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Authors: John Varley

Trueno Rojo (54 page)

BOOK: Trueno Rojo
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Tenía la respiración entrecortada, como todos los demás. El aire parecía escaso y maloliente. Había algo flotando a nuestro alrededor, cosas tan pequeñas como gotitas congeladas de agua y sangre y tan grandes como mesas y sillas. Estas últimas las podían haber dejado en una esquina, pero enseguida volvían a flotar. Una de las cosas que no hacía más que estorbar era el cadáver de la Dr. Brin Marston. Aparte de la sangre que brotaba de su boca, parecía casi ilesa. Estaba doblada hacia atrás más de lo que parecía normal.

—Tuvo una muerte dulce —me dijo Holly—. Nunca llegó a despertar. Después de una hora dejó de respirar.

Holly Oakley estaba en shock, tal como Alicia había dicho. Tuve que reprimir una carcajada que habría resultado completamente inapropiada. Pero es que, pensadlo. Está sentada en una oscuridad total, con Cliff. Saben que están condenados. Piensan que el aire va a matarlos dentro de pocas horas, y la única pregunta es cómo. ¿Congelación, asfixia, falta de oxígeno? Entonces alguien llama a la puerta y resulta que no es otro que su ex-marido, el mismo al que tu abogado machacó con el acuerdo económico, la pensión y la manutención de las niñas.

Para que quede constancia, Travis me contó que el acuerdo económico era justo, que ella nunca había pedido una pensión compensatoria y él nunca les regateó un penique a las niñas.

Por el momento parecía solo parcialmente consciente de lo que estaba pasando. Kelly estaba ayudándola a meterse en el traje que Alicia había traído, el que habían encontrado en el estante, junto al cadáver de Vasarov, y era como vestir a un bebé. La atención de Holly deambulaba de acá para allá, y a menudo se posaba sobre el cuerpo de la doctora Marston.

—Manny, ¿puedes hacer algo con ella? —preguntó Kelly, señalando el cadáver con la cabeza. Llevé el cuerpo hasta una pared y lo até por una de sus piernas a un puntal. Traté de cerrarle los ojos, que tenía parcialmente abiertos. Grave error. Los párpados estaban congelados y no se movían.

Cliff había logrado meterse en el traje de Dak. Eran casi de la misma talla, pero Cliff era bastante más fornido.

—Me va a cortar la circulación —dijo con los dientes castañeteando—, pero puedo soportarlo si es necesario.

—Solo serán diez o quince minutos —le dije. Le expliqué cómo se ajustaban los sistemas del traje ruso. Suspiró al notar que el calentador empezaba a funcionar.

—Dios, detesto el frío —dijo. Entonces, los dos fuimos a ayudar a Alicia.

Pero ella se las arreglaba muy bien sola. Los líquidos no gotean en gravedad cero, de modo que, ¿cómo se hace para que funcione una trasfusión? Había traído unas bandas de goma ancha. Enrollándolas varias veces alrededor de una de las bolsas de sangre del grupo B positivo que había traído yo, logró la presión suficiente para bombearla a las venas de Aquino. Pero eso era todo lo que podría hacer por él hasta que llegáramos al Trueno Rojo.

—Será más fácil colocar el hueso una vez que estemos allí —decidió—. Por ahora, no quiero tocar la herida más de lo estrictamente necesario, por si empieza a sangrar de nuevo.

Sacó un buen trozo de gasa esterilizada, vendó la herida, y a continuación la envolvió muy tensa en cinta adhesiva esterilizada. La gasa se tiñó de rojo casi al instante.

—Hay que meterlo en el traje, deprisa —dijo.

Le pusimos el cuerpo del traje, con el goteo apoyado en el pecho. Luego los brazos y los guantes, y a continuación una pierna. Y después, con mucha delicadeza, subimos la otra pierna del traje alrededor de la herida. Aquino empezó a gemir y a sacudir la cabeza, así que Alicia le inyectó más morfina. Le pusimos el casco y activamos los sistemas. Todas las luces eran verdes.

