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Authors: Jorge Molist

Presagio (7 page)

BOOK: Presagio
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Pero a partir de lo ocurrido con Alicia, Carmen empezó a ser trágicamente consciente de los límites entre lo real y lo imaginario. Y se dio cuenta de que en su caso ese límite no estaba claramente definido. Tenía impresiones, percibía cosas que los demás no apreciaban. Pero lo que empezó a atemorizarla de verdad fueron los sueños premonitorios y aquellas sensaciones que notaba despierta.

«Niña, tienes un don —le decía la tía—. Eso ha pasado antes en nuestra familia.»Pero ella no quería el don. La atemorizaba. Habría sido estupendo si el don le hubiese contado cosas buenas, pero no siempre era así. Y cuando le hablaba de penas, ¿cómo podía convivir o mirar la cara de alguien a quien sabía que le ocurriría una desgracia? ¿No sería ella, con su pensamiento negativo, la que provocaba el mal? ¿Acaso era una bruja?

Carmen luchó para evitar sus premoniciones. Quería ser como los demás y con la ayuda de su confesor, don Agustín, el cura español del pueblo, logró poco a poco que a fuerza de oraciones aquellos pensamientos fueran desapareciendo. De vez en cuando, pero cada vez menos, volvía alguna de aquellas impresiones. Ella pretendía ignorarlas, olvidarlas, no quería darles crédito; que se fueran.

Conservó una sensibilidad especial, pero sólo funcionaba donde las casas y los lugares eran viejos de muchos años, como en Santa Águeda; no en los edificios nuevos de Los Ángeles.

La casa de Alicia quedó tal como ella la dejó. Por alguna razón, sus herederos no quisieron o no pudieron venderla y tampoco la habitaron. Ya de mayor, durante la universidad, Carmen iba a pasar temporadas de vacaciones e incluso a preparar exámenes junto a alguna amiga a Santa Águeda. En verano, la casa de los tíos, aunque grande, estaba siempre llena de multitud de primos y amigos. Entonces, por poco dinero, los herederos de Alicia le alquilaban su casa. Carmen sabía que su amiga aún estaba allí. De repente, por la noche, mientras leía en la cama, notaba una pequeña corriente de aire y una presión a los pies del lecho.

«Hola, Alicia —le decía—. Gracias por venir a desearme buenas noches.» Y empezaba a contarle lo ocurrido durante el día.

No sentía ningún miedo. A veces, estando sola en la casa, oía correr el agua del baño y se acordaba de que al salir no había tirado de la cisterna.

«Lo siento, Alicia, se me olvidó.»O, en ocasiones, aparecían húmedas las macetas que Carmen no había regado cuando debería haberlo hecho. A veces las puertas y ventanas se abrían o se cerraban. Sabía que era su amiga. Sentía su presencia y muchas veces en la oscuridad podía ver la luz tenue de Alicia que continuaba cuidando de su casa y que también cuidaba de ella.

Mientras Carmen se encontraba sumida en sus pensamientos, la presentación seguía su curso y Muriel le había cedido el turno a Jeff, que mantenía la tónica profesional y segura de su compañera.

Pero aquella luz sutil que sólo Carmen parecía apreciar continuaba en la habitación. Estaba casi segura de que se trataba de algún tipo de presencia, pero bien distinta de la que había podido sentir encasa de Alicia. No sabía por qué, pero era distinta. Sin embargo había algo aún más insólito; un edificio de apenas diez años era un lugar extraño para aquel tipo de fenómenos.

—Y ahora Carmen Clemente, del Departamento de medios, presentará nuestra propuesta de cómo distribuir el presupuesto publicitario.

¡Jeff había terminado! De pronto Carmen salió de sus pensamientos para darse cuenta de que era su turno. ¿Cómo podía haberse despistado tanto? ¡Y nada menos que en el día de la Metropol! Era imperdonable que la cogieran por sorpresa.

