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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

Barrayar (7 page)

BOOK: Barrayar
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Los dos hombres la miraron con irritación y desconcierto.

—Creo que ésta era una conversación privada, señora —protestó el comandante con rigidez.

—Estoy de acuerdo —replicó ella con la misma rigidez, todavía furiosa—. Les ruego que me disculpen por escucharla, aunque era inevitable. Pero por esa vergonzosa observación sobre el secretario del almirante Vorkosigan, son ustedes quienes deben disculparse. Ha sido un oprobio al uniforme que ambos visten y al servicio del emperador que ambos comparten. —Cordelia estaba temblando.
Tienes una sobredosis de Barrayar. Contrólate
.

Al escuchar sus palabras, Vorpatril se volvió sobresaltado.

—Bueno, bueno —trató de calmarla—, ¿qué es…?

El comandante se volvió hacia él.

—Oh, capitán Vorpatril, señor. No lo había reconocido. Eh… —Señaló con impotencia a su atacante pelirroja como diciendo: «¿Esta dama le acompaña? En ese caso, ¿no puede tenerla bajo control?»—. No hemos sido presentados, señora —agregó con frialdad.

—No, pero yo no ando por ahí dando la vuelta a las piedras para ver quién vive debajo. —De inmediato Cordelia comprendió que se había extralimitado. Con dificultad, logró controlar su ira. No era el mejor momento para que Vorkosigan se hiciese nuevos enemigos. Vorpatril asumió su responsabilidad como escolta y comenzó:

—Comandante, usted no sabe quién…

—No, no nos presente, lord Vorpatril —lo interrumpió Cordelia—. La situación se volvería aún más incómoda para ambos. —Se presionó el entrecejo con el pulgar y el índice, cerró los ojos y buscó unas palabras conciliatorias.
Y yo que solía enorgullecerme de saber controlar mi carácter
. Volvió a mirar sus rostros furiosos—. Comandante. Milord. —Dedujo correctamente el título del joven por la referencia a su padre, sentado entre los condes—. Mis palabras han sido apresuradas y groseras, y deseo retirarlas. No tenía derecho a hacer comentarios sobre una conversación privada. Con humildad, les presento mis disculpas.

—Me parece lo correcto —replicó el joven lord. Su hermano tenía más dominio de sí mismo y dijo de mala gana:

—Acepto sus disculpas, señora. Presumo que el teniente debe de ser un familiar suyo. Le ruego me perdone si pensó que lo insultábamos.

—Yo también acepto sus disculpas, comandante. Aunque el teniente Koudelka no es un familiar, sino el segundo de mis más queridos… enemigos. —Guardó silencio e intercambiaron una mirada. La de ella fue irónica; la de él, de confusión—. No obstante, quisiera pedirle un favor. No permita que semejante comentario llegue a oídos del almirante Vorkosigan. Koudelka fue uno de sus oficiales a bordo del
General Vorkraft
, y resultó herido mientras lo defendía durante ese motín político del año pasado. Lo quiere como a un hijo.

El comandante se estaba calmando, aunque Droushnakovi todavía parecía alguien que tuviera un sabor desagradable en la boca. Él esbozó un sonrisa.

—¿Usted insinúa que me encontraría montando guardia en la isla Kyrill?

¿Qué era la isla Kyrill? Un puesto de avanzada, distante y desagradable, al parecer.

—Yo… lo dudo. No creo que utilice su cargo para vengarse por una inquina personal. Pero le causaría un dolor innecesario.

—Señora.

El comandante ya estaba completamente confundido con aquella mujer de aspecto sencillo, tan fuera de lugar en aquella galería resplandeciente. Dio la vuelta hacia su hermano para observar el espectáculo que se desarrollaba debajo, y todos mantuvieron un tenso silencio durante otros veinte minutos, hasta que las ceremonias se interrumpieron para almorzar.

La gente abandonó la galería para reunirse con los de abajo en los pasillos del poder.

Cordelia encontró a Vorkosigan, con Koudelka a su lado, hablando con el conde Piotr y otro anciano con vestimenta de conde. Después de dejarla allí, Vorpatril desapareció, y Aral la recibió con una sonrisa fatigada.

—Querida capitana, ¿te encuentras bien? Quiero que conozcas al conde Vorhalas. El almirante Rulf Vorhalas era su hermano menor. Dentro de unos momentos tendremos que irnos, ya que debemos almorzar con la princesa y el príncipe Gregor.

El conde Vorhalas se inclinó profundamente sobre su mano.

—Señora, me siento honrado.

—Conde. Yo… sólo vi a su hermano unos momentos, pero me dio la impresión de que era un hombre muy valioso.

Los de mi bando lo mataron
. Cordelia se sintió incómoda con su mano en la de él, pero el conde no parecía guardarle ningún rencor personal.

—Gracias, señora. Todos pensamos lo mismo. Ah, allí están los muchachos. Les prometí presentarlos. Evon está ansioso por tener un lugar en el estado mayor, pero le he dicho que tendría que ganárselo. Ojalá Cari mostrara el mismo interés por el Servicio. Mi hija enloquecerá de celos. Usted ha causado la decepción de todas las jóvenes, ¿comprende?

