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Authors: John Irving

Una mujer difícil (89 page)

BOOK: Una mujer difícil
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—Harry —le recordó Eddie.

—Ah, sí, Harry. No parece muy holandés, pero procuraré recordarlo. ¿Y el nombre del pequeño? ¡Es mi nieto y ni siquiera recuerdo su nombre!

—Se llama Graham —le dijo Eddie.

—Sí, Graham, claro.

El rostro todavía exquisito de Marion, cincelado tan primorosamente como la cara de una estatua grecorromana, tenía una inefable expresión de pesadumbre. Eddie sabía en qué foto determinada debía de estar pensando Marion, la de Timothy a los cuatro años, sentado a la mesa el Día de Acción de Gracias, blandiendo un muslo de pavo al que miraba con una desconfianza comparable a la sospecha con que Graham había observado la presentación que hizo Harry del pavo asado sólo cuatro días atrás.

En la expresión inocente de Timothy no había nada que ni remotamente hiciera prever cómo moriría el muchacho sólo once años después…, por no mencionar que, al morir, el cuerpo de Timothy quedaría separado de la pierna, algo que descubriría su madre sólo cuando intentara recuperar el zapato de su hijo muerto.

—Vamos, Marion —le susurró Eddie—. Aquí fuera hace frío. Entremos y veámoslos a todos.

Eddie saludó al holandés agitando la mano, y Harry le devolvió el saludo. Entonces se quedó un instante inmóvil, como si no supiera qué hacer. Por supuesto, el ex policía no reconoció a Marion, pero había oído hablar de la reputación que tenía Eddie como conquistador de ancianas… Ruth se lo había contado, y además él había leído todos los libros de Eddie. Así pues, no sin cierto titubeo, agitó la mano para saludar a la mujer que iba del brazo de Eddie.

—¡He traído una compradora de la casa! —le dijo Eddie—. ¡Una auténtica compradora!

Estas palabras llamaron enseguida la atención del ex sargento Hoekstra. Éste clavó el hacha en el tajón, a fin de que Graham no pudiera cortarse jugando con ella. Recogió la cuña de partir leña, que también era afilada y podía lesionar al niño, pero dejó el mazo en el suelo, porque era tan pesado que el pequeño de cuatro años apenas podría levantarlo.

Pero Eddie y Marion entraban ya en la casa… No habían esperado a Harry.

—¡Hola, soy yo! —gritó Eddie desde el vestíbulo.

Marion contemplaba el cuarto de trabajo de Ted con renovado entusiasmo o, más exactamente, con un entusiasmo que no había experimentado hasta entonces. Pero las paredes desnudas del vestíbulo también le llamaron la atención. Eddie sabía que Marion debía de recordar cada fotografía que había colgado de aquellas paredes. Ahora no había ninguna foto; no había nada, ni siquiera ganchos para colgar cuadros. Marion también vio las cajas de cartón colocadas unas encima de otras… El aspecto de la casa no era muy distinto al que debió de haber tenido cuando ella la vio por última vez, en compañía de los empleados de mudanzas que se llevaron sus cosas.

—¡Hola! —oyeron decir a Ruth desde la cocina.

Entonces Graham entró corriendo en el vestíbulo para saludarles. El encuentro debió de ser duro para Marion, pero Eddie pensó que hacía gala de una notable presencia de ánimo.

—Vaya, tú debes de ser Graham —le dijo al pequeño.

Éste era tímido con los desconocidos, y permanecía a un lado y un poco detrás de Eddie, al que por lo menos conocía.

—Ésta es tu abuela, Graham —dijo Eddie al muchacho. Marion le tendió la mano y Graham se la estrechó con una formalidad exagerada. Eddie seguía mirando a la anciana: parecía dominar bien sus emociones.

Lamentablemente, Graham no había conocido nunca a ningún abuelo. Su conocimiento de las abuelas procedía de los libros, y en éstos las abuelas eran siempre muy viejas.

—¿Eres muy vieja? —preguntó el pequeño a su abuela.

—¡Oh, sí, puedes estar seguro! —respondió Marion—. ¡Tengo setenta y seis años!

—¿Sabes una cosa? —dijo Graham—. Yo sólo tengo cuatro, pero ya peso dieciséis kilos.

—¡Estupendo! —exclamó Marion—. Yo pesaba antes sesenta y seis kilos, pero eso fue hace mucho tiempo. He perdido un poco de peso…

La puerta principal se abrió a sus espaldas y entró Harry, sudoroso y con su querida cuña de partir leña en la mano. Eddie se disponía a presentárselo a Marion, pero de repente, en el extremo del pasillo donde se abría la cocina, apareció Ruth. Acababa de lavarse la cabeza.

—¡Hola! —le dijo a Eddie. Entonces vio a su madre. Harry se dirigió a ella desde la puerta:

—Es una compradora de la casa —le explicó—, una auténtica compradora.

Pero Ruth no le oía.

—Hola, querida —saludó Marion.

—Mamá… —logró decir ella.

