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Authors: James Joyce

Tags: #Narrativa, #Clásico

Ulises (67 page)

BOOK: Ulises
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Edy Boardman preguntó a Tommy Caffrey si había terminado y él dijo que sí, así que ella le abrochó los bombachitos y le dijo que se fuera corriendo a jugar con Jacky y que fueran buenos ahora y no se pelearan. Pero Tommy dijo que quería la pelota y Edy le dijo que no que el nene estaba jugando con la pelota y que si se la quitaba iba a haber lío pero Tommy dijo que la pelota era suya y que quería su pelota y empezó a patalear, venga ya. ¡Qué genio! Ah, era ya un hombrecito sí que lo era el pequeño Tommy Caffrey desde que llevaba pantalones. Edy le dijo que no, que no y que se marchara, fuera de ahí, y le dijo a Cissy Caffrey que no cediera.

—Tú no eres mi hermana —dijo el travieso de Tommy—. La pelota es mía.

Pero Cissy Caffrey dijo al nene Boardman que mirara a lo alto, arriba, arriba donde su dedo y le arrebató la pelota rápidamente y la echó por la arena y Tommy detrás a todo correr, habiéndose salido con la suya.

—Cualquier cosa por la tranquilidad —se rió Ciss.

Y le hizo cosquillas al bebé en los dos carrillos para hacerle olvidar y jugó a aquí viene el alcalde, aquí los dos caballos, aquí la carroza de bizcocho y aquí viene él andando, tintipitín, tintipitín, tintipitín tintán. Pero Edy se puso hecha una furia porque el otro se salía con la suya así y todo el mundo le tenía mimado.

—A mí me gustaría darle algo —dijo—, ya lo creo, no digo dónde.

—En el pompis —se rió Cissy, alegremente.

Gerty MacDowell inclinó la cabeza y se ruborizó de pensar que Cissy dijera en voz alta una cosa tan poco elegante que a ella le daría una vergüenza de morir, y se sofocó con un rojo rosado encendido, y Edy Boardman dijo que estaba segura de que aquel señor sentado enfrente había oído lo que dijo ella. Pero a Ciss le importaba un pito.

—¡Que lo oiga! —dijo, sacudiendo pícaramente la cabeza y arrugando la nariz en provocación—. Se lo doy también a él en el mismo sitio sin darle tiempo a rechistar.

Esa loca de Ciss con sus rizos de payaso. Había que reírse de ella a veces. Por ejemplo cuando te preguntaba si querías más té chino y frambelada de mermuesa y cuando se dibujaba esos jarros y esas caras de hombres en las uñas con tinta roja te partías de risa o cuando quería ir a ese sitio decía que quería ir corriendo a hacer una visita a la señorita Blanco. Así eran las cosas de la pequeña Cissy. Ah, y ¿quién puede olvidar la noche que se vistió con el traje de su padre y el sombrero y el bigote de corcho quemado y bajó por Tritonville Road fumando un cigarrillo? No había quien la igualara en graciosa. Pero era la sinceridad en persona, uno de los corazones más leales y valientes que ha hecho nunca el Cielo, nada de una de esas con dos caras, demasiado dulces para no empalagarte.

