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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Casa capitular Dune (9 page)

BOOK: Casa capitular Dune
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Así es como eran y como nunca volverán a ser. ¿Qué era lo que yo intenté decir con ese dibujo? Si lo supiera tal vez fuera capaz de completar la escultura de plaz.

Había sido peligroso desarrollar un lenguaje de las manos secreto con Duncan. Pero había cosas que la Hermandad no podía saber… todavía no.

Puede que haya una vía de escape para nosotros dos.

¿Pero dónde podían ir? Aquél era un universo acosado por las Honoradas Matres y otras fuerzas. Era un universo de planetas dispersos, poblados en su mayor parte por seres humanos que tan sólo deseaban vivir sus vidas en paz… aceptando la guía de la Bene Gesserit en algunos lugares, contorsionándose bajo la represión de las Honoradas Matres en muchas regiones, la mayor parte de ellos deseando gobernarse a sí mismos de la mejor manera posible, el perenne sueño de la democracia, y luego estaban siempre los desconocidos. ¡Y siempre la lección de las Honoradas Matres! Los indicios facilitados por Murbella decían que las Habladoras Pez y las Reverendas Madres habían formado in extremis a las Honoradas Matres. ¡La democracia de las Habladoras Pez se había convertido en la Autocracia de las Honoradas Matres! Los indicios eran demasiado numerosos como para ignorarlos. ¿Pero por qué habían enfatizado las compulsiones inconscientes con sus sondas-T, su inducción celular, y sus proezas sexuales?

¿Dónde está el mercado que acepta talentos fugitivos?

Este universo ya no poseía ni una sola bolsa. Se definía más bien una especie de tela de araña subterránea. Era extremadamente liberal, basada en viejos compromisos y acuerdos temporales.

Odrade había dicho en una ocasión:

—Se parece a un viejo traje con remiendos y bordes deshilachados.

La estrechamente ligada red comercial de la CHOAM del Antiguo Imperio ya no existía. Ahora había cabos sueltos y piezas dispersas que eran mantenidas juntas con los lazos más precarios. La gente trataba aquellos restos con desprecio, añorando siempre los buenos viejos días.

¿Qué clase de universo nos aceptaría como meros fugitivos y no como la Sagrada Sheeana y su consorte?

Pero Duncan no era un consorte. Ese había sido el plan original de la Bene Gesserit:

—Atad a Sheeana a Duncan. Lo controlamos a él, y él puede controlarla a ella.

Murbella cortó en seco ese plan.
Y fue una buena cosa para nosotros dos. ¿Quién necesita una obsesión sexual?
Pero Sheeana se había visto obligada a admitir que experimentaba unos sentimientos extrañamente confusos hacia Duncan Idaho. El lenguaje de las manos, los contactos corporales. ¿Y qué podían decirle a Odrade cuando venía a fisgonear? No si, sino cuando.

—Hablamos de las formas en que Duncan y Murbella puedan escapar de vos, Madre Superiora. Hablamos de otras formas de restaurar las memorias de Teg. Hablamos de nuestra propia rebelión privada contra la Bene Gesserit. ¡Sí, Darwi Odrade! Vuestro antiguo estudiante se ha vuelto un rebelde contra vos.

Sheeana admitía también unos confusos sentimientos hacia Murbella.

Ella domesticó a Duncan cuando yo tal vez hubiera fallado.

La Honorada Matre cautiva era un estudio fascinante… y a veces divertido. Ahí estaban aquellos versos satíricos colgados en la pared del comedor de las acólitas de la nave.

¡Hey, Dios! Espero que estés ahí.

Quiero que oigas la plegaria que te dirijo a ti.

Esa imagen tallada que tanto me ensimisma:

¿Eres realmente tú, o soy yo misma?

Bien, de todos modos, aquí la tienes:

Por favor haz que mantenga lúcidas mis sienes.

