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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (65 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó uno.

—¿Y yo qué coño sé? —dijo el más alto.

Abajo, en el vestíbulo, se oyó gritar a Lee.

—Pues arréglalo.

—¡Tú! —dijo la voz apagada y exigente de Ivy—. ¿Dónde está Rachel?

¡
Ivy
! Frenética, miré el círculo que había hecho. Era una trampa.

—¿Puedes encargarte tú de dos? —pregunté.

—Dame cinco minutos para convertirme en lobo y puedo encargarme de todos —dijo David prácticamente con un gruñido.

El ruido de pelea se coló hasta nosotros. Daba la sensación de que había una docena de personas allí abajo, y una vampiresa muy cabreada. Uno de los hombres miró a los otros y salió corriendo. Quedaban tres. El estallido de un arma abajo me hizo erguirme.

—No tenemos cinco minutos. ¿Listo?

Asintió.

Rompí el vínculo con la línea con una mueca y el círculo cayó.

—¡Adelante! —exclamé.

David se convirtió en una sombra borrosa a mi lado. Yo me fui a por el más pequeño y le tiré el arma a un lado con un pie cuando intentó dar marcha atrás. Era mi entrenamiento contra su magia, muy lenta, por cierto. Ganó mi entrenamiento, claro. El arma se deslizó por el suelo y el tipo se lanzó a por ella.
Idiota
. Lo seguí al suelo y le di un codazo en los ríñones. El tipo jadeó y se dio la vuelta para mirarme, muy lejos todavía del arma. Dios, qué joven parecía.

Apreté los dientes, le cogí la cabeza y la estrellé contra el suelo. Cerró los ojos y se quedó inerte. Sí, ya sé, no fue muy elegante pero es que tenía un poco de prisa.

El estallido de un arma al dispararse me hizo darme la vuelta.

—¡Estoy bien! —gruñó David, que se levantó con la rapidez de un lobo y le clavó un puño pequeño y poderoso en la cara al último brujo que quedaba de pie. Con los ojos en blanco, el brujo dejó caer la pistola de unos dedos inmóviles y cayó encima del primer hombre que había derribado David. ¡Joder, qué rápido era!

Tenía el corazón acelerado y me zumbaban los oídos. Los habíamos derribado a todos y solo se había disparado un tiro.

—Has acabado tú solo con esos dos —dije, entusiasmada con el esfuerzo conjunto—. ¡Gracias!

A David le costaba respirar, se limpió el labio y se agachó para recoger el maletín.

—Necesito ese papel.

Pasamos por encima de los brujos desmayados y David salió antes que yo. Se detuvo y entrecerró los ojos para mirar al hombre que apuntaba a Ivy desde la balconada. Levantó el maletín y lo hizo girar con un gruñido. El trasto aporreó la cabeza del brujo. El tipo se dio la vuelta tambaleándose. Yo giré sobre un pie y estrellé el otro contra el plexo solar del tipo. Agitó los brazos mientras caía contra la barandilla.

No me detuve a ver si estaba fuera de combate o no. Dejé a David peleándose por el arma y bajé corriendo las escaleras. Ivy estaba repeliendo a Candice. Mi bolsa de amuletos estaba a los pies de Ivy. Había tres cuerpos tirados en el suelo de baldosas. El pobre Chad no tenía un buen día.

—¡Ivy! —la llamé cuando lanzó a Candice contra la pared y tuvo un momento—. ¿Dónde está Lee?

Tenía los ojos negros y enseñaba los dientes. Con un grito agudo de indignación, Candice se fue a por ella. Ivy saltó hacia la araña de luces, aporreó a Candice con el pie en la mandíbula y derribó a la vampiresa. Se oyó un crujido en el techo.

—¡Cuidado! —grité desde el último escalón cuando Ivy se balanceó para aterrizar con una elegancia irreal y la araña de luces se derrumbó. Se rompió en mil pedazos que mandaron vidrio y cristal roto por todas partes.

