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Authors: Diane Duane

Tags: #Ciencia ficción

Por prescripción facultativa (3 page)

BOOK: Por prescripción facultativa
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—Pero si eso sucediese, usted se quedaría sin trabajo.

—Jim, todos los médicos y enfermeras desde aquí hasta Rim vivimos con la esperanza de que un día nos despertaremos y nos encontraremos con que todos los habitantes del universo nos hallamos en perfecto estado de salud y obra en nuestro poder un certificado firmado por Dios que dice que moriremos todos pacíficamente mientras estemos dormidos. Entonces podremos jubilarnos todos y marcharnos de pesca.

—A usted no le gusta pescar. La última vez que le llevé de pesca dijo que era un deporte bárbaro. Me obligó a devolver al agua una trucha de cuatro kilos y medio.

McCoy miró a Kirk con el entrecejo fruncido.

—Ya sabe lo que quiero decir, maldición. Todos queremos dedicarnos a otro empleo. Cualquier otro. En cualquier caso, no es probable que eso suceda esta semana.

—Dudo que diga en serio eso de cualquier otro empleo —comentó Kirk, que sentía cómo su humor guasón se hacía más poderoso.

—No el suyo, en cualquier caso —declaró McCoy con una breve mirada a Spock—. Me provocaría una úlcera, sin lugar a dudas.

—¿Ni el mío, tampoco?

—No me tiente —replicó McCoy—. Su sillón es mucho más cómodo que el de mi consultorio. Creo que lo diseñó Torquemada. En fin, mire, Jim —continuó McCoy—, estas cifras requieren que el asunto sea tratado en la próxima reunión de jefes de departamento. Son excesivamente altas en todos los sentidos; han aumentado mucho durante las últimas dos misiones. Los jefes deben ser un poco más responsables y ayudar a su gente a seguir los regímenes, especialmente por lo que respecta a la programación de los turnos, y deben procurar que la gente no se agote completamente por puro entusiasmo. Yo no puedo estar en todas partes.

—¿Ah, no? —inquiró Spock alzando una ceja.

—No —dijo McCoy—. Los médicos no podían estar en todas partes, así que Dios inventó a los vulcanianos. Pensaba que ya lo sabía.

Kirk sonrió ligeramente.

—En cualquier caso —continuó McCoy—, entraremos en este tema con mayor detalle cuando se celebre la próxima reunión de jefes de departamento. Jim, necesito su respaldo.

—Lo tiene, por supuesto. ¿Algo más?

McCoy dirigió una mirada significativa a la sección media de Kirk.

—Quiero verle mañana en cualquier momento del día —dijo.

—¿Sólo a mí? ¿A Spock no?

—Spock es lógico —replicó McCoy con un gesto absoluto casi excesivo— y cuida bien de sí mismo. Además, todavía no necesita el cambio de aceite de los cien mil kilómetros. A las 08.00 de mañana, Jim. Quiero que esté allí.

McCoy se encaminó hacia las puertas del puente.

—Me alegro de verle, Bones —dijo Kirk en voz alta—. ¡He pasado un agradable permiso! ¡Gracias por preguntarlo!

—Mmmmrrffhhh —dijo McCoy, y las puertas del puente se cerraron ante él.

Kirk y Spock se miraron el uno al otro.

—Está de un humor excelente —comentó Kirk—. Creo que todavía no había agotado su permiso.

—Frecuentemente resulta difícil saber qué es lo que ocupa al doctor —reflexionó Spock—, quizá lo que le «preocupa» sería un término más adecuado. Sospecho que el modelo de comportamiento médico es defectuoso; aparentemente, exige que sus miembros no exterioricen sus verdaderas preocupaciones. Pero yo diría que el doctor nos las transmitirá en el momento adecuado.

Kirk asintió con la cabeza; observaba cómo la Tierra se alejaba rápidamente a sus espaldas mientras Sulu les sacaba del plano de la eclíptica y les alejaba del sistema.

—Probablemente tenga usted razón —le dijo al vulcaniano—. ¿Qué hay de esas relaciones de conversión de masa que quería comentar conmigo…?

—El nombre del planeta —declaró el señor Chekov— es 1212 Muscae IV: el cuarto cuerpo hacia el exterior de 1212 Mus, una estrella naranja de tipo F8, sin anomalías espectrográficas ni históricas dignas de mención. La estrella fue inicialmente catalogada por el cartógrafo Skalnate Pleso desde la Tierra, la edición de la época está fechada en 1950, y el número y clasificación asignados entonces por Bayer fueron mantenidos en el nuevo mapa cartográfico de la Unión Internacional Astronómica. Las coordenadas galácticas y la cefeida
[1]
variable orientativa más próxima aparecen en las efemérides que tienen en sus pantallas.

Kirk se repantigó en su asiento a la cabecera de la mesa de la sala principal de reuniones y calculó que la lista de coordenadas era casi la mitad de larga de lo que habría sido si le hubiera tocado a Spock hacer el resumen informativo; evidentemente, Chekov no se arriesgaba lo más mínimo, porque Spock estaba al final de la mesa y su fría mirada descansaba en la pantalla con el calmo interés de un profesor que espera ver cómo se desenvuelve un alumno estrella.

