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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Olvidé olvidarte (18 page)

BOOK: Olvidé olvidarte
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—Rocío me llamó para contarme lo de Marlon. ¡Olvídate de ese imbécil! En cuanto a Phil, prefiero omitir lo que siempre he pensado de semejante ser. Por cierto, oye, George… ¿Quién es George?

«¡Mierda!», pensó Shanna. Tras tragarse el nudo de emociones que se hacía en su garganta, preguntó:

—¿Te acuerdas de cuando vivía en Toronto con mamá?

—Sí —asintió Celine.

—Recuerdas ese amor imposible que…

—¿Tu vecino? —recordó Celine—, ése al que siempre has adorado a pesar de que no te hacía caso. No me digas que le has vuelto a ver. ¡Qué fuerte, por Dios! Y dónde vive, ¿en Seattle?

—Sí, mi vecino —asintió Shanna cerrando el ordenador. La imagen de George y ella sonriendo en el acuario la ponía melancólica—. Él es el veterinario del zoo y el acuario de Seattle, y… —Pero al ver llegar a Brooke Garsen, su jefa, dijo—: Oye Celine, te dejo. Ha llegado mi jefa. Ya hablaremos. Besos.

Tras aquello, ambas cortaron la comunicación.

19

Una vez colgó el teléfono, Celine sonrió y mientras apagaba su cigarrillo pensó en el hecho de que Shanna hubiese vuelto a ver a George O’Neill. Una vez apagado, se volvió a apoyar en la cristalera de su precioso despacho y recordó a Bernard. Nunca se separó de su mujer. No se había dado cuenta de que la engañaba hasta que una tarde recibió un mensaje en su móvil que la puso sobre aviso. Descubrió entonces que su amado Bernard se veía con Claudia, una compañera de ella, y eso la destrozó.

El fin de su historia con Bernard fue traumático. Y cuando creía que lo comenzaba a superar, una noche recibió una llamada de la policía. Al parecer, Bernard y una mujer habían sufrido un accidente de tráfico y los dos habían muerto. La policía llamó al teléfono móvil que encontraron en los papeles del coche. Ella fue la primera en enterarse y, en estado de shock y con una inmensa sangre fría, llamó al suegro de Bernard para que se ocupara de todo. Durante dos días no derramó ni una lágrima. No quería llorar. Pero cuando abrió la puerta de su casa y aparecieron sus cuatro amigas ante ella, se derrumbó.

Los años pasaron y Celine se dedicó a trabajar y ascender en Bruselas. En aquel tiempo tuvo una corta historia con un tipo, pero aquello no acabó bien. Decidió no contar nada a sus amigas. Las conocía y sabía que no pararían de preguntar. En su empresa se la conocía como la fiera de la publicidad. Siempre acertaba en sus campañas. Era fría, calculadora y eficiente, y nunca, ni por el más mínimo asomo, escapaba nada de su control. Vestía Armani, Prada, Versace, y pronto empezó a ser conocida en sociedad como un icono de la moda. Su apariencia física era impactante. Su pelo negro, corto y engominado se puso de moda, y con su mirada azul y gélida dejó helado a más de uno.

Sus amigas hacía años que la habían bautizado como «tempanito». Y aunque con ellas era cariñosa, con el resto del mundo se mostraba introvertida e insensible.

El sonido de un bolígrafo al caer al suelo la despertó. Con rapidez, Celine lo cogió y miró su reloj. Las diez de la mañana. Tras calcular mentalmente, suspiró al pensar en lo tarde que era en Toronto. Shanna seguiría trabajando. Tras sentarse en su bonita silla blanca de diseño, miró su agenda. A las diez y cuarto tenía una reunión a la que no le apetecía acudir. Pero tras calzarse sus carísimos zapatos de Prada, se levantó y, una vez cogió su carpeta negra, marchó hacia la sala de reuniones.

