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Authors: Juan del Val y Nuria Roca

Tags: #Erótico, humor, romántico

Para Ana (de tu muerto) (9 page)

BOOK: Para Ana (de tu muerto)
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Después apareció Carlos y con él me lo empecé a plantear todo. Con él sí que me comprometí, ya lo creo. Y, con el tiempo, formamos una pareja que a veces parecía como cualquier otra. Una vez, llevaríamos juntos siete u ocho años, fuimos a una psicóloga de parejas. Carlos necesitaba información de este tipo de terapias para una novela y me pidió que le acompañara. Acepté, pero con la condición de tomárnoslo en serio y contar la verdad a la terapeuta, a ver qué sacábamos en claro. Carlos aceptó el reto y a la semana teníamos hora con Amelia Torregrosa, una señora que pasaba de los cincuenta, elegante, pequeña y con aspecto frágil, maquillada hasta el extremo y con los pies más pequeños que jamás he visto. Llevaba unos zapatitos de tacón ancho que parecían del disfraz de una niña de seis años. Cuando a aquella señora le contábamos nuestras experiencias, no se inmutaba. Le hablábamos de tríos, orgías, hombres, mujeres, la intención permanente de Carlos de meter en nuestra cama a un travesti… Doña Amelia —yo la llamaba así, porque para mí era como una profesora— nos miraba fijamente a los dos, que estábamos frente a ella en un sofá de dos plazas, y durante las primeras sesiones concluía siempre con un pensamiento que a mí se me antojaba muy básico para una profesional: «No son cosas muy comunes, la verdad».

En el fondo, yo fui a aquellas sesiones con la íntima esperanza de que me dijeran que lo que hacíamos no estaba bien.

—Mire, doña Amelia…

—Te he dicho un montón de veces que no me llames doña Amelia.

—Mire, Amelia…

—Y mejor tutéame.

—Mira, Amelia…

—Así mejor. Es que tenemos que establecer un vínculo más estrecho y llamarnos de usted puede levantar ciertas barreras que no nos van a ayudar. Continúa, por favor.

—¡Eh….! Pues ya se me ha olvidado lo que te iba a decir.

La comunicación no era fácil, aunque a partir de la segunda semana empezamos a tocar algunos temas de interés que, aunque no terminaba de entender del todo, recuerdo que me parecían importantes.

—Ana, háblame de lo que para ti es el concepto «renunciar».

—¿Renunciar…? Pues no hacer lo que se quiere, creo.

—¿Y consentir?

—Hacer lo que no se quiere.

—¿Y elegir?

—Decidir lo que se hace.

Carlos nos miraba a doña Amelia y a mí con escepticismo. Sé que en su mente estaba tomando notas de ese personaje para su novela, aunque parecía no prestar demasiada atención al fondo de las cosas. Eso sí, le encantaba confundir.

—¿Esto es una terapia de pareja o una clase de primero de Filosofía?

—¿Estás de acuerdo con las definiciones de Ana? —le preguntó Amelia sin inmutarse ante su ofensa.

—Es que no estaba muy atento —dijo Carlos, burlón.

—Ana, ¿estás a gusto realizando este tipo de prácticas sexuales que me habéis descrito? —me preguntó Amelia.

—No siempre.

—Y tú, Carlos, ¿qué tienes que decir a eso?

—Que ninguna pareja hace siempre lo que quiere.

—No todas las parejas hacen orgías —se defendió Amelia.

—Unas parejas hacen orgías y otras visitan a los suegros los domingos: son cosas que no siempre tienen que apetecer.

