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Authors: Edgar Rice Burroughs

Pellucidar (10 page)

BOOK: Pellucidar
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—Los poderosos mahars —dijo—, son incapaces de relacionar tu declaración de que el documento se ha perdido con tu acción de enviárselo por medio de un mensajero especial. Desean saber si tan pronto has olvidado lo ocurrido o si simplemente lo ignoras.

—Yo no les envié ningún documento —grité—. Pregúntales qué quieren decir.

—Dicen —continuó tras conversar un rato con el mahar— que justo antes de regresar tú a Phutra, vino Hooja el Astuto, trayendo consigo el Gran Secreto. Dijo que tú le habías enviado por delante, pidiéndole que nos lo entregase para luego volver a Sari donde tú le esperabas, y llevándose con él a la muchacha.

—¿Dian? —suspiré— ¿Los mahars han entregado a Dian a la custodia de Hooja?

—Por supuesto —contestó— ¿Y qué? Sólo es una gilak.

Lo dijo como nosotros hubiéramos dicho "sólo es una vaca".

"Para mi sorpresa, los tres se precipitaron sobre el tarag, mientras éste se estaba preparando para su carga definitiva. Clavaron sus garras en la espalda de la bestia, y la alzaron de la arena como si hubiera sido un pollo bajo la presa de un halcón" (Ilustración de Frank Frazetta)

Capítulo VI
El mundo colgante

L
os mahars me liberaron como habían prometido, pero con órdenes estrictas de jamás volver a aproximarme a Phutra ni a ninguna otra ciudad mahar. También dejaron perfectamente claro que me consideraban una criatura peligrosa, y que habiendo cancelado su deuda en todo lo que pudieran estar obligados conmigo, a partir de ahora me consideraban una presa clara. Si caía de nuevo en sus manos, podía esperarme lo peor.

No me dijeron en qué dirección había partido Hooja con Dian, de modo que marché de Phutra lleno de amargura contra los mahars y de rabia hacia el Astuto que de nuevo me había robado mi mayor tesoro.

Al principio tenía en mente regresar a Anoroc, pero tras pensarlo dos veces volví mis pasos hacia Sari, pues presentía que Hooja viajaba en esa dirección, ya que hacia allí se encontraba su propio país.

De mi viaje a Sari basta con decir que estuvo cargado de la normal aventura y excitación, incidencia usual en cualquier viaje por la faz del salvaje Pellucidar. En cualquier caso, los diversos peligros se vieron considerablemente reducidos gracias a mi armamento. A menudo me pregunté cómo era posible que hubiera sobrevivido los primeros diez años de mi vida en el mundo interior cuando, desnudo y primitivamente armado, había atravesado grandes áreas de su superficie plagada de bestias.

Con la ayuda de mi mapa, que había conservado con gran cuidado durante mi marcha con los sagoths en busca del Gran Secreto, llegué por fin a Sari. Cuando coroné la elevada meseta en cuyos rocosos riscos la principal tribu de saris tenía su hogar, un gran griterío se elevó de los primeros que me descubrieron.

Como avispas de un avispero, los peludos guerreros salieron de sus cavernas. Los arcos con flechas envenenadas, que yo les había enseñado a fabricar y usar, se alzaron contra mí. Espadas de hierro forjado, otra de mis innovaciones, me amenazaron, mientras la horda cargaba con fuertes gritos.

Era un momento crítico. Antes de que pudiera ser conocido podía morir. Era evidente que toda semejanza de interrelación tribal había cesado con mi marcha, y que mi pueblo había vuelto a su antiguo odio y su salvaje desconfianza hacia todos los extranjeros. Mi aspecto también debía confundirles, ya que nunca antes de ahora habían visto a un hombre vestido de caqui y con botas.

Apoyando el rifle exprés contra mi cuerpo puse ambas manos en alto. Era el signo de paz reconocido en cualquier lugar sobre la superficie de Pellucidar. Los guerreros cesaron en su carga y me observaron. Busqué a mi amigo Ghak el Velludo, rey de Sari, y enseguida lo vi acercándose desde la distancia. ¡Ah, qué alivio era ver su poderosa y peluda figura una vez más! Ghak era un amigo de esos que merece la pena tener, y hacía bastante tiempo que no veía un amigo.

Abriéndose paso a codazos entre la multitud de guerreros, el poderoso caudillo avanzó hacia mí. En sus finos rasgos había una expresión de asombro. Cruzó el espacio que había entre sus guerreros y yo y se detuvo ante mí.