Aquel encuentro la agotó. Sus jefes la obligaban a aceptar de nuevo la campaña Depinie. Se trataba de una adinerada firma de vinos europeos y californianos. Celine no quería aceptar aquel trabajo, pero el dueño, Marco Depinie, sentado frente a ella, dijo que sólo firmaría el contrato si era ella la encargada de organizar la campaña y crear los catálogos para la subasta californiana. Al final, cansada de verle la cara a aquel tipo y deseosa de que la reunión terminara, Celine claudicó y se marchó. A las seis de la tarde, cuando salió de su despacho, se encontró en el ascensor con Joel González, un joven ejecutivo con el que Celine se veía de vez en cuando.

—¿Un día complicado? —preguntó éste, pavoneándose como siempre.

—Más bien difícil —contestó aún enfadada. Quería desaparecer de allí lo antes posible. No le apetecía cruzarse con el señor Depinie.

El ascensor no llegaba y Joel, soltando el maletín, se miró en el espejo para colocarse la corbata. Una vez terminó, se volvió hacia ella y preguntó.

—¿Te apetece una copa?

Por el rabillo del ojo, Celine oyó pasos, pero se relajó al ver que eran dos secretarias, y en tono bajo señaló:

—Estoy cansada, Joel —se disculpó—. Otro día.

En ese momento, las secretarias, tras saludarles, se quedaron esperando el ascensor con ellos mientras charlaban. Joel, acercándose a ella, dijo atrayendo la atención de todas:

—Por cierto, Celine, necesito que veas algo que tengo en mi despacho. ¿Me acompañas?

Clavando sus fríos ojos sobre él, preguntó:

—¿No puedes esperar a mañana, Joel?

Las secretarias les miraron y Joel, en plan encantador, repuso:

—La verdad es que sí. Pero me harías un gran favor si lo vieras ahora.

Al mirarle a los ojos y sentir el calor que desprendían, con una pequeña sonrisa asintió:

—De acuerdo, vayamos —dijo Celine.

Con paso seguro, Celine comenzó a andar hacia el despacho de Joel, que la seguía mientras observaba la manera tan sexy de andar que tenía. Al torcer la esquina, Celine contuvo el aliento. Sus jefes, junto a Marco Depinie, pasaron a su lado. Depinie la saludó con una sonrisa falsa, la misma que ella le devolvió. Al llegar al despacho de Joel, que no se había percatado de la mirada que habían cruzado Celine y aquel hombre, éste dio un paso más largo que ella, cogió el pomo de la puerta y con galantería la abrió, para luego cerrarla tras él. Una vez solos, y tras dejar ella su maletín en el suelo, Celine se volvió hacia él.

—Joel, te agradecería que fueras rápido. Estoy cansada y quiero irme a casa.

Tras echar el pestillo del despacho y soltar el maletín, él respondió:

—De acuerdo, seré rápido.

Alargando su mano agarró la de ella y la atrajo hacia sí. La respiración de ambos se cortó durante unos segundos, hasta que ella sonrió.

—Joel, esto es justo lo que hoy NO necesito.

Pero él no la escuchó. La besó. Le mordió los labios y la arrinconó contra la pared.

—No estoy de acuerdo. Creo que esto es lo que necesitas para relajarte —rió mientras le desabrochaba los botones de la camisa. Ella se dejó.

Cuando quedó expuesta ante él en sujetador, le susurró.

—Quítatelo.

Sin pestañear, ella se lo quitó y Joel se lanzó a succionar y mordisquear sus pechos. En décimas de segundo consiguió que los pezones de Celine se pusieran tan duros como su propia erección. Con los ojos cerrados, Celine disfrutó de aquello, mientras imaginaba que era la boca caliente de otro y no la de Joel, la que le mordía y exigía. Sintió cómo le subía la falda y oyó su exclamación cuando se topó con unas ligas en lugar de medias y un tentador tanga de raso violeta.

—Me encanta ver que te has puesto el tanga que te regalé —susurró el hombre al mirarlo.

