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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Casa capitular Dune (11 page)

BOOK: Casa capitular Dune
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La mayor parte de aquello era imposible, por supuesto. ¡Responsabilidades! Qué enorme palabra. Cómo quemaba.

—Siento hambre —dijo Odrade—. ¿Ordeno que sirvan aquí la comida?

Bellonda y Tamalane se la quedaron mirando.

—Sólo son las once y media —se quejó Tamalane.

—¿Sí o no? —insistió Odrade.

Bellonda y Tamalane intercambiaron una mirada en privado.

—Como tú quieras —dijo Bellonda.

Había un dicho en la Bene Gesserit (sabía Odrade) acerca de que la Hermandad funcionaba mucho mejor cuando el estómago de la Madre Superiora estaba satisfecho. Aquello inclinó la balanza.

Odrade pulsó el intercom de su cocina privada.

—Comida para tres, Duana. Que sea algo especial. Elige tú misma.

Sonriendo de la manera más cálida posible, Odrade dijo:

—Me complace que las dos podáis compartir conmigo el talento culinario de Duana.

Tamalane no cambió de expresión. Bellonda se alzó de hombros.

Pero es una artista en la cocina, y ambas lo saben,
pensó Odrade. Su chef era una Reverenda Madre fracasada, una a la que se le había negado la Agonía debido a una imperfección metabólica de naturaleza genética… algo simple de ajustar para un Suk pero que sería un terrible impedimento en la Agonía. Duana compensaba aquello siendo la mejor en lo que más le atraía… cocinar.

La comida, cuando llegó, contenía un plato que a Odrade le gustaba particularmente, ternera al horno con verduras. Duana tenía un toque delicado con las hierbas, un poco de romero en la ternera, las verduras no demasiado cocidas. Soberbio.

Odrade saboreó cada bocado. Las otras dos comieron mustiamente, del plato a la boca, del plato a la boca.

¿Es ésta una de las razones por las cuales soy la Madre Superiora y ellas no?

Mientras una acólita retiraba los restos de la comida, Odrade volvió a una de sus cuestiones favoritas:

—¿Cuáles son las habladurías en las salas comunales y entre las acólitas?

Recordaba de sus propios días de acólita cómo había estado pendiente de las palabras de las mujeres más viejas, esperando oír siempre grandes verdades y no obteniendo casi nunca más que chismorreos acerca de la Hermana Tal-y-Tal o los últimos problemas de la Censora X. Ocasionalmente, sin embargo, las barreras caían, y fluían datos importantes.

—Demasiadas acólitas hablan de su deseo de partir en nuestra Dispersión —gruñó Tamalane—. Las ratas y el barco que se hunde, diría yo.

—Últimamente se ha despertado un gran interés en los Archivos —dijo Bellonda—. Las Hermanas más enteradas acuden en busca de confirmación… si tal y tal acólita poseen una fuerte marca genética de Siona.

Odrade encontró aquello interesante. Su antepasada Atreides común de los eones del Tirano, Siona Ibn Fuad al-Seyefa Atreides, había impartido a sus descendientes su habilidad que la ocultaba de los buscadores prescientes.

Todas las personas que caminaban abiertamente por la Casa Capitular compartían aquella ancestral protección.

—¿Una fuerte marca? —preguntó Odrade—. ¿Dudan que estén protegidas?

—Desean asegurarse —gruñó Bellonda—. Y ahora, ¿podemos volver a Idaho? Tiene y no tiene la marca genética. Eso me preocupa. ¿Por qué algunas de sus células no tienen la marca de Siona? ¿Es eso también cosa de los tleilaxu?

—Duncan conoce el peligro y no es un suicida —dijo Odrade.

—No sabemos lo que es —se quejó Bellonda.

—Probablemente un Mentat, y todas nosotras sabemos lo que eso puede significar —dijo Tamalane.

