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Authors: Cornelia Funke

Tags: #Fantásia, #Aventuras

Muerte de tinta (62 page)

BOOK: Muerte de tinta
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La sala de las Mil Ventanas ya no tenía ninguna. Pulgarcito había ordenado cubrirlas con paños negros y sólo media docena de antorchas iluminaban la oscuridad, lo justo para mostrarle el rostro de su peor enemigo.

Cuando introdujeron a Mortimer, la orgullosa máscara de Violante se resquebrajó, aunque la joven recuperó enseguida el control. Orfeo comprobó con satisfacción que no habían tratado muy bien a Arrendajo, aunque todavía lograba mantenerse en pie, y Pífano sin duda se había asegurado de que sus manos estuvieran incólumes. «Podían haberle cortado la lengua», pensó Orfeo, «para que cesaran para siempre esos cantos de alabanza a su voz». Hasta que cayó en la cuenta de que Mortimer aún tenía que revelarle dónde estaba el libro de Fenoglio, pues Dedo Polvoriento no lo había hecho.

—Bien, Arrendajo. ¿Te describió de otro modo mi hija nuestro segundo encuentro? Así lo creo —Cabeza de Víbora resollaba como un anciano—. Me alegré mucho cuando Violante me propuso este castillo como punto de encuentro, a pesar de que el camino hasta aquí ha sido muy fatigoso. Este castillo ya me trajo suerte una vez, aunque durante un periodo de tiempo limitado. Además estaba seguro de que su madre no le había revelado nada del pasadizo secreto. Ella le contó muchas cosas de este castillo, pero casi ninguna guardaba relación con la realidad.

El rostro de Violante continuaba inexpresivo.

—No sé de qué estás hablando, padre —repuso.

Cuánto se esforzaba por no mirar a Mortimer. Conmovedor.

—No, tú no sabes nada. De eso se trata, precisamente —Cabeza de Víbora rió—. Espié muchas veces lo que te contaba tu madre en la antigua habitación. Todas esas historias de sus felices días de infancia, todas esas dulces mentiras para que su fea hija pequeña soñase con un lugar tan distinto al castillo en el que de verdad se criaba. La realidad se diferencia casi siempre de lo que referimos sobre ella, pero tú siempre confundiste las palabras con el mundo real. Al igual que tu madre, tú nunca has conseguido diferenciar tus deseos de la realidad, ¿me equivoco?

Violante no contestó. Se limitaba a permanecer tiesa como siempre, escudriñando la oscuridad en la que se ocultaba su padre.

—Cuando encontré a tu madre por vez primera en esta sala —prosiguió Cabeza de Víbora con voz ronca—, ella sólo ansiaba marcharse de aquí. Habría intentado volar si su padre le hubiera dado ocasión para ello. ¿Te contó que una de sus hermanas se mató al precipitarse por una de estas ventanas? ¿No? ¿O que ella misma casi fue ahogada por las ondinas cuando intentó cruzar este lago a nado? Seguro que no. En lugar de eso te hizo creer que yo obligué a su padre a entregármela por esposa y que la llevé lejos de aquí en contra de su voluntad. Quién sabe, quizá al final ella misma acabó creyéndose esa historia.

—Mientes —Violante luchaba con todas sus fuerzas para no perder el control—. No quiero escuchar una palabra más.

—Pues las escucharás —replicó Cabeza de Víbora sin alterarse—. Ya va siendo hora de que dejes de esconderte de la realidad detrás de historias bonitas. A tu abuelo le gustaba en demasía hacer desaparecer a los admiradores de tu madre. Por eso me enseñó tu madre el túnel por el que Pífano ha logrado entrar en secreto en el castillo. Entonces estaba muy enamorada de mí, aunque luego te dijese lo contrario.

—¿Por qué me cuentas tales mentiras? —Violante seguía manteniendo erguida la cabeza, pero su voz temblaba—. No fue mi madre quien te enseñó el túnel. Debió de ser alguno de tus espías. Ella no te amó jamás.

