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Authors: Miguel Delibes

Tags: #Drama

Cinco horas con Mario (4 page)

BOOK: Cinco horas con Mario
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II

En teniendo con qué alimentarnos y con qué cubrirnos, estemos con eso contentos. Los que quieren enriquecerse caen en tentaciones, en lazos y en muchas codicias locas y perniciosas que hunden a los hombres en la perdición y en la ruina, porque la raíz de todos los males es la avaricia
, y por eso mismo me será muy difícil perdonarte, cariño, por mil años que viva, el que me quitases el capricho de un coche. Comprendo que a poco de casarnos eso era un lujo, pero hoy un Seiscientos lo tiene todo el mundo, Mario, hasta las porteras si me apuras, que a la vista está. Nunca lo entenderás, pero a una mujer, no sé cómo decirte, le humilla que todas sus amigas vayan en coche y ella a patita, que, te digo mi verdad, pero cada vez que Esther o Valentina o el mismo Crescente, el ultramarinero, me hablaban de su excursión del domingo me enfermaba, palabra. Aunque me esté mal el decirlo, tú has tenido la suerte de dar con una mujer de su casa, una mujer que de dos saca cuatro y te has dejado querer, Mario, que así qué cómodo, que te crees que con un broche de dos reales o un detallito por mi santo ya estás cumplido, y ni hablar, borrico, que me he hartado de decirte que no vivías en el mundo pero tú, que si quieres. Y eso, ¿sabes lo que es, Mario? Egoísmo puro, para que te enteres, que ya sé que un catedrático de Instituto no es un millonario, ojalá, pero hay otras cosas, creo yo, que hoy en día nadie se conforma con un empleo. Ya, vas a decirme que tú tenías tus libros y “El Correo”, pero si yo te digo que tus libros y tu periodicucho no nos han dado más que disgustos, a ver si miento, no me vengas ahora, hijo, líos con la censura, líos con la gente y, en sustancia, dos pesetas. Y no es que me pille de sorpresa, Mario, porque lo que yo digo, ¿quién iba a leer esas cosas tristes de gentes muertas de hambre que se revuelcan en el barro como puercos? Vamos a ver, tú piensa con la cabeza, ¿quién iba a leer ese rollo de “El Castillo de Arena” donde no hablas más que de filosofías? Tú mucho con que si la tesis y el impacto y todas esas historias, pero ¿quieres decirme con qué se come eso? A la gente le importan un comino las tesis y los impactos, créeme, que a ti, querido, te echaron a perder los de la tertulia, el Aróstegui y el Moyano, ese de las barbas, que son unos inadaptados. Y no sería porque papá no te lo advirtiera, bueno es, que leyó tu libro con lupa, Mario, a conciencia, ya lo oyes, y dijo que no, que si escribías para divertirte, bien, pero que si pretendías la gloria o el dinero lo buscases por otro camino, ¿te acuerdas?, bueno, pues tú erre que erre. Y me explico que a otro cualquiera no le hicieras caso, pero lo que es a papá, un hombre bien objetivo que es, no me digas, que colabora en las páginas gráficas de ABC yo creo que desde que se fundó, hace muchísimo, y en otra cosa puede que no, pero en eso de escribir, sabe la tecla que toca, ¡vaya si sabe! Y yo misma, Mario, ¿no te dije yo misma mil veces que buscases un buen argumento, sin ir más lejos el de Maximino Conde el que se casó con la viuda aquella y luego se enamoró de la hijastra? Pues esos argumentos son los que interesan a la gente, Mario, desengáñate, que ya sé que era un poco así, un poquitín verde, vamos, pero cabría hacerle reaccionar al protagonista en decente cuando ella, la hija, se le entrega, y de este modo la novela quedaría inclusive aleccionadora. Bueno, pues tú a tu cuento, por un oído me entra y por otro me sale, a los dos años publicaste aquello de “El Patrimonio”, que era irresistible, te lo digo de corazón, que es que no hay por dónde cogerlo, porque ¿tú crees, Mario, que le puede interesar a alguien un libro que pasa en un país que no existe y cuyo protagonista es un sorche al que le duelen los pies? Valentina se tronchaba comentándolo en el té de los jueves; todas, lógico, que sólo Esther te echó una mano, por la costumbre, a ver, por darse pote, que a la legua se veía que tampoco lo había entendido. Y es que esos soldados