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Authors: Agatha Christie

Némesis (6 page)

BOOK: Némesis
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—No. ¿Por qué lo pregunta? —Esther parecía sorprendida.

—En realidad no lo sé —replicó miss Marple—. Sólo me lo preguntaba porque hay cosas que preocupan más a las personas cuando se... bueno, no diré que se hagan viejas, porque él no era un anciano, pero me refiero a que las cosas te preocupan más cuando estás impedido y no puedes hacer lo mismo que antes y tomarte las cosas con calma. Entonces comienzas a preocuparte y esas preocupaciones se hacen sentir.

—Sí, ya le entiendo, pero no creo que ese fuera el caso de Mr. Rafiel. En cualquier caso, dejé de trabajar como su secretaria hace algún tiempo. Dos o tres meses después de conocer a Edmund.

—Ah sí. Su marido. Mr. Rafiel debió molestarse mucho al perderla como secretaria.

—No lo creo —respondió Esther sin darle mucha importancia—. No era de esas personas que se molestan por esas cosas. Contrató otra secretaria al día siguiente. Le aseguro que si después no resultó de su agrado, no hubiera tenido el menor reparo en despedirla y contratar a otra, hasta dar con la persona adecuada. Era un hombre que no paraba mientes.

—Sí, sí, ya me di cuenta. Perdía los estribos con mucha facilidad.

—Le encantaba enfadarse —señaló Esther—. Era como interpretar un papel dramático.

—Un drama —dijo miss Marple pensativamente—. Hay algo que siempre me he preguntado. ¿Cree usted que Mr. Rafiel sentía un interés especial por la criminología, me refiero al estudio del tema? Él... bueno, no sé...

—¿Lo dice por lo que sucedió en el Caribe? —La voz de Esther adquirió un tono áspero.

Miss Marple dudó sobre la conveniencia de decir nada más, pero debía hacerlo si quería enterarse de algo útil.

—No, no por aquello, pero quizá después se interesó por la psicología de estas cosas, o tal vez se interesó en los casos en que la justicia no se administró correctamente...

La anciana parecía cada vez más confusa en sus ideas.

—¿Por qué iba él a interesarse por esos temas? Ahora no me saque a relucir aquella historia horrible de St. Honoré.

—Oh no. Creo que tiene usted toda la razón. Le aseguro que lo siento mucho. Sólo estaba pensando en algunas de las cosas que dijo Mr. Rafiel. La manera de decir ciertas frases, y me preguntaba si había tenido alguna teoría sobre las causas de los crímenes.

—Su interés siempre estuvo centrado en las finanzas —afirmó Esther en un tono seco—. Una estafa muy astuta podría haberle interesado, pero nada más.

La mujer continuó mirando a miss Marple con frialdad.

—Lo siento —se disculpó la anciana—. No tendría que haber hablado de temas que, afortunadamente, ya son cosa del pasado. Por cierto, ya es hora de marcharme. Tengo que coger el tren y no me queda mucho tiempo. Ay, ¿qué habré hecho con mi bolso? Ah, sí, aquí está.

Recogió el bolso, el paraguas y unas cuantas cosas más, y continuó mostrándose muy agitada hasta que desapareció la tensión. Mientras salía, se volvió un momento para mirar a Esther que insistía en que se quedara a tomar una taza de té.

—No, muchas gracias, querida. Tengo muy poco tiempo. Me alegro de haber tenido ocasión de verla y le deseo que sea usted muy feliz en su matrimonio. Supongo que no piensa usted en volver a trabajar, ¿verdad?

—Oh, algunas personas lo hacen. Dicen que es interesante, se aburren cuando no tienen nada que hacer. Pero creo que me gustará llevar una vida ociosa. También disfrutaré del legado que me dejó Mr. Rafiel. Fue muy bondadoso de su parte y creo que él quería que lo disfrutara incluso si lo hago de una forma un tanto tonta y femenina. Vestidos caros, un nuevo peinado y cosas por el estilo. Él lo habría considerado ridículo. —Hizo una pausa para después añadir bruscamente—: Yo le apreciaba. Sí, le apreciaba mucho. Sobre todo porque para mí representaba un desafío. Era un hombre difícil de tratar y, por lo tanto, disfrutaba manejándole.