—Cree lo que te apetezca. Supongo que no sabes demasiado del amor —Cabeza de Víbora tosió y se levantó resollando de la silla en la que se sentaba. Violante retrocedió cuando él se expuso a la luz de las antorchas.

—Sí, mira lo que me ha hecho tu noble bandido —dijo Cabeza de Víbora mientras se dirigía despacio hacia Mortimer. Cada vez le dolía más caminar. Orfeo lo había comprobado de sobra durante el viaje interminable a ese infortunado castillo, pero el Príncipe de la Plata se mantenía tan erguido como su hija—. Mas no hablemos del pasado —dijo él, cuando estuvo tan cerca de Mortimer que su prisionero pudo disfrutar plenamente de sus emanaciones—, o de cómo se imaginaba mi hija este trato. Convénceme de que vale la pena no mandar que te arranquen la piel a tiras y hacer lo mismo con tu mujer y tu hija. Finalmente las dejaste con el Príncipe Negro, pero conozco la cueva en la que se mantienen ocultos. El inútil de mi cuñado los habrá capturado ya y los estará trasladando a Umbra.

Oh, sí, la noticia afectó a Mortimer. «Adivina quién le habló de la cueva a Cabeza de Víbora, noble bandido», pensó Orfeo torciendo la boca en una amplia sonrisa cuando Mortimer lo miró.

—Entonces —Cabeza de Víbora golpeó a su prisionero en el pecho con el puño enguantado, justo donde lo había herido Mortola—, ¿qué me dices? ¿Puedes anular tu propia traición? ¿Puedes curar el libro con el que me engañaste tan alevosamente?

Mortimer sólo vaciló un momento.

—Sin duda —afirmó—. Si me lo das.

Bien. Su voz impresionaba incluso en una situación tan desesperada, Orfeo tuvo que reconocerlo (aun cuando la suya sonase claramente mejor). Pero Cabeza de Víbora no se dejó engañar otra vez. Le dio tal puñetazo en la cara a Mortimer, que éste cayó de rodillas.

—¡Así que efectivamente te crees capaz de volver a burlarte de mí! —exclamó, enfurecido—. ¿Me tomas por tonto? ¡Nadie puede curar ese libro! Por esta información han muerto docenas de compañeros de gremio tuyos. Está perdido, lo que significa que mi carne se pudrirá durante toda la eternidad y yo mismo sentiré a diario la tentación de escribir las tres palabras que pondrán fin a todo. Pero se me ha ocurrido una solución mejor, una solución que exige de nuevo tus servicios, por lo que estaré realmente agradecido a mi hija por haber velado por ti con tan extraordinaria solicitud. Al fin y al cabo, conozco de sobra —añadió lanzando una ojeada a Pífano— la sangre tan caliente que corre por las venas de mi heraldo.

Pífano quiso replicar, pero Cabeza de Víbora se limitó a levantar la mano con impaciencia y se giró de nuevo hacia Mortimer.

—¿Qué solución?

La famosa voz sonó ronca. ¿Se estaba enfrentando Arrendajo al miedo? Orfeo se sintió como el joven que lee con extremado placer el pasaje más emocionante de un libro. «Confío en que esté aterrorizado», pensó. «Y en que éste sea uno de los últimos capítulos donde aparece.»

Mortimer torció el gesto cuando Pífano apretó el cuchillo contra su costado. «Sí, es evidente que en esta historia has hecho los enemigos equivocados», pensó Orfeo. Y los amigos equivocados. Pero así eran los héroes buenos. Estúpidos.

—¿Qué solución? —Cabeza de Víbora se rascó su carne tumefacta—. Encuadernarme un nuevo libro, ¿qué si no? Pero esta vez no pasarás un solo instante sin vigilancia. Y cuando este libro vuelva a protegerme de la muerte con sus páginas de inmaculada blancura, escribiremos tu nombre en el otro… para que percibas durante un rato qué se experimenta al pudrirse en vida. Después lo haré pedazos, página a página, contemplaré cómo sientes que tu carne se desgarra mientras suplicas a las Mujeres Blancas que se te lleven. ¿No crees que es una solución muy satisfactoria para todos?

