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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Renacer (9 page)

BOOK: Renacer
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Lucas se encogió de hombros.

—Dice que me apoyará, pero me da igual. Me alegro de que Ranulf haya metido a escondidas nuestras armas en su equipaje.

—¿Y por qué no en el tuyo?

—La señora Bethany estaría loca si no registrase mi equipaje. Esa mujer no tiene un pelo de tonta.

Escruté su rostro, captando las emociones que intentaba ocultar.

—Tú no temes a los vampiros. Nunca lo has hecho. Lo que te da miedo es estar entre humanos.

Hizo una mueca.

—No puedo mirar a Vic sin pensar… Bianca, estuve a punto de matarlo. ¡A Vic! A uno de mis mejores amigos. Lo hubiera sacrificado solo para comer.

—¿Es por eso por lo que no quieres estar a solas con él? —Me dirigió una mirada interrogante y añadí—: Sí, me he dado cuenta.

—No, no es cierto —dijo Lucas con total serenidad—. No soy solo yo. También se trata de Vic. Él, a su vez, trata de evitar quedarse a solas conmigo.

Percibí el dolor en su voz.

Lo abracé; tal vez no fuera un abrazo de verdad, pero yo lo sentía cerca de mí y supe que lo consolaría un poco.

—Volverá a confiar en ti. Solo necesita un poco de tiempo.

—¿Y cuánto tiempo tiene que pasar para que yo confíe en mí mismo?

No había respuesta para esa pregunta. Le dije lo único que pude:

—Te quiero.

—Y yo a ti. Por eso conseguiré que todo salga bien. Tengo que hacerlo.

Igual que Lucas iba a aprender a ser vampiro por mí, yo aprendería a ser espectro por él. Eso significaba dominar la capacidad de rondar por distintos lugares.

Ya controlaba lo básico: hacerme invisible, aparecer de forma nebulosa y, si llevaba la pulsera o el broche, recuperar la apariencia sólida de cuando estaba viva. Desplazarme de un lugar a otro me exigía cierta concentración, pero era factible.

Con todo, vagar por la Academia Medianoche iba a resultar algo mucho más difícil. Necesitaba averiguar en qué sitios podía circular por los pasillos y en cuáles no. El rastro de escarcha que dejaba por donde pasaba indicaba la presencia de un espectro para los demás estudiantes y profesores, y yo no sabía si podían considerar hacer otra cosa aparte de gritar, pero tampoco quería averiguarlo.

Resultaba aterrador pasar revista a las múltiples maneras en que todo podía salir mal. Sin embargo, posponerlo significaba dejar solo a Lucas, y eso era algo que no podía hacer.

Cuando entró en la escuela, lo seguí. Atravesar las pesadas puertas de madera fue fácil, tal vez porque, como yo, en algún momento habían estado vivas. De nuevo entré en el vestíbulo principal de la Academia Medianoche. Docenas de estudiantes se agolpaban allí, todos vestidos con el uniforme con el blasón de la escuela: un escudo con dos cuervos situados a cada lado de una espada. Para mi asombro, me sobrevino una oleada de nostalgia. Puede que fueran pocas las ocasiones en que me había sentido feliz en Medianoche, pero al menos alguna vez sí me había sentido así. Allí me había enamorado y había hecho muchos buenos amigos. Allí era donde había vivido.

Sin embargo, mi felicidad solo duró hasta que volví a centrarme en Lucas. Nadie lo atacó ni le dijo nada, lo cual debía entenderse como algo positivo, ya que, al parecer, el discurso de la señora Bethany había surtido efecto. Pero, pese a que nadie tenía la intención de matar a Lucas, tampoco había nadie dispuesto a perdonarlo y olvidarlo. Todos los estudiantes vampiros lo miraban con un desprecio patente. Aunque eso no iba a detener a Lucas —las miraditas no lo amedrentaban—, tampoco significaba que le gustase.