Graham corrió hacia Ruth. El pequeño aún estaba en la edad en que los niños se agarran a las caderas, cosa que hizo, y Ruth se agachó instintivamente para alzarlo en brazos. Pero fue como si su cuerpo se hubiera paralizado: no tenía fuerzas para levantarlo. Apoyó una mano en el pequeño hombro de Graham y, con el dorso de la otra mano, hizo un débil esfuerzo por enjugarse las lágrimas. Entonces dejó de intentarlo y dejó que las lágrimas le surcaran las mejillas.

El cauto holandés permaneció inmóvil junto a la puerta. Sabía que no debía intervenir en la escena.

Eddie pensó que Hannah estaba equivocada. Hay momentos en los que el tiempo se detiene. Debemos estar lo bastante despiertos para percibirlos.

—No llores, cariño —dijo Marion a su única hija—. Sólo somos Eddie y yo.

Notas del Traductor

[1]
Es un relato que se basa en hechos auténticos de la vida real, en el que se entremezcla hechos de ficción.

[2]

Cuando seas vieja, tu cabello blanquee y estés soñolienta,

y junto al fuego des cabezadas, toma este libro,

léelo despacio y sueña en la tierna mirada

que tuvieron tus ojos y en sus profundas sombras;

muchos amaron tus muestras de alegre donaire,

y amaron tu belleza con amor falso o verdadero,

pero uno solo amó tu alma peregrina,

y amó la pesadumbre en tu semblante mudable;

e inclinándote ante el metal brillante del hogar,

cuenta, entristecida, en un susurro, cómo el Amor huyó

y anduvo por las cimas de las altas montañas

y ocultó su rostro entre una multitud de estrellas.

[3]
El juego de palabras consiste en decir
She was a great puck
[Ella estuvo sensacional en la cama], empleando
puck
[disco de hockey] en vez de
fuck
, joder, hacer el amor.

[4]

Si tuviera las telas bordadas del cielo,

hechas delicadamente con luz de oro y plata,

las telas azul, mortecina y oscura

de la noche y la luz y la media luz,

las extendería a tus pies.

Pero, como soy pobre, sólo tengo mis sueños,

y he extendido mis sueños a tus pies,

pisa con cuidado porque pisas mis sueños.

Conversación con John Irving (Harvey Ginsberg)

Harvey Ginsberg es amigo íntimo y editor de John Irving desde hace más de quince años. Ha editado los manuscritos de las cuatro últimas novelas de Irving:
Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra
,
Oración por Owen
,
Un hijo del circo
y
Una mujer difícil
.

HARVEY GINSBERG: ¿Por qué te has decidido a escribir una novela cuyo personaje principal es mujer y, además, novelista?.

JOHN IRVING: La decisión de convertir a Ruth Cole en novelista fue algo secundario. Desde el principio fue una mujer, una profesional de éxito. Durante cierto tiempo, en los meses dedicados a tomar notas para la novela, no estaba seguro de qué profesión concreta le atribuiría. Pero todo aquello que la obsesiona y menoscaba la confianza en sí misma es algo que preocupa más a las mujeres que a los hombres. Éstos no se consideran responsables de sus juicios erróneos en el terreno sexual, o por lo menos no se consideran tan responsables como en el caso de las mujeres. Son innumerables los hombres que han elegido mal a su pareja, pero tienden a minimizarlo.

Vivimos en un mundo donde al hombre se le permite tener una historia, un pasado de actividad sexual. Siempre que no lo repita una y otra vez, a menudo ese pasado realza la imagen del hombre. Pero si una mujer tiene un pasado sexual, será mejor que lo mantenga discretamente en silencio.

Ted Cole se suicida porque ve que su mal comportamiento sexual ha influido en las preferencias sexuales de su hija, y no porque se sienta culpable por haberse acostado con la mejor amiga de su hija. ¿Cuántos hombres se suicidan porque sus hijos varones se han equivocado al elegir pareja?

Y todo aquello de lo que Ruth es testigo en Amsterdam, incluso cuando lo único que se propone es observar, resulta (a su modo de ver) tanto más nocivo porque es una mujer. Como dice Ruth acerca de Graham Greene, al hombre se le permite sin trabas explorar lo sórdido y lo indecente; es más, se espera que los escritores masculinos exploren ese territorio. En cambio, a las mujeres les está prohibido. Ruth se siente avergonzada.

Hoy son muchas las mujeres cuya situación profesional está bastante más avanzada que su vida personal. Es algo que también les sucede a los hombres, pero a ellos les preocupa menos. Si un hombre tiene éxito, ha estado casado tres veces y no se habla con ninguno de los hijos habidos en esos matrimonios fracasados, lo que más importa de él sigue siendo su éxito. Pero una mujer, por mucho éxito que tenga en cualquier actividad, se considerará fracasada si su vida personal es insatisfactoria o si se avergüenza de ella. Y los demás, sean hombres o mujeres, también tenderán a considerarla así.

Por su parte, Marion, la madre de Ruth, no puede recuperarse de una tragedia que su marido, hasta cierto punto, es capaz de dejar a un lado. A menudo, lo que para los hombres son heridas superficiales, para las mujeres son lesiones mortales.