«Aja. Un nuevo libro. No es ninguna bobada», pensó Orfeo. «¡Pero mi nombre quedaría mucho mejor en sus páginas vacías y nuevas! ¡Deja de soñar, Orfeo!»

Pífano acercó el cuchillo a la garganta de Mortimer.

—Bueno, Arrendajo, ¿cuál es tu respuesta? ¿Debo arrancártela con el cuchillo?

Mortimer calló.

—¡Contesta! —rugió Pífano—. ¿O he de hacerlo yo por ti? Además, sólo hay una.

Mortimer siguió callado, pero Violante se convirtió en su voz.

—¿Por qué va a ayudarte si de todos modos pretendes matarlo? —preguntó a su padre.

Cabeza de Víbora se encogió de hombros.

—Podría matarlo menos dolorosamente o limitarme a enviar a las minas a su mujer y a su hija en lugar de quitarles la vida. Al fin y al cabo, ya negociamos una vez por las dos.

—Pero esta vez no las tenéis en vuestro poder —la voz de Mortimer sonó como si estuviera lejos, muy lejos.

«¡Va a decir que no!», pensó Orfeo, sorprendido. «¡Menudo payaso!»

—Todavía no, pero lo estarán pronto —Pífano deslizó el cuchillo hasta el pecho de Mortimer y dibujó con la punta de la hoja un corazón donde se percibían los latidos—. La verdad es que Orfeo nos ha descrito su escondrijo con mucha precisión. Ya lo has oído. Seguramente Pardillo las conduce en este mismo momento hacia Umbra.

Era la segunda vez que Mortimer miraba a Orfeo, y el odio en sus ojos tenía un sabor más dulce que los pequeños bollos que Oss le compraba todos los viernes en el mercado de Umbra. Bueno, en el futuro ya no lo haría Oss. A éste, lamentablemente, lo había devorado el íncubo, nada más salir de las palabras de Fenoglio —le costó un rato controlarlo—, pero ya encontraría un nuevo guardaespaldas.

—Puedes ponerte a trabajar enseguida. Tu noble protectora ya ha traído prácticamente todo lo que necesitas —siseó Pífano, y esta vez, cuando apretó su cuchillo contra el cuello de Mortimer, fluyó sangre—. Al parecer ella pretendía representar para nosotros hasta el menor detalle que la única razón por la que permaneces vivo es para curar el libro. ¡Menuda broma! En fin, ella siempre ha sentido debilidad por los juglares.

Mortimer ignoró a Pífano, como si fuera invisible. Sólo tenía ojos para Cabeza de Víbora.

—No —dijo, y su voz resonó con tono grave en la sala oscura—. No te encuadernaré ningún libro más. Esta vez la Muerte no me lo perdonaría.

Violante, sin querer, dio un paso hacia Mortimer, pero él no le prestaba atención.

—¡No le hagas caso! —advirtió a su padre—. ¡Lo hará! Dale un poco de tiempo.

Oh, así que ella sentía verdadero apego por Arrendajo. Orfeo frunció el ceño. Otro motivo más para desear que éste se fuera al diablo.

Cabeza de Víbora miró a su hija, meditabundo.

—¿Y a ti qué te importa lo que yo haga?

—Bueno… —por primera vez el tono de Violante reveló inseguridad—. Te curará.

—¿Y? —la respiración del Príncipe de la Plata era pesada—. Tú deseas verme muerto. No lo discutas. ¡Me gusta! Demuestra que mi sangre corre por tus venas. A veces creo que debería sentarte a ti en el trono de Umbra. Seguro que lo harías mejor que mi cuñado empolvado con plata.

—¡Por supuesto que lo haría mejor! Yo te enviaría al Castillo de la Noche seis veces más plata, porque no la dilapidaría en fiestas y partidas de caza. Pero a cambio me cederás a Arrendajo… después de que haya hecho lo que le exiges.

Impresionante. Ella seguía poniendo condiciones. «¡Oh, sí, me gusta!», pensó Orfeo. «Me encanta. Sólo hay que quitarle su predilección por los encuadernadores anárquicos. Pero después… ¡qué posibilidades!»