18

H
ay un episodio de la novela de Carlos que me excita especialmente. Fernando y Elena se han despertado desnudos en la cama. La noche anterior hubo fiesta en casa. Fernando las organiza y Elena se está acostumbrando a ellas. Al principio, le costaba, pero en las últimas lo ha pasado bien. En la primera lloró después de que la gente se fuera. Por vergüenza, sobre todo. Ahora disfruta y se divierte, aunque para empezar a sentirse bien necesita la ayuda de tres vodkas con Coca-Cola. A Elena no le gustan las drogas, un canuto antes de dormir es lo único que de verdad disfruta. Si se consumen otras cosas, ella suele abstenerse, a no ser que sea la única en hacerlo. No le gusta quedarse sola, así que si todos toman, ella se une. Anoche vino a casa una pareja y un chico joven. Los primeros están cerca de los cincuenta, con buen aspecto. Fea ella, pero con buen cuerpo, y él con una calva morena extremadamente brillante. Es alto, delgado y con los ojos claros. Teresa y Francese, se llaman. El chico joven es absolutamente espectacular. Podría ser, si es que no lo es en realidad, un modelo de pasarela de alguna firma de alta costura. En la cena cuenta que está estudiando marketing en Estados Unidos, en una universidad en la que además compite en natación. No dice nada de ser modelo. Pasa largo rato contemplando el cuadro del pasillo en el que Elena come sandía. Su nombre es Toni y, desde que entra en la casa, no para de seducir a Elena con un descaro que resultaría incómodo si no hubiera estado muy claro para lo que estaban todos allí. Teresa y Francese, que llevan viviendo juntos desde hace casi veinte años, tienen un par de tiendas de antigüedades, una en Madrid y otra en Barcelona, de donde es él. Fernando cuenta que está preparando una exposición que le han pedido en una galería de San Francisco. Elena habla de su música y de lo mucho que disfrutaba haciendo conciertos en los bares de Madrid. Ya hace mucho tiempo que no toca. Termina la cena, llegan las copas y lo demás, y alguien baja la intensidad de la luz del salón.

—Me gustaría que Elena cantase algo —dice Toni.

—No, me da una vergüenza horrible.

—¡Venga! —la animan todos mientras Fernando le acerca la guitarra acústica.

Elena está a gusto. Canta seis o siete trozos de algunos temas y disfruta haciéndolo. Teresa y Francese empiezan a besarse nada más concluir Elena su repertorio. Fernando anima con la mirada a Toni para que se acerque a Elena. Entre los dos la desnudan. Toni deja desnudo su torso, se desabrocha los botones del pantalón y deja a la vista el calzoncillo bajo el cual se marca su pene grueso y erecto. Elena está recostada en el sofá mientras Fernando besa sus pechos desnudos. No puede resistirse a tocar a Toni por dentro. Al sentir su dureza, gime de excitación. Fernando se va retirando y Toni cobra todo el protagonismo. En el sofá de enfrente, Teresa aprieta la cabeza de Francese entre sus piernas. Su gemido, constante y rítmico, se convierte en una especie de banda sonora para el resto. Toni se tumba en el sofá y Elena se sube encima de él. Poco a poco va encajándose en el cuerpo perfecto de Toni. No tarda ni dos minutos en correrse la primera vez. Toni permanece duro dentro de Elena, que tarda un rato en recuperar una respiración más suave. Toni, debajo de ella, acaricia sus pechos. Poco a poco, Elena recobra el aliento y la excitación. Esta vez empieza a moverse más suave encima de Toni, sintiendo cómo éste llega tan dentro que ya no puede llegar más. Elena siente cómo Fernando comienza a acariciarle la espalda, dibuja con sus manos la forma de su cintura, después la de sus glúteos, de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro. Ella sigue moviéndose encima de Toni mientras Fernando la acaricia por detrás con sus dedos. Elena intentó hace años practicar sexo anal, pero le dolió tanto que jamás ha vuelto a intentarlo. Esta noche, sin embargo, mientras apoya sus manos en el pecho de Toni, que se mueve dentro de ella lenta y profundamente, va dejando hacer a Fernando. Elena está tan excitada que tiene que contenerse para no correrse por segunda vez, quiere disfrutar al máximo lo que esta vez sí le apetece hacer. Fernando se ayuda de una crema para introducir un dedo que Elena siente como frío en su interior. Ningún dolor. Fernando empuja la espalda de Elena hacia Toni, al que ella besa mientras espera con deseo a que Fernando entre también dentro de ella. Lo hace despacio, muy poco a poco. Sólo al principio siente algo de molestia, pero está tan excitada que no le importa. Los movimientos de Fernando son cada vez más rápidos y profundos y Elena empieza a reconocer un placer diferente, nuevo hasta ahora. Se concentra en sentir dentro de ella a dos hombres, cierra los ojos y vive cada instante, cada movimiento, cómo va aumentando ese placer extraño que no quiere que acabe. Toni muerde su cuello al acabar y ella le abraza con fuerza mientras se concentra en seguir sintiendo a Fernando. Elena comienza a temblar de placer, su vientre vibra como si tuviera vida propia, al igual que su sexo, al que siente latir con fuerza. Intenta aguantar, pero no puede. Tiene un orgasmo largo y lento casi a la vez que Fernando. Elena sobre Toni y Fernando sobre Elena se desploman en el sofá, exhaustos. Tardaron tiempo en reparar en Teresa y Francese, que habían acabado hacía rato y contemplaban la escena desde el sofá. Al parecer, la pareja de anticuarios suele participar en estas fiestas sólo para mirar y ser vistos, nunca practican sexo con otras personas. Es una manera distinta de interpretar la fidelidad. Elena se va a la cama antes de que se marchen los tres invitados de la casa. Desde su cuarto escucha cómo Fernando despide a la pareja y después a Toni, al que da un fajo de billetes. El chico guapo se paga sus estudios con este tipo de trabajos. Elena y Fernando se besan y duermen abrazados hasta casi la hora de comer del día siguiente.