No hablé; ni tan siquiera sonreí. Quería ver si Ghak, mi principal lugarteniente, me reconocía. Durante un rato permaneció observándome cuidadosamente. Sus ojos se fijaron en mi amplio casco, mi camisa caqui, las bandoleras llenas de cartuchos, los dos revólveres que pendían a mis costados, el gran rifle descansando contra mi cuerpo. Yo todavía seguía con las manos en alto. Examinó mis polainas y mis fuertes botas, ahora un poco desgastadas por el uso. Luego volvió una vez más a examinar mi rostro. Mientras mi mirada se posaba fijamente en él durante algunos instantes, vi que el reconocimiento unido al respeto se extendía por su semblante.

De repente, sin una palabra, cogió una de mis manos entre las suyas, y echando una rodilla en tierra llevó mis dedos a sus labios. Perry les había enseñado ese gesto, que ni siquiera en la más distinguida y palaciega de todas las grandes cortes de Europa se hubiera realizado con más gracia y dignidad.

Rápidamente alcé a Ghak, estrechando sus manos en las mías. Creo que en aquel momento hubo lágrimas en mis ojos; sé que me sentí demasiado emocionado para hablar. El rey de Sari se volvió hacia sus guerreros.

—Nuestro emperador ha regresado —anunció—. Acercaos y ...

Pero no pudo continuar, porque los gritos que surgieron de aquellas salvajes gargantas habrían apagado la voz del mismo cielo. Nunca me habría imaginado lo mucho que habían pensado en mí. Mientras se agolpaban a mi alrededor, prácticamente peleándose por la oportunidad de besar mi mano, volví a ver la visión de un imperio que había creído desaparecido para siempre.

Con hombres como aquellos podía conquistar un mundo. No. ¡Con hombres como aquellos conquistaría un mundo! Si los saris habían permanecido leales, también lo serían los amozs, y los kalianos, y los suvios y todas las grandes tribus que habían formado la Federación creada para liberar a la raza humana de Pellucidar.

Perry estaba a salvo con los mezops; yo lo estaba con los saris; si ahora Dian hubiera estado a salvo junto a mí, el futuro hubiera sido verdaderamente esplendoroso.

No me llevó mucho tiempo relatar a Ghak todo lo que me había ocurrido desde que me había marchado de Pellucidar, y, sobre todo, afrontar el asunto de encontrar a Dian, que en ese momento para mí era mucho más importante que el mismísimo Imperio.

Cuando le conté que Hooja se la había llevado, dio un salto de rabia.

—¡Siempre el Astuto! —gritó— Fue Hooja el que causó el primer problema entre la Hermosa y tú. Fue Hooja quien traicionó nuestra confianza y casi hizo que los sagoths nos volvieran a capturar cuando escapamos de Phutra. Fue Hooja quien te engañó y sustituyó a Dian por un mahar cuando partiste en tu viaje de regreso a tu propio mundo. Fue Hooja quien medró y mintió hasta que volvió a cada uno de los reinos contra el otro y destruyó la Federación. Cuando le volvamos a tener en nuestro poder seremos idiotas si le dejamos vivir. La próxima vez ...

Ghak no necesitaba acabar su sentencia.

—Ahora se ha convertido en un enemigo muy poderoso —repliqué— que, de alguna forma, está aliado con los mahars, es evidente por la familiaridad de sus relaciones con los sagoths que me acompañaron en la búsqueda del Gran Secreto, porque debió ser Hooja a quien vi conversando con ellos antes de que alcanzásemos el valle. Sin duda ellos le informaron de nuestra búsqueda, y él se nos adelantó, descubriendo la cueva y robando el documento. Bien se ha ganado su apelativo del Astuto.

Sostuve varias deliberaciones con Ghak y sus principales jefes. La conclusión de todas ellas fue la decisión de combinar nuestra búsqueda de Dian con el intento de reconstruir la destrozada Federación. A este fin veinte guerreros fueron enviados por parejas de diez a los reinos cercanos, con instrucciones de hacer todos los esfuerzos posibles para descubrir el paradero de Dian y Hooja, mientras transmitían sus misiones a los caudillos de los reinos a los que eran enviados.

Ghak tenía que permanecer allí para recibir a las diversas delegaciones a las que había invitado a venir a Sari para los asuntos de la Federación. Cuatrocientos guerreros partieron a Anoroc para traer a Perry y el contenido del Explorador a la capital del Imperio, lo que también constituía la principal decisión de los saris.

