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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Casa capitular Dune (6 page)

BOOK: Casa capitular Dune
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—¿Quién informó? —preguntó Odrade.

—Llegó a través de nuestros espías en la CHOAM, y llevaba la marca especial —dijo Bellonda—… La información fue proporcionada por el Rabino, no hay la menor duda al respecto.

Odrade no supo qué responder. Contempló la enorme ventana mirador detrás de sus compañeras, viendo un suave revolotear de copos de nieve. Sí, aquellas noticias encajaban merecidamente con el invierno acumulando sus fuerzas ahí afuera.

Las hermanas de la Casa Capitular no se sentían satisfechas con la brusca llegada del invierno. Las necesidades habían obligado al Control del Clima a dejar que la temperatura bajara precipitadamente. No había habido ninguna preparación al invierno, ninguna consideración hacia las cosas vivas que ahora deberían entrar rápidamente en hibernación. Cada noche la temperatura bajaba tres o cuatro grados más. Mantén eso durante una semana seguida y todo se hundirá en un aparentemente interminable torpor.

Frío para encajar con las noticias sobre Lampadas.

Uno de los resultados de aquel brusco cambio del clima era la bruma. Pudo verla disiparse al mismo tiempo que cesaba el breve revolotear de la nieve. Un clima muy confuso. Habían alcanzado el punto de condensación en la temperatura del aire y la bruma se asentaba en los lugares húmedos. Derivaba muy cerca del suelo como un tul que flotaba por entre los árboles desprovistos de hojas de los huertos como un gas venenoso.

Todas las hermanas continuaban realizando sus tareas con un cuidado especial, disimulando sus preocupaciones en la mejor medida posible a las no iniciadas, pero su sensación de desánimo estaba allí para que cualquier Reverenda Madre pudiera detectarla. Hacía que todo el mundo se comportara bruscamente, mostrando su mal humor en el Consejo y no cediendo el paso ni un ápice en los pasillos. Todo muy infantil, hasta el punto de que algunas veces se reían de ello, aclarando un poco la atmósfera, pero el frío de un brusco invierno y la amenaza constante de las Honoradas Matres persistía.

¿Ningún superviviente en absoluto?

Bellonda agitó negativamente la cabeza en respuesta a la mirada interrogativa de Odrade.

Lampadas… una joya en la red de planetas de la Hermandad, el hogar de su escuela más apreciada, otra bola de cenizas y rocas semifundidas desprovista de vida. Y el Bashar Alef Burzmali con todas sus fuerzas defensivas cuidadosamente escogidas.
¿Todos muertos?

—Todos muertos —dijo Bellonda.

Burzmali, el estudiante favorito del viejo Bashar Teg, desaparecido, y sin que se hubiera ganado nada con ello. Lampadas… su maravillosa biblioteca, sus brillantes maestros, sus estudiantes de primera… todo desaparecido.

—¿Incluso Lucilla? —preguntó Odrade.

La Reverenda Madre Lucilla, vicecanciller de Lampadas, había recibido instrucciones de huir al primer síntoma de problemas, llevándose consigo al mayor número posible de condenadas que pudiera almacenar en sus Otras Memorias.

—Los espías han dicho que todos muertos —insistió Bellonda.

Era una estremecedora señal para las Bene Gesserit supervivientes: «'Vosotras podéis ser las siguientes'.»

¿Cómo podía una sociedad humana ser anestesiada a tamaña brutalidad?, se preguntó Odrade. Visualizó las noticias junto al desayuno en alguna base de las Honoradas Matres: «Hemos destruido otro planeta de la Bene Gesserit. Diez millones de muertos, dicen. Eso hace seis planetas este mes, ¿no? Pásame la crema, por favor, querida.»

Con los ojos casi vidriosos por el horror, Odrade tomó el informe y lo observó.
Del Rabino, no había la menor duda.
Lo volvió a dejar suavemente y miró a sus Consejeras.

Bellonda… vieja, gorda y de tez rojiza, Archivera-Mentat, que ahora llevaba lentes para leer, sin importarle lo que aquello revelaba de ella. Bellonda mostraba sus romos dientes en una amplia mueca que decía más que las palabras. Había visto la reacción de Odrade al informe. Bell discutiría de nuevo acerca de tomar represalias. Era algo de esperar en alguien famosa por su ferocidad natural. Necesitaba ser puesta en modo Mentat para que fuera más analítica.

A su manera, Bell tiene razón, pensó Odrade. Pero no le va a gustar lo que tengo en mente. Debo ser muy cautelosa con lo que diga ahora. Todavía es demasiado pronto para revelar mi plan.

—Hay circunstancias en las que la ferocidad puede matar a la ferocidad —dijo Odrade—. Debemos meditar muy cuidadosamente.

¡Eso es! Eso impedirá el estallido de Bell.

Tamalane se agitó ligeramente en su silla. Odrade miró a la vieja mujer. Tam, siempre compuesta tras su máscara de paciencia crítica. Un pelo de nieve sobre un estrecho rostro:

La apariencia de la sabiduría de la edad. Odrade penetró la máscara de Tam hasta su extrema severidad, la pose que decía que le disgustaba todo lo que veía y oía.

