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Authors: Chelsea Cain

Tags: #Policíaco, #Thriller

Corazón enfermo (14 page)

BOOK: Corazón enfermo
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—Si ella le acompañó de forma voluntaria, tenía que conocerlo.

—Si partimos de esa premisa, efectivamente, tenía que conocerlo. —Habían llegado al aparcamiento del banco—. He I llegado a ese punto —dijo Anne, apoyando una mano sobre el techo de un coche alquilado, un Mustang color Burdeos.

—Mañana entrevistaré otra vez a los profesores y al personal —anunció Archie—. Sólo a los hombres que encajen con el perfil. —Su dolor de cabeza estaba empeorando, Era como tener una resaca permanente.

—¿Vas a tu casa esta noche o pretendes quedarte a dormir en la silla?

Archie miró su reloj y se sorprendió de ver que ya eran las once de la noche.

—Necesito un par de horas mas para terminar —respondió.

Ella abrió la puerta de su coche, tiró su bolso sobre el asiento del acompañante y luego se dio la vuelta, mirando a Archie de frente.

—Sí alguna vez quieres hablar —dijo, encogiéndose de hombros—, ya sabes que soy psiquiatra.

—Especializada en criminales dementes. —Sonrió sagazmente—. Trataré de no sacar conclusiones al respecto.

Notó entonces, bajo las frías luces de seguridad del aparcamiento, cuánto había envejecido ella en aquellos últimos años. Alrededor de sus ojos se veían pequeñas arrugas y en su cabello habían aparecido las primeras canas. Pero a pesar de todo, tenía mejor aspecto que él.

—¿Y ella encajaba en el perfil? —preguntó.

Archie sabía a quién se refería.

—Ella manipuló el perfil, Anne. Tú lo sabes.

Anne sonrió oscuramente.

—Estaba convencida de que el asesino era un hombre. Que trabajaba solo. Ni siquiera consideré la posibilidad de que fuera una mujer. Pero tú lo sospechaste, a pesar del perfil erróneo. El modo en el que ella se infiltró en la investigación es un caso de manual de psicopatología. No puedo creer que se me pasara por alto.

—Ella me suministró suficiente información para que la descubriera, pero no la bastante como para que yo tuviera cuidado. Era una trampa. Caí porque supo manipularme, no por mi talento como investigador.

—Ella sabía que querías resolver ese caso más que cualquier otra cosa. Los psicópatas son excelentes para ver dentro de las personas.

«No te lo puedes ni imaginar», pensó Archie.

—De todas formas —suspiró Anne—, estoy en el Heathman. Si cambias de opinión. Para conversar.

—¿Anne?

Ella volvió a darse la vuelta.

—¿Sí?

—Gracias por el ofrecimiento.

Ella se quedó parada un momento, con sus botas de imitación de leopardo, como si quisiera decir alguna otra cosa. Algo como: «Lamento que tu vida se haya ido a la mierda» o «Sé lo que estás pensando hacer», o «Hazme saber si quieres que te recomiende una institución tranquila», O tal vez estaba pensando, simplemente, en regresar al hotel para poder llamar a sus hijos. En realidad no importaba. Archie esperó a que se alejara y luego volvió a entrar en la oficina, a encender la grabadora, cerrar los ojos y escuchar a Fred Doud hablar sobre el horrible cadáver de Kristy Mathers.

CAPÍTULO 19

Archie se despertó aturdido después de una noche desagradable, y se encontró con Henry a su lado. Las luces estaban encendidas y Archie estaba sentado en la silla de su despacho.

—Has pasado aquí la noche —dijo Henry.

Archie parpadeó, desorientado.

—¿Qué hora es?

—Las cinco.

Henry dejó un vaso de plástico con café sobre la mesa.

A Archie le dolían las costillas, sus sienes palpitaban e incluso sentía dolor en las encías. Movió el cuello de un lado a otro hasta que lo oyó crujir. Henry llevaba pantalones negros y una camiseta negra recién planchada, y olía a loción de afeitar. Archie cogió el café y bebió un sorbo. Estaba fuerte, y no pudo evitar un gesto de dolor al tragar.

—Has llegado muy temprano —dijo Archie.