También a Cabeza de Víbora le gustaba cada vez más su hija. Soltó una imponente carcajada que Orfeo no había oído nunca.

—¡Miradla! —exclamó—. Negocia conmigo a pesar de tener las manos vacías. Conducidla a sus aposentos —ordenó a uno de sus soldados—. Pero vigiladla bien. Y enviad a Jacopo con ella. Un hijo debe estar con su madre. Y tú —se dirigió a Mortimer— aceptarás mi trato o mandaré a mi guardaespaldas que te lo arranque mediante tortura.

Pífano, irritado, abatió el cuchillo cuando Pulgarcito salió de la oscuridad. Violante le lanzó una mirada de inquietud y cuando el soldado tiró de ella se resistió… pero Mortimer continuó callado.

—Excelencia —Orfeo dio un respetuoso paso adelante (al menos confiaba en que lo pareciera)—, permitidme arrancarle una respuesta afirmativa.

Un susurro, un nombre (basta llamarlos por el nombre correcto, igual que a un perro), y el íncubo se separó de la sombra de Orfeo.

—¡Qué disparate! —le gritó Pífano—. ¿Para que pronto esté Arrendajo tan muerto como el Bailarín del Fuego? No —e hizo que volvieran a poner en pie a Arrendajo.

—¿Es que no has oído? Yo me encargo de eso, Pífano —Pulgarcito se quitó los guantes negros.

La decepción dejó en la lengua de Orfeo un sabor a almendras amargas. Qué ocasión para demostrar su utilidad a Cabeza de Víbora. Si al menos hubiera dispuesto del libro para escribir y expulsar a Pífano fuera de este mundo. Y de paso, al tal Pulgarcito.

—Señor, os lo ruego, escuchadme —se interpuso en el camino de Cabeza de Víbora—. ¿Podría solicitar que al prisionero se le sonsaque otra respuesta más en el transcurso de este procedimiento sin duda nada agradable para él? ¿Recordáis el libro del que os hablé, el libro que puede transformar este mundo a vuestro antojo? Os ruego que averigüéis su paradero.

Cabeza de Víbora le dio la espalda.

—Más tarde —contestó, y con un gemido volvió a dejarse caer en la silla oculta en las sombras—. Ahora solamente importa un libro, y tiene las páginas en blanco. ¡Empieza ya, Pulgarcito! —su voz llegó jadeante desde la oscuridad—. Pero ten cuidado con sus manos.

Cuando Orfeo sintió en la cara el frío repentino, pensó primero que el viento nocturno entraba por las ventanas cubiertas. Pero ellas estaban ya junto a Arrendajo, tan blancas y pavorosas como en el cementerio de los titiriteros. Rodearon a Mortimer como ángeles sin alas, los miembros de niebla, los semblantes blancos como huesos descoloridos. Pífano retrocedió a trompicones, de forma que se cayó y se cortó con su propio cuchillo. Hasta el rostro de Pulgarcito perdió su indiferencia. Y los soldados que permanecían al lado de Mortimer retrocedieron como niños asustados.

¡Era imposible! ¿Por qué lo protegían? ¿En agradecimiento por haberlas burlado ya varias veces? ¿Por haberles arrebatado a Dedo Polvoriento? Orfeo sintió que el íncubo se encogía detrás de él como un perro apaleado. ¿Cómo? ¿Él también las temía? No, maldita sea. ¡Verdaderamente tenía que reescribir este mundo! Y lo haría. Vaya que sí. Ya encontraría el modo.

¿Qué susurraban ellas?

La luz pálida que irradiaban las hijas de la Muerte disipó las sombras en las que se ocultaba Cabeza de Víbora, y Orfeo vio al Príncipe de la Plata en su oscuro rincón, respirando con dificultad y tapándose los ojos con manos temblorosas. Así que aún temía a las Mujeres Blancas, a pesar de haber matado en el Castillo de la Noche a tantos hombres para demostrar lo contrario. Todo era mentira. Cabeza de Víbora jadeaba de miedo en su carne inmortal.

Pero Mortimer estaba en medio de los ángeles de la Muerte de Fenoglio como si formaran parte de él… y sonreía.

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