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Authors: José Antonio Cotrina Javier Negrete

Tags: #Colección NOVA 141

Premio UPC 2000 (14 page)

BOOK: Premio UPC 2000
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—No se lo diré a nadie si me da otro a mí.

Mientras ambos se reclinaban en sus asientos y se dedicaban a echar humo con entusiasmo, Rojo se percató de que en la pared de la izquierda, sobre el archivador, había un gran cartel con letras rojas: POR PAVOR, NO FUMEN. RESPETEN A LOS QUE QUEREMOS SEGUIR VIVIENDO.

Se lo señaló a Carreño y ambos se echaron a reír.

—Bueno —dijo el psiquiatra—, a esto se le llama momento de complicidad médico-paciente. Ahora deberíamos hablar de cosas serias. Imaginemos por un momento que yo le creo, o que al menos me creo que usted se cree toda esa historia. Usted cometió al mismo tiempo una insensatez y un delito al quitarse el Anóneiros y dormir sin él. Soñó con esa mujer…

—Néfele.

—Néfele… Néfele, Nef… —Ahora entendía por qué los nombres de los vídeos se habían convertido en
Nef00l
y
Nef002
—. ¿Le puso usted ese nombre?

—Fue ella quien me lo dijo. Pero yo lo sabía desde siempre. No pida que se lo explique, porque no sabría hacerlo.

—De acuerdo. Soñó con… Néfele. —Así que ella le había dicho su nombre a Carreño. Rojo sintió una absurda punzada de celos—. La vio en un lugar…

Dios mío, pensó, cómo no me he dado cuenta. La vio en un lugar negro, sin estrellas, con un mar oscuro, helado, sin colores… Por eso las palabras de Susan Grafter habían despertado en él ese
deja vu
: porque hablaban de un lugar tan similar al que había soñado Carreño, el infierno de tantos esquizofrénicos.

—¿Le pasa algo?

—No, no. Siga usted, por favor. ¿Qué ocurrió después? ¿Ella le miró, sin más, hizo algo, le habló?

Carreño se retrepó en el asiento y cruzó los dedos por delante del vientre en un gesto de satisfacción.

—Era hermosa, ¿verdad?

—Una obra de arte increíble, lo reconozco. ¿Qué pasó? —Ella me habló. —¿En qué idioma? —En castellano, claro.

—¿Por qué es tan claro? Hay cientos de idiomas en el mundo. —Ya, pero mi idioma natal es el castellano.

—En ese caso tal vez está usted admitiendo que era una creación de su mente, y que no había salido de la Cámara de Berensky… Carreño se cruzó de brazos, a la defensiva.

—Y usted tal vez está intentando competir conmigo, aunque no logro entender por qué.

Rojo lo entendía demasiado bien, pero no se lo quiso reconocer ni a sí mismo.

—No, le aseguro que es parte de mi… terapia. ¿Por qué cree usted que le habló en castellano?

Carreño volvió a ajustarse el Anóneiros, aplastó la colilla contra la suela de su zapato y se la guardó en el bolsillo del pantalón.

—Le voy a sugerir un trato, doctor Rojo —dijo, tabaleando con los dedos sobre los brazos de su asiento—. Yo le voy a seguir relatando en orden cronológico lo que pasó. Usted puede interrumpirme cuantas veces quiera para plantearme dudas sobre lo que ya haya dicho, pero no para preguntarme por lo que aún me quede por decir. Creo que así acabaremos antes, ¿no le parece?

Rojo se quitó las gafas falsas, las dejó sobre la mesa y asintió.

—De acuerdo. Pero procure ser conciso.

—Lo haré…

—¿Le he dicho ya que ni viviendo mil vidas podría volver a experimentar la dulce embriaguez de aquel momento? ¿Sí? En realidad, cuando le dije que fuera a Highwater, lo que pretendía sobre todo era que viera la imagen de Néfele, ya que así me podría entender mejor. Estoy seguro de que usted también es un hombre sensible a la belleza, aunque no sé si sentirá el mismo desprecio por la mediocridad que yo. Ahora, por primera vez en mi vida, me encontraba ante lo excelso, y yo me sentía pequeño e insignificante. Sin embargo ella, tan hermosa como sólo puede serlo un sueño, me ofreció su amor.

