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Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

Visiones Peligrosas I (10 page)

BOOK: Visiones Peligrosas I
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Inter caecos regnat luscus

La cara de Rex se extiende por la pantalla del fido; los poros de su piel son como los cráteres de un campo de batalla de la I Guerra Mundial. Lleva un monóculo negro sobre el ojo izquierdo, arrancado en una discusión entre críticos de arte durante la Serie de Lecturas Me gusta Rembrandt en el canal 109. Aunque tiene suficiente influencia para conseguir prioridad de sustitución de ojos, ha rehusado.

—Inter caecos regnat luscus —dice cuando le preguntan, y a menudo cuando no—. Traducción: en el país de los ciegos, el tuerto es rey. Por eso tomó el nombre de Rex Luscus, es decir Rey Tuerto.

Corre un rumor, propagado por Luscus, según el cual permitirá a los biomuchachos ponerle un ojo proteico artificial cuando vea las obras de un artista lo suficientemente grande como para justificar visión bifocal. Se rumorea también que podría hacerlo pronto, debido a su descubrimiento de Chibiabos Elgreco Winnegan.

Luscus mira ávidamente (alabando con adverbios) las formas de Chib. Éste se hincha, no de placer sino de ira.

Luscus dice blandamente.

—Querido, quería asegurarme de que te habías levantado y preparado para los asuntos tremendamente importantes de hoy. ¡Debes estar listo para la exposición! Pero, ahora que te veo, me acuerdo de que aún no he comido. ¿Qué te parece desayunar conmigo?

—¿Desayunar qué? —dice Chib. No espera la respuesta—. No. Tengo demasiado que hacer hoy. ¡Ciérrate, sésamo!

La cara de cabra o, tal como él prefiere describirla, la cara de Pan de Rex Luscus, Fauno de las Artes, se desvanece. Incluso se ha hecho adornar las orejas. Realmente encantador.

—¡Beeeee! —se burla Chib del fantasma—. ¡Bah! ¡Cínico! ¡Nunca te besaré el culo, Luscus, ni te dejaré besármelo a mí! ¡Aunque pierda el premio!

El timbre suena de nuevo. Aparece la cara oscura de Halcón Rojo Rousseau. Su nariz es aguileña y sus ojos como vidrio negro roto. Su ancha frente está rodeada por una cinta roja, que sujeta el liso cabello negro que le cae hasta los hombros. Su chaquetilla es de piel de gamo; un collar de cuentas, atado como una corbata de lazo, le cuelga del cuello. Tiene el aspecto de un verdadero indio norteamericano, aunque Toro Sentado, Caballo Loco o el menos noble Perfil Griego de aquéllos le hubiera echado de la tribu a patadas. No es que fueran antisemíticos, es sólo que no hubieran podido respetar a un bravo a quien los caballos producirían urticaria alérgica.

Nacido Julius Applebaum, se convirtió legalmente en Halcón Rojo Rousseau en su Día del Nombre. Apenas volver del bosque, renaturalizado, arma juerga ahora en las sucias cacerolas de carne de una civilización decadente.

—¿Cómo estás, Chib? La panda se pregunta cuándo vendrás.

—¿Con vosotros? Aún no he desayunado, y tengo que hacer mil cosas para prepararme para la exposición. ¡Os veré a mediodía!

Rousseau se desvanece como el último de los pieles rojas.

El intercom silba precisamente cuando Chib va a desayunar. ¡Ábrete, sésamo! Chib ve en la pantalla la sala de estar. Remolinea el humo, demasiado denso y furioso para que lo disuelva el acondicionador de aire. En el extremo más lejano del ovoide, sus pequeños hermanastros y hermanastras duermen en el sofá. Jugando a Mamá-y-su-amigo, se han dormido, las bocas abiertas en bendita inocencia, hermosos como sólo pueden serlo los niños dormidos.

Frente a los cerrados ojos de cada uno hay un ojo, que no parpadea, como el de un cíclope de Mongolia.