—Recibí una llamada de Martin —informó Henry, sentándose en una silla frente a Archie—. Estuvo entrevistando a los vigilantes. Trabajan para una empresa llamada Amcorp que tiene un contrato con el distrito. La escuela despidió a todos los conserjes el año pasado, durante la crisis presupuestaria. Y contrataron los servicios de Amcorp porque era más barato. Se supone que han revisado los antecedentes de todos.

—¿Pero?

—En algunos casos lo hicieron, en otros inspeccionaron sus carnets de conducir —explicó Henry—. Todo muy desordenado. Un caos. Martin ha estado revisando los nombres. Y uno de ellos ha saltado. Exhibiciones obscenas.

—¿En qué instituto trabaja? —preguntó Archie.

Henry arqueó una ceja.

—En el Jefferson por la mañana, en el Cleveland p0r u tarde. Y también trabajó en el Lincoln.

Terna acceso a muchos sitios. Pero había mucha gente con acceso a muchos sitios.

—¿Alguien habló con él? —preguntó Archie.

—Claire. Cuando apareció muerta la primera chica. Dijo que estaba trabajando. Algunos de los alumnos dijeron haberlo visto en los alrededores después del horario escolar El que lo contrató afirmó que estaba limpio.

Archie había leído los informes. El equipo había entrevistado a 973 personas desde la desaparición de la primera muchacha. Claire había interrogado, ella sola, a 314. Tal vez había descartado al encargado demasiado rápido.

—¿Pero estaba en el Cleveland cuando Lee desapareció?

—Así es —asintió Henry.

Archie apoyó las manos sobre la mesa y se puso de pie.

—¿Qué demonios estamos haciendo aquí todavía?

—El coche está fuera. —Henry miró la camisa arrugada de Archie—. ¿No necesitas ir a tu casa y cambiarte?

Archie negó con la cabeza.

—No hay tiempo. —Cogió su café y su chaqueta y dejó que Henry saliera primero del despacho para poder meterse tres pastillas en la boca sin que le viera. No le gustaba tomar Vicodina con el estómago vacío, pero, de momento tendría que conformarse, puesto que no creía que tuviera tiempo para desayunar.

Martin, Josh y Claire ocupaban ya sus mesas en la gran la central. Había pistas que investigar, patrullas que coordinar, coartadas que verificar una y otra vez. El instituto volvía a abrir sus puertas en unas horas, y el asesino todavía jaba suelto. Un antiguo reloj, perteneciente al mobiliario del banco, colgaba de la pared con un eslogan pintado que decía. «Es hora de ir al banco con los amigos». A su lado, alguien había pegado un cartel escrito sobre un folio: «Recordad: el tiempo es nuestro enemigo».

—¿Cómo sabías que estaría aquí? —le preguntó Archie Henry mientras salían del banco y se encaminaban hacia el aparcamiento. Comenzaba a amanecer y el aire estaba frío y gris.

—Pasé por tu casa —respondió Henry—. ¿En qué otro sitio ibas a estar? —Se introdujo en el lado del conductor, mientras Archie rodeaba el coche para subirse en el asiento del acompañante. Henry no encendió el motor—. ¿Cuántas estás tomando? —preguntó, con las manos apoyadas sobre el volante y la mirada fija en el parabrisas.

—No tantas como quisiera.

—Pensaba que ibas a reducir la dosis —dijo suavemente Henry.

Archie se rió recordando sus peores días, una niebla de codeína tan espesa que pensó que se ahogaría en ella.

—Lo he hecho.

Henry apretó los puños sobre el volante, hasta que los nudillos se pusieron blancos. Archie notó cómo el rubor subía por su cuello. Su compañero apretó durante un instante la mandíbula, con un reflejo de dureza en sus ojos azules.

—No creas que nuestra amistad me impedirá volver a darte la baja médica, si considero que estás demasiado cargado para trabajar. —Se volvió y miró, por primera vez Archie—. Ya he hecho por ti más de lo permitido.

Archie asintió.

—Lo sé.

Henry alzó las cejas.

—Lo sé —repitió Archie.

—Ese asunto con Gretchen… —dijo Henry entre dientes—, esos encuentros semanales son una cagada, amigo. importan una mierda los cadáveres que desentierre. —Hizo una pausa—. En algún momento —continuó, mirando a Archie directamente a los ojos—, tendrás que dejarla marchar.

