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Authors: Jane Yolen

Blanca Jenna (3 page)

BOOK: Blanca Jenna
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Su esposo se hincó más lentamente y ocultó el rostro entre las manos.

Jenna entornó los ojos y suspiró. A sus espaldas oyó la suave exclamación de Petra y su voz de sacerdotisa.

Niña de tres madres,

Bendita seas.

—Cállate —le espetó a la joven en voz baja.

Martine, quien había escuchado sólo a Petra, alzó las manos, con las palmas unidas, y exclamó:

—Sí, eso es. Oh, Blanca, ¿qué podemos hacer? ¿Qué podemos decir?

—En cuanto a lo que pueden hacer —respondió Catrona rápidamente—, pueden darnos tres buenos caballos ya que nos encontramos en una gran misión sagrada y no sería bueno que La Blanca tuviese que caminar. Y en cuanto a lo que pueden decir, pueden decirnos sí a nosotras y no a cualquier hombre que les pregunte.

—Sí, sí —volvió a exclamar Martine y, al ver que su esposo no respondía lo suficientemente rápido, le propinó un codazo.

Él se levantó sin volver a mirar a Jenna y murmuró:

—Sí, sí, les daré tres caballos. Y serán buenos. Cualquiera que diga que Geo Hosfetter no proporciona buenos caballos es... —El hombre partió sin dejar de hablar y se oyeron sus pasos que se alejaban corriendo.

—Iré para ayudarle a escoger —dijo Catrona.

—Permita que La Blanca se quede un momento más —le rogó Martine—. Ella lleva mi propia sangre... deje que ella misma me cuente su historia. Tengo té y pasteles. —La mujer señaló la cocina limpia y bien iluminada.

Jenna abrió la boca para aceptar, pero Petra le susurró al oído:

—Allí aparecerán las hermanas sombra. Déjame hablar a mí. —Jenna cerró la boca y adoptó una expresión severa.

—La Blanca no come con otras personas. Ha hecho votos de ayuno y de silencio hasta que la misión esté cumplida. Yo soy Su sacerdotisa y Su boca.

Jenna volvió a entornar los ojos, pero guardó silencio.

—Por supuesto, por supuesto —aceptó Martine mientras se limpiaba las manos en el delantal.

—Mejor dígale todo lo que usted sabe para que Ella pueda evaluar su importancia.

—Por supuesto, por supuesto —repitió Martine—. ¿Qué debo contar? Que mi hermana, la madre de La Blanca, era alta y pelirroja y, según creímos todos, propensa a los partos fáciles al igual que el resto de nosotras. Pero algún designio cambió las cosas allá arriba. Murió al dar a luz. Y luego esa malvada partera robó a la niña y se la llevó antes de que ninguno de nosotros pudiera verla. Supimos que era una niña porque le dijo a su propia hija que la llevaría a una de las..., ya saben..., de las Comunidades.

—Congregaciones —le corrigió Petra automáticamente.

—La que se encuentra más cerca. Camino arriba entre las montañas.

—La Congregación Selden —apuntó Petra.

Pero la mujer sólo podía contar la historia a su manera.

—Para vender el bebé, probablemente. Algunas parteras son así, ustedes ya lo saben. —De pronto temió haberles ofendido y agregó con rapidez—: No me refiero a que ustedes compren niñas, claro.

—Recogemos nuestra cosecha en las colinas; no pagamos a los sembradores —sentenció Petra.

—Eso he querido decir. Eso mismo. —Martine se restregó las manos.

—¿Y el padre?

—Murió antes de cumplirse el año. Tenía el corazón destrozado. Había perdido una esposa y una hija a la vez. Enloqueció. Veía mujeres de Alta por todas partes. En la granja, ante el fogón, en su cama. Siempre de dos en dos. Estaba doblemente loco. —La mujer sacudió la cabeza—. Pobre hombre.

