Read Visiones Peligrosas I Online

Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

Visiones Peligrosas I (19 page)

BOOK: Visiones Peligrosas I
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Accipiter:

—En cualquier caso, cuando el viejo Finnegan murió, el Gobierno Federal renovó su presión para incorporar a los trabajadores de la construcción y a los oficinistas del sindicato como funcionarios civiles. Pero el joven Finnegan demostró ser tan astuto y vicioso como su viejo padre. Desde luego, no sugiero que el hecho de que su tío fuera el presidente de los Estados Unidos tuviera nada que ver con el éxito del joven Finnegan.

Reportero:

—El joven Finnegan tenía setenta años cuando murió su padre.

Accipiter:

—Durante esta lucha, que continuó a lo largo de muchos años, Finnegan decidió tomar el nombre de Winnegan. Es un juego de palabras sobre Win-again («vuelvo a ganar»). Parece haber tenido una afición infantil, incluso imbécil, a los juegos de palabras, que yo, francamente, no comprendo. Me refiero a los juegos de palabras.

Reportero:

—Para nuestros espectadores no americanos, que quizá no conozcan nuestra costumbre nacional del Día del Nombre, diremos que fue originada por los Panamoritas. En cualquier momento a partir de la mayoría de edad, cualquier ciudadano puede tomar un nuevo nombre que crea apropiado a su temperamento o a su objetivo en la vida. Podría indicarles que el Tío Sam, que ha sido deshonestamente acusado de intentar imponer el conformismo a sus ciudadanos, anima este enfoque individualista de la vida. A pesar del aumento de trabajo que ello le supone para mantener sus ficheros.

»También podría hacer notar algo más de interés. El Gobierno declaró que el Abuelo Winnegan era mentalmente incompetente. Espero que mis oyentes me perdonen si tomo unos momentos de su tiempo para explicar las bases de la afirmación del Tío Sam. Bien para aquellos de ustedes que no conozcan un clásico del siglo XX, El funeral de Finnegan, a pesar del deseo de su Gobierno de que tengan una educación permanente gratuita, diremos que el autor James Joyce, sacó el título de una vieja canción de vodevil.

(Pausa mientras un controlador explica brevemente «vodevil».)

—La canción trataba de Tim Finnegan, un obrero irlandés que se cayó de una escalera, borracho, y murió, aparentemente. Durante el funeral irlandés celebrado por Finnegan, el cuerpo fue salpicado accidentalmente de güisqui. Finnegan sintiendo el tacto del güisqui, del «agua de vida», se sentó en el ataúd y saltó de él para beber y bailar con las plañideras.

»El Abuelo Winnegan siempre sostuvo que aquella canción de vodevil se basaba en la realidad, que los buenos siempre ganan a la larga, y que el Tim Finnegan original era un antepasado suyo. Esta afirmación descabellada fue utilizada por el Gobierno en su demanda contra Winnegan.

»Sin embargo, éste presentó documentos que apoyaban su aserto. Más tarde, demasiado tarde, se demostró que los documentos eran falsos.

Accipiter:

—El movimiento del Gobienno contra Winnegan fue reforzado por la simpatía que los obreros de otras ramas y las personalidades sentían hacia el Gobierno. Los ciudadanos se quejaban de que la compañía-sindicato era antidemocrática y discriminatoria. Los oficinistas y productores ganaban sueldos relativamente altos, pero muchos ciudadanos tenían que contentarse con sus ingresos púrpura. Así que Winnegan fue llevado a juicio y acusado, desde luego con razón, de varios delitos, entre ellos subversión de la democracia.

»Viendo venir lo inevitable, Winnegan remató su carrera de delincuente. De algún modo se las arregló para robar veinte mil millones de dólares de la bóveda del banco federal. Esta suma, por cierto, era igual a la mitad del capital existente por aquel entonces en el Gran LA. Winnegan desapareció con el dinero, que no sólo había robado sino que también había dejado de tener en cuenta en su Declaración del Impuesto sobre la Renta. Imperdonable. No sé por qué tanta gente ha ensalzado la hazaña de este bandido. ¡Vaya! He visto programas de fido con él como héroe, ligeramente disfrazado bajo otro nombre, claro.

Reportero:

—Sí, amigos, Winnegan cometió el Delito del Siglo. Y aunque finalmente ha sido localizado y va a ser enterrado hoy, en algún sitio, el caso no ha quedado totalmente cerrado. El Gobierno federal dice que sí; pero ¿dónde está el dinero, los veinte mil millones de dólares?

Accipiter:

—En realidad, el dinero ya no tiene ningún valor, excepto como piezas de colección. Poco después del robo, el Gobierno requisó todo el capital en circulación y editó nuevos billetes que no podían confundirse con lo antiguos. El Gobierno había querido hacer algo así desde hacía mucho tiempo, de todas formas, porque creía que había demasiado dinero circulante; sólo reimprimió la mitad de la cantidad requisada.

»Me gustaría saber dónde está el dinero. No descansaré hasta que lo sepa. Lo rastrearé aunque tenga que hacerlo en mi tiempo libre.

