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Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia-ficción

Vinieron de la Tierra (5 page)

BOOK: Vinieron de la Tierra
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—¡Maldita sea! —restalló Pedro—. Tenemos que ocultarnos.

—Metámonos en el agua, para borrar el rastro.

—No —dijo Pedro—. Hay cocodrilos. —Señaló con la cabeza la extensión de alta hierba junto a ellos—. Podemos ocultamos en… —se interrumpió, y el horror asomó a sus ojos.

Mary, siguiendo su mirada, jadeó y retrocedió.

Porque algo estaba avanzando hacia ellos por entre la alta hierba. Parecido a un dragón y horrible mientras avanzaba deslizándose, su fría mirada clavada en los pequeños seres que tenía delante. La luz del sol resplandecía en las ásperas y verrugosas escamas.

Sólo era un lagarto… pero para las víctimas de Thorkel era como un triceratops, ¡un dinosaurio surgido del feroz pasado de la Tierra!

Stockton apenas tuvo tiempo de aprestar su espada hecha con la hoja de las tijeras antes de que el reptil atacara. Fue arrollado por su ciega carga. Jadeando, aferrado aún a su arma, gateó hasta ponerse de nuevo en pie.

Mary había retrocedido hasta apoyarse contra un alto tallo de hierba, sus ojos desorbitados por el miedo. Ante ella, Pedro había plantado su recia figura.

Sujetaba una astilla de madera, aferrándola como si fuera una porra… ¡el palo de una cerilla en manos de un muñeco!

El lagarto retrocedió, las mandíbulas abiertas, siseando. Baker había encontrado un aguzado trozo de bambú y lo utilizó como una lanza. Golpeó, y la punta resbaló sobre el acorazado flanco del reptil.

Los ladridos de
Paco
resonaban como truenos. Una sombra se cernió sobre el grupo. Algo pareció caer desde el cielo… y el enorme rostro del doctor Thorkel los miró cuando el hombre se acuclilló a su lado.

—¡Así que aquí están! —retumbó—. ¿Qué es esto? ¿Un lagarto? Esperen…

Recogió con su mano izquierda las forcejeantes formas de Mary y Pedro. Golpearon en vano los enormes dedos que las aprisionaban. Se inclinó hacia Stockton.

Simultáneamente, el lagarto atacó de nuevo. Stockton lanzó su hoja contra las abiertas fauces; Baker apuntó a la barbada garganta. La criatura retrocedió, retorciéndose. Thorkel adelantó su mano…

¡Las mandíbulas del reptil se cerraron sobre ella! Thorkel lanzó un grito de dolor y se echó hacia atrás, maldiciendo con inusitada furia. Mary y Pedro cayeron de la otra mano del científico sin que éste se diera cuenta.

Stockton corrió hacia ellos.

—¡La espesura! ¡Aprisa!

La costumbre le hizo decir esto. Corrieron hacia los protectores tallos de hierba alta, más densa que un bosque de bambúes. Tras ellos oyeron a Thorkel maldecir; luego silencio.

Paco
ladró.

—Ese maldito perro suyo —gruñó Baker—. Es un cazador, de acuerdo. La voz de Thorkel resonó:

—¡Salgan! Sé que están entre las hierbas. Salgan o prenderé fuego.

Stockton miró al pálido rostro de Mary y murmuró una maldición. Los delgados labios de Baker estaban fuertemente apretados. Pedro se atusó el bigote.


Paco
… me seguirá a mí —dijo el mestizo—. Quédense aquí.

Y desapareció, corriendo por entre el bosque de hierba.

Hubo un momento de silencio. Luego Stockton reptó hacia delante, apartando las frondas hasta que pudo ver a Thorkel. El científico estaba sujetando una caja de cerillas entre sus dedos.

La sangre goteaba de una de sus manos hasta el suelo.

Los ladridos de
Paco
resonaron de nuevo, hacia otro lado. Thorkel vaciló, miró a su alrededor, y luego extrajo una cerilla.

Río abajo llegó la voz de Pedro.

