Read Sex Online

Authors: Beatriz Gimeno

Tags: #Relatos, #Erótico

Sex (3 page)

BOOK: Sex
13.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Entonces me sube la camiseta por encima de las tetas; ya sabe a estas alturas que nunca llevo sujetador. Me pellizca los pezones, me los acaricia primero con suavidad, después con más fuerza, hasta que consigue ponerlos duros y erguidos, y después me los succiona. Me desabrocha el pantalón y, metiendo su mano por debajo de las bragas, pone su mano en mi coño, y sólo ese contacto ya supone un placer tan intenso que tengo que poner mi cabeza en su hombro y respirar hondo, apenas me tengo en pie. Empieza a apretarme el clítoris rítmicamente y siento que me voy a correr, pero Ana no quiere que eso ocurra y por eso, cuando siente que ya estoy a punto, me empuja hasta la cama, me pide que me desnude y lo hago. Me dice que abre las piernas y lo hago. Y durante un rato que se me hace eterno me mira ahí, bien abierta, abierta para ella en realidad, y entonces se quita el abrigo (aún no lo ha hecho). Lo deja en una silla y saca del bolsillo un dildo y un condón, y se lo pone despacio y con cuidado.

Normalmente, no me gusta nada que me penetren pero, en casos excepcionales es, sin embargo, lo que me da más placer. Disfruto cuando es una mujer que me gusta mucho, no lo soporto si es un hombre o alguien que no me interesa demasiado. Me gusta mucho cuando esa mujer me gusta tanto que necesito que me llene y que entre dentro; me gusta sentirme abierta y vulnerable y penetrada y poseída cuando esa persona puede de verdad poseerme, y Ana es la única que puede.

No me corro sólo con el dildo, pero si me toca el clítoris al mismo tiempo, ella o yo misma, entonces el orgasmo es intenso y muy, muy profundo. Yo misma me masturbo ahora, porque Ana está con una mano en el dildo y con la otra tiene los dedos en mi boca. Siempre me corro mejor si tengo algo en la boca. Podría decir que esta persona que tiene una mano en mi boca y otra en mi coño, esta persona a la que nunca veo pero con la que siempre sueño es lo más importante que me ha pasado en la vida, pero si lo dijera puede que no le gustara oírlo, así que no digo nada y me dejo llevar por el placer que ya viene y que me llevará muy lejos, allí donde siempre quiero estar porque no hay un lugar mejor que ese.

Me corro profunda, larga y silenciosamente porque no soy yo muy escandalosa en el orgasmo. Siempre me retengo para gemir o gritar. Ana se desnuda y se pone encima de mí y yo comienzo a acariciarle la punta del clítoris con la misma indecisión de siempre, porque me atenazan los nervios con ella, sólo con ella me pueden. Está empapada, está chorreando, así que es fácil deslizar el dedo. Y no dice nada, no dice lo que le gusta y lo que no, así que me muevo entre tinieblas con respecto a ella. Finalmente, cuando comienza a correrse, grita y jadea sobre mi hombro y un líquido caliente mancha mis muslos, está eyaculando mientras su placer parece ser inmenso y largo.

SÓLO DE VEZ EN CUANDO

Tengo bajo control mis fantasías sexuales y, en general, no soy partidaria de llevarlas todas a la práctica. Las fantasías sexuales son el combustible necesario del sexo, pero hay que cuidarlas porque a veces, si se utilizan con profusión, se agotan. A mí, al menos, me ocurre. Si las pongo en práctica muy a menudo, tengo comprobado que el umbral de mi excitación sube y cada vez me cuesta más llegar a un umbral sexual aceptable a partir del cual dejarme llevar. En el sexo hay cosas con las que una puede apañarse en la imaginación pero cuesta, —o no le gusta—, manejarlas en la realidad. Además, si todo lo que sueñas lo conviertes en realidad, ¿qué usas después como lubricante masturbatorio? Lo asegura una, que se masturba muy a menudo. No, hay cosas que deben quedar para la imaginación.