—¿No son conmovedores? —dice Mamá—. Los pobrecitos estaban demasiado cansados para irse a la cama.

La mesa es redonda. Los viejos y solteronas se han reunido a su alrededor para la última batalla de rey, caballo, sota y as. Sus armaduras son sólo capas y capas de grasa. Las mejillas de Mamá cuelgan como banderas en un día sin viento. Sus pechos se deslizan y tiemblan sobre la mesa, se inclinan y se agitan.

—Partida de tahúres —dice Chib en voz alta, mirando las gruesas caras, los tremendos pechos, las nalgas exuberantes.

Ellos levantan las cejas.

—¿De qué coño habla ahora el genio loco?

—¿Es realmente subnormal tu hijo? —dice uno de los amigos de Mamá, y ellos ríen y beben más cerveza.

Angela Ninon, no queriendo dejar de intervenir, e imaginando que Mamá pronto pondrá en marcha los aspersores, se mea piernas abajo. Se ríen, y Guillermo el Conquistador dice:

—Abro.

—Yo siempre estoy abierta —dice Mamá, y ellos chillan de risa.

Chib quisiera llorar. No lo hace, aunque lo han animado desde su infancia a llorar siempre que le apetezca.

Te hace sentir mejor. Y fíjate en los vikingos, qué hombres eran, y lloraban como niños cuando tenían ganas.
Cortesía del canal 202 en el popular programa
¿Qué ha hecho una madre?

Él no llora porque se siente como un hombre que recuerda a la madre a quien amaba y que murió, pero hace mucho tiempo. Su madre ha sido enterrada profundamente bajo un alud de carne. Cuando él tenía 16 años, había tenido una madre encantadora.

Entonces ella dejó de cuidarlo.

Familia que mama, familia que crece

De un poema de Edgar A.Grist, vía canal 88.

—Hijito, yo no saco nada de esto. Lo hago sólo porque te quiero.

¡Después, grasa, grasa, grasa! ¿Dónde se fue? Hundida en el abismo de la adiposis. Desapareciendo conforme aumentaba de volumen.

—Hijito, por lo menos podrías discutir conmigo un poco de vez en cuando.

—Me dejaste, Mamá. De acuerdo. Soy un hombre ahora. Pero no tienes derecho a esperar de mí que resucite aquello.

—¡Ya no me quieres!

—¿Qué hay de desayuno, Mamá? —dice Chib.

—Ahora tengo buenas cartas, Chibby —dice Mamá—. Como has dicho muchas veces, eres un hombre. Sólo por esta vez, hazte tu propio desayuno.

—¿Para qué me llamaste?

—Olvidé cuando empieza la exposición. Quería dormir algo antes de ir.

—A las dos y media, Mamá, pero no tienes obligación de ir.

—Oh, quiero estar presente. No quiero perderme los triunfos artísticos de mi propio hijo. ¿Crees que ganarás el premio?

—Si no, ahí está Egipto —dice él.

—¡Esos apestosos árabes! —dice Guillermo el Conquistador.

—Es la Oficina quien lo hace, no los árabes. Los árabes emigraron por la misma causa que puede hacernos emigrar a nosotros —dice Chib.

¿
Quién hubiera pensado que Beverly Hills se volvería antisemítico
?
De las Memorias inéditas del Abuelo.

—¡No quiero ir a Egipto! —llora Mamá—. Tienes que ganar ese premio, Chibby. No quiero dejar el Nido. Nací y crecí aquí, bueno, en el décimo nivel, y cuando me mudé también lo hicieron todos mis amigos. ¡No iré!

—No llores, Mamá —dice Chib, sintiendo pena a su pesar—. No llores. El gobierno no te puede obligar a ir, ya sabes. Tienes unos derechos.