—¡Por la cocina! —jadeó Ivy, que se había agachado—. Está en el garaje. Con Kisten.

Candice me miró con una expresión de odio puro en los ojos negros. Le chorreaba sangre por la boca y se la lamió. Posó la mirada en la bolsa de lona llena de amuletos. Se tensó para correr a por ella pero Ivy dio un salto.

—¡Vete! —gritó Ivy mientras luchaba con la vampiresa más pequeña.

Y fui. Rodeé corriendo los restos de la araña de luces, con el corazón desbocado, y al pasar recogí mis amuletos. Detrás de mí oí un grito de terror y dolor. Me detuve en seco. Ivy tenía a Candice sujeta contra la pared. Me quedé helada. No era la primera vez que lo veía. Por Dios, si hasta lo había vivido.

Candice se revolvió y luchó con un nuevo frenesí en sus movimientos para intentar liberarse pero Ivy la sujetó con fuerza y la inmovilizó, era como si la sujetara una viga de acero. La fuerza de Piscary la hacía imparable y el miedo de Candice alimentaba su sed de sangre. Se oyó un tiroteo en el garaje que aún no alcanzaba a ver. Aparté los ojos de las dos vampiresas, asustada. Ivy se había transformado por completo en vampiresa. De forma total y absoluta. Se había perdido en el momento.

Atravesé corriendo la cocina vacía hasta la puerta del garaje, tenía la boca seca. Candice volvió a gritar, el sonido aterrorizado terminó en un gorgoteo. No era eso lo que yo había planeado. En absoluto.

Giré en redondo al oír el sonido de unos pasos detrás de mí pero era David. Estaba pálido y no frenó ni un segundo al acercarse a mí. Tenía un arma en la mano.

—¿Está…? —pregunté, me temblaba la voz.

Me posó la mano en el hombro y me puso en movimiento con un pequeño empujón. Las arrugas le marcaban la cara y parecía más viejo.

—Vete, venga —dijo con voz, ronca—. Ella te cubre.

En el garaje, el sonido de las voces de los hombres se alzó y después cayó. Se oyó un breve tiroteo. Agachada junto a la puerta, revolví en mi bolsa de lona. Me puse un montón de amuletos alrededor del cuello y me metí las esposas en la cintura de la falda. La pistola de hechizos me pesaba en la mano, catorce pequeñines en fila en el depósito, listos para dormir a quien fuera y propulsor suficiente para dispararlos a todos.

David se asomó a la puerta y luego se volvió a agachar.

—Hay cinco hombres con Saladan detrás de un coche negro, al otro lado del garaje. Creo que están intentando arrancarlo. Tu novio está tras la esquina. Podemos alcanzarlo con una carrera rápida. —Me miró mientras yo hurgaba entre mis amuletos—. ¡Por Dios bendito! ¿Para qué es todo eso?

¿
Mi novio
? pensé mientras me deslizaba hasta la puerta arrastrando los amuletos. Bueno, me había acostado con él.

—Uno es para el dolor —susurré—. Otro para ralentizar las hemorragias. Otro para detectar hechizos negros antes de toparme con ellos y otro…

Me interrumpí cuando arrancó el coche.
Mierda, coño
.

—Siento haber preguntado —murmuró David muy cerca de mí.

Se me desbocó el corazón y me arriesgué a levantarme y caminar encorvada. Respiré hondo en el aire frío del garaje oscuro y me agaché detrás de un Jaguar plateado y acribillado a balazos. Kisten levantó la cabeza de repente. Estaba herido y se apretaba con una mano la parte inferior del pecho. El dolor le vidriaba los ojos y estaba pálido bajo el cabello teñido de rubio. Se le colaba un poco de sangre bajo la mano y me quedé helada por algo más que la falta de calefacción del garaje. A su lado había cuatro hombres tirados. Uno se movió y mi vampiro le pateó la cabeza hasta que dejó de moverse.

