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Authors: Betty Mahmoody,Arnold D. Dunchock

Tags: #Biografía, Drama

No sin mi hija 2 (39 page)

BOOK: No sin mi hija 2
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Y Mariann regresa a Chicago tal como se marchó, sin sus hijos, y de nuevo en estado de
shock
, de culpabilidad permanente, de angustia incontrolable. Ése es el rostro con que me encuentro en agosto de 1991, el de una madre desesperada, la cara hinchada por las lágrimas, muy delgada, muy pálida y más deprimida aún que antes de su marcha. Arrastra consigo esta culpabilidad tan difícil de manejar. ¿Tendría que haberse quedado, por los niños, aun enferma, aun enfrentada a terribles problemas prácticos?

En Irak es imposible procurarse leche, comida, medicamentos… el 70 por ciento de los medicamentos era importado del oeste. En los hospitales, los anestesistas se marchan porque no disponen de anestesia. Las vacunas necesitan refrigeración, y se pudren porque ya no hay material adecuado; algunos niños vacunados se mueren, pues la eficacia de las vacunas en semejantes condiciones es ilusoria. Es en este país caído de rodillas donde ella ha dejado a sus hijos, cuyo padre quiere convertirlos en iraquíes.

Las sanciones que pesan sobre su pueblo no le cuestan nada a Saddam Hussein, que se encuentra a mil leguas de todo esto. La clase media a la que pertenecía Khalid se ha convertido en la clase pobre, y los pobres están desesperados. Se encuentran en el fondo del agujero, en el fondo de una inmensa hondonada. Carecen de voz alguna en el gobierno. Todo lo que esperan es recuperar la vida normal que las sanciones económicas les impiden.

Khalid pensaba regresar a su país para hacer fortuna; y no ha hallado en él más que pobreza. Adam y Adora no se merecían que su padre les arrastrara a esta miseria.

Durante un mes, veo a Mariann regularmente, sin poder hacer nada eficaz para ayudarla. Las comunicaciones telefónicas con Irak no se han restablecido todavía. Es el gran desierto. Ninguna noticia de los niños. Ni una carta.

El 31 de agosto de 1991, las líneas se restablecen en un único sentido. Mariann puede hablar con Khalid aunque éste no puede llamarla a ella, suponiendo que tenga ganas de hacerlo… Considerando la diferencia horaria, la comunicación debe establecerse por la noche.

A las dos de la madrugada, Mariann se instala en nuestra oficina de la organización Un Mundo para los Niños, en medio de expedientes de centenares de casos como el suyo. No tiene dinero para pagar las conferencias internacionales, por lo demás espantosamente caras. Para complicar el problema, tiene que llamar primero a una tienda vecina de la de Khalid, desde donde van a buscarle. Eso lleva unos minutos. Y los niños nunca están con él, por supuesto.

Su primera conversación se limita a los asuntos prácticos. Desde la partida de su mujer, parece que Khalid se interesa nuevamente por su situación personal en Estados Unidos… ¿Considera acaso la posibilidad de regresar?

—¿Has tenido noticias sobre mi petición de ciudadanía americana?

—No, faltaste el día del juramento… Hay que volver a empezar desde cero, e ignoro si es posible, en este momento. Pero puedo ocuparme de los pasaportes de los niños.

—¿Cómo es eso?

—Con el servicio de extranjeros del Departamento de Estado.

—¿Y si pido un visado?

—Puedo ocuparme de ello también. Haz la petición a la embajada de Jordania…

—¿Y el dinero?

—Ya me las arreglaré…

—Pero si voy no tendré trabajo. Y me hace falta un empleo, ¡y bien pagado!

—Para tener un empleo, es necesario ante todo que vengas… Dime, ¿cómo están los niños?

—Bien…

—¿Están… están enfadados conmigo por mi marcha?

—Si quieres saberlo, vuelve… a tu costa, evidentemente.

Al cabo de diez minutos, la comunicación se corta, y Mariann llora.