—El planeta —continuó Chekov— fue sometido a examen por la primera investigación de los Límites Galácticos Meridionales. Las lecturas iniciales desde el espacio indicaron que se trataba de una clara clasificación de tipo-M, lo que equivale a decir núcleo metálico, corteza con alta proporción de silicio y depósitos de carbón significativos; atmósfera con una composición media de oxígeno en no más del veinte por ciento, nitrógeno en no más del setenta por ciento, y gases nobles dentro de las tolerancias médicas de la Federación para la vida orgánica.

Tocó un control en el tablero de datos que tenía delante. Lo que había en las pantallas cambió para mostrar un planeta verdiazul de tipo muy parecido a la Tierra, cuya imagen había sido captada a unos trescientos mil kilómetros de distancia. Unas pinceladas suaves de nubes se extendían por la superficie; los continentes se hallaban separados por anchos mares, eran principalmente islas no mucho más grandes que digamos Australia, a juzgar por la escala en millas que aparecía en una esquina de la pantalla. Los casquetes polares eran diminutos cuerpos de hielo apenas apreciables.

—Como pueden ver —prosiguió Chekov—, el planeta se halla en una etapa interglacial; su temperatura media es de dieciséis grados centígrados. Las pautas del clima son poco notables, excepto en lo referente a la suavidad del mismo; durante el período de observación de veintinueve días no hubo viento alguno que superara la fuerza cuatro, incluso en las áreas polares.

—¿Cuál es la temperatura máxima durante el día en las zonas templadas? —inquirió Scotty desde un punto más alejado de la mesa.

—Veintiún grados centígrados en invierno —replicó Chekov—. Veintitrés en verano.

—Ahh —comentó Scotty—. Igual que en Aberdeen.

Varios de los que se hallaban en torno a la mesa se echaron a reír.

—Puede que así sea, Scotty —dijo Kirk—. Señor Chekov, ese planeta parece un bonito lugar para pasar las vacaciones.

—Podría serlo, señor, si no hubiese gente que vive en él. Pero hablaremos de eso dentro de poco. Si tienen la amabilidad de mirar la imagen siguiente… —y dio paso en las pantallas a un trazado táctico en pequeña escala en el que se veían las posiciones relativas de la Federación en el espacio verán que el planeta se halla en lo que podríamos denominar un espacio discutible, sobre el cual ni la Federación ni ningún otro grupo alineado han hecho ninguna reclamación territorial digna de ser tenida en cuenta, ni de tipo «tapón». Los intereses de romulanos y klingons no se han aventurado mucho en esa dirección, probablemente por motivos económicos; esa parte del espacio es bastante pobre en estrellas, dado que es un vacío que se extiende entre los brazos Sagitario y Perseo de la galaxia, y los sistemas con suficientes recursos naturales, como los cinturones de asteroides, son pocos y están muy separados.

Kirk asintió con la cabeza.

—Es un largo camino para recorrerlo sólo por unas vacaciones —comentó.

Chekov hizo un gesto de asentimiento a su vez.

—En cualquier caso, las diversas especies indígenas complicarían unas vacaciones —dijo.

La imagen cambió para mostrar una gráfica con tres figuras dibujadas, comparadas entre sí a escala: una tenía el aspecto de un saco aplastado, otra se parecía vagamente a un árbol, la tercera era un mero contorno de forma ligeramente cuadrada dibujado con puntos y algo más alta que la figura humana colocada para establecer una comparación.

—En el planeta existen tres especies inteligentes nativas —dijo Chekov. Los que tenían poco conocimiento del tema intercambiaron algunas fugaces miradas—. Esto es extremadamente insólito, como algunos estáis pensando. Hasta el momento éste es el único planeta hallado por la Federación en el que conviven tantas especies, que no fueron llevadas hasta allí por alguna otra, como es el caso de los preservadores. La primera investigación confirma que son productos genuinos de la evolución que ha tenido lugar en el planeta; las analogías en las muestras de ADN tomadas dan una probabilidad superior a seis sigma en favor de esta tesis. Uno de los objetivos de nuestra misión será obtener la confirmación absoluta de la situación evolutiva, un hecho ciertamente histórico en la exploración del espacio hasta este momento, que sin duda será activamente cuestionado por la comunidad científica cuando llevemos los datos de vuelta a casa.

—Así que debemos defender nuestro honor, ¿eh? —comentó McCoy desde el otro extremo de la mesa.

—La verdad es digna de defenderse, doctor —dijo Spock con calma—. Siempre y cuando sea la verdad. Eso es lo que nosotros hemos de averiguar.

