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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (67 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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—¡Lee! —dije al tiempo que me daba la vuelta para no perder de vista a Al, que seguía moviéndose hacia la parte de atrás de mi círculo sin dejar de ponerlo a prueba—. ¡Tenemos que salir de aquí!

Lee arrugó la nariz al oler el ámbar quemado y se echó a reír.

—No, primero te voy a hacer papilla de una paliza y después te voy a entregar a Algaliarept, y él va a dar por saldada mi deuda. —Chulito y lleno de confianza, miró a Al, que había dejado de empujar mi círculo y se había detenido con una sonrisa beatífica en la cara—. ¿Te parece un plan satisfactorio?

Sentí el peso del miedo en el vientre, que se asentó como un saco de plomo cuando una sonrisa malvada y artificial se extendió por la cara cincelada de Al. Tras él aparecieron una alfombra tejida muy elaborada y una silla de terciopelo granate del siglo
XVIII
. Sin dejar de sonreír, Al se acomodó, los últimos rayos del sol lo convertían en una mancha roja entre los edificios destrozados.

—Stanley Collins Saladan —dijo mientras cruzaba las piernas—, tenemos un acuerdo. Dame a Rachel Mariana Morgan y desde luego, consideraré tu deuda pagada.

Me lamí los labios, que se quedaron fríos bajo el viento gélido. A nuestro al rededor se oyeron los ruidos tímidos de las criaturas que se acercaban arrastrándose, reclamadas por mí al tocar las campanas de la ciudad y atraídas por la promesa de la oscuridad. El tintineo suave de una piedra me hizo darme la vuelta en redondo. Había algo allí dentro, con nosotros.

Lee sonrió, yo me sequé las manos en mi traje de chaqueta prestado y me erguí un poco más. Tenía razón al sentirse tan seguro de sí mismo (yo era una bruja terrenal sin amuletos que pretendía enfrentarse a un maestro de las líneas luminosas) pero no lo sabía todo. Al no lo sabía todo. Joder, ni siquiera yo lo sabía todo, pero sí que sabía algo que ellos desconocían. Y cuando ese horrible sol rojo se pusiera tras los edificios destrozados, no iba a ser yo la que fuera el familiar de Al.

Quería sobrevivir. En ese momento, me daba igual si estaba bien o no entregarle a Lee al demonio en mi lugar. Más tarde, cuando estuviese acurrucada con una taza de chocolate caliente y temblando al recordarlo, sería el momento de decidirlo. Pero para ganar, primero tenía que perder. Aquello iba a doler de verdad.

—Lee —dije; quería intentarlo una última vez—. ¡Sácanos de aquí! —¡
Dios, por favor, que yo tenga razón
!

—Pero qué cría eres —dijo mientras se tiraba del traje manchado de tierra—. Siempre gimoteando y esperando que alguien te rescate.

—¡Lee! ¡Espera! —grité cuando dio tres pasos y tiró una bola de bruma violeta.

Me hice a un lado. Me pasó rozando a la altura del pecho y chocó contra los restos de la fuente. Con un estrépito sordo, una parte de la fuente se agrietó y se derrumbó. Se alzó el polvo, rojo en el aire oscurecido.

Cuando me volví, Lee tenía mi tarjeta de visita en la mano, la que yo le había dado al gorila en su barco. Mierda, tenía un objeto focal.

—No lo hagas —dije—. No te va a gustar cómo termina.

Lee sacudió la cabeza, movió los labios y susurró «
Doleo
»; lo dijo con claridad, la invocación vibró en el aire y, con mi tarjeta en la mano, hizo un gesto.

Me erguí con una sacudida y contuve un brusco gorgoteo antes de que saliera de mis labios. Un dolor que me retorció las tripas me hizo doblarme. Respiré a pesar de todo y me levanté con un tambaleo. No se me ocurrió nada para corresponder. Me adelanté, vacilando, para intentar liberarme del dolor. Si pudiera golpearlo, quizá parase el dolor. Si pudiera coger la tarjeta, no podría fijarme como objetivo sino que tendría que lanzar sus hechizos.

