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Authors: Miguel Delibes

Tags: #Drama

Cinco horas con Mario (5 page)

BOOK: Cinco horas con Mario
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IV

Si hubiera en medio de ti un necesitado de entre tus hermanos, en tus ciudades, en la tierra que Yavé, tu Dios, te da, no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y le prestarás con qué poder satisfacer sus necesidades
. Transi fue la que me lo dijo, Mario, figúrate antes de hacernos novios, que ya ha llovido, que tu padre prestaba dinero a interés, claro que yo en esto ni entro ni salgo, que también lo prestan los bancos y es una cosa legal. Y a mí no me pareció mala persona tu padre cuando le conocí, te lo juro, que, sinceramente, iba dispuesta a lo peor y luego un infeliz, un poco chiflado, quizá, a lo mejor por lo de Elviro y José María, vete a saber, ¿recuerdas?, “fui yo quien no le dejó ir a la oficina. Salir ayer a la calle era una temeridad”, y así todo el tiempo, que tu madre, muy entera, “¡a callar! ¿No me oyes, Elviro? ¡a callar!”, pero él, dale que te pego, pesadísimo, como una cotorra, igual. A poco llegaste tú y, pisándote los talones, Gaudencio Moral, hecho una pena, todo rasgado y así, que acababa de pasarse de los rojos por el monte, ¿recuerdas?, y fue quien nos dijo lo de Elviro, vaya una tardecita, madre mía, duelo sobre duelo, que yo pensaba “¿qué hará Mario al verme?”, en medio de todo me hacía ilusiones, pánfila de mí, total para nada, entraste y ni mirarme, sólo a tu madre, “Dios lo ha querido así; es como una catástrofe y nos ha tocado la china, tienes que sobreponerte”, vaya una manera de consolarla, y yo, a todo esto, encogida en un rincón, como una pasmada, a ver. Después de mucho te volviste, que yo pensé “ahora”, pero ya, ya, “hola” y ya está, siempre lo mismo, que a seco y despegado no te gana nadie, cariño. Y no es que yo pretendiera que me besases, que eso no te lo hubiera consentido ni a ti ni a nadie, estaría bueno, pero un poquirritín más efusivo, sí, que inclusive pensaba, por qué te voy a decir lo contrario, “me cogerá las dos manos y me las apretará. Al fin y al cabo es una desgracia tremenda”, pero, sí, sí, “hola” y gracias. Es lo mismo que cuando acabó la guerra, al principio mucho mirarme en el cine, que yo extrañada, “¿tendré monos en la cara?”, pero un buen día te pusiste gafas, que a buena hora sí te veo antes, y ni eso. Y en el parque, por las mañanas, ídem de lienzo, no me digas, dale con el “amor mío” y el “cariño” como un disco rayado, cursiladas, que no se te podía ocurrir nada más original, hijo de mi vida, muchas poesías, pero para la novia la copla de siempre, que yo a veces, me decía, te lo prometo, “no le gusto; no le gusto ni pizca”, toda preocupada, lógico. ¡Buena diferencia con los viejos!, si te contara. Gabriel y Evaristo no es que fueran muy viejos, pero en comparación, y desde luego eran unos frescos, que la tarde que nos llevaron al Estudio, a la buhardilla aquella, no podía parar, el corazón paf, paf, paf, y Transi tan tranquila, no te creas, quién la iba a decir a ella, se bebió dos copas de pipermint, como si nada, y cuando nos enseñaban los cuadros con las mujeres desnudas, venga de comentar, “éste está muy bien resuelto” o “éste es una maravilla de luz”, la muy carota, que yo, como te lo digo, ni despegar los labios, que me parecía todo una sinvergonzada. Y cuando pusieron de pie todos los cuadros con las mujeres desnudas, la que más con un collar o un clavel en el pelo, imagina, yo no sabía dónde mirar, y, de repente, Gabriel me plantó una manaza toda peluda en la pierna y “¿tú qué dices, nena?”, que yo rígida, palabra, me quedé sin respiración, lo que se dice ni pío, ni mover un dedo siquiera, que Gabriel “¿otra copita?”, ya ves, que, mientras, Evaristo, le