Ayúdame a superar todos mis errores,

Haz que no se conviertan en horrores,

Sino en ejemplos de perfección

Para las Censoras de mi sección;

Y así se expanda mi cordura,

Como el pan bajo la levadura.

Por la razón que más se te acomode,

Hazme ese favor, ¿no te jode?

El subsiguiente enfrentamiento con Odrade, captado por los com-ojos, había sido algo digno de ver.

—Murbella. ¿Tú? —La voz de Odrade había sonado estridente.

—Me temo que sí. —Sin la menor contrición.

—¿Y por qué? —Aún estridente.

—¿Por qué no? —Desafiante.

—¡Es una burla a la Missionaria! No protestes. Esa era tu intención.

—¡Son tan malditamente presuntuosas!

Sheeana no podía hacer otra cosa más que simpatizar con ella cuando pensaba en aquella confrontación. La rebelde Murbella era todo un síntoma. ¿Qué es lo que fermenta en ti hasta que te ves obligada a notarlo?

He luchado precisamente así contra la eterna disciplina:

«Eso te hará fuerte, niña.»

¿Era Murbella como una niña? ¿Qué presiones la habían moldeado? La vida era siempre una reacción a las presiones. Algunos se dedicaban a las distracciones fáciles y eran moldeados por ellas: los poros hinchados y enrojecidos por los excesos. Baco los miraba de soslayo. La lujuria marcaba sus rasgos. Una Reverenda Madre lo sabía reconocer tras milenios de observación.
Somos moldeados por las presiones, nos resistamos o no a ellas.
Presiones y moldeo… eso era la vida.
Y creo nuevas presiones con mi secreto desafío.

Dado el actual estado de alerta de la Hermandad a todas las amenazas, probablemente el lenguaje de las manos con Duncan fuera algo fútil.

Sheeana inclinó la cabeza y contempló la masa negra en la tarima de escultura.

Pero persistiré. Crearé mi propia afirmación de mi vida. ¡Crearé mi propia vida! ¡Maldita sea la Bene Gesserit!

Y perderé el respeto de mis Hermanas.

Había algo antiguo en la respetuosa conformidad a la que se veían forzadas. Habían conservado aquella característica de su más antiguo pasado, tomándola regularmente para pulir y efectuar las necesarias reparaciones que el tiempo requería de todas las creaciones humanas. Y ahí estaba hoy, mantenida en una muda reverencia.

Sin embargo tú eres una Reverenda Madre, y eso es cierto desde todos los puntos de vista.

Sheeana sabía que iba a verse obligada a probar aquella antigua característica hasta sus límites, con toda seguridad hasta romperla. Y esa forma de plaz negro intentando salir del lugar salvaje en su interior era tan sólo un elemento de lo que sabía que tenía que hacer. Llamémosle rebelión, llamémoslo con cualquier otro nombre, la fuerza que sentía en su pecho no podía ser negada.

Capítulo VIII

Limítate a la observación, y siempre dejarás de lado el objetivo de tu propia vida. Ese objetivo puede ser enunciado de esta forma: vive la mejor vida que te sea posible. La vida es un juego cuyas reglas aprendes si saltas a ella y la juegas a fondo. De otro modo, serás atrapada en equilibrio precario, viéndote sorprendida constantemente por los cambios del juego. Los no jugadores gimen y se quejan a menudo de que la suerte siempre pasa de largo por su lado. Se niegan a ver que pueden crear algo de su propia suerte.

Darwi Odrade

—¿Has estudiado la última grabación del com-ojo de Idaho? —preguntó Bellonda.

—¡Más tarde! ¡Más tarde! —Odrade se dio cuenta de que se sentía susceptible, y de que había saltado ante la pertinente pregunta de Bell.

Las presiones confinaban más y más a la Madre Superiora estos días. Siempre había intentado hacer frente a sus deberes con una actitud de amplios intereses. Cuantas más cosas le interesaban, más ampliamente podía escrutar, y eso le permitía a todas luces conseguir más datos utilizables.