Pero no en el traje de Holly. En cuando lo hubo cerrado y activado, se encendió una gran luz roja de alarma de presurización. Una rápida inspección encontró dos grandes agujeros de más de dos centímetros de longitud en la parte inferior de la pierna derecha. Algo había atravesado la tela.

—Muy bien —dijo Alicia—. Llevaremos a Cliff y al capitán al otro lado y luego volveremos con el traje de Kelly. Son más o menos de la misma talla.

—¡No! —Holly me cogió del brazo y apretó con fuerza. Tenía mirada de loca—. No puedo quedarme aquí en la oscuridad, sola. Por favor, no me obliguéis.

—No estarás a oscuras —trató de tranquilizarla Alicia.

—No puedo hacerlo.

—No puedo asegurar que el lugar vaya a permanecer presurizado mucho más tiempo.

—Es cierto. Bien. ¿Crees que puedes ponerle un parche que aguante?

—Sí. —Lo dije con más convicción de la que sentía... pero la cinta aislante no nos había fallado hasta el momento.

Así que cubrimos los agujeros de cinta, una vuelta, otra vuelta y muchas más. Utilizamos el resto de mi rollo, hasta formar una banda gruesa y tensa que iba desde su rodilla hasta el tobillo.

Debería aguantar, pensé. Tenía que aguantar. No podíamos llevarle su cadáver a Travis después de haber estado tan cerca.

No soy un hombre propenso a la plegaria, pero recé. Por favor, solo diez minutos. Que aguante diez minutos.

Como Aquino parecía más o menos estabilizado, Holly se convirtió en nuestra prioridad uno. Me metí en la cámara de descompresión con ella, apreté el botón... y no pasó nada.

—Por favor, no me digas que ha dejado de funcionar ahora —grité.

—Cálmate, Manny —me dijo Kelly por la radio del traje—. Ahora solo funciona manualmente. Alicia la está moviendo con la manivela... ahí va.

Parecía que se movía más despacio que cuando entré en la nave, hacía mil años, pero al menos se movía.

Lo habíamos preparado todo antes de meternos en la cámara. En cuanto tuve espacio suficiente, me escurrí por la escotilla y agarré el cable salvavidas que nos mantenía unidos a la Trueno Rojo. Esta vez no había tiempo para éxtasis. Mientras hablaba por radio para alertar a Dak y Travis de que era una emergencia y les llevaba a Holly, me impulsé tirando de la cuerda. Solo empecé a frenar cuando nos encontrábamos a unos siete metros de la nave. Absorbí el impulso con las piernas y me volví justo a tiempo de ver cómo me pisaba Holly los talones. Rápidamente solté nuestros trajes del cable que habíamos utilizado para cruzar y nos sujeté al que conectaba con la escotilla del Trueno Rojo. Paso a paso, yo delante y ella detrás, dimos la vuelta a la nave. Ayudé a Holly a entrar en la cámara de descompresión y la activé. Tiempo consumido: cinco minutos. Muy bien, Dios, no hemos utilizado los diez minutos enteros, así que espero que me permitas utilizarlos para el resto de este viajecito.

Me di la vuelta y vi que Alicia empezaba a cruzar, llevando a Aquino sujeto por un cable corto. Tratando de avanzar con rapidez y prudencia al mismo tiempo, llegué hasta el segundo cable y allí los esperé. Regresa a por el zorro, cruza el río con él, trae al ganso...

Tras dejarla de camino a la escotilla, volví a cruzar el abismo. La cámara estaba terminando su rotación y la ventanilla cubierta de cinta aislante volvía a aparecer. No me gustó el aspecto que tenía. Puede que estuviera hinchándose. Se detuvo. Cliff debía de estar dejando que se llenara de aire de la Ares Siete. Se hinchó un poco más. No había nada que yo pudiera hacer al respecto. Aguantaría o no aguantaría.

Entonces lo pensé un poco más. Lo imaginé...