En contraste con la blandura superficial de la carne de Bell, había una solidez ósea en Tamalane. Siempre mantenía su compostura, sus músculos tan bien tonificados como era posible. En sus ojos, sin embargo, había algo que desmentía aquello:
una sensación de retirarse, de apartarse de la vida.
Oh, seguía observando, pero algo había iniciado ya la retirada final. La famosa inteligencia de Tamalane se había convertido en una especie de astucia, confiando más en las observaciones y en las decisiones pasadas que en lo que veía en el presente inmediato.

Tenemos que empezar a preparar un reemplazo. Creo que será Sheeana. Sheeana es peligrosa para nosotras pero muestra grandes promesas. Y Sheeana lleva sangre de Dune.

Odrade fijó su atención en las hirsutas cejas de Tamalane. Tendían a colgar sobre sus párpados en un desorden que era una ocultación.
Sí. Sheeana para reemplazar a Tamalane.

Conociendo los complicados problemas que tenían que resolver, Tam aceptaría la decisión. En el momento de anunciarla, Odrade sabía que lo único que tendría que hacer seria desviar la atención de Tam hacia la enormidad de su situación.

¡
La voy a echar en falta, maldita sea!

Capítulo VI

No puedes conocer la historia a menos que conozcas como se movieron sus líderes en sus corrientes. Cada líder requiere intrusos para perpetuar su liderazgo. Examinad mi carrera: yo fui un líder y un intruso. No supongáis que simplemente creé una iglesia-Estado. Esa fue mi función como líder, y copié modelos históricos. Las artes bárbaras de mi tiempo me revelan como un intruso. La poesía favorita: la épica. El ideal dramático popular: el heroísmo. Las danzas: violentamente abandonadas. Estimulantes para hacer que el pueblo sintiera que yo tomaba de ellos. ¿Qué es lo que tomé? El derecho a elegir un papel en la historia.

Leto II (El Tirano) — Traducción de Vether Bebe

¡Voy a morir!,
pensó Lucilla.

¡Por favor, queridas hermanas, no dejéis que eso ocurra antes de que transmita la preciosa carga que llevo en mi mente!

¡Hermanas!

La idea de familia era raramente expresada entre las Bene Gesserit, pero allí estaba. En un sentido genético, e
xistían
relaciones familiares. Y debido a las Otras Memorias, sabían a menudo dónde. No necesitaban términos especiales tales como «prima segunda» o «tía abuela». Veían los lazos familiares del mismo modo que una tejedora ve su tela. Sabían cómo la trama y la urdimbre creaban el
tejido
. He aquí una palabra mejor que Familia: era el tejido de la Bene Gesserit lo que formaba la Hermandad, pero era el antiguo instinto familiar el que proporcionaba la urdimbre.

Lucilla pensaba ahora en sus hermanas únicamente como una Familia. La Familia necesitaba lo que ella transportaba.

¡Fui una estúpida buscando refugio en Gammu!

Pero su dañada no-nave no hubiera podido ir mucho más lejos. ¡Qué diabólicamente extravagantes habían sido las Honoradas Matres! El odio que implicaba aquello la aterraba.

Sembrando todas las rutas de escape en torno a Lampadas con trampas mortales, diseminando pequeños no-globos por todo el perímetro del Pliegue espacial, cada uno de ellos conteniendo un proyector de campo y un arma láser para activar el contacto. Cuando el láser golpeaba el generador Holzmann en el no-globo, una reacción en cadena liberaba la energía nuclear. Entrabas en el campo de la trampa, y una devastadora explosión te englobaba silenciosamente. ¡Costoso pero efectivo! Un número suficiente de tales explosiones, e incluso una gigantesca nave de la Cofradía se convertiría en un retorcido pecio en el vacío. El sistema de análisis defensivo de su nave había captado la naturaleza de la trampa tan solo cuando ya era demasiado tarde, pero pese a todo había sido afortunada, supuso.

No se sintió tan afortunada mientras miraba afuera por la ventana del segundo piso de aquella aislada granja en Gammu. La ventana estaba abierta, y la brisa de la tarde le traía el inevitable olor a petróleo, algo sucio en el humo de un fuego allí afuera. Los Harkonnen habían dejado tan profundamente su marca de petróleo en aquel planeta que jamás podría ser extirpada.

Su contacto allí era un doctor Suk jubilado, pero ella sabía mucho más de él, algo tan secreto que tan sólo un número limitado de personas en la Bene Gesserit lo compartían. Aquel conocimiento tenía una clasificación especial:

Los secretos de los cuales no debemos hablar, ni siquiera entre nosotras mismas, puesto que podrían dañarnos. Los secretos que no transmitimos de Hermana a Hermana en la participación de nuestras vidas porque no constituyen un sendero abierto. Los secretos que no nos atrevemos a saber hasta que surge la necesidad.
Lucilla lo había conocido a raíz de unas veladas observaciones de Odrade.