«Lo hemos animado a venir porque queríamos que se sintiera cómodo siendo vampiro —me dije—. Pero ¿cómo va a lograrlo si todo el mundo lo rechaza?».

Cada vez que pasaba junto a un alumno humano, se le tensaba todo el cuerpo; yo lo advertía por la postura de los hombros y la expresión de su cara. De todos modos, Lucas no los miraba directamente y no aminoró el paso en ningún momento. Su decisión era tan fuerte como su voracidad, al menos por ahora.

Lucas prosiguió la marcha y se encaminó hacia la torre norte, donde se alojaban los chicos. Yo seguí junto a él. Unas láminas de hielo cristalizaron en un alféizar cercano, de modo que me apresuré a elevarme un poco más. Hasta que aprendiera a no crear escarcha, tal vez sería preferible que permaneciera en lo alto, donde había menos posibilidades de que alguien reparara en mi presencia.

De pronto surgieron murmullos entre la multitud, como si hubiera algún alboroto. Bajé la vista y vi que los estudiantes se apartaban, que alguien se abría paso entre ellos para acercarse a Lucas. Al parecer, la señora Bethany no había logrado aplacar a todo el mundo.

Me encogí en un rincón. Lucas ladeó la cabeza, percibiendo el peligro antes de verlo, y volvió la cara hacia su posible atacante. Me dije que seguramente sería un vampiro joven, que solo había ido a Medianoche a pasárselo bien, y que estaba dispuesto a volver a convertirse en un asesino a la primera oportunidad, como Erich, aquel imbécil que había acechado a Raquel durante nuestro primer año en el internado. Lucas podía hacerle frente a alguien así con facilidad. Yo lo sabía.

Pero cuando apareció el atacante, era alguien a quien Lucas no podía enfrentarse. Alguien a quien yo no podía enfrentarme.

Era mi madre.

Mi madre se plantó delante de él con los puños apretados y la mirada salvaje.

—¿Es cierto? ¡Dímelo! —Le temblaba la voz—. Quiero que me mires a la cara y me digas si es cierto.

Era como si a Lucas le hubieran asestado un puñetazo en el estómago. Sin embargo, cuando fue a hablar, Balthazar se abrió paso hasta ellos y tomó a mamá del brazo.

—Aquí no. —Su voz infundía tranquilidad.

Mi madre ni siquiera volvió la cabeza, como si no pudiera ver u oír a Balthazar; sin embargo, al cabo de un momento, asintió y se dirigió con aire ofendido hacia la escalera. Era como si desafiara a Lucas a no seguirla, pero él lo hizo. Balthazar se dispuso a acompañarlos, pero mi madre le dirigió una mirada que lo dejó inmóvil en la escalera.

Condujo a Lucas hasta un pequeño despacho que había en la segunda planta. Yo fui con ellos, aunque no tenía ningunas ganas de oír lo que sabía que vendría a continuación.

En cuanto él hubo cerrado la puerta tras de sí, mi madre repitió:

—Dime que es cierto, Lucas.

—Es cierto —dijo Lucas. Parecía más muerto que la noche en que fue asesinado—. Bianca murió.

Mi madre trastabilló hacia atrás, como si alguien le hubiera hecho dar vueltas hasta marearse. El rostro se le descompuso entre lágrimas.

—Se suponía que iba a vivir para siempre —susurró—. Bianca iba a ser nuestra niña para siempre.

—Señora Olivier, lo siento muchísimo.

—¿Que lo sientes? ¿Tú lo sientes? Tú convenciste a nuestra hija para que abandonara su hogar y a sus padres y renunciara a la inmortalidad que le correspondía por nacimiento, y entonces muere, se marcha para siempre. ¿Y lo único que sabes decir es que lo sientes?