»¿Qué hice yo? Caí de rodillas ante ella y traté de hablar, pero fui incapaz. Ella me tendió la mano, y cogidos del brazo paseamos por las orillas de aquel mar tan negro como el vacío de una sombra.

»Cuando me desperté en el laboratorio me sentí desorientado. Hacía tanto tiempo que no soñaba que ya había olvidado cómo era el paso del ensueño a la vigilia. Luego lo recordé todo, todo. Incluso mi sueño, con una claridad y una vividez como jamás había recordado los sueños de mi vida anterior.

—¿No pensó que tal vez había contraído la narcolepsia de Pisani? —Ni por un momento. Sabía que eso no era para mí… Al menos, lo sabía entonces. Yo no desperté con temblores, jadeando, empapado en sudor y presa de un terror inexplicable, como les ocurre a las víctimas de la narcolepsia. No, yo estaba deseando volver a dormirme, y le aseguro que por nada del mundo me habría vuelto a conectar esto.

Se señaló a la Corona y soltó una carcajada seca—. ¡Ahora no me lo quitaría por nada del mundo!

»Tuve que volver a mi casa a la noche siguiente. Mi mujer… —Eleanor…

—Eleanor estaba desacostumbradamente cariñosa y con deseos de reconciliación. Por la noche tuve que… bueno, acostarme con ella —concedió con cierta repugnancia, mientras se frotaba la nuca—. Cerré los ojos, me dejé llevar e hice lo que pude. Ella se quedó dormida con una sonrisa estúpida. Aproveché la ocasión para apagar la luz y apoyar la cabeza en la almohada, sin el Anóneiros. ¡Me pareció aún mejor que dormir desnudo! Pero cuando me estaba amodorrando, ella se volvió medio en sueños, me tocó la cabeza y se despertó con un grito. ¡Cielo!, me dijo, que es algo que no soporto, ¡te has acostado sin la Corona! Encendió la luz y yo tuve que improvisar. Me he quedado adormilado, le dije, qué imprudencia, es que ha sido fantástico, ya sabes cómo me quedo después… Me puse al Anóneiros, apagamos la luz y ya no me atreví a quitármelo.

»Me desperté con una sensación de vacío terrible, como la que debe de sentir un drogadicto con el síndrome de abstinencia, o alguien que de pronto dejara de ver los colores y se encontrara en un mundo en blanco y negro. Me había limitado a pasar una noche más, mientras que la anterior, en la mina, la había
vivido.
Me dije que eso no se podía repetir, que me tenía que librar del Anóneiros como fuese: no pensaba volver a ser su esclavo.

»Así que alterné algunas noches en las que me quedaba en Highwater con otras en las que drogaba a mi mujer. Medí las dosis de somnífero con mucho cuidado, de modo que me dejaran un margen amplio y ella no sospechara nada. Mi mujer… Eleanor dormía de un tirón, mientras que yo renunciaba a dos horas de mis sueños y me despertaba a las cinco de la madrugada por evitarme problemas. Nunca me pilló.

—¿Seguía soñando con… Néfele?

—Sí. Y ella me fue enseñando su mundo poco a poco. ¿Cómo podría describírselo? Es imposible. Tendría que utilizar sinestesias, y aun así tendría que mezclar más sentidos de los que poseemos en este mundo. Todo era oscuro y frío, pero poseía una riqueza de detalles, un… ¿Cómo le diría? Era como si cada forma tuviera
filo.
Sí, filo: cada silueta cortaba a la vista, porque tenía una nitidez inusitada. Y los sonidos eran tan puros y entraban por la piel, y no tenían armónicos, sino una sola… —Su mirada se perdió durante unos segundos. Después, regresó—. Es inútil, no lo conseguiría ni aunque me hubiera dedicado en serio a la poesía. Tendría usted que vivirlo.