—¡
Paco
! ¡Fuera! ¡Fuera!

Thorkel, encendiendo la cerilla, alzó la vista.

Bruscamente, la soltó y cogió el rifle que había dejado a su lado. Apuntó rápidamente.

El estruendo del disparo fue ensordecedor.

Pedro gritó una sola vez. Hubo un leve chapoteo allá a lo lejos.

Stockton sintió que se le revolvía el estómago cuando vio a Thorkel dirigirse hacia allá grandes zancadas. Al cabo de un momento regresó.

—Pedro ya está listo. Eso deja solamente a tres de ustedes.

—¡Maldito sea, Thorkel! —bramó Baker.

Mary no dijo nada, pero había a la vez tristeza y lástima en sus ojos. Oyeron a
Paco
pasar corriendo, echarse al río y nadar.

Luego las primeras volutas de humo empezaron a flotar entre las hierbas. Instantáneamente, Stockton recordó la cerilla encendida que Thorkel había dejado caer. Aferró la mano de Mary y la empujó.

—Vamos, Steve —dijo con urgencia a Baker—. Está intentando hacernos salir con el humo. No podemos permanecer aquí…

—¡Salgan! —rugió la estruendosa voz de Thorkel—. ¿Me oyen? Sus pesadas botas empezaron a pisotear la hierba.

Y el fuego fue extendiéndose, implacablemente, rápidamente. Mary jadeaba por el esfuerzo.

—No puedo… no puedo proseguir, Bill.

—No hay solución —la secundó Baker—. Si salimos al descubierto, nos verá. Estamos atrapados.

Stockton miró a su alrededor. Las llamas iban acercándose a ellos. El negro humo ascendía en espirales. Bruscamente, Stockton vio algo que hizo que sus ojos se desorbitaran.

¡La caja de los especimenes!

¡La caja de Thorkel, tirada en el borde de la hierba!

Sin una palabra, Stockton corrió hacia ella. Aún tenía su improvisada espada y, saltando de una roca al lado de la caja, la utilizó como palanca para abrir la tapa. Instantáneamente, los otros comprendieron su intención. Torpemente, moviéndose frenéticamente con la necesidad de apresurarse, se encaramaron y penetraron en ella. La tapa apenas acababa de volver a cerrarse cuando una sacudida y una sensación de bamboleo les indicó que Thorkel había recordado su propiedad.

A través de los pequeños orificios de respiración, cubiertos con malla de cobre, la luz del día penetraba sesgada y vagamente.

¿Abriría Thorkel la caja?, se preguntaron.

4 — El Cíclope

Era de noche antes de que Thorkel abandonara la búsqueda. Abrió cansadamente la puerta de la casa de barro, dejó el rifle apoyado en una silla y arrojó la caja de los especimenes sobre la mesa.

—Deben de estar muertos. Pero tengo que asegurarme. ¡Tengo que asegurarme!

Limpió sus gafas y miró vagamente hacia ellos. Sus acuosos ojos parpadearon desconcertados. Luego se dirigió hacia la puerta de la habitación del radio y miró por el panel de mica. Algo que vio allí le hizo volverse hacia la puerta que daba a la mina. La abrió de golpe, encendió un proyector y salió, dejando la puerta abierta de par en par.

Tan pronto como hubo salido, la tapa de la caja de los especimenes se alzó. Tres pequeñas figuras emergieron. Salieron temerosamente, cruzaron la llanura del sobre de la mesa, y se deslizaron hasta el asiento de la silla de Thorkel. Alcanzaron el suelo y se dirigieron hacia la abierta puerta.

—Está ocupado con la cabria —susurró Mary—. ¡Aprisa! Stockton se detuvo de pronto.

—De acuerdo —dijo—. Pero… yo ya me he cansado de correr. Ustedes dos márchense. Yo voy a quedarme y… mataré a Thorkel, de alguna forma.

Los otros dos se lo quedaron mirando.

—¡Pero Bill! —jadeó Mary—. ¡Es imposible! Si conseguimos alcanzar la civilización… Stockton rió amargamente.