Carlos escribe esta escena en uno de los pasajes de su novela. No ha necesitado recurrir a su imaginación para hacerlo. Lo único que le ha hecho falta ha sido memoria.

19

L
uisa me llama por teléfono a mi mesa. Me dice que vaya. Noto que está preocupada.

—Ana, ¿qué pasa con la novela?

Mi jefa no espera a mi respuesta.

—Ayer —continúa— estuve con una editora de Tierra y me asegura que la novela de Carlos la van a publicar ellos. Han visto a tu hijo por allí acompañado de Marta Sanchizdrián.

—No te preocupes. Simplemente, está valorando una oferta económica.

—No es eso lo que me han dicho. Creo que ya están preparando el contrato con un anticipo millonario.

—Luisa, tienes que seguir confiando en mí. Conozco a Carlos y sé que la novela la publicaremos aquí, en Uriarte.

Mi jefa prefiere creerme, sobre todo porque no le queda más remedio.

—¿Dejó Carlos título para la novela?

—No.

—Mejor, eso nunca fue su fuerte. Tenemos que empezar a darle vueltas si queremos salir en Sant Jordi.

—Tranquila, todavía hay tiempo.

—¿Cuándo podré leer la segunda parte?

—Ten paciencia.

—¡Joder, Ana! —se desespera—. Vale ya. Nos lo estamos jugando todo. ¡Háblame claro, por Dios!

Valoro muy seriamente contarle toda la verdad. Estoy a punto de hacerlo, pero me interrumpen tres toques de nudillo en la puerta del despacho. La puerta se abre.

—¿Se puede?

Es Martín Gracia, el periodista deportivo, que, al comprobar que Luisa no está sola, se disculpa.

—¡Lo siento, creía que estabas sola!

—No te preocupes, pasa —se tranquiliza Luisa.

—Hombre, Martín —le saludo amablemente.

—¿Qué tal, Ana?

—Bien, gracias. Ya me ha dicho Luisa que puede que publiquemos finalmente tu novela.

—¡Ojalá!

—¿Te vienes a comer con nosotros? —me invita Luisa con ganas de que diga que no.

—No puedo. Tengo un montón de lío.