Carmen se levantó y avanzó hacia el frente, sintiendo toda la responsabilidad del futuro de la agencia, de sus amigos y del suyo propio en sus hombros. ¡Debería haber prestado atención a la presentación y a las preguntas de los ejecutivos de la Metropol! Era tarde para lamentarse ahora.

—Gracias, Jeff —se oyó decir justo al girarse hacia el público mientras el muchacho la animaba con una palmadita en la espalda—. Buenos días a todos.

Su discurso empezó a fluir correctamente. Carmen bendijo, en su interior, todo lo ensayado, que ahora le permitía continuar la charla de forma fluida y natural, a pesar de su despiste. Aquella luz tenue estaba aún en la sala y cuando Carmen levantaba la mirada de la pantalla del ordenador podía verla en ocasiones. Pero el esfuerzo que el trabajo le requería hizo que finalmente aceptara aquel fenómeno como si se tratara de un asistente más a la presentación.

Al terminar con su parte, Carmen sintió que lo había hecho bien y devolvió la palabra a Muriel.

—Gracias, Carmen —dijo ésta—. Antes de terminar quisiera introducir un elemento que, aunque no se encuentra especificado en su sumario, creemos que debemos exponer.

Carmen contuvo el aliento. Aquello no había sido ensayado pero intuía lo que era. ¡Muriel iba a hacerlo!

—Hemos querido analizar todos los elementos claves del
marketing mix
de la marca. Y someter un factor fundamental de Friendlydog a un estudio de mercado, limitado pero revelador. —Su amiga aparentaba tranquilidad, pero Carmen sabía que se estaba jugando el empleo—. El diseño de marca. En este cuadro pueden ver las respuestas de los consumidores.

Carmen miró a Mike Dixon. Contemplaba a Muriel con expresión incrédula. ¡Ella presentaba algo fuera del sumario que ni siquiera había comentado con él! Su subordinada no sólo lo ponía en una situación incómoda al desconocer él lo que iba a exponer, sino que además lo obligaba a callar, aceptarlo como bueno, e incluso aparentar que ella tenía todo su apoyo. La otra opción era reconocer un serio problema dentro de su propio equipo y contradecir a Muriel en público, estropeando así cualquier posibilidad de que la agencia ganara la cuenta.

—La conclusión es que el consumidor percibe el diseño actual como anticuado y no proyecta la imagen que la marca pretende en su estrategia de comunicación —continuaba Muriel, brillante y segura.

Carmen pensó que debía reírse en su interior al ver cómo la expresión de Mike estaba cambiando de sorpresa a indignación. Muriel jugaba fuerte. ¡Muy fuerte!

—Y nos hemos permitido desarrollar una colección de diseños de marca alternativos, que mantienen elementos claves del diseño antiguo para su identificación, pero que le confieren una estética atractiva y moderna. Ahora pueden verlos en pantalla. —En la sala reinaba un silencio absoluto—. Y luego sometimos esos diseños y el actual de Friendlydog a un panel de consumidores. Con los siguientes resultados...

Carmen miró a los grandes ejecutivos de la Metropol, que observaban callados pero aparentando un gran interés. Y entonces empezaron las preguntas. Una. Otra. Muchas más. Muriel parecía haberlo previsto todo y respondía con brillantez.

Carmen supo que aquello sería un éxito. No tenía que recurrir a ninguna premonición paranormal. El interés con el que preguntaban los directores de la Metropol lo decía todo. Sintió que el diseño de marca era crucial para ellos. Muriel había dado en el blanco.

«¡Tocado y hundido!», se dijo Carmen.

Cuando Muriel terminó, varios se acercaron a felicitarla:

—Muy oportuna su presentación, señorita Mahare —le dijo uno de los vicepresidentes de la Metropol—. Justo habíamos decidido que el cambio de diseño es prioritario para la marca. Coincidimos totalmente con su análisis.