pasó el brazo por los hombros a Transi y que le gustaría hacerle un retrato, y Transi, como si tal cosa, “¿como el de la chica del clavel en el pelo?” y Evaristo para qué quería más, “ése”, dijo, que Transi se moría de risa, “pero un poco más vestida, ¿no?”, y Evaristo venga de reír también, “¿y eso por qué, nena? Esto es arte, ¿no te das cuenta?” Pero Gabriel no retiraba la mano ni por cuanto hay, que a mí me daba rabia sentir que me iba poniendo colorada, date cuenta, y cuando dijo, mirándome la poitrine con todo descaro, “a ésta, uno de busto”, menudo sinvergüenza, creí que iba a estallar, que ya se lo dije a Transi en la escalera “ni loca vuelvo a salir con los viejos, te lo juro; son un par de aprovechados”. Pero Transi entusiasmada, pásmate, como borracha, “Evaristo tiene talento y es muy simpático”, la muy pava, que a Evaristo la que le gustaba era yo, se notaba a la legua, que cada vez que nos paraban en la calle y nos decían “ahora, ahora sois los verdaderos guayabitos; el verano pasado erais unas crías”, me miraba a mí y no a Transi, pero con un desahogo que no veas cosa igual. Ahora, que ella crea lo que quiera, a mí plin, que al fin y al cabo eran dos viejos, figúrate que su quinta no la llamaron hasta final de la guerra, en febrero del 39, me parece, y entonces se enchufaron en oficinas militares, que ni fueron al frente ni nada, que eso, para mí, definitivo, ni les volví a mirar a la cara, palabra, que luego cuando tú y yo nos hicimos novios, Transi todo el día con ellos, que yo creo que ya andaba colada, fíjate, y una tarde se presentó en casa como loca, “Evaristo me está pintando un retrato”, y yo, horrorizada, “¿desnuda?”, y ella “no, mujer, ligerita, aunque a él le gustaría más del todo porque dice que tengo una figura muy bonita”. Transi siempre fue un poco así, no te digo fresca, pero no sé, como impulsiva, que yo recuerdo sus besos cada vez que estaba algo pachucha, en la boca, ya ves, y como apretados, como de hombre, raros desde luego, “Menchu, tienes fiebre”, decía, pero de cariño, ¿eh?, que los hombres sois muy mal pensados. Sin que salga de entre nosotros, te diré que a mí me hubiera gustado que me besaras más a menudo, calamidad, de casados, claro, se sobreentiende, pero ya desde novios fuiste frío conmigo, cariño, y eso que cada vez que te veía en pleno verano con el periódico, antes de decirte que “sí”, en el banco de enfrente de casa, como si nada, te imaginaba mucho más fogoso, palabra. Pero un buen día te dije que “sí” y se acabó, mano de santo, como yo digo. Es cierto que todavía quedaba lo del cine, cuando me mirabas todo el tiempo, que yo pensaba, “¿tendré monos en la cara?”, pero de repente te pusiste gafas, que menuda desilusión, y si te he visto, no me acuerdo. Yo creo que en eso te parecías a Elviro, de siempre lo he dicho, que a Elviro, por mucho que quiera, me es imposible imaginármelo haciendo el tonto con Encarna, con aquel aire tan superferolítico, tan flaco, que parecía como que un golpe de viento le fuera a tronchar, y, luego, tan encorvado, tan miope… Físicamente, tu hermano Elviro valía bien poquito, la verdad, infinitamente menos que José María, dónde va, que, como hombre, José María no estaba nada mal, el mejor de los tres, con mucho, y si contamos a las chicas, de los cuatro, porque no me digas, que Charo, la pobre, es un ser bien desapercibido, salta a la vista, para qué engañarnos, y mucho es por dejadez, como lo oyes, que a Charo la pones derecha, con un sujetador como Dios manda y la quitas unos filetes de las pantorrillas, que hoy día la cirugía estética hace milagros, mira Bene, y otra. Más difícil es lo de la voz, ya lo sé, tan delgadita, como un hilo, y pronunciando tanto, que parece como que hablara siempre con sordomudos, y mucho peor hoy, imagina, que se lleva