—¡No puedo decir otra cosa! —exclamó Lucas—. No hay palabras para ello. Habría muerto por ella. Lo intenté. Fracasé. Y me odio por ello. Si pudiera retroceder en el tiempo lo haría, pero, pero… —Su voz se ahogó en un sollozo. Se recompuso y logró decir—: Si quiere matarme, no me defenderé. Ni siquiera la culpo por ello.

Mi madre negó con la cabeza. Las lágrimas le surcaban el rostro, y tenía adheridos a las mejillas sonrosadas unos cuantos mechones de su cabello color caramelo.

—Si te odias tanto como dices, si la querías solo una décima parte de lo que nosotros la queremos, entonces te mereces la inmortalidad. Mereces vivir para siempre, sufrir para siempre.

Lucas también lloraba, pero no bajó la cabeza en ningún momento, forzándose a sostener la mirada de mi madre. Aquello era insoportable para mí.

No era culpa de Lucas. Era culpa mía.

Por un segundo, sopesé la posibilidad de aparecerme en el despacho. Si mamá veía que algo de mí seguía vivo, tal vez no sufriría tanto. Pero en ese momento me sentí demasiado avergonzada por haberle hecho tanto daño como para mostrar mi rostro.

—Esto no quedará así —dijo mamá.

Se abrió paso junto a Lucas sin mirarlo y salió al pasillo. Él se desplomó en el asiento más cercano. Me habría gustado materializarme y consolarlo, pero tenía la impresión de que en ese momento verme como espectro no sería un consuelo para Lucas.

Y yo aún tenía algo que hacer.

Seguí a mi madre por los pasillos. Se enjugó las mejillas, pero por lo demás no intentó ocultar el hecho de que había estado llorando. Algunos estudiantes, tanto humanos como vampiros, la miraban con curiosidad, pero a ella no parecía importarle.

Tomamos la escalera de caracol de la torre sur, en dirección al piso de mi familia. Mi padre estaba tumbado en el sofá, con los brazos cruzados y la mirada perdida. No miró a mi madre cuando entró. Él había puesto uno de sus discos viejos, uno que yo conocía, con temas de Henry Mancini que me gustaban mucho de pequeña. Audrey Hepburn cantaba
Moon River
.

—Es cierto —dijo mamá con voz apagada.

—Lo sé. Creo, creo que ya hace tiempo que lo sé. Solo que no quería…

Papá cerró los ojos con fuerza, como si quisiera alejarse de mamá, del recuerdo y del resto del mundo.

Mi madre se tumbó en el sofá junto a él y lo abrazó. Cuando apoyó la mejilla en el cabello rojizo oscuro de él, los hombros de papá empezaron a agitarse por efecto de sus intensos sollozos.

Yo no podía soportarlo más tiempo. Por muy avergonzada que me sintiera, por muy duro que fuera, no podía ser peor que ver cómo sufrían. Había llegado el momento de aparecerme ante ellos, de explicarles lo que había ocurrido.

Pero cuando me disponía a materializarme, cuando ya me esforzaba por encontrar las palabras que decir, mi madre exclamó con voz ahogada:

—¡Malditos espectros!

Me quedé helada.

—Es culpa de ellos —prosiguió—. Lo que le ocurrió es culpa de ellos.

Papá intensificó su abrazo.

—Lo sé, cariño. Lo sé.

—Los odio. Los odio a todos. Mientras yo siga en este mundo, nunca dejaré de odiarlos…

De nuevo su voz quedó sumida en sollozos.

Odiaban a los espectros, por haberme poseído, por encantar Medianoche, por el simple hecho de existir. Si me aparecía, dejarían de verme como su pequeña. Sería un monstruo. Igual que Lucas ya no era más que un monstruo para Kate.

Nunca había sabido lo mucho que necesitaba que me amaran hasta que perdí ese amor.

Así que no me aparecí ante ellos. ¿Cómo hacerlo? Por imposible que pareciera, no habría hecho más que empeorar las cosas para ellos y para mí. Comparado con eso, morir había sido fácil. Sin embargo, me quedé ahí un buen rato, viendo cómo lloraban. Merecía verlo.