Y he aquí que entonces se elevaron por el aire el sonido de voces y las vibrantes armonías del órgano. Era el retiro para hombres de la sociedad antialcohólica dirigido por el misionero, el reverendo John Hughes, S. J., rosario, sermón y bendición con el Santísimo Sacramento. Se habían reunido allí, sin distinciones de clase social (y era un espectáculo bien edificante de ver) en aquel sencillo templo junto a las olas, tras las tormentas de este fatigoso mundo, arrodillados a los pies de la Inmaculada, rezando la letanía de Nuestra Señora de Loreto, rogándola que intercediera por ellos, Santa María, santa Virgen de las vírgenes. ¡Qué triste para los oídos de la pobre Gerty! Si su padre hubiera eludido las garras del demonio de la bebida, haciendo la promesa o con esos polvos del hábito de la bebida curado del semanario
Pearson’s
, ella ahora andaría por ahí en coche, sin ceder a ninguna. Una vez y otra se lo había dicho eso mientras meditaba junto a los agonizantes rescoldos en un estudio oscuro sin lámpara porque le molestaba tener dos luces o a menudo mirando por la ventana con ojos soñadores horas y horas a la lluvia que caía en el cubo herrumbroso, pensando. Pero esa vil poción que ha arruinado tantos hogares y familias había proyectado su sombra sobre los días de su infancia. Más aún, en el círculo de su hogar ella había sido testigo de escenas de violencia causadas por la intemperancia y había visto a su propio padre, presa de los vapores de la embriaguez, olvidarse completamente de sí mismo, pues si había una cosa entre todas las cosas que supiera Gerty era que el hombre que levanta la mano a una mujer salvo por vía de bondad merece ser marcado como el más bajo de los bajos.

Y seguían cantando las voces en súplica a la Virgen poderosísima, Virgen misericordiosísima. Y Gerty, envuelta en sus pensamientos, apenas veía u oía a sus compañeras ni a los gemelos en sus pueriles cabriolas ni al señor llegado de Sandymount Green al que Cissy Caffrey le llamaba ese hombre que se parecía tanto a su padre, andando por la playa para dar un paseíto. Sin embargo, nunca se le veía borracho, pero a pesar de todo a ella no le gustaría como padre porque era demasiado viejo o por no sabía qué o por causa de su cara (era un caso palpable de antipatía a simple vista) o su nariz forunculosa con sus verrugas y su bigote color arena un poco blando debajo de la nariz. ¡Pobre padre! Con todos sus defectos ella le seguía queriendo cuando cantaba
Dime, Mary, cómo quererte
o
Mi amor y mi casita junto a Rochelle
y tenían de cena berberechos guisados y lechuga con mayonesa en conserva Lazenby y cuando él cantaba
La luna ha salido
con el señor Dignam que se ha muerto de repente y le han enterrado, Dios tenga misericordia de él, de un ataque. El cumpleaños de su madre fue eso y Charley estaba en casa con vacaciones y Tom y el señor Dignam y la señora y Patsy y Freddy Dignam y les iban a hacer una foto en grupo. Nadie habría creído que el fin estuviera tan cerca. Ahora descansaba para siempre. Y su madre le dijo a él que eso debía servirle de aviso para el resto de sus días y él ni siquiera pudo ir al funeral por culpa de la gota y ella tuvo que ir al centro a traerle las cartas y las muestras de su oficina, por lo del linóleum de corcho Catesby, diseños artísticos patentados, digno de un palacio, gran resistencia al desgaste y siempre brillante y alegre en el hogar.

Una hija de oro puro era Gerty igual que una segunda madre en la casa, un ángel de la guarda también con un corazoncito que valía su peso en oro. Y cuando su madre tenía esos terribles dolores que le partían la cabeza quién sino Gerty le frotaba por la frente la barra de mentol aunque no le gustaba que su madre tomara pellizcos de rapé y eso era por lo único que habían tenido diferencias alguna vez, por lo del rapé. Todo el mundo la tenía en la más alta estimación por sus modales amables. Gerty era quien cerraba la llave principal del gas todas las noches y Gerty era quien había clavado en la pared de ese sitio donde nunca se olvidaba cada quince días el clorato de cal el almanaque de Navidad del señor Tunney el tendero la imagen de días alciónicos donde un joven caballero con el traje que solían llevar entonces con un sombrero de tres picos ofrecía un ramillete de flores a la dama de sus pensamientos con galantería de antaño a través de su ventana con celosía. Se veía que había detrás toda una historia. Los colores estaban hechos que era una delicia. Ella iba de blanco suavemente ajustado en una actitud estudiada y el caballero de color chocolate con aire de aristócrata completo. Ella les miraba muchas veces soñadora cuando estaba allí por cierta razón y se tocaba los brazos que eran blancos y suaves igual que los de ella con las mangas remangadas y pensaba en aquellos tiempos porque había encontrado en el diccionario Walker de pronunciación que perteneció al abuelo Giltrap qué significaba eso de los días alciónicos.