—¿Manejándole?

—Bueno, no manejándole, pero quizás impidiendo que él fuera el único en llevar la voz cantante.

Miss Marple se encaminó hacia la estación. Miró por encima del hombro y agitó una mano. Esther Anderson respondió al saludo desde la puerta de su casa.

«Creía que esto tendría alguna relación con ella o con algo que ella podría saber», se dijo miss Marple. «Es obvio que estaba equivocada. No, no creo que esté vinculada con este asunto de ninguna manera, sea lo que sea. Tengo la sensación de que Mr. Rafiel esperaba que fuera mucho más inteligente de lo que soy. Creo que esperaba que uniera los eslabones, pero ¿cuáles? ¿Qué se supone que debo hacer ahora?» Meneó la cabeza.

Tenía que pensarlo todo más a fondo. Había dejado este asunto en sus manos para que lo rechazara, lo aceptara o para que comprendiera de qué se trataba. O para que, sin comprenderlo, siguiera adelante confiando que en algún momento recibiría una indicación concreta. De vez en cuando, cerraba los ojos, e intentaba imaginar el rostro de Mr. Rafiel. Sentado en el jardín del hotel en las Antillas, con su traje tropical, el rostro curtido y una expresión agria, sus ocasionales estallidos de mal humor. Lo que ella quería era descubrir lo que había pasado por su mente mientras organizaba este plan, la razón para ponerlo en marcha, para tentarla, para persuadirla, para obligarla a que lo aceptara. Esto último era lo más probable, conociendo a Mr. Rafiel. Quería que se hiciera una cosa y la había escogido a ella. Pero ¿por qué? ¿Por qué había pensado en ella? ¿Qué le había llevado a pensar en ella?

Volvió a pensar en Mr. Rafiel y en los hechos ocurridos en St. Honoré. ¿Era posible que el problema que había estado considerando poco antes de su muerte le hubiera hecho recordar la visita a las Antillas? ¿Estaba vinculado de alguna manera con alguien que había estado allí, que había participado o había sido un espectador y eso le había hecho recordar a miss Marple? ¿Había un vínculo o alguna conexión? Si no era así, ¿por qué, sin más, había pensado en ella? ¿Qué tenía ella que podía ser útil a sus intereses en cualquier sentido? Era una persona mayor, un tanto confundida, no muy fuerte físicamente y no tan alerta mentalmente como antes. ¿Cuáles eran sus méritos especiales, si es que los tenía? No se le ocurrió ninguno. ¿Podía tratarse de una broma por parte de Mr. Rafiel? Quizá cuando estaba a punto de morir se le había ocurrido una broma que satisfaría su peculiar sentido del humor.

No podía negar que era muy posible que Mr. Rafiel quisiera disfrutar de una broma, incluso a las puertas de la muerte. Tal vez así habría culminado alguna broma que le debía.

«Debo tener algún mérito especial —se dijo miss Marple firmemente—. Debo servir para algo». Después de todo, dado que Mr. Rafiel ya no estaba en este mundo, no podía disfrutar de la broma. ¿Qué cualidades poseía? «¿Qué cualidades tengo que pueden ser útiles de algún modo a alguien?», se preguntó la anciana.

Se consideró a sí misma con la debida humildad. Era curiosa, hacía preguntas, tenía la edad adecuada y era la clase de persona de la que se esperaba que las hiciera. Ése era un punto. Podías enviar a un detective privado o a algún investigador psicológico, pero en realidad resultaba mucho más sencillo enviar a una anciana con el hábito de curiosear y hacer preguntas, de hablar demasiado, de querer averiguar cosas y que pareciera algo perfectamente natural.