Lloraron hasta caer dormidos, pero yo no podía marcharme. Durante un rato, vagué por mi antigua habitación. Al parecer, la mayoría de las pertenencias de mi familia habían sobrevivido al incendio, porque muchas de mis cosas continuaban allí.
El beso
de Klimt seguía colgado de la pared, reluciente; los amantes ideales que, en mi mente, nos representaban a Lucas y a mí.

«Volveremos a estar así —me dije—. Encontraremos el modo».

Atravesé la ventana, sin preocuparme por la escarcha y me senté de nuevo junto a mi vieja amiga la gárgola. Sus alas de piedra eran del mismo color que aquel anochecer gris de otoño.

—¿Te acuerdas de la vez que hablamos aquí?

Sorprendida, me volví y me encontré a Maxie sentada a mi lado; de hecho, a unos centímetros del borde, aunque cuando se es espectro la gravedad no es algo que importe. Ella sonreía como si aquel fuera el mejor día de su vida.

—Maxie, ¿qué haces aquí?

—Hummm… ¿Saludarte? Como la última vez que nos encontramos aquí. Tú pensando en cómo empañar el cristal para que yo pudiera escribir en él. Entonces fue cuando me di cuenta de que tal vez no eras una idiota sin remedio.

Había empañado el cristal con mi aliento, un truco que nunca podría volver a hacer.

—Mira, no te lo tomes a mal, pero la verdad es que ahora mismo no estoy para bromas.

—Déjate de rebotes, muertecilla viviente.

—Maxie, no.

No podía sentirme satisfecha de ser un espectro, ni de estar muerta después de haber visto lo que mi muerte había hecho a mis padres.

—No estás sola, ya lo sabes.

Maxie intentó sonar natural, pero yo sabía que se estaba esforzando en ayudar. Tras décadas apartada del mundo de los vivos excepto por las visitas a Vic, no era muy buena en cuestiones de interacción social.

—No tienes que temernos.

Pero los temía. Ir a «charlar con Christopher» me sonaba a aceptar mi muerte y en ese momento no podía hacerlo.

—Esta noche no, ¿vale?

Ella vaciló, claramente decepcionada, pero luego se desvaneció.

Al cabo de un segundo, me di cuenta de que Maxie tenía razón en una cosa: era hora de dejar de lamentarme e ir con Lucas. Tal vez ahora ya estuviera preparado para volver a verme, tanto si era un espectro como si no.

Resultó que el modo más fácil de descender era algo así como fundirme en la pared de la torre, con los sillares de piedra recorriéndome el cuerpo. En cuanto llegué al tejado nuevo, noté que era mucho más resistente a los espectros que antes, pero podía entrar a través de la puerta delantera o por la mayoría de las ventanas. Entré y salí a toda velocidad, a la vez que memorizaba los caminos por si más adelante los necesitaba.

De vez en cuando notaba una pequeña sacudida de energía a mis espaldas, o en un rincón opuesto, y pensé que era Maxie, que me seguía. Pero entonces me di cuenta de que no se trataba de ella.

Había otros espectros.

«¿Christopher?», me pregunté con un estremecimiento. Él era el único espectro al que había visto en Medianoche. Sin embargo, la suya era una presencia poderosa e inconfundible que no percibía entonces. Había varios espectros: dos, tres, cinco, diez, tal vez más. Apenas eran pedazos diminutos de niebla, céfiros intuidos, muy posiblemente invisibles también a todo aquel que no fuera espectro. Me acordé de cuando yo era vampiro, de que percibía sin más la proximidad de uno de los míos, tanto si lo veía como si no. Yo no veía en realidad a aquellos espectros, sino más bien el rastro que dejaban a su paso, pero sabía que estaban allí.

Era evidente que el plan de la señora Bethany de atraerlos por medio de los alumnos humanos había surtido efecto.

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