Los gemelos jugaban ahora en la más aceptada de las maneras fraternales, hasta que por fin el señorito Jacky que era un verdadero cara dura no había modo con él dio una patada aposta a la pelota con todas sus fuerzas hacia allá abajo, a las rocas cubiertas de algas. Ni que decir tiene que el pobre Tommy no tardó en expresar su consternación pero afortunadamente el caballero de negro que estaba sentado allí acudió valientemente en auxilio e interceptó la pelota. Nuestros dos campeones reclamaron la pelota con vivaces gritos y para evitar problemas Cissy Caffrey gritó al caballero que se la tirara a ella por favor. El caballero apuntó a la pelota una vez o dos y luego la lanzó por la playa arriba hacia Cissy Caffrey pero bajó rodando por el declive y se detuvo debajo mismo de la falda de Gerty junto al charquito al lado de la roca. Los gemelos volvieron a gritar pidiéndola y Cissy le dijo que la tirara lejos de una patada y que dejara que se pelearan por ella así que Gerty tomó impulso con el pie pero habría preferido que esa estúpida pelota no bajara rodando hasta ella y dio una patada pero falló y Edy y Cissy se rieron.

—No hay que desanimarse —dijo Edy Boardman.

Gerty sonrió asintiendo y se mordió el labio. Un delicado rosa se insinuó en sus bonitas mejillas pero estaba decidida a que vieran así que se levantó la falda un poquito pero justo lo suficiente y apuntó bien y dio a la pelota una buena patada y la mandó lejísimos y los dos gemelos bajaron detrás de ella hacia la grava de la orilla. Puros celos claro no era nada más para llamar la atención teniendo en cuenta al caballero de enfrente que miraba. Ella sintió el cálido sofoco, siempre una señal de peligro en Gerty MacDowell, subiendo y ardiéndole en las mejillas. Hasta entonces sólo habían intercambiado ojeadas del modo más casual pero ahora bajo el ala de su sombrero nuevo ella se atrevió a mirarle y la cara que se ofreció a su mirada allí en el crepúsculo, consumida y extrañamente tensa, le pareció la más triste que había visto jamás.

A través de la ventana abierta de la iglesia se difundía el fragante incienso y con él los fragantes nombres de aquella que fue concebida sin mancha de pecado original, vaso espiritual, ruega por nosotros, vaso honorable, ruega por nosotros, vaso de devoción insigne, ruega por nosotros, rosa mística. Y había allí corazones afligidos y quienes se fatigaban por su pan de cada día y muchos que habían errado y vagado, los ojos húmedos de contrición pero a pesar de eso brillantes de esperanza pues el reverendo padre Hughes les había dicho lo que dijo el gran San Bernardo en su famosa oración a María, el poder de intercesión de la piadosísima Virgen que jamás se había oído decir que quien implorara su poderosa protección hubiera sido abandonado por ella.

Los gemelos jugaban otra vez alegremente pues los disgustos de la niñez son tan fugaces como chaparrones de verano. Cissy jugó con el nene Boardman hasta que le hizo cacarear de júbilo, palmoteando en el aire con sus manecitas. Cucú-tras, gritaba ella detrás de la capota del cochecito y Edy preguntaba dónde se había ido Cissy y entonces Cissy sacaba de repente la cabeza y gritaba ¡ah! y hay que ver cómo le gustaba eso al granujilla. Y luego le decía que dijera papá.

—Di papá, nene. Di pa pa pa pa pa pa.

