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Authors: Enid Blyton

Tags: #Infantil y Juvenil, Aventuras

Otra aventura de los Cinco (14 page)

BOOK: Otra aventura de los Cinco
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—Oh,
Jorge
, creo que te equivocas —dijo Julián, que no podía soportar la idea de que el preceptor pudiera hacer cosas así—. Todo eso que dices son fantasías increíbles.

—Ocurren montones de cosas increíbles —dijo
Jorge
—. Montones. Y ésta es una de ellas.

—Bien. Si es cierto que el señor Roland robó las hojas, éstas deben de estar en algún lugar de la casa —dijo Julián—. Él no ha salido en todo el día. Seguramente las tiene en su dormitorio.

—¡Desde luego! —dijo
Jorge
, excitadísima—. ¡Qué ganas tengo de que se vaya un rato! Entonces podré registrar su dormitorio.


Jorge
, tú no harás eso —dijo Julián, molesto.

—Lo que a ti te ocurre, sencillamente, es que no sabes las cosas que soy capaz de hacer si se me mete en la cabeza hacerlas —dijo
Jorge
, contrayendo firmemente los labios—. Oh, ¿qué es ese ruido?

Había sonado un portazo. Julián se dirigió cautelosamente a la ventana y miró fuera. En aquel momento había cesado de nevar y el señor Roland había aprovechado la ocasión para salir de la casa.

—Es el señor Roland —dijo Julián.

—¡Oooooh!, yo podría ahora mismo registrar su habitación si tú te quedas en la ventana vigilando para avisarme si regresa —dijo
Jorge
destapándose.

—No,
Jorge
, no lo hagas —dijo Julián—. Te lo digo de verdad: no está bien registrar el dormitorio de una persona así como así. Y, de todos modos, me atrevería a decir que, si es que robó las hojas, se las ha llevado consigo ahora. Seguramente ha ido a entregárselas a alguien.

—No se me había ocurrido —dijo
Jorge
mirando a Julián con los ojos muy abiertos—. Qué contrariedad. Por supuesto que posiblemente eso es lo que ha ido a hacer. Él conoce a los artistas de la granja Kirrin. Seguramente están complicados también en el asunto.

—Oh,
Jorge
, no seas tonta —dijo Julián—. Estás haciendo una montaña de un granito de arena, hablando de «complots» y de lindezas por el estilo. Cualquiera diría que estamos metidos de lleno en una aventura de lo más extraordinaria.

—Pues bien: yo estoy segura de que es así —dijo
Jorge
inesperadamente y con acento solemne—. ¡Tengo la impresión de que estamos metidos en una gran aventura!

Julián miró a su prima detenidamente. ¿Era posible que fuera verdad lo que acababa de decir?

—Julián: ¿quieres hacer algo por mí? —pidió
Jorge
.

—Desde luego —dijo el muchacho rápidamente.

—Sal de casa y sigue al señor Roland —dijo
Jorge
—. No dejes que él te vea. Hay en el armario del vestíbulo un impermeable blanco. Póntelo, que no será fácil distinguirte así entre la nieve. Síguelo y comprueba si se reúne con otras personas y les entrega alguna cosa que puedan ser los papeles que han desaparecido. Los podrás distinguir bien. Son muy grandes.

—Está bien —dijo Julián—. Lo haré. Pero, a cambio, prométeme que no registrarás el dormitorio del señor Roland. Esas cosas no se deben hacer,
Jorge
.

—Yo las debo hacer —dijo
Jorge
—. Pero no haré nada si es que por mí resuelves seguir los pasos del señor Roland. Estoy segura de que lo que ha robado se lo entregará a sus cómplices. ¡Y estoy segura también de que esos cómplices no son otros que los dos artistas que simulaban no haberlo conocido nunca!

—Ya verás como te equivocas —dijo Julián dirigiéndose a la puerta—. Y, de todas formas, no creo que pueda seguir los pasos al señor Roland, porque hace ya lo menos cinco minutos que se ha marchado.

—No seas tonto. Podrás seguirlo muy bien. Habrá dejado sus huellas en la nieve —dijo
Jorge
—. Oh, Julián, había olvidado decirte lo más interesante. Pero, querido, ahora no hay tiempo ya. Te lo diré cuando regreses, si es que vuelves a tiempo. Se trata del «camino secreto».

—¿De veras? —dijo Julián, entusiasmado. Había constituido para él una gran decepción no haber podido hasta entonces averiguar nada sobre el particular—. Está bien. Haré lo posible por regresar pronto. Si no vuelvo en seguida, no te apures: aunque sea a la hora de acostarnos, seguro que regresaré.

Se dirigió a la puerta y la cerró, desapareciendo tras ella. Bajó la escalera y asomó la cabeza al cuarto de estar, donde encontró a los demás y les dijo que se disponía a seguir los pasos del señor Roland.