eran rarísimos, Mario, compréndelo. ¿Cómo pueden los soldados de dos ejércitos enemigos saltar de las trincheras y abrazarse y decirse que no volverían a dejarse empujar por AQUELLA FUERZA? Tú ponías siempre en los libros palabras con mayúsculas o con bastardillas, no sé por qué, que Armando dice que porque hace bien, vete a saber, pero el caso es que no se entendía una jota del libro porque si los generales ven a sus soldados abrazarse con los otros, los hubieran fusilado en el acto y con toda razón además, fíjate. De entrada, eso ya era raro, querido, pero era todavía más raro que el sorche dijera, de repente, sin venir a cuento: “¿Dónde está ESA FUERZA? ELLA no tiene cabeza, ni forma, ni sabe nadie dónde se esconde” y, sin más explicación, todos los soldados se asustan, vuelven a sus trincheras y empiezan a dispararse tiros otra vez. Sinceramente, cariño, ¿tú crees que esto tiene pies ni cabeza? La sandia de Esther, en su afán de echarte un capote, que eran símbolos, ya ves tú, como si ella supiera con qué se come eso. Más razón tenía Higinio Oyarzun cuando dijo una noche en el Círculo, que bien que le oí, que me dejó helada, que el libro era la obra de un pacifista y de un traidor, que don Nicolás no tardó en venirte con el cuento, que lo sé todo, dichoso don Nicolás que ni sé cómo le dejan dirigir un periódico, un hombre que estuvo preso, casi un año, cuando la guerra. Por mucho que te rías, Mario, don Nicolás es un hombre de la cáscara amarga, no sé si de Lerroux o de Alcalá Zamora pero significado y, desde luego, muy rojo, de los peores, de los que no acaban de dar la cara. Y buena está la gente bien con él, natural, siempre tirando puntaditas y molestando, que debería estar más corrido que una mona, ya ves tú, que aunque no se debe odiar, yo le tengo una manía a ese hombre que no le puedo ver, el daño que te ha hecho. Entre él, el Aróstegui, el Moyano y toda la camarilla, te han puesto la cabeza del revés, cariño, que tú al principio no eras así, no me vengas ahora. Y, luego, aquella humareda, ¡Santo Dios! ¿Puede saberse qué es lo que hacíais allí, fumando tanto rato? Arreglar el mundo, fijo, que os quitabais la palabra de la boca, madre qué voces, y total para nada, cuatro tonterías, que si el dinero era astuto, que si el dinero era egoísta, ya ves tú, que lo único que no decíais del dinero era la pura verdad, Mario, que es necesario, y mejor nos hubiera ido si en vez de hablar tanto del dinero os hubierais puesto a ganarlo, como yo digo. Porque tú sabes escribir, querido, te lo digo y te lo repito, lo único los argumentos, que yo no sé qué maña te dabas, que ni escogidos con candil, eso cuando se te entendía, que cuando te ponías a hablar de estructuras y cosas de esas me quedaba in albis, te lo prometo, ¡Con lo que a mí me hubiera gustado que escribieras libros de amor! Ahí tienes un tema que llega, Mario, que el amor es un tema eterno, pues porque sí, porque es muy humano, porque está al alcance de todas las mentalidades. ¡Si me hubieras hecho caso! La historia de Maximino Conde, imagínate, un hombre maduro, casado en segundas con la madre y enamorado de la hija era un argumento de película, bueno, pues ni ese gusto, que el caso es llevar siempre la contraria. No quiero llorar, Mario, pero si echo la vista atrás y reparo en las pocas veces que me has hecho caso en la vida, no puedo remediarlo. ¿Es que tanto esfuerzo te hubiera costado ganar para un Seiscientos, di, pedazo de holgazán? Porque yo no digo hace años, pero lo que es ahora, si parece que los regalan, Mario, lo que se dice todo el mundo, que el mismo Paco el otro día, ya ves, “¿sabes conducir?”, y yo, “muy poco, casi nada”, a ver qué iba a decirle, “no tenemos coche”, y él venga de darse coscorrones. “¡No, no, no!”, que no se lo creía, fíjate. Los niños se hubieran vuelto locos con un Seiscientos, Mario, y en lo tocante a mí, imagina, de cambiarme la vida. Pero no, un coche es un lujo, figúrate a estas alturas, cualquiera que te oiga, lo mismo que la cubertería. Veintitrés años, Mario, tras los cubiertos de plata, que se dice pronto, veintitrés años esperando corresponder con los amigos, que cada vez que les invitaba, a ver, una cena