—Sería preciso llamar a casa de mi cuñada, si quiero hablar con mis hijos. Adam debe de estar resentido conmigo. Era tan feliz ante la idea de partir, tan feliz, Betty… Su padre es un monstruo; estoy segura de que le ha dicho que fue culpa mía…

—Y creo que él lo ha comprendido. Mahtob lo comprendió, y era mucho más joven…

Es la primera vez, desde mi fiasco con Marilyn, que me implico completamente en un nuevo caso. No puedo evitarlo. Mariann vaga por la vida como un zombie, está avergonzada de lo que ha hecho, no tiene dinero, sus padres no pueden o no quieren ayudarla. Irak es una nación marginada. Como Irán cuando yo estaba allí. Yo tengo a Mahtob. Christy Khan tiene a sus tres hijos, Craig DeMarr, a sus dos hijas… Mariann, a ninguno, pese a que ha tenido el valor de ir a Irak.

—Me da miedo hablar con Adam… Y Adora apenas comprende lo que digo…

—Sin embargo, es una verdadera obsesión. ¡Hace un año, hubieras saltado de alegría por dos minutos de conversación con ellos!

—El problema es que tengo ganas de llamarles continuamente. Sería capaz de hacerlo todos los días, sin llegar a cansarme. Pero me siento culpable, debería estar con ellos en lugar de estar colgada a este teléfono… La única manera sería no pensar en ellos, pero sé que están allí, al otro extremo de la línea. Eso me pone enferma.

A fin de poder ahorrar, Mariann se busca dos empleos. Un trabajo remunerado en la oficina de ayuda local, y otro de vendedora en una tienda de vídeo. Trata de ahorrar dinero para regresar a Irak, pero ¿podrá hacerlo sin peligro? ¿Será libre de hacerlo? Se lo había prometido a sus hijos antes de partir: «Volveré. Me veo obligada a marchar sin vosotros, pero volveré y lucharé por llevaros conmigo. No lo olvidéis: mamá os quiere, y mamá os querrá siempre.»

Mientras tanto, llama una vez al mes. Hablar con Sageta, la madre sustituía de Adora, es un suplicio que yo puedo comprender. Cuando Moody me quitó a Mahtob, y ésta fue entregada al cuidado de las otras mujeres, me sentí enferma.

Parece que los niños no han acusado mucho el golpe. Adam no está resentido con su madre, y no espera más que una cosa, la más difícil: que ella vuelva.

Al cabo de cuatro meses noto en las conversaciones de Mariann y Khalid un cambio sutil. Ella le propone regularmente que venga a instalarse en Estados Unidos, y parece sincera cuando le dice: «Podríamos volver a empezar; reflexiona. Estamos casados desde hace diez años; ¿por qué no partir de cero?»

Yo, por mi parte, trato de comprender.

—¿Aún le quieres? ¿Te sientes capaz de volver a empezar?

—No lo sé… ¡Pero me gustaría tanto que las cosas se arreglaran, me gustaría tanto que no se hubiera marchado así! ¡Por los niños, sobre todo!

—¿Crees que ha cambiado?

—Quizás… Siempre se podría probar.

—¿Y él que dice a todo eso?

—Cada vez lo mismo: que le gustaría volver, pero que debo encontrarle un empleo en el que gane mucho dinero. Quiere una carta verde de residente, quiere incluso la nacionalidad americana.

—Te pide lo imposible, ¿no? ¿Y los niños?

—Dice que si le prometo todo eso, volverá con Adam y Adora.

Instintivamente, no llego a creer en la buena fe de Khalid. Mariann, tampoco, sin duda, pero de momento prefiere no plantearse demasiadas preguntas. Un hombre que se vale de sus hijos para obtener ventajas… ¡No es de fiar! Probablemente trata de utilizar a Mariann una vez más.

Lo que tiene de positivo es que estos tratos por teléfono permiten mantener el contacto. Se trata de algo esencial, y es una recomendación que hago siempre a los padres. El verdadero horror comienza el día en que todos los lazos se rompen, cuando los niños desaparecen.