—Esto va cada vez mejor —susurré mientras me dirigía hacia Kisten. La puerta del garaje se puso en movimiento con un chirrido y unos gritos reverberaron en el coche por encima del motor revolucionado. Pero Kisten era lo único que me preocupaba en aquel instante.

—¿Estás bien? —Dejé caer dos amuletos sobre su cabeza. Me estaba poniendo mala. Se suponía que Kisten no tenía que salir herido y que Ivy no tendría que verse obligada a desangrar a nadie. Las cosas no podían haber salido peor.

—Vete a por él, Rachel —dijo con una mueca dolorida—. Yo sobreviviré.

Las llantas del coche chirriaron al dar marcha atrás. Aterrada, miré a Kisten y luego al coche, sin saber qué hacer.

—¡Vete a por él! —insistió Kisten con los ojos azules entrecerrados por el dolor.

David posó a Kisten en el suelo del garaje. Con una mano apretó la mano de Kisten contra la herida y con la otra rebuscó en su chaqueta. Sacó el teléfono, lo abrió de un golpe y marcó el 911.

Kisten asintió y cerró los ojos cuando yo me levanté. El coche había salido marcha atrás y estaba a punto de dar la vuelta pero se caló. Salí corriendo tras él, totalmente furiosa.

—¡Lee! —grité. El motor del coche renqueó y se caló, las ruedas resbalaban en el empedrado húmedo. Apreté la mandíbula, invoqué una línea y cerré el puño.

La energía de la línea me atravesó y me llenó las venas con una sensación asombrosa de fuerza. Entrecerré los ojos.


Rhombus
—dije e hice el gesto con los dedos extendidos.

Se me doblaron las rodillas y chillé cuando el dolor de la energía de línea requerida para hacer un círculo tan grande me atravesó como un rayo y empezó a quemarme porque no podía canalizarla toda a la vez. Se oyó un horrendo sonido de metal plegado y un chirrido de llantas. El sonido me atravesó y se clavó en mi memoria para rondar mis pesadillas. El coche había chocado contra mí círculo pero fue el coche el que se rompió, no yo.

Recuperé el equilibrio y seguí corriendo mientras los hombres salían en masa del coche destrozado. Sin detenerme, apunté con la pistola de hechizos y apreté el gatillo con una lentitud metódica. Dos cayeron antes de que la primera de las balas cortara el aire junto a mi cabeza.

—¿Me estáis disparando? —chillé—. ¡Me estáis disparando! —Derribé al pistolero con un hechizo y solo quedaron Lee y dos hombres más. Uno levantó las manos. Lee lo vio y le pegó un tiro sin dudarlo. El estallido del arma me sacudió entera, como si me hubiera dado a mí.

El rostro del brujo se puso ceniciento y se derrumbó sobre el camino empedrado, se apoyó en el coche e intentó detener la hemorragia con la mano.

Me invadió la ira y me detuve. Hecha una furia, apunté a Lee y apreté el gatillo.

Lee se irguió, susurró algo en latín e hizo un gesto. Me tiré a un lado pero él había apuntado a la bola y la pudo desviar. Todavía agachada volví a disparar. Los ojos de Lee adquirieron una expresión condescendiente cuando desvió esa también. Los movimientos de sus manos adoptaron una pose más siniestra y yo me quedé con los ojos como platos. Mierda, tenía que terminar con aquello de una vez.

Arremetí contra él y solté un gañido cuando el último vampiro se estrelló contra mí. Caímos enredados, yo luchaba con furia para evitar que pudiera sujetarme. Con un último gruñido y una patada salvaje, me liberé y rodé hasta ponerme de pie. Después me aparté de espaldas, jadeando. Recordé las peleas con Ivy con una mezcla agria de esperanza y desesperación. Jamás había conseguido vencerla. En realidad, no.

El vampiro volvió a atacar sin ruido. Me agaché, me hice a un lado y terminé desollándome un codo cuando se rasgó el traje de la señora Aver. Lo tenía encima al muy puñetero así que rodé con la cabeza cubierta por los brazos y empecé a darle patadas mientras contenía el aliento. Me atravesó el cosquilleo del círculo. Había chocado con él y el círculo se había roto. Perdí el contacto con la línea al instante y me sentí vacía.