—Nos hemos estado engañando a nosotros mismos durante todo el tiempo. Jamás alcanzaremos la civilización. Aunque consigamos echar un bote al agua, nunca conseguiremos llevarlo a ninguna orilla. Nos moriremos de hambre, o nos estrellaremos en los rápidos. Estamos aprisionados aquí, tan seguros como si estuviéramos en una cárcel. No podemos irnos.

—Pero si… —empezó la muchacha.

—¡Es inútil! —la interrumpió Stockton—. No sobreviviremos mucho tiempo en el bosque. Sólo la suerte nos ha salvado hasta ahora. Si fuéramos salvajes… indios, quizá… pero no lo somos. Si tenemos que internarnos de nuevo en la jungla, eso significará la muerte.

—¿Y si nos quedamos aquí? —preguntó Baker. La sonrisa de Stockton era lúgubre.

—Thorkel nos matará. A menos que nosotros lo matemos a él primero.

—De acuerdo, supongamos que conseguimos matar a Thorkel —dijo Mary suavemente—. ¿Y luego qué?

—¿Luego? Viviremos. —Stockton asintió, con una curiosa expresión en sus ojos—. Ya sé. El proyector funcionaba solamente en un sentido. No podremos recuperar nuestro tamaño original, nunca. Aunque fuéramos lo suficientemente grandes como para accionar la máquina, aunque pudiéramos instalar alguna polea o palanca para manejarla, eso no nos ayudaría en nada. Thorkel es, creo, el único hombre en el mundo que puede hallar la fórmula para devolvernos a nuestro tamaño normal. Y no hay muchas posibilidades de que se decida a hacerlo.

—Si matamos a Thorkel —dijo Baker lentamente—, ¿tendremos que permanecer… así… siempre?

—Ajá. Y si no lo hacemos… él nos atrapará, tarde o temprano. ¿Y bien?

—Es… una elección difícil —murmuró Mary—. Pero al menos estamos vivos…

Baker asintió, y señaló hacia donde estaba la abandonada arma de Thorkel, apoyada contra la silla.

Apuntaba hacia el camastro del científico.

—¡Buen Dios! —exclamó Stockton—. ¡Eso es!

Habiendo llegado a una decisión, los tres actuaron rápidamente. Se subieron a la silla, utilizando libros como puntales y la hoja de las tijeras como palanca, ajustaron el rifle.

—Directo a su almohada —le dijo Stockton a Baker, que estaba alineando el cañón del arma—. Un poco hacia arriba… ¡así! ¡Directo a su oreja izquierda!

Mary estaba atando un trozo de hilo al gatillo del arma.

—¿Puede tirar del gatillo, Bill?

—Sí. —Estaba forcejeando con la palanca—. Así está bien.

Pero, pese a la aparente confianza de Stockton, se sentía ligeramente mal. La elección era… ¡horrible! Morir a manos de Thorkel, o de otro modo seguir para siempre en aquel mundo de pequeñez.

—¡Vuelve Thorkel! —Había pánico en la voz de Mary.

Los tres se apresuraron a ponerse a cubierto. Stockton consiguió alcanzar el extremo colgante del hilo y corrió con él hacia detrás de una caja, fuera de la vista. Mary y Baker hallaron refugio a su lado.

La sombra del científico se cernió en el umbral. Entró, bostezando cansadamente. Descuidadamente, arrojó el sombrero a un rincón y se sentó en el camastro, soltando los cordones de sus botas.

La mano de Stockton se tensó en el hilo. ¿Notaría el titán el cambio de posición del arma?

Thorkel tiró sus botas al suelo y empezó a tenderse. Entonces, como golpeado por un repentino pensamiento, se alzó de nuevo y se dirigió hacia una alacena, tomando de ella un plato de carne ahumada y un poco de pan de mandioca.

Colocándolo sobre la mesa, se sentó en una silla y empezó a comer.