Al principio se decidió que yo también permaneciera en Sari, ya que así podía estar preparado para salir a la primera noticia del descubrimiento de Dian, pero ante mi profunda preocupación por el bienestar de mi compañera, encontré la inacción tan irritante que apenas habían partido las diversas unidades en sus misiones yo ya deseaba estar activamente comprometido en la búsqueda.

Recuerdo que fue después de dormir por segunda vez tras la partida de los guerreros cuando fui a ver a Ghak admitiendo que no podía soportar más la intolerable ansiedad de estar personalmente tras el rastro de mi perdido amor.

Ghak intentó persuadirme, aunque lo cierto es que su corazón estaba conmigo en el deseo de salir y hacer realmente algo. Mientras estábamos discutiendo la cuestión, un extranjero, con las manos sobre su cabeza, llegó al poblado. Inmediatamente fue rodeado por los guerreros y llevado a presencia de Ghak.

El individuo era un típico hombre de las cavernas, rechoncho, musculoso y peludo, pero de un tipo que no había visto antes. Sus rasgos, como los de todos aquellos primitivos hombres de Pellucidar, eran regulares y finos y sus armas consistían en un hacha de piedra, un cuchillo y un pesado y nudoso garrote de madera. Su piel era muy blanca.

—¿Quién eres y de dónde vienes? —preguntó Ghak.

—Soy Kolk, hijo de Goork, que es jefe de los thurios —contestó el extranjero—. Vengo de Thuria y voy en busca de la tierra de Amoz, en donde vive Dacor el Fuerte, quien robó a Canda la Agraciada, mi hermana, para que fuera su compañera. En Thuria hemos oído hablar de un gran caudillo que ha unido a muchas tribus en una, y mi padre me ha enviado ante Dacor para averiguar si hay algo de verdad en esas historias, y si es así, ofrecer la ayuda de Thuria a aquel al que llaman emperador.

—Las historias son ciertas —contestó Ghak—, y aquí está el emperador del que habéis oído hablar. No necesitas viajar más lejos.

Kolk estaba encantado. Nos habló mucho de los maravillosos recursos de Thuria, la Tierra de la Horrible Sombra, y de su largo viaje en busca de Amoz.

—¿Y por qué desea Goork, tu padre, unir su reino al imperio? —pregunté.

—Hay dos razones —contestó el joven—. Primero están los mahars que habitan más allá de las Llanuras del Lidi, situadas en el extremo más lejano de la Tierra de la Horrible Sombra, y que toman grandes tributos a nuestro pueblo, al que fuerzan a una esclavitud de por vida o al que engordan para sus festines. Hemos oído que el gran emperador ha tenido éxito en la guerra con los mahars, contra los que estaríamos deseosos de combatir.

—Recientemente se ha añadido una razón más —continuó—. En una gran isla del Sojar Az, a corta distancia de nuestras costas, un malvado ha reunido una poderosa banda de proscritos de todas las tribus. Incluso hay muchos sagoths entre ellos, enviados por los mahars para ayudar al malvado. Esta banda ataca nuestros poblados, y está constantemente creciendo en fuerza y tamaño, porque los mahars están dando la libertad a todos aquellos prisioneros varones que prometen unirse a esta banda y luchar contra los enemigos de los mahars. Los mahars se proponen crear de esta forma una fuerza de nuestra propia especie para combatir la creciente amenaza del nuevo imperio del que he venido a buscar información. Todo esto lo averiguamos por uno de nuestros guerreros que simuló simpatizar con esa banda y que luego escapó a la primera oportunidad.

—¿Quién puede ser el hombre que lidera un movimiento tan vil contra su propia especie? —le pregunté a Ghak.

—Su nombre es Hooja —dijo Kolk, respondiendo a mi pregunta.

Ghak y yo nos miramos el uno al otro. La sorpresa estaba dibujada en su semblante y latía fuertemente mi corazón. Por fin habíamos conseguido una pista tangible acerca del paradero de Hooja, y además la pista venía acompañada de un guía.

Pero cuando hablé de ello con Kolk, éste puso objeciones. Él había hecho un largo viaje, explicó, para ver a su hermana y para conferenciar con Dacor. Además, tenía instrucciones de su padre que no podía tomar a la ligera. Pero incluso así, hubiera regresado conmigo y me hubiera mostrado el camino hasta aquella isla de la costa de Thuria si de esa forma hubiéramos conseguido algo positivo.

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