—Si quieres seguir teniendo golosinas, irás —dice Guillermo el Conquistador—. A menos que Chib gane el premio, claro. Y yo no le echaría en cara que ni siquiera intentara ganarlo. No es culpa suya que tú no le sepas decir «no» al Tío Sam. Tienes tu sueldo y lo que gana Chib vendiendo sus cuadros. Todavía no es suficiente. Gastas más de prisa que ganas.

Mamá le grita con furia a Guillermo, y se van. Chib desconecta el fido. A la mierda con el desayuno; comerá después. Su último cuadro para el Festival debe estar terminado a mediodía. Aprieta una placa y la desnuda habitación oval se abre aquí y allá, y surgen equipos de pintura como un regalo de los dioses electrónicos. Zeuxis se desmayaría y Van Gogh compartiría su excitación si pudieran ver el lienzo, la paleta y el pincel que usa Chib.

El proceso de pintar incluye el doblar y torcer individualmente miles de alambres, dándoles diferentes formas, y colocarlos a diversas profundidades. Los hilos son tal delgados que sólo pueden ser vistos con amplificadores y manipulados con tenacillas extremadamente delicadas. De ahí las gafas de aumento que usa Chib y la larga herramienta, casi tan delgada como un hilo de araña, que lleva en la mano durante las primeras etapas de la creación de un cuadro. Tras cientos de horas de lento y paciente trabajo (de amor), los cables están preparados.

Chib se quita las gafas para ver el efecto general. Entonces utiliza el aspersor de pintura para cubrir los hilos con los colores y matices que desea. La pintura se endurece en pocos minutos. Chib conecta conductores eléctricos al cuenco y aprieta un botón para enviar una leve descarga por los hilos. Éstos brillan bajo la pintura y, fusibles liliputienses, desaparecen entre humo azul.

El resultado es una obra tridimensional compuesta de duras cáscaras de pintura en varios niveles bajo el revestimiento exterior. Las cáscaras son de diversos grosores, pero todas tan delgadas que la luz las atraviesa desde el nivel más alto al más interno cuando el cuadro es girado en ángulos. Partes de las cáscaras son simplemente reflectores para intensificar la luz, con el fin de que las imágenes internas sean más visibles.

Cuando el cuadro se expone al público, está en un pedestal móvil que gira 12° a la izquierda del centro y luego 12° a la derecha.

El fido suena. Chib, maldiciendo, piensa en desconectarlo. Por lo menos, no es el intercom de su madre llamando histéricamente. Bueno, no todavía. No tardará en llamar si pierde mucho al póker.

¡Ábrete sésamo!

Cantad, maullad al Tío Sam

Escribe el Abuelo en sus Eyaculaciones Privadas: 25 años después de mi huida con 20.000 millones de dólares y de mi muerte aparente de un ataque al corazón, Falco Accipiter está de nuevo sobre mi pista. El detective de la O. R. I. que tomó el nombre de Halcón Cazador cuando ingresó en su profesión. ¡Menudo ególatra! De todas formas, es tan agudo de vista e inflexible como un ave de presa, y yo temblaría si no fuera demasiado viejo para temer a los simples seres humanos. ¿Quién le quitó cadena y capucha? ¿Cómo encontró el viejo y frío rastro?

La cara de Accipiter es la de un halcón demasiado desconfiado que intenta mirar a todas partes al cernerse, y mira en su propio ano para asegurarse de que ningún pato se ha refugiado allí. Los pálidos ojos azules lanzan miradas como cuchillos escondidos en la manga de la camisa que se arrojan con un giro de la muñeca. Lo exploran todo con percepción sherlokiana de la minucia y del detalle significativo.

Su cabeza gira a ambos lados, las orejas moviéndose, las ventanas de la nariz aleteando, todo radar y sonar y odar.

—Señor Winnegan, siento llamarle tan temprano. ¿Le he sacado de la cama?

—¡Es evidente que no! —dice Chib—. No se moleste en presentarse. Le conozco. Lleva tres días siguiéndome.

Accipiter no se sonroja. Maestro en autocontrol, se guarda todo el rubor en las profundidades de las tripas, donde nadie pueda verlo.