fría, todo a base de canapés, tú dirás, una no puede hacer milagros. ¡Qué vergüenza, santo Dios! A mí que siempre me horrorizó hacer el gorrón, que yo recuerdo mamá, que en paz descanse, todo lo contrario, “antes pecar por largueza”, claro que en casa era distinto, otro plan, sobre todo antes de lo de Julia con Galli Constantino. Pero a ti siempre te trajo sin cuidado que mi familia fuese así o asá, Mario, seamos francos, que yo estaba enseñada a otra clase de vida, que a veces pienso en la cara que pondría la pobre mamá si levantara la cabeza y mejor muerta, como te lo digo. Habría que oírla: ¡Una criada con cinco criaturas! “La vida evoluciona, son otros tiempos”, ya, me río yo, son otros tiempos para nosotras, desgraciadas, por aquello de los buenos principios que vosotros mientras, a hablar y fumar, ya se sabe, o a escribir un rollo de ésos que no hay quien lo digiera, como si escribir fuese trabajar, Mario, porque no me digas a mí… Bien mirado, la tonta fui yo, que de novios ya pude ver de qué pie cojeabas. “Un duro a la semana; mientras no lo gane no tendré más”, ya ves, qué bonito, que tu padre, no es que yo lo diga, cariño, que toda la ciudad andaba en lenguas, tenía fama de roñoso, y Dios me libre de pensar que lo fueras tú, pero si tú por tu formación o por lo que sea, no sentías necesidades, eso no quiere decir que no las sintiésemos los demás, que yo, hablando en plata, estaba acostumbrada a otra cosa, que no es que yo lo diga, que cualquiera que me conozca un poco te lo puede decir. Créeme, Mario, todavía me duelen las plantas de los pies de patear calles, y si llovía, a los soportales, y si helaba, al calorcillo de los respiraderos de los cafés. Sinceramente, ¿tú crees que ése era plan para una chica de clase media más bien alta? No nos engañemos, Mario, las cosas salen de dentro y tú, desde que te conocí, tuviste gustos proletarios, porque no me digas que al demonio se le ocurre ir al Instituto en bicicleta. Dime la verdad, ¿te correspondía eso a ti? Desengáñate, Mario, cariño, la bici no es para los de tu clase, que cada vez que te veía se me abrían las carnes, créeme, y no te digo nada cuando pusiste la sillita en la barra para el niño, te hubiese matado, que me hiciste llorar y todo. ¡Qué sofocón, cielo santo! Valen llegó un día con mucho retintín: “He visto a Mario con el niño”, que yo no sabía dónde meterme, te lo prometo, “ahora le ha dado por ahí, ya ves, manías”, a ver qué otra cosa podía decirla. No quiero pensar que hicieras esto por humillarme, Mario, pero me duele que nunca lo consultases conmigo, se te antojaba y, zas, lo mismo que lo del método, que uno no se puede poner el mundo por montera, cada cual ha de vivir en sociedad como le corresponde. La categoría obliga, tonto de capirote, y un catedrático, no te digo que sea un ingeniero, pero es alguien, creo yo, que el mismo Antonio, cuando le hicieron director, aunque con mucha vaselina ya te lo vino a decir, que a buen entendedor, que la bici sobraba, pero tú erre que erre, que para ti no hay Antonios ni Antonias, como yo digo. Y aún te diré más, a mí no hay quien me quite de la cabeza que cuando Antonio te formó expediente, aparte otras razones, que yo no me meto, es porque te tomó un poco de manía, ya ves. Es lo mismo que con Bertrán, ¿tú crees que está ni medio bien que un catedrático se deje ver en público con un bedel? Pues naturalmente que no, botarate, que no parece sino que una fuese una rara, lo mismo que lo de poneros de palique, pues no señor, a lo sumo “buenos días” o “buenas tardes”, no por nada, sencillamente porque son dos mundos, dos idiomas distintos. Bueno, pues tú venga de tirarle de la lengua, con que si ganaba mucho o poco, calentándole la cabeza, nada más que eso, que si en vez de preocuparte tanto por saber lo que ganaban los demás te hubieras preocupado un poco más de ganarlo tú, otro gallo nos cantara, que, en resumidas cuentas, si Bertrán ganaba poco, ¿cómo vas a comparar? Él, en su clase, puede ir en zapatillas, de cualquier manera, mientras que tú tienes que guardar las apariencias, a ver, a tono con tu categoría, por más que con esto de la ropa también me hayas hecho desesperar más que otro poco.