Ella asintió. Sin abrir los ojos, se dejó tumbar encima de la mesa del despacho y que él le abriera las piernas para jugar con ella a placer. Primero fue su boca la que la inspeccionó, la chupó y le mordisqueó el clítoris. Celine tuvo que morderse los labios para no chillar de placer. Después le introdujo un dedo, luego dos, tres y, cuando ella creyó que iba a explotar, le miró pero no le vio a él. Sus ojos veían a otro, hasta que Joel habló y su fantasía acabó.

—Joel, ¡para! —exigió ella. Él paró.

Con gesto extraño, Celine se incorporó de la mesa, cerró las piernas y se levantó. Aquel juego era algo que llevaban practicando desde hacía meses. Y lo que había sacado en claro era que lo necesitaba y le gustaba, aunque a veces los recuerdos la torturasen sin piedad. Joel la miró agacharse para recoger su camisa. Ambos sabían que su relación se basaba en el sexo, nada más. Pero él cada día sentía que quería más. Sus encuentros en cualquier lugar eran salvajes e inesperados. Todo formaba parte de su juego. Mientras Celine se vestía, sin decir nada, Joel se acercó a ella y tras besarla en el pelo, murmuró:

—Sigo queriendo tomar algo contigo.

Ella le miró. Y con un sentimiento que se hallaba entre la culpa y la satisfacción, dijo:

—Y yo sigo queriendo irme a casa.

Joel no apartó su mirada. Celine había vuelto a meterse en su cascarón particular.

—Entonces, invítame allí —pidió esperanzado.

—Otro día.

—¡Celine! —exclamó el hombre para llamar su atención—. No sé qué te pasa con los hombres, pero todos no somos iguales. Quizá nos parezcamos, pero no somos iguales. —Y para hacerla sonreír, añadió—: Incluso un tío como yo está dispuesto a hacer por ti lo que sea.

Al oír aquello, le besó y, separándose de él, contestó mirándole con sus fríos ojos azules, algo nublados por los recuerdos:

—Te creo, Joel. Pero tengo claro que no quiero nada con personas de tu sexo.

—¿Vas a hacerte lesbiana, entonces? —bromeó haciéndola sonreír.

Abrochándose el último botón de su camisa, se carcajeó antes de decir:

—Quizá me lo tenga que plantear. Nunca se sabe.

Besándola de nuevo, él insistió.

—Sólo una copa y te prometo que luego me iré.

Sus miradas se encontraron y, tras tomar su maletín y quitar el pestillo de seguridad de la puerta para que saliera, ella dijo:

—De acuerdo. Sólo una y luego te vas.

Durante el viaje a la casa de Celine, cada uno condujo su coche. Celine llevaba un precioso BMW Z4 color rojo y Joel, un Audi TT biplaza negro. Cuando llegaron al Cosmopolitan y entraron en el espectacular apartamento de ella, tomaron una primera copa y luego una segunda mientras charlaban y Joel notaba cómo ella se iba relajando.

—Tengo dos entradas para el Théatre Royal de la Monnaie, el día 24. Representan
Madame Butterfly
.

Celine le miró y, tras exhalar el humo de su cigarro, preguntó:

—¿Es una invitación?

—En toda regla —asintió él, haciéndola sonreír. Tras besarle en el cuello y pasarle la mano por la mejilla prosiguió—: Mira, te propongo un fin de semana diferente. Mañana mi hermano expone sus pinturas en la galería San Humberto. ¿Te apetece venir conmigo a verlas?

—Tenía pensado ir a visitar el Centro Nacional del Cómic.

—¿El museo del Tebeo? —Ella asintió—. Estupendo. Mañana nos levantamos, vamos a la galería San Humberto, visitamos el museo, y más tarde te invito a comer en Fleur. —Celine sonrió—. Te aseguro que allí saborearás unos exquisitos «Fricadellex burxellisex», o lo que es lo mismo, unos filetes a la plancha con endibias.