Choqué contra Lee, caímos los dos y las piedras se me clavaron por todo el cuerpo. Lee empezó a dar patadas y yo me aparté rodando mientras Al aplaudía casi sin ruido con las manos enguantadas de blanco. El dolor me nublaba la razón y me impedía pensar.
Una ilusión
, me dije. Era un hechizo de línea luminosa. Solo la magia terrenal podía infligir un dolor real.
Es una ilusión
, jadeé y alejé el hechizo de mí gracias a la pura fuerza de voluntad. No iba a sentirlo.

Tenía el hombro magullado y me palpitaba, me dolía más de lo que me dolía en realidad. Me aferré al dolor real y alejé la agonía fantasma. Encorvada, vi a Lee a través del pelo, que ya se había escapado por completo de aquel estúpido moño.


Inflex
—dijo Lee con una gran sonrisa, movió los dedos y terminó el hechizo. Me encogí, a la espera de que pasara algo, pero no pasó nada.

—¡Uh, qué bien! —exclamó Al desde su roca—. De primera clase. ¡Magnífico!

Zigzagueé un momento mientras luchaba contra las últimas sombras de dolor. Volvía a estar en la línea. Lo presentía. Si supiera cómo viajar por las líneas, podía terminar con aquello en ese mismo instante.
Abracadabra
, pensé.
Alakazán
. Mierda, hasta sería capaz de arrugar la nariz y moverla si pensara que con eso iba a funcionar. Pero no era el caso.

Crecieron los susurros a mi alrededor. Cada vez eran más atrevidos a medida que el sol amenazaba con ponerse. Cayó una roca detrás de mí y giré en redondo. Resbalé y caí con un grito. Me golpearon las náuseas cuando se me torció el tobillo. Me lo sujeté con un jadeo y sentí que me saltaban lágrimas de dolor.

—¡Brillante! —aplaudió Al—. La mala suerte es extremadamente difícil de echar, pero quítale el hechizo. No quiero una patosa en mi cocina.

Lee hizo un gesto y sentí que se alzaba de mi pelo un breve torbellino que olía a ámbar quemado. Sentí un nudo en la garganta cuando se rompió el hechizo, me palpitaba el tobillo y las rocas frías me mordían. ¿Me había maldecido con mala suerte?
Hijo de puta

Apreté la mandíbula y me apoyé en una roca para levantarme. Ya había derribado antes a Ivy con siempre jamás puro y no necesitaba un objeto focal para lanzárselo a él. Cada vez más enfadada, me erguí y busqué en mi memoria la forma de hacerlo. Hasta entonces siempre había sido algo instintivo. El miedo y la rabia ayudaban bastante; me levanté tambaleándome, cogí siempre jamás de mi
chi
y lo sostuve en las manos. Me quemaban pero aguanté mientras sacaba más energía de la línea hasta que tuve la sensación de que se me estaban carbonizando las manos extendidas. Furiosa, comprimí la energía pura que tenía en las manos hasta que alcanzó el tamaño de una pelota de béisbol.

—Cabrón —susurré y se la tiré con un tambaleo.

Lee se agachó hacia un lado y mi bola dorada de siempre jamás chocó contra mi círculo. Abrí mucho los ojos cuando una cascada de cosquileos me atravesó, se había roto la burbuja.

—¡Joder! —grité, no me había dado cuenta que mi hechizo teñido de aura podría romper el círculo. Aterrada, me giré en redondo hacia Al, sabía que si no podía levantarlo a tiempo tendría que enfrentarme a los dos. Pero el demonio seguía sentado y miraba algo por encima de mí hombro, con los ojos de cabra muy abiertos. Se había bajado un poco las gafas y se había quedado con la boca abierta.

Me di la vuelta a tiempo de ver que mi hechizo golpeaba un edificio cercano. Un estruendo tenue hizo temblar el suelo. Me llevé la mano a la boca cuando un trozo del tamaño de un autobús se desprendió y cayó con una lentitud irreal.

—Bruja estúpida —dijo Lee—. ¡Viene directamente a por nosotros!