Dicho todo esto a modo de introducción, sí hay una cosa que exijo a mis amantes: que se afeiten el coño. Si no lo tienen afeitado, se lo afeito yo. Es lo único que pido, es lo único que necesito para excitarme a gusto, y creo que no es mucho. Lo demás ya lo improviso, o lo improvisamos y, después de eso, naturalmente hay algunas que se entregan más y otras menos, hay algunas que me gustan más y otras menos, con algunas la cosa va bien y con otras no, como le ocurre a todo el mundo. Pero, en todo caso, si quieren repetir conmigo y ponerse en mis manos y, desde luego, en mi lengua, quiero ver y sentir y comer un coño que sea tan suave y liso como el de un bebé. Y mientras folien conmigo lo llevarán afeitado, aunque sean amantes ocasionales.

En la vida lo mejor es tener una amante semifija con la que no se conviva y, si es posible, amantes ocasionales. Ambas situaciones no son incompatibles con enamoramientos puntuales que conviertan en fija, por un tiempo, al objeto de ese amor. Pero no hay deseo, ni amor, que pueda durar siempre y ni siquiera un tiempo. Pasado un tiempo, el sexo se convierte en una obligación mecánica y el amor se convierte en amistad en el mejor de los casos. Esto es inevitable y lo mejor es tratar de adecuar la propia vida a esa inevitabilidad. Yo estoy soltera por épocas pero, esté como esté, hace años que Mara es mi amante semifija. Una amante para la fantasía.

Hay veces que me da por llamarla cada día, hay épocas en las que me enamoro y ella se me olvida, hay momentos en los que tengo otras ocupaciones y el sexo pasa a un segundo o tercer plano, pero lo cierto es que Mara siempre vuelve. Vuelve a mi cama y, aunque no se lo digo, Mara siempre termina por ocupar también mi cabeza. No comparto mi vida con ella, ni tampoco mis sentimientos. No comparto la cotidianidad, ni las penas o alegrías; con ella comparto una parte de mis fantasías sexuales. Ella tendrá su vida, de la que yo no conozco mucho pero, sea la que sea la que tenga, siempre consigue hacerla compatible conmigo. Cuando la llamo, a cualquier hora, en cualquier época del año, tenga lo que tenga que hacer, jamás dice que no puede, ni intenta tampoco dejarlo para otro día y otra hora; siempre está ahí para mí y supongo que eso es lo que la convierte en imprescindible en mi vida, y supongo también que eso lo sabe; y, finalmente, tengo que suponer que le gusta. Nunca tengo que preguntar «¿Puedes?» o «¿Te viene bien?». Nada de eso, después del «Hola, ¿cómo andas?, ¿algo nuevo?» o cualquier otra pregunta insustancial, le digo «El martes a las ocho», y ella responde: «vale».

El martes a las ocho llamará a mi puerta, estoy segura de que perfectamente, porque sigue siendo mía. Después de eso, depende. Depende de mis ganas, que varían mucho de un día a otro; depende de muchas cosas. A veces, si le dijera de qué depende que yo prefiera una cosa u otra es posible que ella misma se quedara asombrada. Mis ganas están en función de algo tan tonto como que aparezca en mi puerta con falda o pantalón. Si lleva falda, es posible que desee fingir que no me apetece el sexo, que lo que quiero es ver con ella una película en la televisión, y puede que mientras estamos viendo la película yo atraiga su boca hacia la mía de vez en cuando, o le roce los pezones sólo para ver cómo crecen, o acaricie un poco el interior de los muslos, y que todo ello lo haga sin poner mucho interés, como algo que hago sólo para entretener las pausas publicitarias. Y es posible que después, de vez en cuando, meta la mano por debajo de su falda sólo para comprobar como su braga se va empapando. Eso me gusta mucho.

Si lleva pantalón, puede que lo que me apetezca sea sentarme en el sillón y decirle que se vaya desnudando mientras yo miro. Me gusta mucho ver cómo se va desnudando, porque es como reencontrarme con ella, porque a veces se me olvida que es verdaderamente preciosa. Otras veces, en cambio, mis ganas dependen de otras cosas como que lleve el pelo suelto o recogido, porque si lo lleva suelto es muy posible que prefiera que todo el trabajo lo haga ella. Me gusta sentir cómo su melena va acariciando mi piel según su lengua va bajando o subiendo por mi cuerpo; y si lo lleva recogido, entonces seguramente me den ganas de lo contrario, de decirle que se tumbe en la cama y de ordenarle que no mueva un solo músculo.