—¿Sabes una cosa interesante en Gammu? Hummm, existe allí toda una sociedad basada en el hecho de que todos sus miembros comen alimentos consagrados. Una costumbre traída por inmigrantes que nunca fueron asimilados. Se mantienen encerrados en sí mismos, no aceptan matrimonios con gente de fuera de su círculo, cosas así. Por supuesto, despiertan la habitual basura mítica: comentarios, rumores. Sirven para aislarlos aún más. Lo cual es precisamente lo que quieren.

Lucilla sabía de una antigua sociedad que encajaba perfectamente en esta descripción. Se sintió curiosa. La sociedad que tenía en mente había muerto supuestamente poco después de la Segunda Migración Interespacial. Una discreta búsqueda en los Archivos despertó aún más su curiosidad. Estilos de vida, descripciones deformadas por los rumores de rituales religiosos —especialmente los candelabros—, y el mantenimiento de días especiales sagrados con prohibición de realizar en ellos ningún trabajo. ¡Y estaban no sólo en Gammu! Las casuales observaciones de Odrade se tiñeron con el color de algo profundamente secreto.

Una mañana, aprovechándose de una tranquilidad poco común, Lucilla entró en el cuarto de trabajo de Odrade para probar su «conjetura proyectiva», algo en lo que no se podía confiar tanto como en su equivalente Mentat pero más que una teoría.

—Sospecho que tienes una nueva misión para mí.

—He observado que has estado pasando un cierto tiempo en los Archivos.

—Me parecía algo provechoso a lo que dedicarme por el momento.

—¿Haciendo conexiones?

—Una conjetura.
—Esa sociedad secreta en Gammu… son judíos, ¿verdad?

—Puede que necesites información especial a causa del lugar donde vamos a enviarte. —De una forma extremadamente casual.

Lucilla se dejó caer en la silla-perro de Bellonda sin esperar a ser invitada a ello.

Odrade tomó un estilo, escribió algo en una hoja desechable, y se la pasó a Lucilla de una forma que quedaba oculta a los com-ojos.

Lucilla comprendió la alusión y se inclinó sobre el mensaje, manteniéndolo cerca bajo el escudo de su propia cabeza.

«Tu conjetura es correcta. Debes morir antes que revelarla. Ese es el precio de su cooperación, una señal de gran confianza.» Lucilla hizo pedazos el mensaje.

Odrade utilizó la identificación de ojo y palma para abrir el panel en la pared a sus espaldas. Tomó de allí un pequeño cristal riduliano y se lo tendió a Lucilla. Era cálido, pero Lucilla notó un estremecimiento. ¿Qué podía ser tan secreto? Odrade extrajo el cono de seguridad de debajo de su mesa de trabajo y lo situó en posición.

Lucilla dejó caer el cristal en su receptáculo con mano temblorosa y colocó el cono sobre su cabeza. Las palabras se formaron inmediatamente en su cerebro, una sensación oral de acentos extremadamente antiguos que pudo reconocer:

—La gente que ha llamado tu atención son los judíos. Tomaron una decisión defensiva hace eones. La solución a los recurrentes pogroms fue desaparecer de la escena pública. El viaje espacial hizo esto no sólo posible sino también atractivo. Se ocultaron en incontables planetas, realizaron su propia Dispersión, y probablemente tengan planetas donde solamente vivan ellos. Eso no quiere decir que hayan abandonado con el tiempo sus antiguas prácticas, en las que eran maestros por pura necesidad de supervivencia. La antigua religión persiste con toda seguridad, aunque ligeramente alterada. Es probable que un rabino de los tiempos antiguos no se sintiera fuera de lugar tras el menorá del Sabbat en una casa judía de nuestra época. Pero su sentido del secreto es tal que podrías estar trabajando durante toda una vida al lado de un judío sin llegar a sospecharlo nunca. Ellos lo llaman «Cobertura Completa», aunque conocen muy bien sus peligros.

Lucilla aceptó aquello sin discutir. Algo que fuera tan secreto debía ser percibido necesariamente como peligroso por cualquiera que sospechara de su existencia.
«¿Pero para qué más mantienen el secreto, eh? ¡Respóndeme a eso!»

El cristal continuó vertiendo sus secretos en su consciencia:

—Ante la amenaza de ser descubiertos, tienen una reacción estándar. «Buscamos la religión de nuestras raíces. Es un revival, que nos trae de vuelta lo mejor de nuestro pasado.»

Lucilla conocía aquel esquema. Siempre había «locos revivalistas». Era algo que garantizaba descorazonar cualquier curiosidad.
«¿Esos? oh, no son más que otro puñado de revivalistas.»

—El sistema de enmascaramiento —prosiguió el cristal— no tuvo éxito con nosotras. Tenemos bien registrada nuestra propia herencia judía y un nutrido grupo de Otras Memorias para contarnos las razones de su secreto. No alteramos la situación hasta que yo, Madre Superiora durante y después de la batalla de Corrin —
¡muy antigua, por supuesto!
—, vi que nuestra Hermandad necesitaba una sociedad secreta, un grupo que en un determinado momento pudiera responder a nuestras peticiones de ayuda.

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