III

Prendiste mi corazón, hermana, esposa, prendiste mi corazón en una de tus miradas, en una de las perlas de tu collar
, y sí, todo eso estará muy bien, Mario, que no lo discuto pero dime una cosa, anda, por favor, ¿por qué no me leíste nunca tus versos ni me dijiste tan siquiera que los hacías? De no ser por Elviro, yo en la inopia, fíjate, pero es que ni idea, y luego resulta que hacías versos y Elviro me dijo que una vez dedicaste uno a mis ojos, ¡qué ilusión! Me lo dijo Elviro, ya ves, un día, sin venir a cuento, me dijo: “¿te lee Mario sus versos”?, y yo en la luna, “¿qué versos?”, y él, entonces, me dijo, me lo dijo, te lo juro, “conociéndote no me choca que haya dedicado uno a tus ojos”, que yo me puse colorada y todo, pero por la noche, cuando te los pedí, tú que nones, “debilidades, son blandos y sentimentales”, que no sé a qué ton tenéis ahora tanta ojeriza a los sentimientos, hijo, que me sentó como un tiro tu desconfianza, para que lo sepas, y por más que insistí, que esos versos no eran para los demás, mira tú que salida, como si se pudiera escribir para nadie. Tienes muchas cabezonadas de ésas, cariño, que es lo que yo digo, si las palabras no se las dices a alguien no son nada, botarate, como ruidos, a ver, o como garabatos, tú dirás. ¡Benditas palabras, la guerra que te han dado a ti las palabras, que no es decir de hoy, desde que te conozco! No lo creerás, Mario, que bien calladito me lo tenía, pero si yo entraba a veces donde la tertulia, que menuda humareda, hijo, era por oír lo que decíais, que a mí no me la dais, que podéis decir misa, pero a mí no hay quien me saque de la cabeza que hablabais de mujeres y cada vez que yo aparecía cambiabais de conversación, que los hombres sois así, todos iguales. Y no sé si sería casualidad o la contraseña, adivina, pero tú, cada vez que asomaba la nariz, ya se sabe, del dinero, que si era astuto o si era egoísta, y si no era del dinero, de las palabras, fijo, y mal, por supuesto, cosas raras, que si a los hombres Dios no les hizo malos pero las palabras les confundían, que yo no saltaba de milagro, que ahí tienes al hijo de la señora Felipa, sordomudo de nacimiento, y todavía “que ¿qué?”, pues ya ves, con un hacha a su hermano, ¿te parece poco?, y tú “deja en paz esas cosas”, que siempre me ha dolido tu pobre concepto de mí, Mario, como si yo fuera una ignorante o cosa parecida. Pero todo te lo perdono menos que no me leyeras tus versos, que aquí, para inter nos, te diré que a veces pienso que los escribías para Encarna y pierdo la cabeza, lo reconozco, porque una palabra que no se dice a nadie es como salir a la calle dando voces al buen tuntún, a ver, a lo loco, y tú entonces estabas bien, que lo otro fue mucho más tarde y no es que yo diga que lo otro fuese nada importante, que va, ni muchísimo menos, una pataleta de niño consentido, porque tú me dirás, si no te dolía nada, ni tenías fiebre, ¿qué clase de enfermedad era ésa? Te digo mi verdad, si de algo me arrepiento, es de haber estado veintitrés años pendiente de ti, como una mártir, que si yo hubiese sido más dura, otro gallo me cantara. Ya lo decía Transi, “¿qué es lo que ves en ese sietemesino?”, y ¿sabes lo que veía, Mario, quieres saberlo?, pues un chico muy flaco, como hambriento de cariño, ya ves tú, con los ojos tristes y los tacones roídos, que destrozas el calzado, hijo, que contigo no hay zapato que resista y, luego, a cada vuelta, unas miradas que partías el corazón ¿eh?, y todavía más pena cuando el bárbaro de Armando se ponía los dedos en las sienes y mugía si íbamos con Paco Álvarez o con cualquier otro. Y Transi, “no me digas, hija, si parece un espantapájaros”, que tú venga de mirar como un pobrecillo, que tienes unos ojos que engañan, Mario, te lo prometo, y yo con diecisiete años, tú me dirás, dos menos que Menchu, lo que se dice una niña, que a esa edad, ya se sabe, lo que más puede enorgullecer a una mujer es sentirse