—Entiendo por qué retenemos a Murbella —dijo Bellonda—. Posee valiosa información. Pero Idaho y Scytale…

—¡Ya basta! —restalló Odrade—. ¡Incluso los perros guardianes pueden excederse ladrando!

Bellonda aceptó aquello con un gruñido.
Perros guardianes.
Aquel término Bene Gesserit para designar la constante monitorización, por parte de las Hermanas para ver lo que hacías, no caía en saco roto. Era muy exasperante para las acólitas, pero era simplemente una parte más de la vida para las Reverendas Madres.

Odrade se lo había explicado a Murbella una tarde, las dos solas en una sala de entrevistas de grises paredes en la no-nave. De pie muy juntas, la una frente a la otra. Los ojos a un mismo nivel. Algo completamente informal e íntimo. Excepto la presencia de los com-ojos a todo su alrededor.

—Perros guardianes —dijo Odrade, respondiendo a una pregunta de Murbella—. Significa que somos moscardones mutuos. No lo hagas más de lo que es. Muy raramente picamos, nos limitamos a zumbar. Una sola palabra suele ser suficiente.

Murbella, frunciendo su ovalado rostro en una mueca de desagrado, sus grandes ojos verdes muy abiertos, pensó obviamente que Odrade se refería a alguna señal común, una palabra o un dicho que las Hermanas utilizaban en tales situaciones.

—¿Qué palabra?

—¡Cualquier palabra, maldita sea! Cualquiera es adecuada. Es como un reflejo mutuo. Compartimos un «tic» común que no nos irrita. Le damos la bienvenida porque nos mantiene sobre nuestros pies.

—¿Y seguiréis vigilándome si me convierto en una Reverenda Madre?

—Queremos a nuestros perros guardianes. Seríamos débiles sin ellos.

—Suena opresivo.

—Nosotras no lo consideramos así.

—Pienso que es repelente. —Miró a las brillantes lentes en el techo—. Como esos malditos com-ojos.

—Cuidamos de nosotras mismas, Murbella. Una vez seas una Bene Gesserit, tendrás asegurada la protección durante toda tu vida.

—Un nicho confortable. —Burlonamente.

—Algo completamente distinto —dijo con suavidad Odrade—. Deberás enfrentarte a constantes desafíos durante toda tu vida. Tendrás que pagarle a la Hermandad sus servicios hasta el límite de tus habilidades.

—¡Perros guardianes!

—Siempre cuidamos las unas de las otras. Algunas de las que nos hallamos en puestos de poder podemos ser autoritarias a veces, incluso familiares, pero tan sólo hasta un punto cuidadosamente medido según las exigencias del momento.

—Pero nunca cálidas o tiernas, ¿eh?

—Esa es la regla.

—¿Afecto quizá, pero no amor?

—Te he explicado la regla. —Y Odrade pudo ver claramente la reacción en el rostro de Murbella:
¡Eso es! ¡Me exigirán que renuncie a Duncan!

—Así que no hay amor entre las Bene Gesserit. —Qué tristeza en su tono. Aún no había esperanza para Murbella.

—El amor es algo que ocurre —dijo Odrade—, pero mis Hermanas lo tratan como aberraciones.

—¿Así que lo que yo siento por Duncan es una aberración?

—Y las Hermanas intentarán tratarla.

—¡Tratarla! ¡Aplicar terapia correctiva a los afligidos!

—El amor es considerado un síntoma de podredumbre en las Hermanas.

—¡Veo síntomas de podredumbre en ti!

Como si estuviera siguiendo los pensamientos de Odrade, Bellonda la extrajo de su ensoñación.

—¡Esa Honorada Matre nunca se entregará a nosotras!

—Bellonda se secó un poco de salsa de la comida de la comisura de su boca—. Estamos malgastando nuestro tiempo intentando enseñarle nuestra manera.

Al menos Bell ya no llama a Murbella «ramera», pensó Odrade. Eso es un progreso.