El conde se volvió para reunir a sus hijos.
Oh Dios
, pensó Cordelia.
Tenían que ser ellos
. Los dos hombres que se habían sentado delante de ella en la galería le fueron presentados. Ambos palidecieron y se inclinaron con nerviosismo sobre su mano.

—Pero vosotros ya os conocéis —dijo Vorkosigan—. Os he visto hablando en la tribuna. ¿Qué discutíais tan animadamente, Cordelia?

—Oh… hablábamos de geología. Y de zoología. De buenas maneras. Sobre todo de buenas maneras. Mantuvimos una conversación bastante amplia. Todos hemos aprendido algo con ella, creo. —Esbozó una sonrisa y no movió ni una pestaña.

Con un aspecto algo enfermizo, el comandante Evon Vorhalas dijo:

—Sí. He… he aprendido una lección que nunca olvidaré, señora.

Vorkosigan continuaba con las presentaciones.

—Comandante Vorhalas, lord Cari; el teniente Koudelka.

Koudelka, cargado con telegramas plásticos, discos, el bastón de mando del comandante en jefe de las fuerzas armadas, distinción que acababa de ser entregada a Vorkosigan, y su propio bastón, vaciló sin saber si estrechar las manos o hacer la venia, y logró que al final se le cayera todo sin hacer ninguna de las dos cosas. Hubo un confusión general para recoger los objetos y Koudelka se ruborizó, inclinándose con torpeza. Droushnakovi y él posaron la mano sobre su bastón al mismo tiempo.

—No necesito su ayuda, señorita —le gruñó Koudelka en voz baja, y ella retrocedió para ubicarse detrás de Cordelia en una postura rígida.

El comandante Vorhalas le devolvió algunos de los discos.

—Discúlpeme señor —dijo Koudelka—. Gracias.

—De nada, teniente. Yo mismo estuve a punto de ser herido por una descarga de disruptores nerviosos. Quedé aterrorizado por ello. Usted es un ejemplo para todos nosotros.

—No… no fue doloroso, señor.

Cordelia, que sabía por experiencia personal que esto era una mentira, guardó silencio, satisfecha. Los miembros del grupo comenzaron a despedirse, y ella se detuvo frente a Evon Vorhalas.

—Fue un placer conocerlo, comandante. Puedo predecir que llegará muy lejos en su carrera… y desde luego, no en dirección a la isla Kyrill.

Vorhalas esbozó una sonrisa nerviosa.

—Creo que usted también lo hará, señora. —Intercambiaron un saludo breve y respetuoso, después de lo cual Cordelia se volvió para coger a Vorkosigan del brazo y acompañarlo en su siguiente misión, seguidos por Koudelka y Droushnakovi.

El emperador de Barrayar entró en su coma final a la semana siguiente, pero aún resistió una semana más. A primera hora de la mañana, un mensajero de la Residencia Imperial pidió que despertaran a Aral y Cordelia. El hombre pronunció unas palabras muy simples:

—El doctor cree que ha llegado el momento, señor.

Después de vestirse rápidamente, acompañaron al mensajero hasta la hermosa alcoba que Ezar había escogido para pasar su último mes de vida. Las exquisitas antigüedades quedaban ocultas tras los equipos médicos importados de otros planetas.

La habitación estaba atestada con los médicos personales del anciano, Vortala, el conde Piotr y ellos dos, la princesa y el príncipe Gregor, varios ministros y algunos hombres del estado mayor. Todos permanecieron de pie y en silencio durante casi una hora ante la figura inmóvil y consumida que yacía en la cama. Al fin, de forma casi imperceptible, el emperador se tornó aún más inmóvil. Cordelia consideró que era una escena horrible para que el niño se viese sometido a ella, pero al parecer el ritual exigía su presencia. Con mucha suavidad, comenzando por Vorkosigan, todos desfilaron para arrodillarse y colocar sus manos entre las del pequeño, renovando sus votos de lealtad.

Cordelia también fue guiada por su esposo para que se arrodillara frente al niño. El príncipe —el emperador— tenía el cabello de su madre, pero sus ojos almendrados eran como los de Ezar y Serg, y Cordelia se preguntó cuánto de su padre o de su abuelo estaría latente en él, aguardando el poder que llegaría con la edad.

¿Llevas una maldición en tus cromosomas, pequeño?
, preguntó en silencio mientras sus manos eran colocadas entre las de él. Maldito o bendito, de todos modos le juró fidelidad. Las palabras parecieron cortar su último lazo con la Colonia Beta; éste se rompió con un
¡ping!
que sólo fue audible para ella.

Ahora soy de Barrayar
. Había sido una travesía larga y extraña que comenzara con la imagen de un par de botas en el lodo y terminara en las limpias manos de un niño.
¿Tú sabes que yo ayudé a matar a tu padre, muchacho? ¿Lo sabrás alguna vez? Espero que no
. Se preguntó si el hecho de que nunca le hubiesen pedido que jurara lealtad a Ezar Vorbarra había sido por delicadeza o por descuido.