—¡Kelly! Apartaos de la puerta. Podría...

En ese momento, Cliff abrió la compuerta interior, el parche cedió y la ventanilla circular cubierta de cinta aislante me golpeó en plena cara. Parte del adhesivo que quedaba me pegó el parche al visor por un segundo, hasta que me lo arranqué.

Todo duró unos pocos segundos. Por el agujero escapaban pequeños objetos junto al aire que salía a presión, como una extraña metralla. Me aparté de la escotilla hasta que la erupción cesó. Me volví para mirar por el agujero pero algo lo estaba tapando.

La mochila de un traje espacial.

Cliff respiraba entrecortadamente.

—Manny, Kelly está atrapada en la cámara. Hay un montón de basura atascada con ella. Estoy limpiándola lo más deprisa que puedo. Tardaré un minuto, puede que dos, como máximo.

Yo no veía nada más que la tela roja que cubría la mochila de Kelly. Pero entonces empezó a salir nieve por el agujero.

—Algo me ha dado un fuerte golpe en el costado —dijo Kelly—. Estoy tratando de alcanzarlo con la mano... hay una fuga, algo líquido, Manny. No es sangre. Es transparente. Tengo... tengo miedo, Manny. Es como si me estuvieran enterrando viva.

Allí estaba, a unos centímetros de mí, y no podía hacer nada para ayudarla.

—Te sacaremos dentro de un minuto, cariño —dije.

—Estoy empezando a sentir... bastante frío. Lo que se está filtrando es el refrigerante del traje, ¿verdad, Manny?

—Debe de ser. Pero, aunque lo pierdas todo, no puedes congelarte tan deprisa, cariño. Voy a establecer un nuevo récord olímpico. Te sacaré de ahí y te llevaré sana y salva al Trueno Rojo antes de que te des cuenta.

Pero, ¿no sonaba su voz más débil? Y en caso de ser así, ¿era porque estaba hablando más bajo... o porque se estaba quedando sin aire?

—Ya está despejado, Manny —dijo Kelly. Pude ver que la mochila de Kelly se apartaba de la portilla rota—. Nos apretaremos aquí. Tú dale a la manivela.

—¿Manivela?

—La de la abertura manual —dijo Cliff con cierta impaciencia en la voz.

—¿Dónde... dónde está?

—A tu izquierda. ¿Estás mirando a popa?

—Sí.

—A tu izquierda, a medio metro de distancia, debería de haber una estrella roja apuntando a la tapa que cubre el control manual.

—Ya la veo.

Cogí el asidero de la tapa y tiré. Y mis pies dejaron de tocar la nave. En gravedad cero no puedes tirar, retorcer, levantar o bajar nada a menos que estés sujeto o te apoyes en algo que te permita hacer palanca.

Planté ambos pies en el costado de la nave, me incliné y tiré. Y tiré, y tiré, y tiré.

—La tapa está atascada —dije—, voy a tratar de...

—Déjalo, no hay tiempo. He salido de la cámara. La estoy abriendo...

La ventanilla de la cámara se alejó rotando lentamente y al cabo de un minuto reapareció la compuerta interior. En cuanto estuvo abierta, metí las manos y así a Kelly por una de las tiras que los diseñadores rusos les habían puesto a sus trajes en los hombros precisamente con ese propósito, tirar de un cosmonauta inconsciente, herido o muerto sin dañar el traje.

… dejas el ganso, y luego vuelves remando y recoges el saco de grano.

Una fina neblina salía de un pequeño desgarro en el tejido del traje, y se congelaba casi instantáneamente. Vi que había algo de sangre mezclada con ella.

—Tengo frío —susurró Kelly—. Tengo mucho frío.

¿Cuánto aire estaba perdiendo? En el tiempo que tardaría en llevarla hasta la nave no se congelaría. Pero sin aire podía morir muy deprisa. Miré los indicadores de los sistemas en el antebrazo del traje. La presión del oxígeno estaba en verde pero, ¿por cuánto tiempo?