Muriel estaba radiante. Las preocupaciones de Carmen con respecto a la extraña luz habían desaparecido justo cuando ésta se desvaneció minutos antes. Otro misterio atraía ahora su pensamiento.

De nuevo la vieja pregunta adquiría actualidad y urgencia.

¿Cómo lo había sabido Muriel?

—¿Qué ocurre, Muriel? —Jeff la miraba preocupado al encontrarse en el garaje para ir a cenar a su restaurante favorito en la zona de Santa Mónica—. ¿Por qué has llorado? —A pesar de su intento por disimularlo con maquillaje, los ojos verdes de la muchacha se veían algo hinchados por el llanto.

—Hablemos en el coche —repuso ella muy seria—. Abre, por favor.

Después del estrés acumulado durante los últimos días y de su actuación de la mañana en la Metropol, aquella tarde no apetecía trabajar. Así que en lugar de la acostumbrada comida rápida para el almuerzo se premiaron, junto con Carmen, con un ágape en un buen restaurante. ¡Había tanto que comentar!

Jeff había visto a Muriel feliz y satisfecha al mediodía; todo había funcionado según los planes que ella había trazado, incluso mejor. ¿Qué le pasaba ahora?

Esperó a que ella iniciara su explicación mientras conducía por el centro de la ciudad, pero su amiga estaba ensimismada contemplando primero los grandilocuentes edificios de principios de siglo y luego los gigantes estilizados donde el cristal y la altura eran protagonistas. El Downtown de Los Ángeles es relativamente pequeño y al poco se encontraban frente al último semáforo para acceder a la autovía 10, la llamada Santa Mónica
freeway.

Al incorporarse al tráfico toparon con la consabida caravana formada por varias hileras de coches prácticamente detenidos. Sus luces rojas brillaban en la noche. En el sentido contrario los faros denotaban un movimiento más fluido. Era lo habitual a aquella hora, pero Muriel dejó escapar un resoplido de disgusto.

—¿Qué te ocurre? —volvió a preguntar Jeff.

—Mike me llamó a su oficina cuando volvimos de almorzar.

—Imagino que estaría enfadado, ¿no?

—¿Enfadado? —repuso Muriel—. Estaba indignado, hecho una fiera. Decía que lo había hecho quedar en ridículo a propósito, que no había trabajado en equipo, que sólo procuraba mi lucimiento personal y que era una trepa sin escrúpulos.

—¿Y qué respondiste?

—Yo intentaba calmarlo contándole que en la presentación todo estaba tal como acordamos, excepto aquella pequeña sorpresa. Pero me gritó y dijo que no quería en su equipo a una persona como yo, que nos reuniríamos con Rich Reynolds y que debería explicarme frente a él.

—¿Y qué dijiste?

—Nada, él me interrumpía cada vez que intentaba explicarme. Estaba furiosa por cómo me trataba y también reconozco que me asusté un poco; iba a llorar. Odio que me ocurra eso. Salí de su despacho a toda prisa y de camino al aseo rompí en llanto.

—Bueno, seguro que eso te relajó. —Jeff sonreía—. No sabes cuánto me consuela saber que mi novia no es Superwoman.

—No iba a darle a ese tipo la satisfacción de verme sumida en un mar de lágrimas. Me encerré en el retrete y estuve llorando a moco tendido durante casi una hora.

—Es la tensión acumulada en las últimas semanas y el estrés de hoy. —Aunque divertido, él quería animarla—. Es normal.

—Cuando regresé a mi despacho me encontré con un par de mensajes suyos para que fuera a verlo de inmediato. Ni fui, ni tampoco contesté el teléfono. Ese tipo va a por mí.

—Pero Muriel —dijo él, cauteloso, al rato—. ¿No crees que tiene razón? ¿Cómo te sentirías tú si tuvieras un equipo y alguien te hiciera eso.