—Más tarde os diré por qué —dijo.

Se puso el impermeable y salió al jardín. Estaba comenzando a nevar de nuevo, pero no tan fuerte como para que se hubieran borrado las huellas del señor Roland. Éste se había puesto para su excursión unas grandes botas «Wellington» y sus huellas estaban bien marcadas sobre la nieve, que formaba una capa de seis pulgadas de espesor.

El muchacho empezó a seguirlas andando muy aprisa. El campo tenía un aspecto auténticamente invernal. La nieve era muy densa y espesa y, al parecer, iba a nevar mucho más todavía. Siguió corriendo tras las huellas, pero del preceptor no había ni señal.

Por todo el helado camino se distinguía la doble hilera de las huellas. Julián empezaba a desalentarse. De repente oyó voces y se detuvo. Había allí un gran matorral de genista y las voces procedían, al parecer, del otro lado. El muchacho se acercó al matorral. Oyó la voz del preceptor hablando bajo. No podía entender ninguna palabra de las que decía.

«¿A quién podrá estar hablando?», pensó.

Se adentró entre el matorral por un hueco que, aunque a propósito, era bastante espinoso. Julián pensó que a través de ese hueco podía llegar hasta el otro lado del matorral. Apartó las punzantes ramas con gran cuidado y, una vez en el otro lado, vio, ante su asombro, al señor Roland hablando con los dos artistas de la granja Kirrin. ¡El señor Thomas y el señor Wilton! Pues
Jorge
tenía razón. El preceptor se había ido a reunir con ellos y, según veía Julián, le entregaba en aquel momento un paquete de hojas dobladas al señor Thomas.

«Parecen iguales que las que usa tío Quintín para escribir —se dijo Julián a sí mismo—. A fe que es un asunto extraño. Empieza a parecerme que se trata de un 'complot' en el que el señor Roland es el centro.»

El señor Thomas se metió los papeles en el bolsillo de su abrigo. Musitó después unas palabras que los aguzados oídos de Julián no pudieron captar, y luego los artistas se marcharon, dirigiéndose a la granja Kirrin. El señor Roland retrocedió por la senda que llevaba al camino principal. Julián se agazapó lo más que pudo dentro de su espinoso escondite de genista, confiando en que el preceptor no volviese la cara y lo descubriese. Afortunadamente no ocurrió así. Siguió rectamente su camino y desapareció entre la nieve, que ahora caía en gran abundancia. El tiempo empezaba a ponerse oscuro y Julián, incapaz casi de distinguir el camino, corrió veloz tras el señor Roland, atemorizado ante la idea de perderse en medio de la tempestad de nieve.

El señor Roland también procuraba por todos los medios llegar cuanto antes a la casa. Virtualmente, corría hacia «Villa Kirrin». Por fin llegó a la puerta del jardín y Julián lo vio como se dirigía a la casa. Necesitaba dar tiempo al preceptor para que se quitara el impermeable y las botas. Le dio un golpecito a
Timoteo
mientras pasaba junto a él y por fin se introdujo, a su vez, en «Villa Kirrin». Se quitó su indumentaria de nieve y se metió rápidamente en el cuarto de estar, antes de que el señor Roland pasase por allí camino de su dormitorio.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntaron Dick y Ana al ver a Julián en un estado de gran excitación. Pero no pudo decirles nada, porque en aquel momento llegaba Juana para servir el té.

Ante la gran decepción de Julián, no pudo decir nada a los demás en todo el resto de la tarde, porque los mayores, uno u otro, estaban siempre con ellos en la habitación. Tampoco podía ir a ver a
Jorge
. Le costaba mucho trabajo aguantarse sin decir nada pero, quisiera o no, tenía que hacerlo.

—¿Está nevando todavía, tía Fanny? —preguntó Ana.

Su tía fue a la puerta y miró fuera. ¡La nieve había sobrepasado la altura del escalón de la entrada!

—Sí —dijo al volver—. Está nevando una enormidad. Si sigue nevando así vamos a quedar bloqueados como ocurrió hace dos años. Estuvimos sin poder salir de casa durante cinco días. Ni el lechero ni el panadero podían venir. Afortunadamente teníamos leche condensada en gran cantidad, y el pan lo hice yo misma. ¡Pobres chicos! Seguramente mañana no podréis ir de paseo. ¡Nieva mucho!

—¿También quedaría bloqueada por la nieve la casa de la granja Kirrin? —preguntó el señor Roland.

—Oh, sí, y más que esta casa —dijo tía Fanny—. Pero eso no preocupa a los granjeros. Tienen provisiones en abundancia. ¡Quedarían bloqueados más días que nosotros!