Me di la vuelta, eché a correr con las manos estiradas y me abrí camino entre los escombros, con las manos entumecidas en las rocas cubiertas de escarcha. El suelo temblaba, el polvo se alzaba denso en el aire. Tropecé y me caí.

Me levanté entre toses y arcadas, temblando. Me dolían los dedos y no podía moverlos. Me di la vuelta y encontré a Lee al otro lado del nuevo derrumbamiento, en sus ojos había odio y un toque de miedo.

Decía algo en latín. Clavé los Ojos en la tarjeta que tenía entre los dedos y que no dejaba de mover, con el corazón a mil mientras esperaba, indefensa. Lee hizo un gesto y mi tarjeta estalló en llamas.

Destelló como la pólvora. Di un grito y me di la vuelta con las manos en los ojos. Los chillidos de los demonios menores me golpearon. Me eché hacia atrás con un tambaleo, desequilibrada. Unas manchas rojas me impedían ver. Tenía los ojos abiertos y me corrían lágrimas por la cara pero no veía. ¡Estaba ciega!

Se oyó el ruido de un deslizamiento de rocas y lancé un gañido cuando alguien me puso unas esposas. Repartí golpes a ciegas y estuve a punto de caer cuando no encontré nada con el canto de la mano. Me invadió el miedo y me debilitó. No veía. ¡Me había quitado la vista!

Me empujó una mano y me caí balanceando una pierna. Sentí que lo golpeaba y se cayó.

—Zorra —jadeó y chillé cuando me dio un tirón de pelos, después intenté alejarme.

—¡Más! —dijo Al muy contento—. ¡Enséñame lo mejor que sabes hacer! —lo alentó.

—¡Lee! —exclamé—. ¡No lo hagas! —El color rojo no desaparecía.
Por favor, por favor, que sea una ilusión
.

Lee empezó a pronunciar unas palabras oscuras que sonaban obscenas. Olí a quemado, era un mechón de mi pelo.

Se me encogió el corazón con una duda repentina. No iba a conseguirlo. Prácticamente iba a matarme. No había forma de ganar aquella partida. Oh, Dios… ¿pero en qué estaba pensando?

—La has hecho dudar —dijo Al con tono asombrado desde la negrura—. Ese es un hechizo muy complejo —dijo sin aliento—. ¿Qué más? ¿Sabes adivinar el futuro?

—Puedo ver el pasado —dijo Lee muy cerca, estaba jadeando.

—¡Oh! —exclamó Al, encantado—. ¡Tengo una idea maravillosa! ¡Haz que recuerde la muerte de su padre!

—No… —susurré—. Lee, si te queda algo de compasión. Por favor.

Pero comenzó a susurrar con aquella odiosa voz y yo gemí y me encerré en mí misma cuando un dolor mental se sobrepuso al físico. Mi padre. Mi padre exhalando su último aliento. La sensación de su mano seca en la mía, sin fuerzas ya. Me había quedado, me había negado en redondo a irme de la habitación. Estaba allí cuando dejó de respirar. Estaba allí cuando su alma quedó libre y me dejó para que me defendiera sola muy pronto, demasiado. Me había hecho más fuerte pero me había dejado marcada.

—Papá —sollocé, me dolía el pecho. Había intentado quedarse pero no había podido. Había intentado sonreír pero se le había quebrado—. Oh, papá —susurré en voz muy baja cuando empezaron a brotarme las lágrimas. Había intentado mantenerlo a mi lado pero no había podido.

Una depresión negra se alzó de mis pensamientos y me encerró en mí misma. Me había dejado. Estaba sola. Se había ido. Nadie había conseguido jamás llenar aquel vacío, ni siquiera se habían acercado. Nadie lo llenaría jamás.

Entre sollozos me llenó aquel recuerdo mísero, aquel momento horrible cuando me di cuenta que se había ido para siempre. No fue cuando me sacaron a rastras de su lado en el hospital, sino dos semanas más tarde, cuando batí el récord de los ochocientos metros de la escuela y miré a las gradas en busca de su sonrisa orgullosa. No estaba. Y fue entonces cuando supe que estaba muerto.