ronca, como de hombre… Tu hermana no tiene mucho atractivo, Mario, las cosas claras, y además es roñosa, como tu padre, que otros defectos, pasen, pero el roñoso me abre las carnes, te lo prometo, es que no puedo. Desde luego, José María era el mejor, buena diferencia, me río sólo de acordarme cómo huía de él cada vez que me le tropezaba en la calle, que le conocía de Correos, ya ves, cosas de chicas, tú dirás, de ir a verle empaquetar, que Transi decía: “Está bárbaro; tiene una manera de mirar que marea”. Y llevaba razón, Mario, no lo querrás creer, que yo no sé si eran sus movimientos, o sus ojos, o su manera de fruncir los labios, como una raya, pero tu hermano sin ser lo que se dice guapo era resultón, no sé cómo explicarte, que a veces pienso que no es posible que Elviro, José María y tú fueseis hijos del mismo padre y de la misma madre, menuda malicia se gastaba el pollo, era un algo especial, que ni Elviro ni tú habéis tenido nunca, qué sé yo, como si las pestañas suavizaran la mirada, como si acariciase sin tocar, yo me entiendo. Desde luego, tenía unos ojos bonitos José María, y no es que fueran muy claros, entiéndeme, pero el borde como amarillento de las pupilas le daba una expresión felina, que Transi decía, lo recuerdo como si fuera hoy, veinticinco años, fíjate, “traspasa como si fueran rayos X”, y era verdad, que yo, mirarme y ponerme encarnada era todo uno, ¡qué poder!, hasta el día que se plantó y me dijo de sopetón: “¿No eres tú, pequeña, la chica que le gusta a mi hermano Mario?”, que yo, no quieras saber, ni contestar, salí despepitada y no paré de correr hasta la Plaza, que Transi, sin dejarlo, “¿estás tonta?”, pero yo ni sabía lo que hacía, como atontada, otro estilín que Gabriel y Evaristo, desde luego, pero mirarme José María y perder la cabeza era todo uno. Desde entonces, cada vez que me le encontraba en la calle, pescaba a correr y me metía en un portal, que él ni se daba cuenta, que si no, menuda, hubiera sido peor y Transi, la muy tonta, me viene una noche, “¿sabes lo que pienso? Que a ti el que te gusta es José María y no Mario”, ya ves qué majadería. Una es muy complicada, desde luego, y como hombre, puede, una atracción, pero lo tuyo era otra cosa, no sé cómo explicarte, físicamente eras del montón, ya lo sabes, pero tenías algo, qué sé yo, tampoco para ponerse como Transi, una pesada, “échale, anda, ¿no le ves?, parece un espantapájaros”, ni tanto ni tan calvo, que lo que ella quería era que se acercasen Gabriel y Evaristo, o el mismo Paco, que era un guasón, que estaba siempre de broma y era una juerga con él porque trabucaba las palabras, que me gustaría que le vieses ahora, otro hombre. A mí, Paco, para pasar el rato, pero nada más, que él sería divertido, no lo niego, pero su familia era un poco así, de medio pelo, ya me entiendes, y de que le escarbabas un poco enseguida asomaba el bruto. Y yo, otra cosa no, pero cada cual con los de su clase, buena era mamá, desde chiquitina, fíjate, al tiempo que a rezar, “casarse con un primo hermano o con un hombre de clase inferior es hacer oposiciones a la desgracia”, date cuenta, y yo no estaba por la labor, que no es que vaya a decir que tú fueses un marqués, clase media, eso, más bien baja si quieres, pero gente educada, de carrera, que te confieso que con mamá anduve frita, menos mal que todavía estaba asustada con lo de Julia y Galli Constantino, y no me extraña, que lo de Julia fue una campanada de las gordas, menudo escándalo, pero mamá provenía de una familia muy acomodada de Santander, y hecha a lo mejor. Mamá era una verdadera señora, Mario, tú la conociste y, antes, ¡para qué te voy a decir!, que me gustaría que la hubieras visto recibir antes de la guerra, qué fiestas, qué trajes, un empaque que no veas cosa igual, no hay más que ver cómo