—Pobre hombre —repitió Petra con voz suave y tranquilizadora.

Jenna se mordió el labio. Su madre. Su padre. Trataba de creerlo, pero no podía. Su madre no había vivido bajo aquella acogedora techumbre de paja ni murió con los muslos cubiertos de sangre. Sus madres eran muchas y vivían en la Congregación Selden. Y ellas no morirían desangradas si podía evitarlo. Jenna se volvió bruscamente y dejó a Martine, quien seguía restregándose las manos, para que Petra la consolase. Con paso rápido, atravesó el corral en dirección a la granja.

El cielo tenía un color azul acerado, y detrás de la granja y los campos el horizonte estaba teñido de rosa. Cuando el sol se deslizara bajo el borde del mundo, quedaría una hora más antes de que oscureciese. Y entonces llegaría la luna. Con la luna, reaparecerían las hermanas sombra Skada y Katri. Petra había tenido razón al advertirle que no entrase en la cocina iluminada con velas. La luz del fogón o de las velas también hacía surgir a las hermanas. No había necesidad de atemorizar a aquellos pobres extraños. ¡Extraños! Jenna trató de obligarse a pensar en ellos como su tío y su tía. Imposible, no había lazos de sangre entre ellos. Ninguno en absoluto.

Se trataba de un error, eso era todo. Pero un error que les proporcionaría tres caballos. ¡Caballos! Ella no quería volver a montar sobre aquellas bestias tan incómodas para sus asentaderas.

Justo mientras pensaba en ello, Catrona apareció por detrás de la granja conduciendo tres yeguas: dos de pelo rojizo y una casi completamente blanca. El labriego venía detrás y parecía aliviado. Al ver a Jenna, Catrona sonrió, pero cambió de inmediato su expresión adoptando una actitud más respetuosa.

—¿Apruebas mi elección, Blanca? —le preguntó.

Jenna asintió con la cabeza. La yegua color nieve echó atrás la cabeza y relinchó.

—La blanca es tuya, Anna —dijo Catrona—. El hombre insiste en ello. —Le tendió las riendas—. Y no quiere aceptar ningún dinero a cambio.

Jenna inspiró profundamente haciendo un esfuerzo para que le agradase el animal. Tomó las riendas, tiró con suavidad y lo hizo avanzar unos pasos hacia ella para darle unas palmadas en el cuello. La yegua le olfateó la oreja y Jenna esbozó una sonrisa vacilante.

—¿Lo ve, Blanca? —dijo Geo Hosfetter sin mirarla directamente—. La yegua sabe que es suya. —Asintió con la cabeza—. Su nombre es...

—Su viejo nombre no tiene importancia —intervino Petra de pronto, detrás de Jenna—. Tendrá uno nuevo. Como usted sabe, ya está dicho en la profecía:

La Blanca, la Anna,

Cabalgará, cabalgará,

Y sus hermanas con Ella;

Ninguna se apartará.

La yegua que monte

A horcajadas,

Tendrá por nombre... ¡DEBER!

—Oh, sí, sí —confirmó Martine corriendo hacia ellas—. La sé. Deber es su nombre. Por supuesto. Deber.

—¡Deber! —se burló Jenna, riéndose, cuando se hubieron alejado de la granja —¿Qué clase de nombre es ése?

—Fue lo mejor que se me ocurrió en ese momento —admitió Petra—. Me disculpo por esa sexta línea. Me ha salido un poco... un poco dudosa.

—¿Quieres decir que te lo has inventado? —Catrona sacudió la cabeza. Petra asintió con energía y sonrió.

—Es una habilidad especial que tiene —explicó Jenna—. Era famosa por ello en la Congregación Nill. Poesías y profecías al instante. Pero, Petra... ¡Deber!

—No tiene importancia —respondió Petra—. Se lo contarán a sus vecinos y la historia comenzará a crecer. Para cuando vuelvas a escucharla, irás montada en Saber o en Vencer, y le habrán agregado que La Blanca, bendita sea, cabalgaba con los bolsillos llenos de monedas, seguida por cien hombres que le clamaban su amor.