—Las tres especies presentan una variedad insólita de tipos morfológicos —continuó Chekov sin prestar una atención particular a las conversaciones de fondo. Kirk sonrió para sí—. La primera con la que debemos tomar contacto…

La imagen de las pantallas cambió una vez más para mostrar algo que se parecía notablemente a una bolsa de plástico llena de líquido transparente; pero la superficie de la bolsa rielaba con colores iridiscentes, como el cristal dejado al sol durante años.

—Esta especie —dijo Chekov— se identifica a sí misma como uno de los pueblos llamados Ornae… las formas singular y adjetiva parecen ser Ornaet. Son unos de los primeros teriomorfos auténticos conocidos por la Federación, más perfectos que criaturas como los alariins o los anfibios geliformes de Sirius B III. Aparentemente hay alrededor de cinco millones en el planeta, que ellos consideran una población estable y normal. El interior de las criaturas, según el equipo de investigación, es puro protoplasma indiferenciado; la membrana exterior parece ser la típica semipermeable, como la de los animales simples unicelulares del tipo de la ameba. Sin embargo, la piel o película exterior es muy resistente a las radiaciones, y su permeabilidad relativa parece ser controlada conscientemente. También es completamente maleable; los ornaet parecen ser capaces de adoptar la forma que quieran, durante períodos de tiempo limitados, y utilizan sus propios cuerpos como herramientas.

—No obstante, no cambian de aspecto de forma permanente —dijo Scotty.

—No; su apariencia continúa siendo la misma, independientemente de la forma que hayan adoptado antes —replicó Chekov—. Parece que son capaces de absorber energía directamente del entorno, en cualquiera de las formas en que se presenta. —Comenzó a sonreír de una forma ligeramente burlona—. Uno de los ornaet más jóvenes arrebató la pistola fásica a uno de los miembros del equipo de investigación y se la comió. El hombre recibió la pistola de vuelta, físicamente intacta, pero completamente descargada.

Scotty alzó las cejas ante aquello.

—El equipo de investigación encontró que los ornaet eran amistosos y comunicativos, si bien un tanto enigmáticos —continuó Chekov—. Dudaban si debían atribuir esa calidad enigmática a las dificultades que encontraban los traductores universales no calibrados o a un inconveniente específico de la especie. Se espera que nosotros dilucidemos cuál de las dos cosas es la correcta.

McCoy parecía interesado.

—¿A qué se referían esos enigmas?

—El equipo de investigación informó que la mayoría de las dificultades con las que ellos se encontraron tenían que ver con el campo físico —replicó Chekov—. La forma del cuerpo y cosas por el estilo. Se pensó que los polimorfos podrían tener dificultades para entender por qué un alienígena no cambia de forma con la misma frecuencia que ellos.

—Tiene sentido —comentó McCoy—. Probablemente su idioma sea como mínimo igual de flexible; a una psicología semejante le resultaría natural que absolutamente todo cambiara de manera constante, incluso la simbología. Creo que podremos hallar una forma de manejar ese punto.

—La segunda especie… —La imagen volvió a cambiar y Kirk se encontró mirando algo parecido a un bosque… si no fuera porque no conseguía librarse de la impresión de que el bosque le miraba a él—. Éste es un lahit…

—¿En singular? —preguntó Uhura con sorpresa.

—Una sola entidad —replicó Chekov—, sí. Obviamente, este pueblo guarda alguna similitud física con los dendroides del tipo de los lusitanii, pero allí acaba el parecido. Los lusis son individuales; los lahit se parecen más a una organización de colmena que a cualquier otra cosa. Son de hábitos vegetales y se desplazan lentamente por la superficie del planeta en grandes colonias, algunas de las cuales habitan por voluntad propia en los parques de las ciudades ornaet. En muchos casos, parece que los ornae crean esos parques especialmente para ellos. Hay alrededor de veinte millones de lahit en el planeta, lo que ha sido descrito como una insólita subpoblación debida a algún tipo de desastre acaecido en el pasado reciente, cuya naturaleza fue incapaz de determinar el equipo de investigación. Cada lahit está conectado con sus propios subgrupos y con los supergrupos inmediatos mediante un sistema déndrico que habitualmente se halla dentro del suelo y se mueve con gran rapidez, de la misma forma utilizada por los túbulos de esporulación de los hongos himenomicetes como el marasmius oreades. La red de dendritas actúa como sistema nervioso, aunque el equipo de investigación hace una observación acerca de la aparente lentitud de transmisión a lo largo de la red. Formularle una pregunta a un lahit puede significar una espera de varios días antes de obtener la respuesta.

—Hablo con los árboles —cantó suavemente Uhura en sordina—, y ellos no me responden…

Una risilla ahogada recorrió la mesa.

—Aparentemente, eso es más o menos lo que informó el grupo investigador —dijo Chekov—. Muy pocos de los lahit daban muestras prácticas de reconocer la presencia de los miembros de la Federación, y mucho menos se dignaban mantener una conversación con ellos. Pero los ornae parecían pensar que de alguna forma los lahit eran más importantes para el planeta que ellos mismos. Es otro de los enigmas que nos tocará resolver a nosotros.

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