Al sentirse mejor, alejada del ambiente de la oficina, Celine suspiró. Joel era un tipo sexy y encantador. Además, pasar aquel fin semana acompañada le iría muy bien.

—Mmmmm —gimió ella—. Me estás convenciendo.

Joel sonrió al sentir que la coraza de ella volvía a desaparecer.

—¡Genial! —asintió él—.Y para que sea un sábado completo, por la noche te vienes conmigo a ver
Madame Butterfly
. Dime que sí.

Celine se levantó y, sentándose encima de él, le besó. Cuando pudo despegar sus labios de los de él dijo al notar cómo su cuerpo reaccionaba:

—De acuerdo. Me has convencido. Y ahora, terminemos lo que habíamos empezado en el despacho.

20

Aquella mañana Rocío caminaba tranquilamente por los pasillos de KLK, una empresa dedicada a crear programas informáticos de distribución mundial. En los últimos años, una compañía española se había convertido en el cliente que más programas le compraba, por lo que habían decidido contratar a varios profesores de español. De esta manera, sus ejecutivos no tendrían problema a la hora de viajar o resolver cualquier asunto con sus clientes españoles.

Una de las profesoras contratadas fue Rocío. Tras terminar sus estudios de arte dramático, y viendo que triunfar en aquel mundo era más que difícil, optó por comenzar a dar clases de español en Nueva York. Un día recibió la oferta de aquella empresa, que no rechazó. Era un trabajo que no le desagradaba, pero estaba harta de ejecutivos. Y tras sufrir varias decepciones con algunos de ellos, decidió no volver a mezclar trabajo y placer.

—Buenos días, profesora —saludó Oliver Bastek.

Oliver era un hombre de unos cuarenta y tantos años, bajito y nada atractivo, que se mostraba muy amable con Rocío.

—Buenos días, Oliver —respondió dedicándole una agradable sonrisa, algo que él agradeció. Las chicas guapas como Rocío no le solían prestar atención—. ¿Cómo te encuentras hoy?

—Cansado. Anoche estuvimos con la niña en urgencias hasta bien tarde —respondió él.

Rocío se quedó parada al recibir la noticia. Conocía a la familia de Oliver y les tenía aprecio.

—¿Qué le ha pasado a Julia?

—Cosas de bebés. —Y, riéndose, Oliver aclaró—: Tenía gases y la pobre lo estaba pasando fatal.

—¡Ay, mi niña! —sonrió Rocío con dulzura.

—Pero no te preocupes, ya está bien.

—Buenos días, señorita Fernández —saludó Arthur, otro ejecutivo que, sin mirarles, entró en el aula.

Rocío se acercó a Oliver y le hizo sonreír cuando le susurró.

—Este hombre debe de desayunar zumo de limón. Siempre tiene cara de asco.

Una vez dentro del aula, Oliver se sentó en su sitio y la clase comenzó. El nivel que tenían los alumnos de aquella clase era bastante alto. Rocío llevaba con aquel grupo cuatro años, y ya les conocía a todos. También conocía sus habituales miraditas lascivas.

Debido a eso, procuraba ir vestida de forma discreta, tapada casi hasta las orejas. Ya había vivido la fase en la que la gran mayoría de ellos había intentado llevársela a la cama. Y todavía sonreía cuando le preguntaban si era mexicana. Sin duda, su melena oscura, sus ojos negros y aquel aire latino que a ella tanto le gustaba hacía que lo pareciera. Cuando terminó la clase, Oliver esperó hasta que Rocío recogió sus papeles y salió con ella.

—Valeria me ha preguntado si querrías venir este fin de semana a casa. Su madre llega de Sicilia y vendrán algunos familiares, entre los que estará Vitorio —comentó con una sonrisa. Sabía que Vitorio y Rocío se llevaban muy bien, incluso habían ido juntos un par de veces al cine.

Rocío le escuchó y, con una sonrisa, asintió.

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