murió, yo se lo decía a papá, “ha muerto como se duermen las actrices en el cine”, pero igualito, ¿eh?, ni un mal gesto, ni un ronquido, fíjate, que eso del estertor parece de cajón, pues ni eso, como te lo digo, que yo temblaba cuando fue a conocer a tus padres y nada, “parecen buena gente”, que yo respiré y aproveché para decirle lo de tu padre, Mario, lo de prestamista y eso, que no te debe molestar, creo yo, porque entre madre e hija ya se sabe, y yo con mamá más todavía, y ella arrugó un poco la nariz, un gesto muy suyo, Mario, que la hacía muy gracioso, “¿prestamista?”, pero en seguida, al minuto, se rehízo, “con ese chico, ya todo un catedrático, puedes ser feliz, hija”, como lo oyes, Mario, que yo me puse como loca, natural. Tú mirabas a mamá con prevención, Mario, a ver si no, pero eres un desagradecido porque ella siempre estuvo de tu parte, y el mismo papá si me apuras, que a papá sólo le preocupaban las ideas políticas de tu familia, y me lo explico muy bien, menudo nido, hijo, para sabido. Ya estaba bien con lo de prestamista, creo yo, y con lo de José María, que mi bochorno pasé, las cosas como son, que cuando se presentó Gaudencio con la noticia de Elviro casi me alegré, fíjate, bueno, alegrarme, no, por supuesto, qué tontería, pero me compensó, te lo aseguro, porque estaba harta, en la calle, “a tu cuñado lo han paseado por rojo”, con segundas, a ver, pero yo tan terne, “y al mayor le han matado en Madrid, en la Cuesta de las Perdices, con dos días de diferencia, figúrate qué espanto”. Y todas se quedaban heladas, Mario, te lo prometo, que yo casi disfrutaba, te doy mi palabra de honor.

V

Venid y ver las obras de Yavé, los prodigios que ha ejecutado él sobre la Tierra. Él es quien hace cesar la guerra hasta los confines de la Tierra. Él rompe el arco, tronza la lanza y hace arder los escudos en el fuego
, aunque yo, por mucho que digáis, lo pasé bien bien en la guerra, oye, no sé si seré demasiado ligera o qué, pero pasé unos años estupendos, los mejores de mi vida, no me digas, todo el mundo como de vacaciones, la calle llena de chicos, y aquel barullo. Ni los bombardeos me importaban, ya ves, ni me daban miedo ni nada, que las había que chillaban como locas cada vez que sonaban las sirenas. Yo no, palabra, todo me divertía, aunque contigo ni entonces ni después se podía hablar, que cada vez que empezaba con esto, tú, “calla, por favor”, punto en boca, que te pones a ver, Mario, querido, y conversaciones serias, lo que se dice conversaciones serias, bien pocas hemos tenido. La ropa te traía sin cuidado, el coche no digamos, las fiestas otro tanto, la guerra, que fue una Cruzada, que todo el mundo lo dice, te parecía una tragedia, total que como no hablásemos del dinero astuto o de las estructuras y esas historias, tú a callar. Y con los niños, tres cuartos de lo mismo, que había que verte, si yo te contaba una ocurrencia de Borja o de Aránzazu, al principio, bien, pero al minuto salías con que te preocupaba ese chico o que qué iba a ser de esa chica, siempre la misma copla, que me aburrías, cariño, con tus tribulaciones. Don Presagios, como dice Valen con mucha razón. ¡Si hubieras oído a Borja ayer! “Yo quiero que se muera papá todos los días para no ir al Colegio”. ¿Qué te parece? Pero así, como te lo estoy diciendo, delante de todo el mundo, que me dejó parada, la verdad. Le pegué una paliza de muerte, créeme, porque si hay algo que me pueda es un niño sin sentimientos, que son seis añitos, ya lo sé, no lo discuto, pero si a los seis años no los corriges, ¿quieres decirme dónde pueden llegar? Bueno, pues tú con tus blanduras, déjale, la vida ya le enseñará lo que es sufrir, estamos buenos, consintiéndoles todo, riéndoles las gracias, que así pasa luego lo que pasa. Porque no me vengas ahora con Álvaro, que lo de