Parecían separarnos varios kilómetros de cable del Trueno Rojo. En realidad, solo eran tres cables. Siete metros por el pedazo de chatarra desde la escotilla al cable que unía ambas naves. Este cable tenía unos cien metros de longitud. Luego estaba el cable que unía la cabina del Trueno Rojo con la escotilla de popa, más de quince metros. Demasiado.

Algunas veces no puedes darte prisa y tener cuidado a la vez, solo puedes actuar. Lo pensé en unos segundos, planté los dos pies sobre el casco y salté.

Al principio pensé que el peso de Kelly en mi brazo derecho me había desviado de mi curso. Mi objetivo era el anillo de titanio en el que Caleb había trabajado tan duro hacía tanto tiempo. El último de los cables estaba atado a él. Si podía sujetarme al anillo o el cable, me habría ahorrado dos, o puede que tres minutos. Si apuntaba mal, Kelly estaba muerta. Si nos perdíamos en el espacio, Travis vendría a buscarnos. Yo sobreviviría, pero desde luego Kelly estaría condenada. Tuve tiempo de sobra para pensar en esto mientras volábamos entre las dos naves.

Aunque fue el salto más rápido de toda mi vida, en aquel momento me pareció el más largo. ¿A qué velocidad íbamos? ¿Veinticinco kilómetros por hora? ¿Cuarenta y cinco? No creo que tanta. Pero había un umbral de velocidad, superado el cual mi mano no podría sujetarse al anillo aunque lograra alcanzarlo.

Si es que llegaba a acercarme lo suficiente.

Entonces vi que iba a llegar. Alargué el brazo.

—Trata de encajar el codo en el anillo —me dijo Travis.

El codo... iba a estar muy cerca. Extendí el brazo que tenía libre, dejé que el anillo me golpeara y al instante cerré el brazo. Casi se me descoyunta cuando mi cuerpo y el de Kelly tiraron de mí y nos columpiamos alrededor de la estructura metálica.

La fuerza fue excesiva y perdí el contacto con el anillo. Fallé. La he matado.

Entonces abrí los ojos y vi que estábamos flotando paralelamente al Trueno Rojo, inmóviles con respecto a él. Apoyé los pies en el anillo y me impulsé hacia la escotilla.

—Creo que me he quemado —dijo Kelly, con la voz aún más débil que antes—. Me duele.

—Ya casi hemos llegado. —Golpeé el botón de emergencia y la cámara se inundó de aire, silenciosamente al principio, y luego como un grito, más y más ruidoso.

Entonces me di cuenta de que era Kelly quien gritaba. De forma incoherente al principio, con las manos a ambos lados del casco.

—¡Au, au, au! ¡Me duele, me duele, me duele, Manny!

Alicia se lanzó de cabeza al cuarto de los trajes. Entre los dos le quitamos el casco y la sacamos del traje.

Lo que más le dolía eran los oídos. Apenas había presión cuando la introduje en la cámara. La presión había ascendido rápidamente a 15 psi, y esto no había sido nada bueno para sus tímpanos. Pero, aunque pasaría la próxima hora bostezando, se recobraría enseguida.

Tenía quemaduras de primer grado en la pierna y el brazo derechos, las partes de su cuerpo que habían estado más expuestas a la luz del sol durante nuestro salto. En el espacio el sol quema mucho. Además de esto, tenía un corte en el costado, causado por lo que quiera que hubiese chocado con ella y le hubiese agujereado el traje.

—Si llega a ser un agujero un poco más grande, no lo cuentas —dijo Travis después de examinarlo—. Has tenido suerte.

—La suerte es haber encontrado a Manny —dijo—. Y haberlo conservado.

Me besó. Supongo que yo debería haber dicho algo como, "Bueno, caray, no ha sido nada.". Pero me embargaban la emoción, el miedo, el placer y el amor. Y, además, si se me permite decirlo, había sido una hazaña asombrosa.

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