«Una vieja cotilla —se dijo miss Marple—. Sí, se me puede considerar como una vieja cotilla. Hay muchas viejas cotillas y todas son muy parecidas. Por supuesto, no me distingo de ninguna de las otras. Una vieja cotilla como tantas otras, y eso, desde luego, es un excelente disfraz. Me pregunto si voy por el camino correcto. Algunas veces sé cómo son las personas. Me refiero a que sé como son las personas, porque me recuerdan a otras que he conocido, así que deduzco algunos de sus defectos y algunas de sus virtudes. Sé de qué pie cojean las personas. Eso no se me discute.»

Recordó una vez más St. Honoré y el hotel de la Palmera Dorada. Hizo otro intento de buscar algo útil en la conversación mantenida con Esther Walters. Decidió que había sido totalmente improductiva. No había nada que sacar, nada que pudiera relacionarse con la misión a realizar y de cuya naturaleza no tenía ni la menor idea.

—¡No hay duda de que es usted capaz de sacar de sus casillas al más pintado, Mr. Rafiel! —Lo dijo en voz alta y en su voz había un tono de reproche bien claro.

Sin embargo, más tarde, mientras se metía en la cama y arrimaba la botella de agua caliente a las partes más doloridas de su espalda, habló de nuevo para manifestar lo que parecía una disculpa: «He hecho todo lo posible».

Esto también lo dijo en voz alta y como si se dirigiera a alguien presente en la habitación. Era verdad que él podía estar en cualquier parte, pero podía haber alguna comunicación telepática o telefónica y, si era así, estaba dispuesta a hablar con claridad e ir al grano.

«He hecho todo lo posible. Lo máximo dentro de mis posibilidades, y ahora debo dejar que usted se ocupe del resto.»

Dicho esto, estiró la mano, apagó la luz y se durmió.

Capítulo V
 
-
Instrucciones Del Más Allá
1

Al cabo de tres o cuatro días, el correo de la tarde trajo una carta para miss Marple. Ella cogió la carta, hizo lo que hacía con todas las cartas, miró el sobre por las dos caras, observó el sello, la letra y cuando se convenció de que no era una factura, la abrió. El texto de la misiva estaba mecanografiado.

«Estimada miss Marple:

Cuando usted lea esto, yo estaré muerto y enterrado. Me alegra pensar que no me habrán incinerado. Siempre me ha parecido poco probable que uno consiga levantarse de una hermosa urna de bronce llena de cenizas para perseguir a alguien si quieres hacerlo. En cambio, la idea de levantarse de la tumba para perseguir a quien quieras es muy posible. ¿Querré hacerlo? ¿Quién sabe? Quizás incluso desee comunicarme con usted.

A estas alturas, mis abogados ya se habrán comunicado con usted y le habrán hecho cierta proposición. Espero que la haya aceptado. Si no es así, no sienta ningún remordimiento. Habrá sido su decisión.

Esta carta tiene que llegarle, si mis abogados han hecho lo que debían y el correo ha cumplido con su deber, el 11 de este mes. Dentro de dos días recibirá usted una carta de una agencia de viajes de Londres. Confío en que el ofrecimiento que le harán no le resulte desagradable. No es necesario que le cuente nada más. Quiero que mantenga usted la mente bien abierta. Cuídese. Creo que puede hacerlo. Es usted una persona muy astuta. Le deseo la mejor de las suertes, pero su ángel de la guarda estará a su lado cuidándola. Tal vez pueda necesitarlo. Su amigo, A.B. Rafiel»

—¡Dos días! —exclamó miss Marple.

Se le hicieron interminables, pero el servicio de correos cumplió con su deber y lo mismo hizo Casas y Jardines Famosos de la Gran Bretaña.

«Estimada miss Jane Marple:

De acuerdo con las instrucciones recibidas del difunto Mr. Rafiel, le enviamos los detalles de nuestro recorrido n° 37 de Casas y Jardines Famosos de Gran Bretaña que saldrá de Londres el próximo jueves, día 17.

Si le fuera a usted posible visitar nuestras oficinas en Londres, Mrs. Sandbourne, que acompañará a los participantes del viaje, le dará todas las explicaciones y responderá a sus preguntas.