Me levanté de un salto y me volví para evitar la pierna del vampiro, que giraba hacia mí. ¡Mierda, ni siquiera se estaba esforzando! La pistola de hechizos estaba detrás de él y cuando se vino a por mí, me derrumbé fuera de su alcance y rodé para cogerla. Estiré los dedos y lancé un suspiro de alivio cuando sentí el metal frío en la mano.

—¡Te tengo, cabrón! —grité y giré para pegarle un tiro justo en la cara.

Abrió mucho los ojos y luego los dejó en blanco. Ahogué un chillido y me aparté rodando cuando la inercia lo inclinó hacia delante. Se oyó un porrazo húmedo cuando chocó contra el empedrado. La sangre se le coló por debajo de la mejilla. Se había roto algo.

—Siento que trabajes para un gilipollas como ese —dije sin aliento al levantarme, después me paré en seco. Me quedé sin expresión y se me resbaló el arma hasta quedarse colgada de un solo dedo. Estaba rodeada por ocho hombres, todos ellos a más de tres metros de distancia. Lee se encontraba tras ellos, con una aborrecible expresión satisfecha en la cara mientras se abrochaba el botón de la chaqueta. Hice una mueca e intenté recuperar el aliento. Ah, ya. Había roto el círculo. Mierda puta, ¿cuántas veces iba a tener que arrestar a ese tío?

Jadeando y encorvados de dolor, vi a David y a Kisten inmóviles bajo tres armas en el garaje. Había ocho rodeándome. Había que sumar los cinco que yo acababa de derribar y Kisten había dejado ko a cuatro por lo menos. Y no podíamos olvidar a los tíos del principio, los de arriba. Ni siquiera sabía cuántos había dejado Ivy fuera de combate. Aquel brujo se había preparado para una puñetera guerra.

Me erguí poco a poco. Podía manejar la situación.

—¿Señorita Morgan? —La voz de Lee sonaba extraña entre la nieve derretida que caía del alero del tejado. El sol estaba detrás de la casa y me puse a temblar al dejar de moverme—. ¿Le queda algo en esa pistolita?

La miré. Si había contado bien (y me parecía que sí) quedaban ocho hechizos allí dentro. Ocho hechizos que eran inútiles porque Lee podía desviarlos todos. E incluso si no los desviaba, no tenía muchas posibilidades de derribar a todos esos hombres sin que me abrasaran allí mismo.
Si jugaba según las reglas

—Voy a soltar la pistola —dije, y después, poco a poco, con mucho cuidado, abrí el depósito y dejé caer las bolas de hechizos azules antes de tirársela. Rebotaron siete esferas diminutas que rodaron por las ranuras del empedrado antes de detenerse. Siete visibles y una que me quedaba en la mano. Dios, tenía que funcionar.
Pero que no me aten las manos
. Tenía que tener las manos libres.

Levanté las manos, temblando, y me aparté un poco. Una bolita diminuta me bajó por la manga hasta convertirse en un punto frío en el codo. Lee hizo un gesto y los hombres que me rodeaban convergieron en un solo punto. Uno me sujetó por el hombro y me tuve que contener para no golpearlo.
Tranquila, dócil. No hace falta que me ates
.

Lee se me plantó delante.

—Pero qué chica tan estúpida —se burló mientras se tocaba la frente bajo el flequillo corto y moreno, donde se extendía un nuevo corte.

Apartó la mano, me obligué a no moverme y aguanté cuando me soltó un revés. Me erguí hecha una furia tras el impulso del bofetón. Los hombres que me rodeaban se echaron a reír pero yo ya estaba moviendo las manos en la espalda y la bolita del hechizo rodó hasta terminar en la palma de mi mano. Miré a Lee y después a las bolas de hechizo que habían quedado en el empedrado. Alguien se agachó para coger una.

BOOK: Antes bruja que muerta
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