Vamos a intentar, pues, jugar el juego de Khalid. Si es sincero, tanto mejor; si no lo es… ya veremos.

Digo ya veremos porque ya no estoy sola. La organización, aunque no tiene grandes medios, sí puede correr con algunos gastos. Arnie, nuestro infatigable abogado, puede ocuparse gratuitamente de los problemas jurídicos que plantearán los futuros acuerdos entre Mariann y Khalid. Y, aunque no confío mucho en esta clase de reconciliación, no debo influir en Mariann.

El ritmo de las comunicaciones telefónicas se acelera. Mariann y Khalid discuten ahora cada quince días. Y siguen hablando de cosas prácticas: pasaportes, visados, billetes de avión… Oficialmente, yo no aparezco más que como miembro de la fundación. Mi nombre jamás se pronuncia; Khalid podría conocerlo y desconfiar de mí.

A finales de mayo de 1992, los acontecimientos se precipitan. Khalid anuncia por teléfono que se dirigirá a Jordania, a Ammán, con los dos niños, y que tomará un vuelo a Michigan. A condición, siempre, de que le aseguren el visado de residente, un empleo bien remunerado, y le paguen el billete. Mariann está loca de excitación.

Me pongo en contacto con el Departamento de Estado. Comunicamos con la embajada de Estados Unidos en Jordania, que debe hacerse cargo de los trámites administrativos. Las plazas de avión son reservadas y pagadas por la organización. Mariann y Khalid continúan hablándose por teléfono, ¡y comienza una increíble odisea!

Durante cinco días, Mariann, el Departamento de Estado, yo, Arnie y nuestra embajada en Jordania vamos a vivir un espantoso
suspense
. Jamás lo olvidaré.

Khalid debe tomar el avión en Ammán el 23 de mayo de 1992, con destino a Detroit. El 23 de mayo, viajo, así pues, con una sobreexcitada Mariann, hacia Detroit. Nos instalamos en la habitación de un hotel, cerca del aeropuerto.

Un productor de televisión ha decidido rodar un reportaje. El asunto de Mariann es conocido. Sí termina bien, servirá de ejemplo. Bob Bishop, que trabaja a menudo para la NBC, se ha convertido en un amigo desde que hizo unos reportajes sobre Mahtob y yo. Es muy sensible y muy humano; participa en nuestra organización, y confío enteramente en él.

¡Lo que Bob Bishop ignora, al cargar su cámara en nuestra habitación del hotel, es que rodará durante cinco días! Y que va a realizar un reportaje imprevisto y completamente absurdo.

La decisión de Khalid de partir el 23 de mayo nos ha sorprendido, y también nos ha molestado un poco. Para encontrar a alguien en el Departamento de Estado un sábado, hay que demostrar realmente una urgencia. Yo discuto por teléfono, mientras Mariann habla con un consejero de la embajada en Ammán. De pronto, veo que su rostro palidece y sus ojos se estrechan; las lágrimas no están lejos.

—¿Qué ocurre?

—Khalid está en el aeropuerto; pero ha venido sólo con Adam. ¡Ha dejado a Adora en Mossul! —Y, a continuación, estalla—: ¡Me ha mentido, me ha mentido! ¡Lo tenía preparado!

—Hay que hablar en seguida con él, Mariann…

—¿Hablar con él? Declaró en la embajada que viajaba con su hijo para radicarse en Estados Unidos por un año ¡y que después volvería a buscar a su hija! Me ha mentido otra vez, mentido, mentido…

Lo que me temía desde el comienzo está ocurriendo El chantaje nuevamente, el odioso chantaje: «Te traigo un solo hijo, ya ves: yo soy quien decide, yo soy el jefe.»

Llamo al senador Riegle, uno de nuestros apoyos más jóvenes en Washington, y le explico la situación. Tenemos que establecer contacto con el embajador en Ammán para asegurarnos al más alto nivel de que Khalid realmente sube al avión con Adam. En esta fase del chantaje, puede decidir cualquier cosa; por ejemplo, dejar a Adam con alguien de su familia en el último momento. Debemos jugar sobre seguro.