Álvaro y lo de la misma Menchu no son más que niñerías, a ver qué de particular tiene que un niño te pregunte si es verdad que tú y yo y Mario y Menchu, y Borja y Aran y la tía Encarna y la tía Charo y la Doro y todos nos vamos a morir, que tú, había que verte, un mundo, cosa más natural en una criatura, “bueno, dentro de muchísimos, muchísimos años”, a ver a qué ton, que al fin y al cabo un buen cristiano, por más que ahora esté todo revuelto con eso del Concilio, debe meditar en la muerte a toda hora y vivir pensando que ha de morir, pues estaríamos arreglados. No me vengas con filigranas y métetelo en la cabeza, Mario, únicamente el miedo a la perdición eterna es lo que nos frena, que así ha sido siempre y así será, cariño, que ahora parece como que os disgustase que se predique sobre el infierno, que no tendréis la conciencia muy tranquila, creo yo, dichoso Concilio que todo lo está poniendo patas arriba, ya ves, la iglesia de los pobres, que buenos están los pobres, como yo digo, y los que no somos pobres, ¿qué? Bueno, pues tú, dale con que era anormal que un niño tan chico pensase esas cosas, ya ves, como lo de llamar sotas a los soldados o marcharse al campo sólo a hacer una hoguera, ¿qué de particular tiene? “Hay que llevarle al médico”, qué ocurrencia, imagínate si a cada niño que le dé la idea de hacer una hoguera hubiese que llevarle al médico, lo mismo que lo de Menchu con los estudios, a la niña no la tiran los libros y yo la alabo el gusto, porque en definitiva, ¿para qué va a estudiar una mujer, Mario, si puede saberse? ¿Qué saca en limpio con ello, dime? Hacerse un marimacho, ni más ni menos, que una chica universitaria es una chica sin femineidad, no le des más vueltas, que para mí una chica que estudia es una chica sin sexy, no es lo suyo, vaya, convéncete. ¿Estudié yo, además? Pues mira, tú no me hiciste ascos, que a la hora de la verdad, con todo vuestro golpe de intelectuales, lo que buscáis es una mujer de su casa, eso, y no me digas que no, que menudos ojos de carnero degollado me ponías, hijo, que dabas lástima, y, en el fondo, si me conoces en la Universidad hubieras hecho fu, como el gato, a ver, que a los hombres se os ve venir de lejos y si hay algo que lastime vuestro amor propio es tropezar con una chica que os dé ciento y raya en eso de los libros. Mira Paquito Álvarez sin ir más lejos, cada vez que empleaba mal una palabra y yo le corregía se ponía loco, aunque aparentase echarlo a broma, ya, ya, bromas, claro que Paco procedía de un medio artesano y encajaba mal los golpes, eso también es verdad. ¿Sabes lo que decía mamá a este respecto? Decía, verás, decía, “a una muchacha bien, le sobra con saber pisar, saber mirar y saber sonreír y estas cosas no las enseña el mejor catedrático”. ¿Qué te parece? A Julia y a mí nos hacía andar todas las mañanas diez minutos por el pasillo con un librote en la cabeza y decía con mucha guasa, “¿veis como los libros también pueden servir para algo?” Pues, lo que oyes, saber pisar, saber mirar y saber sonreír, no cabe, me parece a mí, resumir el ideal de femineidad en menos palabras, por más que tú a mamá nunca la tomaste en serio, que es una de las cosas que más me duelen, porque mamá, aparte inteligente, que era excepcional, papá mismo lo dice, que no es cosa mía, tenía unos modales y un señorío que no se improvisan. A mí me maravillaba, te lo confieso, su facilidad para hacerse cargo de una situación y su tino para catalogar a un individuo, y todo pura intuición, que de estudios, nada, ya lo sabes, es decir se educó en las Damas Negras, y estuvo un año en Francia, en Dublín creo, no me hagas caso, pero sabía el francés a la perfección, lo leía de corrido, pásmate, igualito que el castellano. Y es lo que yo me pregunto, Mario, ¿por qué Menchu no puede salir a mamá? Pero