—Brillante —susurró Al, su voz cultivada y suave sonaba a mi lado.

No hice nada cuando una mano enguantada se curvó bajo mi mandíbula y me levantó la cabeza. No le vi cuando parpadeé pero sentí el calor de su mano.

—Has acabado con ella por completo —dijo Al, maravillado.

A Lee le costaba respirar. Era obvio que el esfuerzo que había hecho había sido sobrehumano. Yo no podía dejar de llorar y las lágrimas que me corrían por las mejillas se quedaban frías bajo el viento. Al me soltó la mandíbula y me acurruqué hecha un ovillo en medio de los escombros, a sus pies, me daba igual lo que pasara después.
Oh, Dios, papá
.

—Es toda tuya —dijo Lee—. Quítame la marca.

Sentí los brazos de Al rodeándome y levantándome. No pude evitar apretarme contra él. Yo estaba muerta de frío y él olía a Oíd Spice, la colonia de mi padre. Aunque sabía que era la crueldad retorcida de Al, me aferré a él y lloré. Lo echaba de menos. Dios, cómo lo echaba de menos.

—Rachel —dijo la voz de mi padre, arrancada de mi memoria, y lloré todavía más—. Rachel —dijo otra vez—. ¿No queda nada?

—Nada —dije entre sollozo y sollozo.

—¿Estás segura? —dijo mi padre, dulce y cariñoso—. Has luchado tanto, brujita mía. ¿De verdad te has enfrentado a él con todo y has fracasado?

—He fracasado —dije sin dejar de sollozar—. Quiero irme a casa.


Shhh
—me tranquilizó, sentí su mano fría en la piel en medio de mi oscuridad—. Yo te llevaré a casa y te meteré en la cama.

Sentí que Al se ponía en movimiento. Estaba destrozada pero no estaba acabada. Mi mente se rebeló, quería hundirse todavía más en la nada pero mi voluntad había sobrevivido. Era Lee o yo y yo quería mi taza de chocolate caliente en el sofá de Ivy y un libro sobre racionalizaciones.

—Al —susurré—. Lee tendría que estar muerto. —Me costaba menos respirar. Los recuerdos de la muerte de mi padre comenzaban a deslizarse por los pliegues ocultos de mi cerebro. Llevaban tanto tiempo enterrados allí que no tardaron en encontrar su sitio y uno por uno desaparecieron a la espera de noches solitarias sin nadie a mi lado.


Shhh
, Rachel —dijo Al—. Ya veo lo que pretendes dejando que Lee te derrote pero tú puedes prender la magia demoníaca. Jamás ha habido ninguna bruja capaz de hacer eso. —Se echó a reír y aquel júbilo me dio escalofríos—. Y eres mía. No de Newt, ni de nadie más, solo mía.

—¿Qué hay de mi marca demoníaca? —protestó Lee a varios pasos de distancia; me apeteció llorar por él. Estaba muerto y no lo sabía todavía.

—Lee también puede —susurré. Ya podía ver el cielo. Seguí parpadeando con fuerza y vi la sombra negra de Al destacada contra las nubes manchadas de rojo, no me había soltado todavía. Me invadió el alivio, que se deshizo de mis últimas dudas y dejó a su paso un pequeño rayo de esperanza. Los hechizos ilusorios de líneas luminosas solo funcionaban a corto plazo, a menos que se les diera un lugar permanente de plata en el que residir—. Pruébalo —dije—. Prueba su sangre. El padre de Trent también lo arregló a él. Puede prender magia demoníaca. Al se paró en seco.

—Bendito sea yo tres veces. ¿Hay dos, sois dos?

Chillé cuando me caí y lancé otro grito cuando choqué contra una roca con la cadera.

Detrás de mí oí el alarido de Lee, un grito de miedo y angustia. Me di la vuelta donde me había dejado caer Al, me asomé sobre los escombros y me froté los ojos para ver a Al rasgando con una uña afilada el brazo de Lee. Brotó la sangre y yo me sentí enferma.

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