Reportero:

—Quizá tenga usted tiempo de sobra para ello si el joven Winnegan gana su querella. Bien, amigos, como muchos de ustedes posiblemente sepan, Winnegan fue encontrado muerto en uno de los niveles inferiores de San Francisco aproximadamente un año después de su desaparición. Su nieta identificó el cuerpo; y las huellas dactilares, la estructura de oídos, de retina y de dientes, el tipo sanguíneo y capilar de la identidad coincidían.

Chib, que ha estado escuchando, piensa que el Abuelo debió de gastarse varios millones del dinero robado en eso. No lo sabe, pero sospecha que un laboratorio de investigación en algún lugar del mundo desarrolló el duplicado de un biotanque.

Eso fue dos años después de nacer Chib. Cuando tenía cinco años, su Abuelo salió a la luz. Sin decirle a mamá que había vuelto, entró en la casa. Sólo Chib era su confidente. Desde luego, resultaba imposible para el Abuelo pasar completamente inadvertido por Mamá, pero ella insistía en no haberle visto nunca. Chib pensaba que lo hacía para evitar ser acusada de complicidad en el delito. No estaba seguro. Quizás había aislado sus «visitas» del resto de su mente. Para ella sería fácil, ya que nunca sabía si era martes o jueves, y no podía decir el año en curso.

Chib ignora a los sepultureros, que quieren saber qué hacer con el cuerpo. Camina hacia la fosa. La tapa del ataúd ovoide resulta ya visible bajo la larga trompa proboscídea de la máquina de cavar, que desmenuza sónicamente el barro y después lo aspira. Accipiter, roto su autocontrol de toda la vida, sonríe a los reporteros del fido y se frota las manos.

—Baila un poco, hijo de puta —dice Chib, con las lágrimas contenidas sólo por la ira.

Se despeja la zona que rodea la fosa, haciendo sitio para los brazos prensores de la máquina. Éstos descienden, se unen bajo el negro ataúd de plástico irradiado, adornado con arabescos de latón, y lo levantan, dejándolo sobre la hierba. Chib, viendo a los hombres de la ORI empezar a abrirlo, comienza a decir algo, pero cierra la boca. Mira intensamente, con las rodillas dobladas, como preparado para saltar. Los reporteros del fido se acercan, enfocando con las cámaras en forma de globo ocular al grupo que rodea el féretro.

Rechinando, la tapa se levanta. Se produce una gran explosión. Denso humo negro se alza. Accipiter y sus hombres, tiznados, con los ojos muy abiertos y blancos, tosiendo, salen a trompicones de la nube. Los reporteros del fido corren en todas direcciones o se agachan para recoger las cámaras. Los que estaban a suficiente distancia pueden ver que la explosión se produce en el fondo de la tumba. Sólo Chib sabe que la apertura del ataúd ha activado el mecanismo de detonación de la fosa.

También es él el primero en mirar al cielo, al proyectil que se remonta desde la tumba, porque sólo él lo esperaba. El cohete sube a 150 metros mientras los reporteros del fido siguen su vuelo con las cámaras. Se abre, y desde su interior se despliega una cinta entre dos objetos redondos. Los objetos se expanden hasta convertirse en globos, mientras que la cinta viene a ser una gran pancarta.

En ella, en grandes letras, están escritas las palabras:

¡El funetruco de Winnegan!

Veinte mil millones de dólares quemados bajo el suelo falso de la fosa arden furiosamente. Algunos billetes, despedidos en el géiser de fuegos artificiales, son arrastrados por el viento, mientras los hombres de la Oficina de Impuestos, los del fido, los sepultureros y los concejales los cazan.

Mamá está pasmada.

Accipiter tiene el aspecto de estar recibiendo una revelación.

Chib llora y después ríe y se revuelca por el suelo.

El Abuelo ha vuelto a jugársela al Tío Sam, y también ha lanzado su mayor juego de palabras a donde todo el mundo pueda verlo.

—¡Oh, viejo! —solloza Chib entre espasmos de risa—. ¡Oh, viejo! ¡Cómo te quiero!

Mientras rueda de nuevo por el suelo, riendo tan fuerte que le duelen los costados, siente un papel en su mano. Se detiene, se pone de rodillas y busca con la mirada al hombre que se lo ha dado. El hombre dice:

—Su abuelo me pagó para que se lo diera cuando lo enterraran.

Chib lee.