contigo no hay razones, Mario, cada suspenso una catástrofe, “y eso que me tiene a mí en el masculino”, dale, cuando de sobra sabes que hoy no es como ayer, que se está perdiendo hasta el compañerismo, que hoy el que aprueba tiene que saber más que el profesor, y si Menchu saca la reválida de cuarto la próxima convocatoria, ya está bien, que hay muchas que a los 18 años todavía no han empezado el grado, para que te enteres, ahí tienes a Mercedes Villar, y no es tonta. Y cuando acabe, si Dios me da medios, que ésa es otra, la lanzaré, en cuanto se quite el luto, fíjate, que no es cosa de desperdiciar los mejores años, pero nada de trabajar, otra manía que Dios te haya perdonado, Mario, porque, ¿desde cuándo trabajan las señoritas? Si en tu mano estuviera, la gente bien iríamos de tumbo en tumbo hasta confundirnos con los artesanos, que la niña no tendrá necesidad de eso, cariño, viviremos modestamente, eso sí, pero con una modestia digna, que más vale una modestia digna que un confort alcanzado a cualquier precio. El franchute ese, el Perret, o como se llame, os metió unas ideas estrambóticas en la cabeza, Mario, que tú y el Aróstegui y el Moyano y el propio don Nicolás siempre miráis con la boca abierta todo lo que viene de fuera, que sois unos papanatas, y ya sé que en el extranjero trabajan las chicas, pero aquello es una confusión, ni principios ni nada, que debemos defender lo nuestro hasta con las uñas si fuera preciso. Los extranjerotes esos, con todos sus adelantos, nada tienen que enseñarnos, que si vienen aquí, como dice papá, es a comer caliente y nada más que a eso, que es una vergüenza las playas, y el Perret, si pudiera, ya daría marcha atrás en su país, y resucitaría el señorío, que a la legua se ve que viene de gente bien, pero como no puede, que se fastidien todos que es el camino más fácil. Recuerda el artículo de papá, que lo tengo recortado, una maravilla, cada vez que lo leo se me pone la carne de gallina, fíjate, y ese final, “máquinas, quizás no; pero valores espirituales y decencia, para exportar”, que es la pura verdad, y tocante a valores religiosos, no digamos, Mario, cariño, lo que pasa es que ahora os ha dado la monomanía de la cultura y andáis revolviendo cielo y tierra para que los pobres estudien, otra equivocación, que a los pobres les sacas de su centro y no te sirven ni para finos ni para bastos, les echáis a perder, convéncete, en seguida quieren ser señores y eso no puede ser, cada uno debe arreglárselas dentro de su clase como se hizo siempre, que me hacéis gracia con esa campaña de “El Correo”, que yo no sé como no lo cierran de una vez, la verdad, para que todos los chicos, ricos y pobres, puedan ir a la Universidad, menudo lío, que eso es una sandez, y perdona mi franqueza, algún día me darás la razón, que el don Nicolás ese, que Dios confunda, os está enredando a todos y, a la chita callando, está haciendo su juego, porque, por si lo quieres saber, él es de una extracción humildísima, su madre lavandera o algo peor, imagina, y aunque en el periódico, por la cuenta que le trae, dé una de cal y otra de arena, don Nicolás es un tipo torcido, de la cáscara amarga, te lo digo yo, no te importe que vaya a misa, para disimular, a ver, pero cuando la guerra, por si lo quieres saber, estuvo preso, y si no lo fusilaron fue por misericordia, que él, en lugar de agradecerlo, que es lo que debía de hacer, anda a lo suyo, malmetiendo a unos y a otros con su periodicucho y, por si fuera poco, Oyarzun dice ahora que es librepensador, lo que le faltaba, ya ves tú, que todas estas cosas las traman los librepensadores, Mario, desengáñate. Desde luego, cuando le destituyeron fue por librepensador, eso seguro, aunque luego el Moyano, en vez de afeitarse esas barbas asquerosas, saliera con una de sus gracias, que