Julián empezó a hacer cábalas sobre por qué había hecho esa pregunta el señor Roland. ¿Estaría preocupado por si sus dos amigos no iban a poder salir a enviar por correo los papeles a algún sitio o tomar un autobús o un coche para el mismo menester? El muchacho estaba convencido de que ésa era la razón por la cual el señor Roland había hecho la pregunta. El tiempo se le hacía larguísimo, buscando una manera de decir a los demás lo que sabía.

—Estoy cansado —dijo alrededor de las ocho—. ¿Puedo acostarme ya?

Dick y Ana lo miraron atónitos. Normalmente, como él era mayor, era el último en irse a la cama. ¡Y esta noche, antes de que nadie se fuera a acostar, él estaba pidiendo permiso para hacerlo! Julián les guiñó un ojo y ellos empezaron a comprender. Dick dio un enorme bostezo y Ana hizo lo mismo. Su tía soltó la prenda que estaba cosiendo.

—¡Parecéis muy cansados! —dijo—. Creo que será mejor que os vayáis todos a la cama.

—¿Puedo ir antes fuera a echar un vistazo a
Timoteo
a ver si está bien? —preguntó Julián.

Su tía asintió con un gesto. El muchacho se puso el impermeable y las botas y salió de la casa. La nieve estaba ya bastante alta y casi cubría la perrera de
Timoteo
. El can había escarbado en la parte que daba a la puerta y había hecho un hoyo, desde donde observaba a Julián cuando éste salió.

—Pobre viejo, tener que pasar la nevada aquí solo —dijo Julián.

Le dio al perro unos golpecitos y éste empezó a gimotear. Estaba pidiendo a Julián que lo dejara volver con él a casa.

—Yo bien lo quisiera —dijo Julián—. Pero no puede ser,
Timoteo
. Mañana vendré otra vez a verte.

Volvió a la casa. Los chicos dieron las buenas noches a su tía y al señor Roland y se dirigieron a la escalera.

—¡Desnudaos rápido! ¡Poneos las batas y vamos al cuarto de
Jorge
! —susurró Julián a los otros—. Y nada de hacer ruido, no vaya a ser que suba tía Fanny. ¡Venga, rápido!

Antes de que transcurrieran tres minutos los chicos se habían desnudado y estaban con sus batas en la cama de
Jorge
. Ella estaba muy contenta de verlos. Ana se metió en la cama con ella, porque tenía mucho frío.

—Julián, ¿cómo ha ido la persecución del señor Roland? —preguntó
Jorge
.

—¿Por qué lo has seguido? —dijo Dick, que no tenía la menor idea del asunto.

Julián contó lo más rápidamente que pudo todo lo que
Jorge
había sospechado y cómo se había puesto a seguir al preceptor, y lo que había visto después. Cuando
Jorge
oyó a Julián decir que el preceptor le dio un paquete de hojas de papel a los artistas, sus ojos fulguraban de indignación.

—¡El muy ladrón! Aquéllas serán seguramente las hojas que ha robado. ¡Y pensar que papá es tan amigo suyo...! Oh ¿qué podríamos hacer? Esos hombres se llevarán las hojas lo más pronto que puedan, con todo el tiempo que le ha costado a papá escribirlas, y su secreto acabará siendo descubierto, probablemente para utilizarlo en un país extranjero.

—No podrán llevarse los papeles —dijo Julián—. No tienes idea de cómo está nevando,
Jorge
. Nosotros tendremos que estar aquí sin poder salir de casa durante varios días y lo mismo les pasará a los que viven en la granja Kirrin. Probablemente esconderán los papeles en algún sitio de la casa. Si nosotros pudiéramos de algún modo llegar hasta allí y registrarlo todo...

—No podemos de ninguna manera —dijo Dick—. Acabaría llegándonos la nieve al cuello.

Los cuatro se miraron unos a otros con cierto aire de tristeza. Dick y Ana difícilmente podían creer que el simpático señor Roland fuese un ladrón —quizás un espía— dedicado a sustraer un secreto científico a un amigo suyo. Pero, sea como fuere, ellos no podían impedirlo.

—Quizá sea mejor que se lo digas a tu padre —dijo Julián al final.

—No —dijo Ana—. Él no se lo creerá, ¿verdad,
Jorge
?

—Se reiría de nosotros y se iría directamente a decírselo al señor Roland dijo
Jorge
. Porque ello significaría que yo le quería dar un consejo y él no admite consejos de nadie.

—¡Sssssssss! Viene tía Fanny —dijo Dick de pronto. Los chicos salieron rápidamente del cuarto y se metieron en la cama. Ana salió de la de
Jorge
y en un momento estuvo acostada en la suya. Todo era paz y tranquilidad cuando tía Fanny entró en el dormitorio.

Les dio las buenas noches y los arropó. Tan pronto como se hubo marchado, los chicos estaban otra vez reunidos en el cuarto de
Jorge
.


Jorge
, cuéntanos ahora lo que tenías que decir sobre el camino secreto —dijo Julián.

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