—Si me conoce, quizá pueda decirme por qué le llamo…

—¿Iba a ser yo tan bocazas como para decírselo?

—Señor Winnegan, me gustaría hablar con usted respecto a su tatarabuelo.

—¡Lleva 25 años muerto! —grita Chib— Olvídelo Y no me moleste. No intente conseguir una orden de registro; ningún juez se la daría. La casa de un hombre es su costilla…, quiero decir castillo.

Piensa en Mamá y en el día que le va a dar a menos que se vaya pronto. Pero tiene que acabar el cuadro.

—¡Esfúmese, Accipiter! —dice Chib—. Creo que daré parte de usted a la BPHR. Estoy seguro de que lleva un fido en su estúpido sombrero.

La cara de Accipiter permanece tan lisa e inmóvil como una escultura en alabastro del dios halcón Horus. Puede tener algo de gas retorciéndole los intestinos De ser así, lo expulsa sin que se note.

—Muy bien, señor Winnegan. Pero no se va a librar de mí tan fácilmente. Al fin y al cabo…

—¡Esfúmese!

El intercom silba tres veces. Es la señal de que llama el Abuelo.

—Estaba espiando —dice la voz de 120 años de edad, hueca y profunda como el eco en la tumba de un faraón—. Quiero verte antes de que te vayas. Bueno, si es que puedes dedicar algunos minutos al Viejo de los Rompecabezas.

—Eso siempre, Abuelo —dice Chib, pensando cuánto quiere al anciano—. ¿Necesitas comida?

—Sí, y también para la mente.

Der Tag
.
Dies irae
.
Gótterdámmerung
.
Armagedón
. Las cosas están llegando a su fin. Día de hacer o de romper. Tiempo de ir y no ir. Todas estas llamadas y la sensación de algo más que está al caer. ¿Qué traerá el final del día?

El comprimido del sol se desliza
en la dolorida garganta de la noche
(Por Omar Runic)

Chib camina hacia la puerta convexa que se hunde, enrollándose, en dos ranuras de las paredes. El centro de la casa es la habitación familiar, oval. En el primer cuadrante, en el sentido de las agujas del reloj, está la cocina, separada de la habitación familiar por biombos de seis metros de altura decorados por Chib con escenas de tumbas egipcias: su opinión demasiado sutil de la comida moderna. Siete delgadas columnas alrededor de la sala marcan los límites de habitación y pasillo. Entre las columnas hay más biombos altos, pintados por Chib durante su Época de la Mitología Amerindia.

El pasillo tiene también forma oval; todas las habitaciones de la casa se abren a él. Hay siete habitaciones; seis de ellas son combinaciones de dormitorio, despacho, estudio, lavabo y ducha. La séptima es un cuarto trastero.

Pequeños huevos en huevos mayores en grandes huevos en un megamonolito en una pera planetaria en un universo oval: la más reciente cosmogonía, que indica que el infinito tiene la forma del producto de la gallina. Dios empolla sobre el abismo y cacarea cada trillón de años o así.

Chib atraviesa el recibidor, pasa entre dos columnas esculpidas por él en forma de cariátides nínficas y entra en la habitación familiar. Su madre le mira de reojo, pensando que se acerca a pasos agigantados a la locura, si no ha alcanzado ya su umbral. Es culpa de ella, en parte; no debería haberse enfadado y haber terminado Aquello en un momento de chifladura. Ahora es gorda y fea, oh, Dios, tan gorda y tan fea… No puede esperar razonablemente, ni siquiera irrazonablemente, empezar de nuevo.

Es natural, se dice suspirando, resentida y lagrimeante, que haya abandonado el amor de su madre por las delicias extrañas, firmes, de las formas de las jóvenes. Pero ¿dejarlas a ellas también? El no es un narciso. Dejó todo eso a los 13 años. Entonces ¿cuál es la razón de su castidad? Tampoco usa el fornixator, cosa que ella podría comprender aunque no lo aprobara.

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