En cuanto al hecho de que Ruth sea novelista, al principio imaginé a su padre como un famoso autor e ilustrador de relatos infantiles. Deseaba que Ruth fuese mejor que su padre, que se sintiera impulsada a competir con él y también que albergara hacia él sentimientos conflictivos. (El squash era sólo un aspecto de la competencia entre ellos.) ¿Por qué, me pregunté, no convierto a Ruth en una escritora mejor que su padre? ¿Por qué no la hago menos superficial de lo que es él en todos los aspectos?

HG: Por lo menos cuatro de los personajes principales —Ruth y Ted, desde luego, pero también Eddie y Marion— son escritores, y citas por extenso y resumes sus obras. ¿Se trata de un simple recurso argumental o tenías otra intención?

JI: Tras tomar la decisión de que Ruth y su padre fuesen escritores, pensé que los demás también debían serlo, en parte por malicia, pues sabía que me iba a divertir al comparar y contrastar los distintos tipos de literato al que cada uno pertenece, pero también porque hacerlos escritores me permitía relacionar sus vidas con lo que escribían. Podría ser que los cuentos infantiles de Ted fuesen relatos para las madres jóvenes: éstas constituyen el blanco principal de Ted, son al mismo tiempo las principales compradoras de sus libros y sus presas sexuales. Ese deje horripilante que tiene la voz del Ted cuentista de historias para niños era también una manera de establecer la objetividad con que cuenta a Eddie y a Ruth el relato de la muerte de sus hijos.

Como novelista, Ruth es más autobiográfica de lo que está dispuesta a admitir, pero en su obra la invención va mucho más allá de su vida personal, lo imaginario supera en gran medida a lo estrictamente autobiográfico. Eddie O'Hare por supuesto, no puede imaginar nada. Y en cuanto a Marion, la madre de Ruth… en fin, su estilo es penoso, utiliza la escritura como terapia. Por mi parte, si eso le hace bien, hay que dejarla seguir adelante.

He procurado no ser condescendiente. Puede que Eddie sea un escritor malo, incluso risible en ocasiones, pero es una buena persona, un hombre compasivo y un buen amigo. (¡Desde luego es mucho más afectuoso que Ruth!) Y Ted, a pesar de esa faceta horripilante que tiene, no sólo como autor de relatos infantiles, sino también como hombre, es un narrador fascinante. Consigue despertar y mantener vivo el interés. Y en calidad de padre es adecuado a medias; como dice Ruth, por lo menos estuvo a su lado cuando lo necesitaba.

Al hacer que los cuatro personajes principales fuesen escritores, no sólo pude relacionar sus vidas sino también las diversas interpretaciones que ellos hacen de sus vidas. Dijo D. H. Lawrence en cierta ocasión que una novela es la manera más sutil que tenemos de demostrar la interrelación de las cosas. Eso es cierto, pero una novela no tiene por qué ser sutil.
Una mujer difícil
(o cualquier otra novela de John Irving) no es sutil.

HG: Te has mudado de Sagaponack a Vermont y tienes un hijo exactamente de la edad de Graham (y de Ruth cuando era niña). Aparte de estos dos, ¿qué otros elementos autobiográficos hay en la novela?

JI: Los elementos autobiográficos son muy numerosos. Como Eddie, fui a Exeter, donde mi padre enseñaba. Sin embargo, él era uno de los profesores más populares de la escuela y, al contrario que Minty O'Hare, nunca aburrió a nadie. Como le sucede a Ruth, tuve mi gran historia de amor ya bien entrada la madurez. Tenía cuarenta y cuatro años cuando conocí a mi segunda esposa, y llevaba cinco divorciado de la primera. (También, como le ocurre a Ruth, no estoy orgulloso de mi pasado sexual, quiero decir de los años transcurridos entre mi primer matrimonio y el segundo, pero no exclusivamente de este período. No creo que sea necesario entrar en detalles.)

En cuanto al motivo de que le atribuyera a Ruth la edad que tiene al inicio de la novela (cuatro años), no lo hice porque en aquel entonces tuviera un hijo de cuatro años, sino porque ésa es la edad en que comienza la memoria. La mayoría de los niños apenas tienen recuerdos de los tres años. A los cuatro empieza la memoria, pero los recuerdos no son completos. Quería que los recuerdos que Ruth conserva del verano de 1958, cuando su madre tiene la aventura con Eddie y luego abandona a la familia, estuvieran presentes pero fuesen incompletos.

Con respecto a Graham, es cierto que mi hijo Everett tenía exactamente esa edad cuando escribía la novela; de ahí que me sintiera capacitado para escribir los diálogos de Graham (y los de Ruth cuando era niña). La percepción de los niños a esa edad es impresionante, pero su lenguaje no está a la altura de sus percepciones.

Era esencial para la novela que Ruth tuviera un hijo de la misma edad que ella tenía cuando su madre la abandonó, porque quería que Marion tuviera que volver y se enfrentara a ese niño.

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