Espero que nadie haya resultado herido, ni siquiera los de la Oficina de Impuestos.
Último consejo del Viejo Sabio de los Rompecabezas. Piérdete. Deja LA. Deja el país. Ve a Egipto. Que tu madre cabalgue el salario púrpura por sí misma. Ella puede hacerlo si practica el ahorro y la austeridad. Y si no puede, no es culpa tuya.
En verdad eres afortunado de haber nacido con talento, si no genio, y de ser bastante fuerte para querer romper el cordón umbilical. Así que hazlo. Ve a Egipto. Empápate de la cultura antigua. Párate ante la Esfinge. Pregúntale a ella (en realidad es «él») la Pregunta.
Después visita una de las reservas zoológicas al sur del Nilo. Vive durante un tiempo en una imitación razonable de la Naturaleza tal como era antes de que la Humanidad la deshonrase y desfigurase. Allí, donde el Homo sapiens (?) evolucionó desde el mono asesino, absorbe el espíritu de ese antiguo tiempo y lugar. Has estado pintando con el pene, erecto más de ira, me temo, que de pasión de vivir. Aprende a pintar con el corazón. Sólo así podrás llegar a ser grande y verdadero.
Pinta.
Después, a dondequiera que vayas, estaré contigo mientras estés vivo para recordarme. Citando a Runic, «seré la aurora boreal de tu alma».
Mantén firme la creencia de que habrá otros que te amen tanto como yo lo hice e incluso más. Y lo que es más importante, debes amarles tanto como ellos te amen.
¿Puedes hacerlo?

* * *

Me siento extrañamente indiferente hacia el hecho de que el hombre llegue a la Luna. Digo extrañamente porque he estado leyendo ciencia ficción desde 1928 y vendiendo historias de ciencia ficción desde 1952. Es más, estaba casi seguro, y lo esperaba y rezaba por ello, de que llegaríamos a Marte en 1940. Cuando tenía dieciocho años renuncié a esa fecha demasiado cercana, pero seguí creyendo que algún día, quizás en 1970, lo lograríamos.

He sido también escritor técnico de electrónica militar y comercial desde 1957, y en la actualidad trabajo para una compañía que está íntimamente relacionada con los programas espaciales Saturno y Apolo. Hace diez años habría estado muy cerca del éxtasis si hubiera podido trabajar en un proyecto espacial. Cohetes, aterrizaje en la Luna, escotillas estancas, y todo eso.

Pero en los últimos ocho años me he ido sintiendo cada vez más interesado en —y preocupado por— los problemas terrestres. Como son la explosión demográfica, el control de la natalidad, la violación de la Madre Naturaleza, los «derechos» humanos y animales, los conflictos internacionales y, especialmente, la salud mental. Me gusta ver que exploramos el espacio, pero no creo que debamos hacerlo. Si los Estados Unidos desean gastarse su (mi) dinero en cohetes espaciales, estupendo. Comprendo perfectamente que los proyectos espaciales reembolsarán algún día con creces los actuales desembolsos. Los descubrimientos tecnológicos efectuados por el camino, buscados o hallados por azar, sin hablar de cosas tales como el control del clima, etc., harán que finalmente todos esos esfuerzos y dispendios tengan un gran valor. Me gusta creerlo así.

Pero gastemos al menos una cantidad igual de dinero e investigación intentando descubrir lo que hace moverse a la gente. Si hay que hacer alguna elección entre los dos distintos tipos de proyectos, abandonemos el proyecto espacial. Si esto es traición, tanto peor. La gente es más importante que los cohetes; nunca estaremos en armonía con la Naturaleza que existe fuera de nuestra atmósfera; ya tenemos bastante trabajo para ponernos en armonía con la naturaleza sublunar.

La idea de esta historia surgió mientras asistía a una conferencia en casa de Tom y Terry Pincard. Lou Barron habló, entre otras cosas, del documento de la Triple Revolución. Esta publicación contiene una carta enviada el 22 de marzo de 1964 por el Comité Ad Hoc sobre la Triple Revolución al presidente Lyndon B. Johnson, la respuesta políticamente anodina del ayudante del consejero especial del presidente y el informe de la propia Triple Revolución. Los autores del documento saben que la humanidad se halla en el umbral de una era que exige un reexamen fundamental de los valores e instituciones existentes. Las tres revoluciones, separadas y que se refuerzan mutuamente, son: 1) la Revolución Cibernética; 2) la Revolución de Armamentos, y 3) la Revolución de los Derechos Humanos.

Lou Barron fue el primero en mencionar la Triple Revolución en mi presencia, y el último desde entonces. Sin embargo, dicho documento puede ser una fecha crucial para los historiadores, un medio conveniente de indicar cuándo se inició la nueva era de las «sociedades planificadas». Puede ocupar un lugar junto con documentos tan irnportantes como la Carta Magna, la Declaración de Independencia, el Manifiesto Comunista, etc. Desde aquella conferencia, he hallado algunas referencias al documento en dos revistas pero sin ninguna elucidación. Y durante la conferencia, Lou Barron dijo que, pese a su importancia, seguía siendo desconocido para algunos profesionales de la economía y las ciencias politicas en el campus de la Universidad de California en Los Angeles.

La conferencia de Barron me proporcionó la visión de una historia situada en una sociedad futura extrapolada a partir de las tendencias actuales. Probablemente nunca hubiera llegado a escribirla si Harlan Ellison no me hubiera pedido, algunos meses más tarde, una historia para esta antología. Tan pronto como oí que no habría ninguna clase de tabúes, mis ojos empezaron a girar con un frenesí que algunas personas hubieran encontrado más bien vulgar. De mi subconsciente surgió la frase de un título de Zane Grey, Riders of the Purple Sage (Jinetes del sabio púrpura). Otros elementos encajaron en su lugar, y las extrapolaciones siguieron.

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