Usar los sentidos los mejoraba. Sustancia, eso era lo que sus inquisitivos intereses deseaban. Sustancia. Era como perseguir comida para apagar una profunda hambre.

Pero sus días estaban empezando a ser duplicados de aquella mañana. Su afición a las inspecciones personales era bien conocida, pero las paredes de aquella sala de trabajo la aprisionaban. Debía permanecer allí donde pudiera ser localizada. No solamente localizada, sino capaz de despachar comunicaciones y gente al instante.

La presión era también de tiempo.

¡Maldita sea! Yo crearé el tiempo. ¡Necesito hacerlo!

Le habían informado que Sheeana decía:

—Estamos viviendo unos días prestados.

¡Muy poético! Pero de muy poca ayuda frente a las pragmáticas demandas. Tenían que Dispersar tantas células Bene Gesserit como fuera posible antes de que cayera el hacha. Ninguna otra cosa tenía tanta prioridad. El tejido de la Bene Gesserit estaba desgarrándose, enviado a destinos que nadie en la Casa Capitular podía llegar a conocer. A veces, Odrade veía aquel fluir como hilachas y residuos. Partían ondulando en sus no-naves, con un stock de truchas de arena en sus bodegas, y las tradiciones Bene Gesserit, sus enseñanzas y sus memorias como guía. Pero la Hermandad había hecho lo mismo hacía mucho tiempo, en la primera Dispersión, y nadie entonces había vuelto ni enviado un mensaje. Nadie. Nadie. Tan sólo habían regresado las Honoradas Matres. Si alguna vez habían sido Bene Gesserit, se dijo, ahora no eran más que una terrible distorsión, ciegamente suicida.

¿Seremos alguna vez un todo de nuevo?

Odrade bajó la vista al trabajo que tenía sobre su mesa: más mapas de selección. ¿Dónde enviar lo que quedaba? Había poco tiempo para hacer una pausa e inspirar profundamente. La Otra Memoria de su difunta predecesora, Taraza, emergió con un enérgico:

—¡Te lo dije! ¿Ves por todo lo que tuve que pasar?

Y yo me pregunté en una ocasión si había espacio en la cúspide del poder.

Puede que hubiera espacio en la cúspide del poder (como le gustaba decir a sus acólitas), pero raras veces había tiempo.

Cuando pensaba en la primordialmente pasiva población no Bene Gesserit de «ahí afuera», Odrade a veces la envidiaba. Se les permitía tener sus ilusiones. Qué consuelo. Podías pretender que tu vida duraría siempre, que mañana sería mejor, que los dioses en sus cielos cuidaban atentamente de ti.

Se retiró de aquel lapso sintiéndose disgustada consigo misma. El ojo no cegado por las nubes era mejor, no importaba lo que viera.

—He estudiado los últimos informes de Idaho —dijo, mirando a la paciente Bellonda que aguardaba al otro lado de la mesa.

—Tiene unos instintos interesantes —dijo Bellonda.

Odrade pensó en aquello. Pocas cosas escapaban a los com-ojos que poblaban la no-nave. La teoría del Consejo acerca del ghola-Idaho era cada día menos una teoría y más una convicción. ¿Cuántas memorias de las vidas seriadas de Idaho contenía aquel ghola?

—Tam está teniendo dudas acerca de sus hijos —dijo Bellonda—. ¿No poseerán talentos peligrosos?

Aquello era de esperar. Los tres hijos que Murbella había dado a Idaho en la no-nave les habían sido retirados a su nacimiento. Los tres estaban siendo observados cuidadosamente mientras se desarrollaban. ¿Poseían aquella sorprendente rapidez de reacción que desplegaban las Honoradas Matres? Era demasiado pronto para decirlo. Era algo que se desarrollaba con la pubertad —según Murbella.