Hoy la he llamado a media tarde porque me sentía un poco triste. Es domingo y mi ánimo anda por los suelos y, por si fuera poco, llueve. Hace por lo menos tres meses que no he hablado con ella porque he andado medio enamorada de una rubia que, al final, ha resultado ser insoportable. Nunca me han gustado las rubias, no sé qué me dio con ésta; ha sido una historia desgraciada, de esas que dejan una pequeña herida en el alma. Pero la semana pasada decidí que esta historia estaba acabada y comencé a pensar de nuevo en Mara. Cuando dejo pasar meses sin llamarla y otra vez comienzo a pensar en ella, siempre prefiero dejar pasar unos cuantos días, que yo llamo de «descompresión» para que me dé tiempo a imaginarla, a volver a pensar en ella tal como ella es: no me gusta pensar en ella como sustituta de alguien que no está. Cuando me entrego a Mara, es Mara quien está conmigo y ninguna otra. Me excita pensar que la llamaré, que ella lo dejará todo y vendrá. En el fondo siempre existe la posibilidad de que diga que no puede, que se ha enamorado de otra y que ha decidido ser fiel o algo así. Llamarla después de un tiempo supone cierta incertidumbre, cierto peligro, y ese peligro es, en el fondo, parte del juego. No creo que me gustara tener sobre su relación conmigo una certeza absoluta. El riesgo está siempre ahí.

A las cinco de la tarde, después de intentar en vano dormir la siesta, por fin la llamo y le digo que venga. Al otro lado del teléfono escucho algo así como un suspiro y, por un momento, temo que me diga que hoy no puede, temo que esta tarde se acabe el juego. Pero no, no será hoy, y Mara dice que en menos de una hora estará en mi casa. Así es, en menos de una hora está llamando al timbre. Mi tarde triste se ilumina cuando ella aparece sonriendo por la puerta. Nos damos un beso muy ligero y, sin más, entra en el salón. Nunca, o casi nunca, demoramos los preliminares; cuando la llamo es porque quiero follar, no la llamo para ir al cine, ni para charlar. Mara no está para nada de eso. Hoy, como hace tanto que no la veo, lo primero que quiero hacer es recordar su cuerpo y por eso le pido que se desnude, quiero ver cómo se desnuda para mí, porque mi autoestima ha quedado un poco dañada después de mi última aventura. Ahora necesito recomponerla.

Me siento en el sillón y Mara se pone delante. Comienza a desnudarse lentamente, dejando que la mire, y con la seguridad que sólo puede tener una amante de hace muchos años. No es fácil aguantar una mirada valorativa sobre la propia desnudez, pero la desnudez de Mara lo aguanta todo. Está tan guapa, tiene un cuerpo tan bonito que un día tengo que preguntarle cómo consigue no coger ni un solo gramo de peso. ¿Cómo lo hace? A mí se me acumula todo en la cintura, en eso que yo llamo los rollos, que comienzan a parecer un flotador adherido a mis caderas del que no consigo librarme. El cuerpo de Mara no parece sufrir de los problemas que afectan al resto de las mortales, por lo que supongo que debe esforzarse para estar así y que debe emplear tiempo en ello, quizá también dinero.

Está desnuda delante de mí, afeitada claro; entonces la llamo con un gesto, se acerca y yo paso el dorso de mi mano por su coño para comprobar lo suave que está. No sé, supongo que soy una fetichista de los coños afeitados; cada una tiene sus manías y ésta es la mía. Se lo acaricio por delante varias veces y después introduzco ligeramente mi mano en la raja, pero muy poco, sólo para comprobar que ya está mojada, también como siempre, hay cosas que no cambian. Yo también estoy muy mojada, pero eso ella no lo va a saber. Entonces le digo que coja una silla y la ponga delante de mí, delante del sillón en el que yo estoy sentada. Le digo que se siente con las piernas muy abiertas y las manos a los lados, como si se sujetara a la silla. Así, bien quieta, desnuda, y bien dispuesta, no hay nada en el mundo que me guste más que tener este cuerpo a mi disposición, pero eso tampoco lo va a saber. Y me gusta no sólo porque Mara es preciosa y porque además es exactamente mi tipo de mujer y porque me gustó desde el primer momento en que la vi, sino que me gusta también porque, en realidad, me gustan los cuerpos conocidos; me gusta saber qué resortes tocar, me gusta saber en todo momento qué hacer y cómo funcionar. No me gusta perder tiempo aprendiendo un cuerpo, prefiero ese momento en el que ya no hay nada que explicar respecto al placer ajeno y respecto al propio. Quizá en este aspecto, sólo en este, tenga que decir que me gusta lo previsible.