De todos los presentes, sólo el capitán Negri lloró. Cordelia lo supo porque se encontraba a su lado, en el rincón más oscuro de la habitación, y lo vio secarse las lágrimas dos veces con el dorso de la mano. Su rostro se ruborizó y pareció más arrugado por unos momentos, pero cuando llegó el momento de prestar su juramento, había recuperado su dureza habitual.

Los cinco días de ceremonias funerarias fueron agotadores para Cordelia, pero según le explicaron no fueron nada comparados con los funerales de Serg, que habían durado dos semanas a pesar de la ausencia del cuerpo. Para la imagen pública, el príncipe Serg había muerto como un héroe. Según los cálculos de Cordelia, sólo cinco seres humanos conocían toda la verdad acerca de ese sutil asesinato. No, cuatro, ahora que Ezar ya no estaba. Probablemente la tumba era el refugio más seguro para los secretos de Ezar. Bueno, los tormentos del anciano ya habían pasado, así como sus días y su época.

No hubo coronación propiamente dicha para el niño emperador. En lugar de ello se dedicaron varios días a recoger juramentos de ministros, condes, familiares y otras personas en las cámaras del Consejo. Vorkosigan también recibió juramentos, y con cada uno parecía soportar una carga mayor, como si tuviesen peso físico.

El muchacho, siempre acompañado por su madre, lo soportó bien. Kareen se aseguró de que los hombres ocupados e impacientes que llegaban a la capital para cumplir con su obligación respetasen los horarios de descanso del niño. Poco a poco, Cordelia se fue dando cuenta de lo peculiar que era el sistema gubernamental de Barrayar, con todas sus costumbres tácitas y que, a pesar de todo, parecía funcionar para ellos. Ellos lo
hacían
funcionar. Simular la existencia de un gobierno. Tal vez en el fondo, todos los gobiernos eran ficciones consensuales.

Cuando finalizaron las ceremonias, Cordelia pudo comenzar a establecer una rutina doméstica en la Residencia Vorkosigan. Aunque realmente no había gran cosa que hacer. Casi todos los días su marido se marchaba al alba, acompañado por Koudelka, y regresaba después del anochecer para cenar algo rápido y encerrarse en la biblioteca, o mantener reuniones allí, hasta la hora de acostarse. Cordelia se dijo que esto era porque era el principio. Llegaría a asentarse con la experiencia y se tornaría más eficiente. Recordaba su primer viaje como comandante de una nave en Estudios Astronómicos Betaneses, no hacía mucho, y sus primeros meses de nerviosa preparación. Más adelante, las tareas se habían vuelto automáticas y luego casi inconscientes, y su vida personal había vuelto a emerger. Lo mismo ocurriría con la de Aral. Ella aguardó con paciencia, sonriendo cada vez que lo veía.

Además, ella tenía un trabajo. Gestar. Era una tarea de bastante nivel a juzgar por los cuidados que recibía de todos, desde el conde Piotr hasta la doncella de cocina, quien le llevaba bocados nutritivos a todas horas. No había recibido tantas atenciones ni siquiera cuando regresó de una misión exploratoria de un año, con un récord de cero accidentes. En Barrayar parecían alentar la reproducción con más entusiasmo que en Colonia Beta.

Una tarde, después de comer, se echó en un sofá con los pies levantados en un patio sombreado entre la casa y el jardín trasero, y reflexionó sobre las diferentes costumbres reproductivas. La gestación en réplicas uterinas, en matrices artificiales, parecía desconocida allí. En Colonia Beta había tres gestaciones de este tipo por cada una en el vientre materno, pero una gran cantidad de personas todavía defendían las ventajas del antiguo método natural. Cordelia nunca había detectado ninguna diferencia entre los dos sistemas, y tampoco había visto que causasen ningún efecto en el desarrollo normal de las personas. Su hermano había sido gestado en el vientre materno y ella en una matriz artificial; la co-progenitora de su hermano había elegido el primer método para sus dos hijos, y se vanagloriaba de ello.

Cordelia siempre había supuesto que cuando llegase el momento, haría que su hijo comenzase a gestarse en una réplica al iniciar una misión exploratoria. De ese modo estaría listo y aguardando a ser cobijado en sus brazos para cuando ella regresase. Suponiendo que regresase… siempre existía ese peligro cuando se salía a explorar lo desconocido. Y suponiendo, además, que lograse identificar a un co-progenitor dispuesto a pasar por las pruebas físicas, psicológicas y económicas, y a tomar el curso que lo habilitaría para recibir su licencia de padre.

Aral sería un co-progenitor excelente, estaba segura. Si alguna vez aterrizaba de las alturas de su nueva posición. Seguramente los primeros ajetreos debían de estar a punto de terminar. Sería una larga caída, sin ningún sitio donde tocar suelo. Aral era su puerto seguro, si él caía primero. Con un violento esfuerzo, Cordelia desvió sus pensamientos hacia canales más positivos.

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