Nuestros recorridos tienen una duración de dos a tres semanas. Este viaje, en opinión de Mr. Rafiel, le resultará muy interesante ya que la llevará a una parte de Inglaterra que hasta donde él sabe usted no ha visitado, y le dará la oportunidad de ver algunos jardines y lugares de gran belleza. Ha dispuesto que se aloje usted en los mejores hoteles y que disfrute de todos los lujos que podemos proveer.

¿Sería usted tan amable de hacernos saber qué día le resulta más conveniente para visitar nuestras oficinas en Berkeley Street?»

Miss Marple anotó el número de teléfono, guardó la carta en su bolso, pensó en algunas amigas suyas, llamó a dos de ellas, una de las cuales había participado en uno de los viajes de Casas y Jardines Famosos, y que le contó maravillas, mientras que la otra, si bien no había estado en ninguno de los viajes, sí tenía amigas que habían viajado con esta empresa y le contaron que estaba muy bien, aunque resultaba bastante caro, pero que no era demasiado fatigoso para las personas mayores. Luego llamó a la agencia y comunicó que iría el próximo martes.

Al día siguiente, habló del tema con Cherry.

—Me marcho de viaje, Cherry. De excursión.

—¿De excursión? ¿Uno de esos recorridos turísticos? ¿Quiere decir que se va al extranjero?

—No, al extranjero no. Por el país. Se trata de visitar edificios y jardines históricos.

—¿Cree que le conviene hacer algo así a su edad? Esas cosas pueden ser muy cansadas. Algunas veces tienes que caminar durante horas.

—Tengo una salud excelente —afirmó miss Marple—, y siempre he oído decir que en esos viajes procuran que haya días de descanso para aquellas personas que no son muy fuertes.

—Lo único que le digo es que se cuide. No queremos que caiga fulminada de un ataque al corazón, mientras esté mirando alguna fuente muy bonita o cualquier otra cosa. Usted es un poco mayor para hacer estos viajes. Perdone que se lo diga, puede que parezca insolente, pero no me gustaría verla muerta por haberse excedido.

—Puedo cuidar de mí misma —afirmó miss Marple, con un tono muy digno.

—De acuerdo, pero cuídese —insistió Cherry.

Miss Marple preparó una maleta, se fue a Londres, alquiló una habitación en un hotel modesto. («Ah, el Bertram's —pensó—, qué hotel tan maravilloso. Vaya, debo olvidarme de esas cosas, el St. George es un lugar muy agradable»). A la hora señalada se presentó en Berkeley Street y la hicieron pasar a un despacho donde una mujer elegante de unos treinta y cinco años se levantó para saludarla, le dijo que su nombre era Mrs. Sandbourne y que sería la encargada del viaje.

—¿Debo entender que en mi caso el viaje está...? —Vaciló.

Mrs. Sandbourne notó la leve incomodidad de la visitante y se apresuró a decir:

—Oh, sí, quizá tendría que habérselo explicado mejor en la carta que le enviamos. Mr. Rafiel ya pagó todos los gastos.

—¿Sabe usted que está muerto?

—Sí, por supuesto, pero todo esto fue convenido mucho antes de su muerte. Mencionó que estaba mal de salud, pero que quería hacerle un regalo a una vieja amiga que no había tenido ocasión de viajar tanto como hubiese deseado.

2

Dos días más tarde, miss Marple confió su nueva y elegante maleta al conductor y subió con su maletín a un cómodo y lujoso autocar que salió de Londres en dirección al noroeste; arrellanada en su asiento leía la lista de pasajeros que acompañaba al folleto, en el que se ofrecían detalles del itinerario, junto con diversas informaciones sobre los hoteles, comidas, lugares de interés y las alternativas para algunos días en los que, aunque no se recalcaba el detalle, se insinuaba que la visita a realizar era para los más jóvenes y activos, y que los mayores, aquellos a quienes les dolían los pies, que sufrían de artritis o reumatismo, preferirían tomarse un respiro y no tener que caminar largas distancias o subir demasiadas colinas, todo en un lenguaje muy discreto.

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