barro, carne y hueso.

Había mil formas de morir en una zona de guerra, pero los resultados eran siempre los mismos...

38

E
l punto de evacuación para Jos, Tolk y otros muchos estaba justo delante, y Jos vio que ya había una nave esperándoles. No reconoció el tipo, pero era lo bastante grande, rápida y vacía como para que le valiera. Se sintió aliviado. ¡Iban a salvarse!

A través del humo y de la creciente penumbra pudo distinguir a Zan, Tolk, I-Cinco ya uno o dos técnicos médicos corriendo junto a él. —¿Estáis todos bien? —exclamó—. ¿Alguien necesita ayuda?

—Sí..., todos vosotros —respondió el androide. I-Cinco avanzaba a rápidas zancadas sobre el inestable suelo con más seguridad que el resto—. Por ejemplo —dijo, mirando a Jos y señalando hacia delante—. Estamos a punto de adentrarnos en unos matorrales de ortigosa.

Jos se dio cuenta enseguida. El androide tenía razón, era una mata de la venenosa planta, uno de los peores ejemplos de la flora indígena de Drongar.

Cubría el suelo situado justo ante él. La advertencia de I-Cinco le había ahorrado días de insoportable dolor, puede que hasta un trauma anafiláctico y la muerte.

Antes de que pudiera cambiar de rumbo, el índice derecho del androide, que señalaba hacia la ortigosa, disparó un fino rayo de color rojo claro. I-Cinco movió el dedo de un lado a otro, sin variar el ritmo, abriendo un camino de un metro de ancho a través de la peligrosa planta.

—Gracias —dijo Jos mientras avanzaba rápidamente por la senda que el androide había despejado para él—. No sabía que llevabas un láser incluido. —Yo tampoco hasta hace treinta minutos —replicó I-Cinco—. Se ha abierto otro enlace en mi red. Parece ser que también tengo unas cualidades únicas de vocalización armónica.

—No me digas —Zan jadeaba intentando mantener el ritmo. El zabrak nunca había estado muy en forma, yeso le estaba pasando factura—. Tendremos que marcarnos unos dúos... siempre que salgamos enteros de este traslado.

—No te preocupes —dijo Jos—. Mañana a esta hora estarás cantándonos a todos con esa cosa en la que has estado trabajando. Ya sabes, eso que suena como alguien estrangulando a un monolagarto kowakiano.

—Si te refieres a mi último poema tonal—respondió Zan algo rígido—. Lo único que puedo decirte es...

Lo que iba a decir quedó ahogado por el rayo de partículas que cayó quizás a unos cien metros de ellos y les regó con barro de la ciénaga cercana. Los orgánicos profirieron exclamaciones de asco. I-Cinco siguió caminando mientras el efluvio se deslizaba por su cobertura metálica.

—Buen truco —dijo Tolk al intentar limpiarse la cara con la manga, cosa que sólo consiguió desplazar el denso barro de un lado a otro. Jos resistió una necesidad urgente de ayudarla ... , pero la verdad era que él tampoco estaba mucho más limpio que ella.

—¿A que sí? A mí me encanta —dijo I-Cinco con orgullo—. Mis sensores tegumentarios analizan la composición química del barro y su cociente de viscosidad, y lo repelen electrostáticamente. Otro truquito del que acabo de descubrir que soy capaz.

—Me acordaré de pedir uno igual en mi próxima actualización —dijo Tolk.

—Por supuesto, puede conseguirse casi el mismo efecto con vibraciones ultrasónicas. Permíteme.

—¡Auch! —Zan se llevó las manos a las orejas mientras se tambaleaba ligeramente—. Pero con cuidado, que duele.

Tras unos instantes de asombro, Jos se dio cuenta de que Zan, cuyos oídos podían percibir notas que él jamás escucharía, estaba reaccionando a un ultrasonido producido por I-Cinco. Un momento después se dio cuenta de por qué. El resultado era parecido a una ducha sónica. Una considerable cantidad del barro pareció evaporarse como por arte de magia de su piel y ropa. No estaban limpios, pero al menos ya no parecían cachorros del fango fondorianos.

—I-Cinco, retiro todas las cosas desagradables que he dicho sobre ti —le dijo Jos—. Salvo lo de las veces que me has ganado al sabacc.

Llegaron a la rampa de la nave de evacuación y entraron apresuradamente en el vehículo. Ya había algunas personas a bordo, incluidos Klo Merit y Barriss Offee. Jos lanzó un suspiro de alivio. Estoy a salvo.

—¿Has recuperado ya las lagunas de la memoria? —preguntó Zan a I-Cinco mientras la nave se elevaba sobre sus rayos retropropulsores y comenzaba su singladura.

—No del todo, pero el proceso parece ser heurístico: cuantos más nodos de conexión implementan mis programas de ciberinformática, más rápido va el proceso.

—Vale —dijo Tolk—. Estoy deseando conocer tus momentos heroicos.

— Ya somos dos —dijo el androide.

Jos miró por el ventanal, pero no había nada que ver salvo el resplandor ocasional de lo que podía ser un rayo o disparo de los separatistas. Aparte de eso, la noche de Drongar era tan negra como el corazón de un asesino.

—¿Cómo te sienta ser un héroe? —preguntó a I-Cinco, y una vez formuló la cuestión se dio cuenta de que no se había sentido raro al preguntar a un androide por sus sentimientos. Bienvenido al hiperespacio estocástico, donde las apuestas son demenciales...

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