Jenna se retorció la trenza derecha.

—¿Por qué me has escogido una yegua blanca, Catrona? No tendremos tiempo para mantenerla limpia.

—Él insistió en ello. “La blanca para La Blanca —me dijo—. Y una pareja de bayas para sus criadas.”

—¡Criadas! —gritó Petra.

Ante el sonido de su voz la pequeña yegua baya dio un respingo. Petra intentó sujetarla y necesitó de un fuerte tirón de las riendas para controlarla. Miró a sus amigas y se alzó de hombros.

—Yo no contaría con ese animal para una batalla —dijo Jenna.

—Pero es probable que corra como el viento —señaló Catrona—. Mira sus patas. Y tal como dicen en los Valles, “el caballo regalado es el más ligero.”

—Entonces que lo demuestre —concluyó Jenna—. Ya no tenemos tiempo para continuar hablando.

Catrona asintió con la cabeza.

Las tres pusieron sus monturas al trote.

Acababan de atravesar el pueblo de Selden, con sus pequeñas casas a lo largo de los senderos de guijarros, y se disponían a cruzar el nuevo puente cuando se elevó la luna. Bajo su luz reaparecieron Skada y Katri, montadas detrás de sus respectivas hermanas luminosas.

Jenna supo que Skada se encontraba allí al sentir la familiar respiración a sus espaldas; la yegua lo supo antes por el peso que se había sumado. El animal aminoró el trote para acostumbrarse al segundo cuerpo, pero no se acobardó.

—Buen caballo —susurró Skada en el oído de Jenna. Ésta volvió un poco la cabeza.

—¿Qué sabes tú de caballos?

—Es posible que sepa poco, pero al menos no les tengo antipatía sin ningún motivo.

—¡Ningún motivo! —protestó Jenna—. Pregúntale a mi trasero y a mis piernas cuáles son los motivos. —Pero no continuó hablando y concentró toda su atención en el largo puente que atravesaban.

Cuando estuvieron al otro lado, Catrona les hizo una seña para que se detuviesen. Desmontaron y dejaron que los caballos pastasen junto al camino.

—¿Por qué nos detenemos? —preguntó Petra.

A la luz de la luna, su rostro parecía cincelado. El cabello se le había desatado y ahora llevaba las trenzas sueltas sobre la espalda. Tenía círculos negros bajo los ojos, pero Jenna no sabía con certeza si eran de fatiga o de pena. Rodeó los hombros de la niña con su brazo y, como un paréntesis, Skada la tomó por el otro lado.

—Al igual que los humanos, los caballos necesitan descansar —le recordó Jenna—. No tendría sentido matarlos el primer día.

—Ni a nosotras mismas —añadió Catrona mientras se estiraba—. Hacía mucho tiempo que no cabalgaba. Éstos son músculos que no ejercito con regularidad. —Se inclinó y apoyó las palmas sobre el suelo; Katri hizo lo mismo.

—Mi yegua no está cansada —señaló Petra.

—Es que lleva a una sola. Las nuestras tendrán que llevar a dos durante toda una noche de luna —le explicó Skada—. Por desgracia nadie ha entrenado a los caballos para que convoquen a sus sombras.

—¿Hay caballos en el lugar de donde vienes? —preguntó Petra.

—Tenemos lo que tenéis vosotras —contestó Katri—. Pero lo dejamos atrás para venir aquí.

Catrona acarició el hocico de su caballo y éste le respondió olfateándola.

—Continuaremos unas horas más y luego dormiremos. —Sostuvo la cabeza del animal entre sus manos y le sopló con suavidad en los ollares—. Sólo nos hemos detenido para respirar un poco.

—Y para descansar los traseros —añadieron al unísono Jenna y Skada. Petra se echó a reír, pero Catrona y Katri alzaron la vista al cielo.