—Sería una experiencia muy arriesgada.

—Supongo que sí. En teoría, yo estaba jugando a la ruleta rusa cada vez que me acostaba sin el Anóneiros. Pero cada noche que pasaba yo tenía más claro que había sido elegido.

—¿Elegido? ¿Por quién?

—Por ella. Por Néfele, la Princesa de la Gente Sombría. Ella me amaba, y yo lo sabía porque una noche se me entregó en un lecho ingrávido, entre pétalos de lotos que radiaban un olor negro. Yo… ni puedo ni quiero explicar lo que sentí al unirme con ella por primera vez…

Por primera vez, pensó Rojo. Así que hubo más. Aquel pensamiento le quemó como piedra de esmeril. Sin darse cuenta, se volvió a poner las gafas.

—¿Quién o qué era Néfele?

—¿No se lo he dicho? Ella era la Princesa de la Gente Sombría, hija de la Reina Belecis y nieta de la Reina Brimfante: las tres diosas que gobiernan el País de las Sombras.

»¿Aún no lo entiende? No era ningún delirio, ni efecto de ninguna droga: yo estaba buscando la materia oscura del Universo, y la había encontrado. Pero nunca se me había ocurrido que la materia oscura fuera inteligente. Y resultó que lo era.

»Sí, lo crea usted o no, ¡la Gente Sombría es la que habita el mundo de la materia oscura, ese universo indetectable que comparte el mismo espacio-tiempo con nosotros sin que nos demos cuenta!

El delirio empezaba a salir a la luz. Rojo apretó los labios. Estaba seguro de que, si no decía nada, toda la historia brotaría como una enorme lombriz.

—Los habitantes del País de las Sombras sólo pueden comunicarse con nosotros cuando nuestra mente entra en ese estado tan especial e inexplicable que llamamos «sueño». Pero desde que compartimos nuestras noches con el Anóneiros, el vínculo entre la Gente Sombría y los humanos se ha roto por completo. Hemos dejado de conocerlos… Porque antes los conocíamos, y les dábamos muchos nombres, ¿sabe?

—No. Dígamelos usted.

—La Buena Gente, el Pueblo de las Hadas, los Djinn, los Dáimones, los Indígetes —enumeró Carreño—: cada pueblo les ha dado un apelativo diferente. Aunque nuestros universos no pudieran interactuar físicamente, nuestros antepasados intuían que había otras presencias en el mundo, presencias numinosas que sólo se podían sentir en determinados estados alterados de la conciencia. Y también intuían la existencia del País de las Sombras, y unas veces lo situaban más allá del horizonte, o bajo tierra, o en la cima de altas montañas: Avalon, Lyonesse, el Olimpo, la Sidhe, el Walhalla… De alguna manera sabían que estaba aquí, a nuestro lado, pero a la vez inalcanzable.

»Durante mucho tiempo los eruditos han intentado encontrar explicaciones psicológicas, estructurales, sociológicas o matriarcales alas leyendas y a los mitos. ¿Y si, en vez de pensar que los cuentos fantásticos simbolizan algo o intentan interpretar nuestra realidad, aceptáramos por un momento la inquietante posibilidad de que lo que cuentan es verdad, de que reflejan algo cierto, sólo que imperfectamente percibido?

»¿De dónde se cree usted que viene el fenómeno universalmente conocido de la inspiración? ¿Por qué los griegos peregrinaban a santuarios del sueño para que los dioses les revelaran el futuro? ¿Adonde cree que viajaban los chamanes siberianos cuando tenían experiencias extracorpóreas? Yo sé cuál es el origen de todo eso: ¡el País de las Sombras, el Universo de la Materia Oscura!

Carreño hizo un alto para tomar aire, se retrepó en el asiento y se ajustó el Anóneiros. Rojo chasqueó la lengua y mordisqueó la patilla de las gafas. El caso de Carreño no era, desgraciadamente, único. Científicos de gran altura intelectual que son metódicos en su campo del saber, pero que aceptan con credulidad explicaciones increíbles en otros terrenos que creen dominar. Algunos llegan a desarrollar sus propias Teorías del Todo y se enfrentan al descrédito de la comunidad científica con convicción de mártires.