Y hoy, en realidad, lo que me apetece es tocar, no chupar, ni lamer, ni besar, y mucho menos que me haga nada de eso a mí. Lo que hoy me apetece es sólo tocar, y eso es lo que hago durante un buen rato. Ella está quieta en la silla mientras yo la toco por todas partes y, poco a poco, la hago gemir y temblar. Toco su cara y su boca, acaricio su cuello, sus hombros, sus brazos, todo muy despacio porque sé que Mara es muy sensible a las caricias, realmente toda la superficie de su piel es una enorme zona erógena, y me encanta ver cómo su respiración va cambiando de intensidad y cómo se va acelerando y cómo comienza a gemir un poco, deseando, pidiendo con sus gemidos, que mis caricias se hagan más profundas. Pero yo las mantengo en un nivel superficial y retraso tocarle las tetas, que las tiene especialmente sensibles, o las ingles, donde le encanta que le acaricie. Voy muy poco a poco, acariciando la parte interna del codo, los muslos, las rodillas, y después voy subiendo la mano por la parte interior del muslo hasta llegar al borde mismo de su coño. Llega un momento en que ya quiere que le meta la mano y por eso se revuelve ligeramente en la silla, intentando cerrar las piernas, pero yo la empujo hacia atrás, contra el respaldo.

—No —le digo—, hoy no te mueves. Hoy esperas.

No dice nada, vuelve a pegar su espalda a la silla y le abro aún más las piernas.

Ahora sí le acaricio los pezones con el pulgar hasta que los tiene bien duros y se los puedo coger fácilmente con los dedos y tirar de ellos ligeramente. Toda ella está tensa, lodos sus músculos están en tensión, como si hiciera un esfuerzo para estar agarrada a los bordes de la silla. Gime un poco cuando le cojo los pezones, pero lo hace muy bajo, porque sabe que también me gusta que sea silenciosa. Que el placer se le note levemente en la respiración, en la alteración que es claramente perceptible en el subir y bajar de su vientre al respirar, me gusta escuchar sus gemidos apagados cuando se corre. Si hay algo que no soporto es a esas mujeres que gritan de manera sobreactuada cuando se corren.

Cuando escucho su respiración sofocada en el momento en que cojo sus pezones tengo que contenerme para no poner mi boca en ellos, pero boy he decidido que nada de boca, nada de lengua; hoy sólo voy a usar las manos. Dejo mi mano izquierda en sus tetas y bajo la derecha hacia el coño. Ella echa hacia delante todo el cuerpo, de manera que ahora se sienta en el extremo de la silla para dejar toda la zona al descubierto. Me pongo en cuclillas ante ella y le miro el coño, que está todo baboso. Le rozo ligeramente el clítoris y de vez en cuando meto la punta del dedo en la vagina, sólo un momento y lo saco, y vuelvo a acariciarla pero muy levemente, como si la tocara de pasada. Introduzco el dedo entre sus labios, recorro sus canales, rodeo el clítoris sin llegar a tocárselo, acaricio con mi dedo desde ahí hacia atrás, hasta donde me permite la silla. Así estoy un buen rato hasta que ella misma lleva su mano para intentar tocarse. No, eso sí que no. Le quito la mano de donde intentaba ponerla y ahora le pongo las dos hacia atrás, como si estuviera atada a la silla y la miro fijamente.

BOOK: Sex
13.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Darker Than Night by John Lutz
Avenger by Heather Burch
Magnus by Sylvie Germain
Twist by Karen Akins
An Heiress at Heart by Jennifer Delamere
Bound to You by Shawntelle Madison
Hunger's Mate by A. C. Arthur
J. Daniel Sawyer - Clarke Lantham 01 by And Then She Was Gone
Naked Ambition by Sean O'Kane