Y el nene hacía lo mejor que podía por decirlo pues era muy inteligente para once meses todo el mundo lo decía y grande para el tiempo que tenía y la imagen de la salud, una ricura de niño, y seguro que llegaría a ser algo grande, decían.

—Haja ja ja haja.

Cissy le limpió la boquita con el babero y quiso que se sentara como era debido y dijera pa pa pa pero cuando le soltó la hebilla gritó, santo Dios, que estaba todo mojado y había que doblarle del otro lado la media manta que tenía debajo. Por supuesto que su majestad infantil armó un gran escándalo ante tales formalismos de limpieza y así se lo hizo saber a todos:

—Habaa baaahabaa baaaa.

Y dos grandes lagrimones deliciosos le corrieron por las mejillas. Y era inútil apaciguarle con no, nonó, nene, o hablarle del chuchú y dónde estaba el popó pero Cissy, siempre rápida de ingenio, le puso en la boca la boquilla del biberón y el joven pagano quedó prontamente apaciguado.

Gerty habría deseada por lo más sagrado que se llevaran a casa aquel llorón en vez de dejarle ahí poniéndola nerviosa no eran horas de estar fuera y a los trastos de los gemelos. Miró allá hacia el mar distante. Era como los cuadros que hacía aquel hombre en la acera con todas las tizas de colores y daba lástima también dejarlos ahí a que se borraran todos, el atardecer y las nubes saliendo y el faro Baily en el Howth y oír la música así y el perfume de ese incienso que quemaban en la iglesia como una especie de brisa. Sí, era ella a quien miraba él y su mirada quería decir muchas cosas. Sus ojos ardían en ella como si la explorara por dentro, toda, leyendo en su misma alma. Maravillosos ojos eran, espléndidamente expresivos, pero ¿se podía fiar una de ellos? La gente era muy rara. Vio en seguida por sus ojos oscuros y su pálido rostro intelectual que era un extranjero, la imagen de la foto que tenía de Martin Harvey, el ídolo de las
matinées
, salvo por el bigote que ella prefería porque no era una maniática del teatro como Winny Rippingham que quería que las dos se vistieran siempre lo mismo por una obra de teatro pero ella no veía si tenía nariz aguileña o un poco remangada desde donde estaba sentado. Iba de luto riguroso, ya lo veía, y en su rostro estaba escrita la historia de un dolor acosador. Habría dado cualquier cosa por saber qué era. Miraba tan atentamente, tan quieto y la vio dar la patada a la pelota y a lo mejor veía las brillantes hebillas de acero de sus zapatos si los balanceaba así pensativamente con la punta hacia abajo. Se alegró de que algo le hubiera sugerido ponerse las medias transparentes pensando que Reggy Wylie podía andar por ahí pero eso estaba muy lejos.

Ahí estaba lo que ella había soñado tantas veces. Era él el que contaba y su rostro se llenó de alegría porque le quería porque sentía instintivamente que era diferente a todos. Su corazón mismo de mujer-muchacha salía al encuentro de él, su marido soñado, porque al instante supo que era él. Si él había sufrido, si habían pecado contra él más de lo que él había pecado, o incluso, incluso, si él mismo había sido un pecador, a ella no le importaba. Aunque fuera un protestante o un metodista ella le convertiría fácilmente si él la quería de verdad. Había heridas que necesitaban ser curadas con bálsamo de corazón. Ella era una mujer muy mujer no como otras chicas frívolas, nada femeninas, que había conocido, esas ciclistas enseñando lo que no tienen y ella anhelaba saberlo todo, perdonarlo todo si podía hacer que él se enamorara de ella, hacerle olvidar la memoria del pasado. Entonces quién sabe él la abrazaría tiernamente, como un hombre de verdad, apretando contra él su blanco cuerpo, y la amaría, la niña de su amor, sólo por ella misma.

BOOK: Ulises
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