—Mirad —dijo Katri—. ¿Veis cómo la luna se encuentra posada sobre la frente del Viejo Ahorcado?

Las demás alzaron la vista. Los peñascos parecían coronados por la luna y unas nubes tenues comenzaban a cruzar por su faz.

—Creo que pronto estará cubierta —observó Catrona.

—Eso nos convendría —afirmó Katri.

—Pero entonces tú y Skada... —comenzó Jenna.

—... desaparecerían —concluyó Catrona—. Pero como no nos encontramos en una batalla sino que tan sólo cabalgamos, resultará más sencillo para los caballos.

—Y para nosotras —agregó Skada.

—Para vuestros traseros —se rió Jenna.

—Para nuestros tra... —empezó a decir Skada; pero en ese momento la nube cubrió la luna y ella desapareció.

—Montad —les indicó Catrona saltando sobre su caballo.

A Jenna y a Petra les resultó un poco más difícil subir sobre los suyos. Finalmente Jenna sostuvo las riendas de la baya mientras Petra montaba, y luego le entregó las de su propia yegua.

—Mantenla quieta —dijo Jenna.

—¿Hablas con tu criada? —preguntó Petra.

—Por favor.

—El Deber te aguarda —bromeó Petra—. ¡Vamos, Jenna, cumple con tu Deber.

—Ya es suficiente —se impacientó Jenna.

Cuando al fin estuvo arriba y tomó las riendas entre sus manos, se volvió hacia el camino. Catrona ya se encontraba en el primer recodo y Petra estaba hacia la mitad. Jenna clavó los talones en los flancos de Deber y el animal comenzó a trotar. Apretó los dientes, la espoleó y esta vez la yegua se lanzó al galope. A sus espaldas se elevó una nube de polvo que oscureció la silueta del Viejo Ahorcado.

LA CANCIÓN:

Balada de las doce hermanas

Había doce hermanas junto a un río,

Romero y endrino, cardo y laurel.

Un donoso marinero a una llevó consigo

Y un bebé nació en el día aquel.

El donoso marinero casó con una de ellas,

Romero y endrino, cardo y laurel.

Las otras hermanas quisieron verla muerta

El día en que naciera el bebé aquel.

“Danos la mano, hermana querida”,

Romero y endrino, cardo y laurel.

Pidieron las once a la escogida

El día en que naciera el bebé aquel.

Colina arriba la llevaron,

Romero y endrino, cardo y laurel,

Y por la fuerza a su bebé le quitaron

El día en que naciera el bebé aquel.

La dejaron en la ladera fría,

Romero y endrino, cardo y laurel,

Convencida de que su bebé no vivía

El día en que naciera el bebé aquel.

Lloró lágrimas grises, lloró lágrimas rojas,

Romero y endrino, cardo y laurel,

Lloró hasta morir tendida entre las hojas

El día en que naciera su bebé.

El corazón del marinero en dos se partió,

Romero y endrino, cardo y laurel;

Por todo lo hecho cada hermana lloró

Desde el día en que naciera el bebé aquel.

Brezos y rosas de sus tumbas crecieron,

Romero y endrino, cardo y laurel;

Alto, muy alto y muy juntos subieron

Desde el día en que naciera el bebé aquel.

EL RELATO:

—Lo siento —se disculpó Jenna—. Me he estado comportando mal desde que dejamos la Congregación. Es como si no hubiese conexión entre mi cerebro y mi boca. No comprendo qué me hace actuar de esta forma.

Se habían detenido para pasar la noche a unos trescientos metros del camino, en un pequeño claro que no era mucho más grande que una habitación. Había un prado que era como una alfombra, rodeado por enormes robles cuyas ramas se entrelazaban formando un techo protector. No obstante, Catrona no les permitió encender fuego por miedo a que éste llamase la atención de algún transeúnte.

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