imprescindible, que recuerdo que yo me decía, “ese chico me necesita, podría matarse, si no”, una tontería, desde luego, romanticismos. Luego sí, lo reconozco, me colé de medio a medio, como una tonta, que para sabido, que tú con tu cátedra y tus amigos tenías bastante, porque ¿para qué me necesitabas a mí, vamos a ver? Para lo que hacíamos cada semana, no, desde luego, para eso cualquiera, inclusive mejor otra que yo; que yo, de sobras lo sabes, los días malos, impasible y los buenos, para inter nos, eras como un monstruo, que hay que ver cómo os ponéis, hala a lo bruto, las cosas que decís, eso si no estabas pensando en otra, una obsesión, Mario, no lo puedo remediar. Porque en la tertulia hablabais de otras, Mario, no me lo niegues, que bien que le oí al Aróstegui ese, y parece un muchacho educado, ya ves, que “la libertad era como una puta en manos del dinero”, mira qué palabritas, y ni disculparse cuando me vio, por supuesto, claro que qué se le va a pedir, hechuras de D. Nicolás, eso, que se creen que por ser jóvenes ya tienen derecho a todo, avasallando, y tú que “un joven rebelde”, rebelde ¿de qué?, porque a ver de qué se van a quejar, tú dirás, se les ha dado todo hecho, viven en orden y en paz, cada día más regalados, que todo el mundo lo dice, y tú chitón, o en clave, para no perder la costumbre, “quieren voz” o “quieren responsabilidades” o “probarse; saber si saben convivir”, frases, porque ¿puedes decirme, cariño, qué es lo que quieres decir con eso? Querer no sé lo que querrán, lo que sí te puedo decir es que deberían tener más respeto y un poquito más de consideración, que hasta el mismo Mario, tú lo estás viendo, y de sobras sé que es muy joven, pero una vez que se tuerce, ¿puedes decirme quién le endereza? Los malos ejemplos, cariño, que no me canso de repetírtelo, y no es que vaya a decir ahora que Mario sea un caso perdido, ni mucho menos, que a su manera es cariñoso, pero no me digas cómo se pone cada vez que habla, si se le salen los ojos de las órbitas, con las “patrioterías” y los “fariseísmos”, que el día que le oí defender el Estado laico casi me desmayo, Mario, palabra, que hasta ahí podíamos llegar. Desde luego, la Universidad no les prueba a estos chicos, desengáñate, les meten muchas ideas raras allí, por mucho que digáis, que mamá, que en paz descanse, ponía el dedo en la llaga, “la instrucción, en el Colegio; la educación, en casa”, que a mamá, no es porque yo lo diga, no se le iba una. Pero tú les das demasiadas alas a los niños, Mario, y con los niños hay que ser inflexibles, que aunque de momento les duela, a la larga lo agradecen. Mira Mario, veintidós años y todo el día de Dios leyendo o pensando, y leer y pensar es malo, cariño, convéncete, y sus amigos ídem de lienzo, que me dan miedo, la verdad. No nos engañemos, Mario, pero la mayor parte de los chicos son hoy medio rojos, que yo no sé lo que les pasa, tienen la cabeza loca, llena de ideas estrambóticas sobre la libertad y el diálogo y esas cosas de que hablan ellos. ¡Dios mío, hace unos años, acuérdate! Ahora no le hables a un muchacho de la guerra, Mario, y ya sé que la guerra es horrible, cariño, pero al fin y al cabo es oficio de valientes, que de los españoles dirán que hemos sido guerreros, pero no nos ha ido tan mal me parece a mí, que no hay país en el mundo que nos llegue a los talones, ya le oyes a papá, “máquinas, no; pero valores espirituales y decencia para exportar”. Y tocante a valores religiosos, tres cuartos de lo mismo, Mario, que somos los más católicos del mundo y los más buenos, que hasta el Papa lo dijo, mira en otros lados, divorcios y adulterios, que no conocen la vergüenza ni por el forro. Aquí, gracias a Dios, de eso, fuera de cuatro pelanduscas, nada, tú lo sabes, mírame a mí, es que ni se me pasa por la imaginación, ¿eh?, no hace falta que te lo diga, porque ocasiones, ya ves Elíseo San Juan, qué persecución la de este hombre, “qué