Mariann está completamente trastornada por esta traición. Veinticuatro horas antes, estaba dispuesta a perdonar, a tratar de empezar una nueva vida… ¡Se acabó! El retorno a la realidad es terriblemente duro. Khalid la ha traicionado una vez más.

Arnie y yo tratamos de calmarla. La solución sería presentar una demanda de divorcio inmediatamente, pedir la custodia de los dos niños a un juez de Michigan, acusar a Khalid de secuestro, aunque ninguna ley federal prevea tal cosa, y tratar de obtener una orden de arresto.

Arnie explica: «Escúcheme, Mariann. Soy su abogado soy un liberal empedernido, y hacer meter a alguien en la cárcel sin juicio no me resulta agradable. Pero, en este caso, debemos intentar proceder así. De esta manera podemos esperar que el propio Khalid presione a su familia para que envíen a Adora a Estados Unidos. Por otra parte el hecho de que estén ustedes legalmente divorciados le permitirá pedir la custodia de los niños en el territorio de Estados Unidos, lo cual protegerá a Adam.»

El problema es que divorciarse un fin de semana incluso en Estados Unidos donde los procedimientos son rápidos, no es factible. Hay que esperar al lunes…

Este sábado infernal, las noticias van de prisa. Nueva llamada de la embajada en Ammán: «Su marido subió al avión con su hijo. Pero luego bajó de él, ignoramos por qué… Nos han dicho que había tomado una habitación en un hotel. Voy a hablar con él, y la tendré al corriente en cuanto sea posible.»

Mariann está completamente enloquecida. Y nosotros nos preguntamos a qué viene este juego cruel. Ha debido de pasar algo grave; la policía jordana quizás…

La noche del sábado transcurre en medio de numerosas preguntas sin respuesta.

El domingo 24 de mayo, llaman de la embajada:

—Alguien en el avión, un policía jordano supongo, le aconsejó que no se marchara, que era una trampa, que los americanos iban a encarcelarlo. Entonces, bajó precipitadamente. Había dejado incluso sus maletas en el avión, y tuvieron que recuperarlas. Nos ha costado mucho convencerle de que no se arriesgaba a nada. Tiene miedo, quiere una garantía definitiva… Si no, se marcha otra vez a Mossul.

—Es preciso que hable con su mujer. ¡Dígale que ella le llamará al hotel; que no se mueva de ahí!

Mariann ha de jugar un juego muy difícil: transformarse en actriz. Le repito los elementos esenciales de esta comedia hipócrita pero necesaria:

—Debes decirle lo que él quiere oír: que no tiene nada que temer, que quieres vivir con él, que tendrá todo lo que quiere. ¡Que le amas!

—No lo conseguiré, Betty; tengo ganas de estrangularle… ¿Y Adora? ¡Ha dejado a Adora en casa de su madre!

—Hay que pensar ante todo en Adam. Hazlo por él.

Mariann se halla en tal estado de nerviosismo que tienen dificultad en hablar. No aparto los ojos de ella mientras habla con Khalid. Si deja escapar el menor indicio de su cólera, se producirá el fracaso. Y yo sé cuán difícil es humillarse hasta ese punto, decir «te amo» a un hombre al que se desprecia por sus mentiras, sus exigencias, su chantaje… Pero hay que pensar sólo en el niño, no en uno mismo. Tragarse las lágrimas y la cólera. Lo hice por Mahtob, es un recuerdo penoso.

Mariann está agotada por la jornada de espera, por la noche sin dormir. Agotada de repetir incansablemente las mismas cosas: «Todo está arreglado, te lo aseguro, no tienes nada que temer, ¡Es ridículo!… Sí… tendrás el visado. ¿Qué vuelo vas a tomar? He pasado ya la mitad de la tarde esperándote…»

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