Capítulo IX

Todos los gobiernos sufren de un problema recurrente: el poder atrae a las personalidades patológicas. El poder no es entonces corruptible. Esa gente tiene tendencia a emborracharse de violencia, a condición que se convierta rápidamente en adicta a él.

Missionaria Protectiva, Texto QIV (decto)

Rebecca se arrodilló en el suelo de losas amarillas tal como se le había ordenado que hiciera, sin atreverse a alzar la vista hacia la Gran Honorada Matre sentada tan remotamente alta, tan peligrosa. Dos horas había aguardado Rebecca allí, casi en el centro de una enorme estancia, mientras la Gran Honorada Matre y sus compañeras comían, servidas por obsequiosos asistentes. Rebecca observó con cuidado los modales de los asistentes y los emuló.

Los globos oculares aún le dolían de los trasplantes que le había efectuado el Rabino hacía menos de un mes. Esos ojos mostraban ahora un iris azul y una esclerótica blanca, sin el menor rastro de la Agonía de la Especia en su pasado. Era una defensa temporal. En menos de un año, los nuevos ojos volverían a traicionarla con un azul total.

Calculaba que el dolor en sus ojos iba a ser el último de sus problemas. Un implante orgánico alimentaba su cuerpo con cantidades dosificadas de melange, ocultando su dependencia. La reserva estaba prevista para que le durara unos seis días. Si aquellas Honoradas Matres la retenían más tiempo que eso, su ausencia la sumergiría en una agonía que haría que la original pareciera suave en comparación. Lo más inmediatamente peligroso era el shere, que era dosificado en su cuerpo junto con la especia. Si esas mujeres lo detectaban, seguramente entrarían en sospechas.

Lo estás haciendo bien. Ten paciencia.
Era una de las Otras Memorias de la horda de Lampadas. La voz resonó con suavidad en su cabeza. Sonaba como si fuera Lucilla, pero Rebecca no podía estar segura.

Se había convertido en una voz familiar en los meses desde la Participación, cuando se había anunciado a sí misma como «Portavoz de tu Mohalata».
Esas rameras no pueden alcanzar nuestros conocimientos. Recuerda eso y deja que te dé valor.

La presencia de las Otras Dentro de Ella que no restaban nada de su atención hacia lo que ocurría a su alrededor era algo que la llenaba de maravilla.
Lo llamamos Simulflujo,
había dicho la Portavoz.
El Simulflujo multiplica tu consciencia.
Cuando había intentado explicarle aquello al Rabino, éste había reaccionado furioso.

—¡Has sido impregnada con pensamientos impuros!

Habían permanecido hasta muy entrada la noche en el estudio del Rabino. «Robándole tiempo a los días que tenemos concedidos», lo había llamado él. El estudio era una habitación subterránea, con las paredes cubiertas con viejos libros, cristales ridulianos, rollos de papel. La habitación estaba protegida de las sondas por los mejores artilugios ixianos, que habían sido modificados por su propia gente para mejorarlos.

En tales ocasiones se le permitía sentarse al lado de su escritorio mientras él se reclinaba en una vieja silla. Un globo flotando bajo a su lado arrojaba una antigua luz amarilla sobre su barbudo rostro, lanzando destellos en las gafas que llevaba casi como un distintivo de su oficio.

Rebecca fingió confusión.

—Pero vos dijisteis que se nos había pedido que salváramos este tesoro de Lampadas. ¿No ha sido la Bene Gesserit honesta con nosotros?

Vio la preocupación en los ojos del Rabino.

—Oíste a Levi hablar ayer de las cuestiones que fueron planteadas aquí. ¿Por qué acudió a nosotros la bruja Bene Gesserit? Eso es lo que preguntaron.

—Nuestra historia es consistente y creíble —protestó Rebecca—. Las Hermanas nos enseñaron caminos que ni siquiera una Decidora de Verdad puede penetrar.