Su cautiva Honorada Matre aceptó que le quitaran sus hijos con furiosa resignación. Idaho, sin embargo, mostró muy poca reacción. Extraño. ¿Acaso había algo que le proporcionaba una visión más amplia de la procreación? ¿Una visión casi Bene Gesserit?

—Otro programa genético de la Bene Gesserit —se había burlado él.

Odrade dejó que sus pensamientos fluyeran. ¿Era en realidad una actitud Bene Gesserit lo que veían en Idaho? La Hermandad decía que los lazos emocionales eran antiguos detritus… importantes para la supervivencia humana en sus días, pero innecesarios ya para los planes Bene Gesserit.

Instintos.

Cosas que surgían con el óvulo y la esperma. A menudo vitales y densos: «¡Es la especie hablándote, tonta!»

Amores… descendencia… hambres…
Todas aquellas motivaciones inconscientes impulsando a un comportamiento específico. Era peligroso entrometerse con tales asuntos. Las Amantes Procreadoras lo sabían, aunque lo hicieran. El Consejo discutía aquello periódicamente, y ordenaba una cuidadosa vigilancia de sus consecuencias.

—Has estudiado las grabaciones. ¿Es ésa toda la respuesta que voy a obtener?

Casi una súplica, algo desusado en Bellonda.

¡Bell sabe lo que estoy haciendo!, pensó Odrade. Debo componer con cuidado mi respuesta. No puedo decir nada sin que sea interpretado a través del filtro universal de la Bene Gesserit, todo sometido a sospecha, y siempre con esa pregunta jamás expresada: ¿Qué es lo que quiere decir en realidad?

La grabación del com-ojo que tanto interés había despertado en Bellonda era de Idaho preguntándole a Murbella acerca de las técnicas de adicción sexual de las Honoradas Matres.
¿Por qué?
Sus habilidades paralelas procedían del condicionamiento tleilaxu impreso en sus células en el tanque axlotl. Las habilidades de Idaho se habían originado como un esquema inconsciente semejante al instinto, pero el resultado era en la práctica indistinguible del efecto de una Honorada Matre: un éxtasis amplificado hasta que eliminaba toda la razón y ligaba a su víctima a la fuente de tal recompensa.

Murbella había llegado tan lejos solamente en una exploración verbal de sus habilidades. La obvia furia residual de Idaho la había convertido en una adicta con las mismas técnicas que a ella le habían enseñado a usar. Sabía que él había conseguido aquello en respuesta a desencadenantes tleilaxu. Eso había dirigido parte de la reprimida furia de ella hacia la Bene Gesserit. Bell pensaba que aquello podía ser útil cuando consiguieran desviar la atención de Murbella hacia Scytale.

—Murbella se bloquea cuando Idaho pregunta los motivos —dijo Bellonda.

Sí. He visto eso.

—¡Podría matarte y tú lo sabes! —había dicho Murbella.

La grabación del com-ojo los mostraba en la cama en los aposentos de Murbella en la no-nave, recién acabada de saciar su mutua adicción. El sudor brillaba en la piel desnuda. Murbella permanecía tendida con una toalla azul cruzando su frente, sus verdes ojos fijos en los com-ojos. Parecía estar mirando directamente a los observadores. Había pequeñas motas anaranjadas en sus ojos. Motas de furia del almacenamiento residual en su cuerpo de la especia sustituta que empleaban las Honoradas Matres. Ahora tomaba melange… y no había síntomas adversos.

Idaho permanecía tendido a su lado, su negro pelo revuelto en torno a su rostro, un agudo contraste con la blanca almohada debajo de su cabeza. Sus ojos estaban cerrados, pero sus párpados temblaban. Levemente. No comía lo suficiente pese a los tentadores platos enviados por el propio chef de Odrade. Sus altos pómulos se marcaban fuertemente. Su rostro se había vuelto anguloso en los años de su confinamiento.

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