Elena está sola en casa. Fernando se ha ido a Londres a visitar a algunos directores de galerías de arte para preparar una nueva exposición. Estará varias semanas fuera. Nunca se separan tanto tiempo. A Elena le apetece quedarse sola. No tiene ningún plan concreto: ir al cine, cocinar, salir a correr por el Retiro, leer revistas, masturbarse mientras ve alguna película porno. Carlos describe los pensamientos de Elena con tal precisión que me da vergüenza. Leyendo, descubro lo mucho que sabía Carlos de mí. También compruebo que es capaz de respetarme más de lo que lo hago yo misma. En la novela, es imposible no empatizar con Elena, no sé si en mi vida real es tan fácil hacerlo conmigo. Si esa chica soy yo, me gusto más de lo que creía.

Elena estaba sola cuando conoció a Fernando. Ella también es huérfana. El pintor se convierte en el único mundo de Elena desde el momento en el que empezaron. Elena no se hace preguntas sobre cómo es su relación, simplemente la vive.

Los tres capítulos de la novela en los que Fernando está en Londres y Elena se queda sola en Madrid son posiblemente los más desoladores que ha escrito Carlos en toda su vida. Ella da vueltas por la casa, como una adolescente, escuchando música a todo volumen, cantando a voces ayudada por un micrófono invisible que sostiene con el puño cerrado. Baila sexy delante del espejo y duerme desnuda en el sofá. Pasan los días y Elena quiere salir de casa. No llama a nadie, porque no tiene a quién llamar. Los músicos del grupo en el que ya no toca no están en Madrid y en la agenda de su móvil no hay nadie que no tenga que ver con Fernando. No pasa nada. Una mañana sale a pasear. Pasa horas andando, viendo escaparates y observando a la gente. Entra a un restaurante caro a comer y coquetea con un camarero joven que le sirve la comida. Junto con la tarjeta de crédito, Elena le da al camarero una servilleta de papel en la que ha apuntado su móvil. No había pasado ni media hora desde que había abandonado el restaurante cuando el camarero la llamó. Se citaron en una cafetería de la Gran Vía antes de subir a una pensión que alquilaba habitaciones por horas. Elena empujó al camarero en la cama y se subió encima. Ella sólo se quitó las bragas y a él le bajó los pantalones y los calzoncillos. Ni los zapatos le dejó quitarse. Elena se movió unas cuantas veces con el camarero dentro hasta que éste se corrió.

Volvió a casa y, a medida que pasaban los días, Elena tenía menos ganas de bailar frente al espejo, de cantar con micrófonos invisibles, de disfrutar de su desnudez. Elena padece su soledad y la claustrofobia se va apoderando de ella. No tiene salida, porque no tiene presente ni pasado al que aferrarse. La soledad absoluta de una vida que ha construido en torno a Fernando. Lleva algunos días sin ducharse y apenas come algunas latas de conservas que no le están sentando bien. Elena baja al sótano, donde trabaja Fernando. Es su estudio, repleto de cuadros, bocetos, pinceles, lienzos. En ese sótano en el que pinta Fernando es posiblemente en el único sitio en el que Elena tiene presencia. Allí sí tiene función, es necesaria. Elena observa los cuadros acabados, otros en los que Fernando aún trabaja, los dibujos a lápiz y algunas notas que Fernando escribe sobre ideas que ella le ha dado en algún momento. Elena está en cada uno de los rincones de ese sótano. Pero sólo allí. Una planta más arriba no existe. Sin ira, sin violencia, moviéndose despacio, Elena coge un mechero y prende fuego al estudio. El material inflamable que contienen algunas pinturas hace que todo arda rápidamente. Con la misma tranquilidad con la que ha provocado el incendio, sube a la planta de arriba y llama a emergencias para pedir auxilio a los bomberos. Cuando éstos llegan, todo el trabajo de Fernando se ha convertido en cenizas. A pesar de la desolación, del caos del incendio, cuando leo esa escena escrita por Carlos es inevitable sentir alegría.

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