Aparentemente, le dolían los ojos. Limpió varias veces sus gafas, y finalmente prescindió por completo de ellas, sustituyéndolas por otro par que tomó de su cajón de la mesa. Comió lentamente, dando cabezadas debido al cansancio. Y finalmente se quitó las gafas y se inclinó hacia delante en la mesa, apoyando la cabeza entre sus brazos.

Se durmió.

—¡Oh, maldita sea! —dijo Baker con genuina furia—. Ahora no podremos utilizar el rifle. No podremos moverlo a su ángulo correcto. Estamos en la misma situación que en la jungla, después de todo… a menos que utilicemos el cuchillo contra él.

Stockton miró especulativamente a su hoja de tijeras.

—No es bastante seguro. Tendremos que matarle, no incapacitarle.

—Incapacitarle… ¡eso es! —dijo de pronto Mary—. ¡Bill, está ciego sin sus gafas!

Los tres se quedaron mirándose, con nuevas esperanzas brotando a la vida en su interior.

—¡Eso es! —aprobó Stockton—. Podemos ocultárselas y negociar con él. Tal vez…

—Debemos actuar cautelosamente —advirtió Mary.

Thorkel dormía pesadamente. Ni siquiera se agitó cuando los pequeños intrusos treparon a la mesa y, unas tras otras, le retiraron todas sus gafas hasta que estuvieron fuera de la vista a través de un agujero en el suelo.

—Éstas son las últimas —dijo Mary con satisfacción—. No va a poder encontrarlas.

—El último menos uno —negó Baker—. Bill… Se interrumpió. Stockton había desaparecido.

Vieron que regresaba hasta el sobre de la mesa, andando de puntillas hacia el dormido Thorkel. Rodeó la caja de los especimenes y se acercó a las gafas que el científico sujetaba con su enorme mano.

Cuidadosamente, intentó quitárselas. Thorkel se agitó. Murmuró algo y alzó la cabeza, aún medio dormido.

El miedo atenazó la garganta de Stockton. Movido por un impulso, tiró de las gafas, arrancándolas de la mano de Thorkel, y huyó tras la caja de especimenes.

Parpadeando, Thorkel palpó a su alrededor en busca de las gafas. Sus pálidos ojos miraron sin ver.

Hubo un sordo golpe. Stockton, inclinado en el borde de la mesa, vio las gafas golpear en el suelo, sin romperse. No vio a Thorkel levantarse y tantear hacia la caja de los especimenes.

La voz de Mary fue un helado chillido.

—¡Salte, Bill, salte!

Rápidamente, Stockton se deslizó por el borde, se quedó colgando de sus manos, y se dejó caer. El suelo ascendió a su encuentro. Aterrizó pesadamente, pero saltó en pie y huyó antes de que Thorkel pudiera ver el movimiento.

El científico dijo, con un curioso temblor en su voz:

—Así que han vuelto. Así que están aquí, ¿eh?

No hubo respuesta. Thorkel avanzó tambaleándose hacia la puerta de atrás, la cerró y se apoyó de espaldas en ella.

Y, por primera vez, Thorkel conoció el miedo.

Thorkel se atusó el bigote. Su voz tembló cuando habló.

—¿Así que se han atrevido a atacarme? Bien, ha sido un error. Están encerrados en esta habitación. Y les encontraré…

Se volvía hacia cualquier movimiento o sonido engañoso, mirando ciegamente, agitando su cabeza de un lado a otro con lentos y bruscos movimientos.

—¡Les encontraré!

Stockton empujó a Mary más hacia atrás en su escondite tras una caja.

—Está loco de miedo. ¡Permanezcamos quietos!

Thorkel empezó a caminar a tientas por la habitación, apartando con los pies aparatos, cajas, ropas.

Cayó, y cuando se levantó de nuevo había sangre deslizándose de la comisura de su boca.

Su mano se cerró sobre el rifle. Lo alzó y se inmovilizó en silencio, aguardando.

Sin ninguna advertencia, Thorkel amartilló el rifle y disparó. Los estruendosos ecos llenaron la habitación. Stockton miró, vio un enorme astillado agujero en la parte baja de la puerta de atrás.

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