—No sé… no sé. —El Rabino agitó pesarosamente la cabeza—. ¿Qué es una mentira? ¿Qué es verdad? ¿No nos condenamos a nosotros mismos a través de nuestras bocas?

—¡Es contra el pogrom contra lo que resistimos, Rabino! —Aquello normalmente reforzaba su resolución.

—¡Cosacos! Sí, tienes razón, hija. Ha habido cosacos en todas las épocas, y nosotros no somos los únicos que hemos sentido sus látigos y sus espadas cuando penetraban en los poblados con el asesinato en el corazón.

Era extraño, pensó Rebecca, cómo el Rabino conseguía dar la impresión de que aquellos acontecimientos habían ocurrido recientemente y que sus ojos los habían visto. Nunca perdonar, nunca olvidar. Lidiche fue ayer. Qué poderoso era en la memoria del Israel Secreto. ¡Pogrom! Casi tan poderoso en su continuidad como esas presencias Bene Gesserit que ella llevaba ahora consigo en su consciencia. Casi. A eso era a lo que se resistía el Rabino, se dijo.

—Temo que seas apartada de nosotros —dijo el Rabino—. ¿Qué te he hecho? ¿Qué he hecho? Y todo en nombre del honor.

Miró a los instrumentos en la pared de su estudio que informaban de las acumulaciones nocturnas de energía procedentes de los molinos de viento de eje vertical situados en torno a la granja. Los instrumentos decían que las máquinas no dejaban de zumbar ahí arriba, almacenando energía para el mañana. Ese era un regalo de la Bene Gesserit: la libertad de Ix. La independencia. Una palabra muy peculiar.

Sin mirar a Rebecca, dijo:

—Encuentro eso de las Otras Memorias muy difícil, y siempre ha sido así. La memoria debería traer la sabiduría, pero no lo hace. Es la forma cómo ordenamos la memoria y dónde aplicamos nuestro conocimiento.

Se volvió y la miró, escrutando su rostro sumido en las sombras.

—¿Qué es lo que dice esa que hay dentro de ti? ¿Esa que crees que es Lucilla?

Rebecca pudo ver que al Rabino le complacía pronunciar el nombre de Lucilla. Si Lucilla podía hablar a través de una hija del Israel Secreto, entonces aún vivía y no había sido traicionada.

Rebecca bajó los ojos mientras hablaba.

—Dice que tenemos esas imágenes, sonidos y sensaciones internos que acuden a nuestra demanda o aparecen por sí mismos en momentos de necesidad.

—¡Necesidad, sí! ¿Y qué es eso excepto informes de los sentidos de carnes que pueden haber sido lo que tú no serías nunca y pueden haber hecho cosas ofensivas a Dios?

Otros cuerpos, otras memorias,
pensó Rebecca. Una vez experimentado aquello, sabía que nunca lo abandonaría voluntariamente.
Quizá me he convertido realmente en una Bene Gesserit. Eso es lo que teme, por supuesto.

—Te diré una cosa —dijo el Rabino—. Esta «intersección crucial de consciencias vivientes», como la llaman, no es nada a menos que tú conozcas cómo tus propias decisiones salen de ti como hilos para unirse a las vidas de los demás.

—Para ver nuestras propias acciones en las reacciones de los otros, sí, así es como lo ven las Hermanas.

—Eso es sabiduría. ¿Qué es lo que dice la dama que buscan?

—Influencia en la maduración de la humanidad.

—Hummm. Y considera que los acontecimientos no están más allá de su influencia, simplemente más allá de sus sentidos. Eso es casi sabio. Pero la madurez… ahhh, Rebecca. ¿Debemos interferir con un plan superior? ¿Tienen derecho los seres humanos a establecer límites a la naturaleza de Yaweh? Creo que Leto II comprendió eso. Esta dama que hay en ti reniega de ello.

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