—¿Me permite una objeción? —intervino.

—Se la permito. Dígame. —Carreño puso los antebrazos sobre los muslos e hizo una ojiva con las manos, comunicando su interés por escuchar.

—¿Se da cuenta de que no es el primero que desarrolla una teoría que lo explica prácticamente todo? —preguntó Rojo—. Según usted, tanto los mitos y leyendas como la creencia en los dioses o en seres sobrenaturales, a la vez que la inspiración literaria e incluso tal vez la científica, proceden de los seres de ese mundo paralelo. Supongo que no hay nada que usted no pueda justificar con su teoría. Pero, como científico, sabrá también que esas teorías que sirven para explicar todo tipo de hechos, incluso los contradictorios, acaban por no explicar nada.

Carreño asintió gravemente.

—Ya, entiendo su escepticismo. Usted se refiere, por ejemplo, a teorías como el psicoanálisis: en general, no se lo considera científico porque, al caber en él todo tipo de hechos, no se puede someter a contraste ni falsación, ¿no es así?

A su pesar, Rojo se sintió impresionado por una intervención tan lúcida en medio de un mar de delirios.

—No puedo estar más de acuerdo con esa afirmación. Admiro a Freud, pero no soy seguidor suyo.

—Bueno, Freud
tal vez
intuyó algo. Pero mire usted, doctor Rojo: yo sólo desarrollé una teoría para utilizar la Cámara de Berensky en la detección de materia oscura. —Carreño le mostró las palmas abiertas en un gesto de sinceridad—.
Lo demás es algo que he visto y he vivido.
No voy a llenarle una pizarra de ecuaciones delirantes, no tema. Le cuento lo que he presenciado como testigo, no lo que he inventado como físico. Lo crea o no, no estoy loco… Por desgracia, mi relato se corresponde demasiado bien con los síntomas de una locura paranoica. —El que usted sea consciente de ello no lo hace más verdadero. —No lo ignoro. ¿Sabe lo que hacía durante el día, cuando supuestamente trabajaba en mi laboratorio de la mina de Highwater? Devoraba libros de psiquiatría. Yo también temía haber perdido la razón. Pero la experiencia que vivía por las noches era tan real que me
imponía
su realidad.

»Déjeme que le siga contando. Néfele quería algo de mí, me había elegido, ¿recuerda? Ella sentía curiosidad por nuestro mundo y deseaba verlo con sus propios ojos, no por medio de los míos. Mientras trazaba su plan, me mantenía alejado de su gente, a la que yo sólo había conocido de lejos y en atisbos. Ellos no lo comprenderían, me decía. Muchos no son como yo, y te podrían hacer daño. ¿Por qué?, le preguntaba. Te lo contaré si haces lo que te pida, me respondió.

»Por supuesto, yo le concedí lo que quisiera. También es un motivo de los cuentos populares, ¿sabe? Se concede un deseo a la persona amada, y lo que ésta pide es precisamente causa de perdición…

—Siga —pidió Rojo, interesado. Empezaba a intuir lo que vendría. —Ella me pidió… ocupar el lugar de mi mujer en este mundo. ¡Dios, qué miedo sentí, y a la vez qué deseo tan grande! Me resistí, peto ella me dijo que podía hacerlo, que conocía la manera.

»Y me la explicó. Tenía que llevar a mi mujer al laboratorio, tumbarla junto a la Cámara de Berensky y hacerla dormir sin el Anóneiros. Entonces ella podría hacer contacto con su mente y llevar a cabo una auténtica transmutación.

—No lo entiendo.

—Ni lo entenderá. Existe una supersimetría entre el mundo de la materia ordinaria y el de la materia oscura, pero aún no ha sido descrita y yo sólo la capto vagamente. Lo que ella iba a hacer era una inversión de parámetros que daría lugar a un intercambio local, pero mantendría la supersimetría a nivel general.

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