Ella guardaba silencio. El tráfico se detuvo de nuevo y el chico la miró. Las luces rojas de los coches de delante, más intensas ahora al pisar los conductores el freno, iluminaban su cara. Su mirada estaba fija, concentrada, en los vehículos.

—Bueno. Quizá tenga algo de razón —reconoció al fin—. Pero ahora se trata de él o de mí.

—Míralo desde su punto de vista, no eres leal con él, actúas a sus espaldas y se siente ridículo. Aunque tú seas mejor, Mike es tu jefe. No entiendo cómo tienes las narices de retarlo. Deberías disculparte mañana mismo y evitar que te llevara al despacho del vicepresidente.

—No. Es tarde para eso. Ahora todo depende de que ganemos la cuenta de Friendlydog. Si no, estoy perdida. —Muriel hizo una pausa para pensar—. Y prefiero tener una discusión frente a Rich Reynolds a que él hable mal de mí a mis espaldas cuando yo no pueda defenderme.

—Pero Muriel, vas demasiado de prisa, quieres promocionar a toda costa, pisoteas a la gente...

—No puedo evitarlo, Jeff. Quiero triunfar, quiero el poder. Se lo debo a mi padre.

—Bien, pero ve más despacio. Estás corriendo demasiados riesgos. Tu ambición te puede costar cara y al final puedes perderlo todo.

—Te he contado lo de mi padre, ¿verdad?

—Sí, claro. Varias veces. Trabajó prácticamente toda su vida para esa empresa. Era la mano derecha del dueño. Luego éste se jubila, el hijo se hace cargo del negocio y empieza a relegar a tu padre a un segundo plano. Y un día, al poco de morir el viejo, el hijo le dice que se busque otro trabajo.

—¿Te imaginas, Jeff? ¿A su edad? —preguntaba ella vehemente; parecía estar cercana al llanto—. Y después de meses de angustia, de buscar sin encontrar, lo despide. ¿Qué te parece? ¿De qué cono le ha servido a mi padre ser fiel y leal todos esos años? Ese tipo lo ha indemnizado con una miseria. Como quien da una limosna.

Jeff guardó silencio, no deseaba que las lágrimas volvieran y sabía que ahora era momento de escuchar.

—No me ocurrirá eso a mí, Jeff. Voy a triunfar, lo haré para satisfacer a mi padre y a mí misma. Mi fidelidad será sólo para el jefe que me ayude y durante el tiempo que pueda ayudarme. Ése es el juego. Y yo sabré jugarlo mejor que nadie. Tendré poder y nadie podrá traicionarme como hicieron con él.

—Bueno, vale —repuso el muchacho—. Pero yo no estoy de acuerdo. Todo lo supeditas a ganar en los negocios. Aunque a tu padre no le hayan ido bien las cosas, es un gran tipo, ¿no? Uno puede triunfar en la vida sin tener poder ni dinero.

—Y tú deberías ser más ambicioso —interrumpió ella—. Te conformas con demasiado poco...

—Vale —cortó el chico—. Ya vale, Muriel. No vamos a discutir eso otra vez. Al menos ahora no, tengamos la fiesta en paz. Sólo te digo que no vayas tan de prisa, y que controles esos impulsos tuyos. Ve con cuidado.

El silencio se hizo entre ambos. Jeff buscó en la radio música para relajar la tensión, y el jazz llenó la cabina del automóvil con acordes suaves.

—Tengo miedo —dijo ella al rato apoyándose en el hombro del muchacho. Él aprovechó que el coche estaba parado para besarla en la mejilla—. ¿Cómo reaccionará Rich Reynolds? Tengo que preparar ese encuentro. Debo ir muy bien preparada. Mike quiere acabar conmigo. —No te preocupes —repuso él animándola—. Saldrás de ésta. Eres como un gato que siempre sabe caer de pie.

El sol descendía ya, y después de comer en su ranchito unos frijoles con arroz y tortillas, Anselmo emprendió como casi todos los días su paseo hasta el pueblo.

BOOK: Presagio
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