a mí no me hace ninguna, de que cómo iba a ser librepensador un hombre que mea agua bendita, ya ves que ordinariez. Precisamente los librepensadores se distinguen por eso, porque no lo parecen, se van metiendo sin darte cuenta y te dan el pego, que si fueran por ahí chillando a voz en cuello “yo soy librepensador”, les cerrarían todas las puertas, lógico, como los comunistas, a lo suyo, ellos se meten, se meten y cuando te quieres dar cuenta te han comido la partida. Por eso y nada más que por eso, me dolía, cariño, que escribieses en “El Correo” en ese tono, porque a lo bobo, a lo bobo, estabas haciendo el caldo gordo a las fuerzas del mal, que todavía si te pagasen, pero, ya ves, veinte duros por artículo, una miseria, que no compensa, que, luego, cada vez que te veía comulgar me aterraba pensando que pudieras estar cometiendo un sacrilegio, fíjate, que nunca te lo dije, porque hay cosas que no pueden conciliarse, Mario, por ejemplo Dios y “El Correo”, que eso es como ponerle una vela a Dios y otra al diablo. Y ten por seguro que don Nicolás, cada vez que comulga lo hace en pecado mortal, porque don Nicolás es una mala persona y si te entró por el ojo derecho es sencillamente porque te defendió cuando lo del guardia la noche aquella, que aunque te pegase, ya ves tú, que yo no me lo creo, la ley es la ley y si está prohibido atravesar el parque en bicicleta, pues ya se sabe, que lo mires por donde lo mires, el guardia cumplía con su deber y si te hubiera matado, pues en acto de servicio, fíjate, pues qué quieres que te diga, porque sí, porque así son las cosas, porque las han establecido de esa manera, y no será grave si quieres, pero has infringido la ley, y el otro, con el uniforme, pues, a ver, tiene que defenderla, para eso le pagan, que vosotros creéis que una vez que se deja de ser niño se tiene derecho a todo, y qué va, estáis pero que muy equivocados, de mayor hay que seguir obedeciendo como de pequeño, claro que no al padre o a la madre, pero a la autoridad sí, la autoridad hace las veces, ¡arreglados estaríamos si no! Y digas lo que digas, Ramón Filgueira estuvo hecho un caballero cuando te recibió, que le sobraba la razón, anda, hijo, que si un alcalde no cree en sus guardias, ¿quién les va a creer? Y lo que te dijo, un guardia a las dos de la madrugada, y más con la helada que estaba cayendo, es lo mismo que el Ministro de la Gobernación, a ver, si no, ¿quién? Y lo del Cuartelillo y la Comisaría, lógico, a ver si te van a recibir todavía con pétalos de rosas, qué cosas tienes, piensa en lo que harías tú si un alumno viniera a importunarte a esas horas, ¡echarle por la escalera abajo!, natural, somos humanos, y, sobre todo, si no te pusieras a corregir ejercicios a esas horas, ni te diera por andar en bicicleta, que tampoco te corresponde a ti, no hubiéramos tenido nada que lamentar. Dichosa bici, que cada vez que te veía en ella se me caía la cara de vergüenza y no te digo nada cuando pusiste la sillita para el niño, te hubiera matado, que me hiciste llorar y todo, botarate, que nunca has tenido la menor consideración por mí, a ver si no. Claro que las cosas salen de dentro y tú de siempre tuviste gustos proletarios, que no es ninguna novedad, pero me da rabia que terciase el don Nicolás ese, que no le trago, a ver quién le había llamado, y que si abuso de autoridad y que si atentado contra la dignidad humana, sabrá él, que la multa le sentó como por la mano, y si de mí dependiera, un correctivo más fuerte. Aceite de ricino, como en la guerra, te lo digo de verdad, a ver si escarmentaba de una vez, o el chisme ese de siete colas, como se llame, yo me entiendo, ese que utilizan los extranjeros para meter en cintura a los alborotadores.

BOOK: Cinco horas con Mario
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