buena estás, qué buena estás, cada día estás más buena”, es una cosa mala, pero él lo dice por decir, a ver, de sobras sabe que pierde el tiempo, a buena parte va, ¡menuda! Y Elíseo no está nada mal, mira Valen, “como animal no tiene desperdicio”, que es un tipazo, ya ves qué cosas, pero yo ni caso, como si no fuese conmigo, ni por Elíseo ni por San Elíseo, te lo juro. Los principios son los principios y Valen, por mucho que diga, más honesta que nadie, hablar por hablar, ya ves la otra noche tú, en su fiesta, no la dejaste ni a sol ni a sombra, que a saber dónde os fuisteis cuando salisteis del salón. No deberías beber así, cariño, que bebiste de más, y no sería porque no te lo advirtiese, “déjalo ya, déjalo ya”, pero estabas imposible, y Valentina “ji, ji, ji”, “ja, ja, ja”, que es un cielo, Valen, cómo se adapta, y que te dejase, que estabas muy divertido, ¡ya!, pero cuando empezaste a disparar botellas de champán, desde el balcón, contra las farolas, te hubiese matado, fíjate, que no son formas, que yo cualquier cosa antes que perder los modales, es cuestión de educación, en casa me lo grabaron a fuego y ya ves. Pero el propio Antonio andaba desazonado, se lo dijo a Vicente, que ni se dio cuenta de que estaba yo, “me parece que Mario se está propasando”, ya lo oyes, y ya sé que Antonio no es santo de tu devoción, por lo del expediente, a ver, no digas que no, eso está claro, pero di tú qué podía hacer él, que es un chico bien bueno, digas lo que digas, de derechas de toda la vida, mamá siempre lo decía, que mamá, no es porque yo lo diga, tenía unos puntos de vista muy originales y muy modernos, no sé cómo explicarte, por ejemplo, yo la decía “ese chico me necesita”, por ti, lógico, y ella, “nena, no confundas el amor con la compasión”, figúrate la pobre, después de lo de Julia con Galli, cualquier cosa, que, bien pensado, lo de Julia fue una campanada de las gordas, sólo de recordarlo me muero de vergüenza, ya ves. Claro que tú, en seguida, con tu comprensión, que no sé por qué tanta con unos y tan poca con otros, mira Antonio y Oyarzun, y todavía Antonio, pase, pero con Higinio, tú dirás, un muchacho que en la guerra se portó estupendamente, abierto y simpático, como no hay dos, bueno, pues “un tiralevitas y un correveidile”, que en eso os entretendréis en la tertulia, que no tendréis mejor cosa que hacer, como yo digo, que a los hombres lo que os molesta es que llegue uno de fuera y os coma la partida, que en definitiva es eso, un hombre que llega con lo puesto y a los cuatro días, un Dos Caballos, seamos sinceros, que eso es lo que no le perdonáis, porque te pones a ver y Oyarzun trabaja como un burro, que si no tiene cinco cargos tiene seis y por lo menos tres de responsabilidad. ¿Qué importancia tiene que llegara aquí sin dos reales? Higinio vale, y si, de entrada, le cayó en gracia a Fito, miel sobre hojuelas, que en la mano lo tuviste tú, tonto del higo, no lo olvides, y por testarudez lo echaste todo a rodar, que él bien que te tendió un cable y tú, haciéndote el loco, como si nada, ni más ni menos, que, por si fuera poco, luego te enconaste con él y acabaste de arreglarlo, que si tú, entonces, te pones a buenas y le llevas con un poquito de mano izquierda, nada más que eso, sabe Dios dónde hubieras podido llegar. Pero ¿por qué ponerte gallito? ¿No era un favor, en definitiva, lo que Fito quería hacerte? Pues tú, no señor, “conmigo no se juega”, “yo no apuesto donde no puedo ganar”, frases, que como testarudo no tienes precio, hijo, que nunca te diste arte para ganar amigos, reconócelo, y luego que estás solo, a ver qué quieres, los cuatro indocumentados de la tertulia y para de contar. Y los amigos, ya lo decía la pobre mamá, que en paz descanse, pueden valer más que una carrera, y tiene más razón que un santo, Mario, a las pruebas me remito, tú me dirás.

BOOK: Cinco horas con Mario
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