El rostro de Archie se endureció, temeroso de mostrar cualquier reacción y de que Henry supiera cuánto le importaba. Su compañero ya estaba demasiado preocupado por él, y no podía permitir que se diera cuenta de lo imprescindibles que se habían vuelto esos encuentros semanales. Archie necesitaba a Gretchen. Al menos hasta que supiera qué es lo que ella quería de él.

—Necesito más tiempo —declaró con cautela—. Está todo bajo control.

Henry sacó sus gafas del bolsillo de la chaqueta de cuero, se las puso y encendió el motor. Suspiró y sacudió la cabeza.

—Más te vale que así sea.

El vigilante se llamaba Evan Kent. Archie y Henry lo encontraron tapando unas pintadas en el Instituto Jefferson, en la pared norte del edificio principal. La pintura no era idéntica, el rectángulo rojo brillante se destacaba sobre los deslucidos ladrillos. La pared había sido pintada muchas veces a lo largo de los años y estaba cubierta de parches desiguales de diversos tonos que le daban un aspecto de pintura abstracta. Kent aparentaba unos treinta años, tenía buena forma física, el cabello oscuro y una perilla bien cuidada. Su uniforme azul estaba impecable.

Todavía faltaba una hora para que comenzaran las clases, y el instituto estaba tranquilo. Ante las verjas del edificio habían improvisado un pequeño altar conmemorativo y habían colgado ramos de flores, cintas ya desvaídas, peluches. Había fotos de Kristy pegadas sobre cartones decorados con purpurina y pintura, con las leyendas: «Te queremos» o «Que Dios te bendiga». El cielo, hacia el este, era de un color rosa chicle, y los primeros pájaros de la primera reposaban, oscuros y quietos sobre los cables telefónicos. Había un coche patrulla a cada lado del edificio, guardias de seguridad privados en todas las entradas. Las luces de los vehículos policiales estaban encendidas para hacer más evidente su presencia, por lo que el instituto parecía el escenario de un crimen. Un día más en la enseñanza pública.

—Estaba meando —dijo Kent cuando Archie y Henry se acercaron.

—¿Perdón? —preguntó Henry.

Kent continuó pintando. La brocha cargada de pintura hizo un ruido seco contra los ladrillos. Archie vio un tatuaje de la Virgen María en el antebrazo del vigilante. Era reciente, a juzgar por el brillo de la tinta.

—El asunto de la exhibición obscena —explicó Kent—. Estaba meando, después de salir de un espectáculo en el centro, Tal vez no fuera mi momento más brillante. Pero no pude aguantarme las ganas de mear. Y pagué la multa.

—No lo mencionaste en el formulario de solicitud de empleo —dijo Archie.

—Necesitaba el trabajo —replicó Kent. Dio un paso atrás y examinó la tarea que había realizado. No quedaba rastro de lo que habían escrito, sólo el olor a pintura fresca y un nuevo rectángulo rojo sangre brillante—. Soy licenciado en Filosofía, así que las oportunidades laborales no son precisamente abundantes. Y soy diabético. Sin seguro médico, gasto unos ochenta dólares semanales en insulina y agujas.

—¡Qué pena me das! —exclamó Henry.

Kent tensó sus músculos, a la defensiva, y miró a Henry.

—El seguro médico, en este país, es todo un problema.

Archie se adelantó un poco.

—¿Dónde estabas entre las cinco y las siete el 2 de febrero y el 7 de marzo? —le preguntó a Kent.

El vigilante se volvió hacia Archie, relajando un poco sus hombros.

—Trabajando. Trabajo por la tarde en el Cleveland. Estoy ahí hasta las seis.

—¿Y después? —preguntó Archie.

Kent se encogió de hombros.

—Me voy a casa. O a ensayar con mi grupo. O al bar.

—¿Bebes? —preguntó Henry—. Me pareció haberte oído decir que eras diabético.

—Lo soy. Y bebo —dijo Kent—. Por eso necesitó la insulina. Mire, el día que desapareció la chica del Jefferson fue cuando se rompió mi Dart. Llamé a un amigo y vino para ayudarme con el coche. Pregúntenle. —Les dio el nombre y el número de móvil de su amigo, que Archie se apresuró a anotar—. ¿ Y por qué no hacen algo con respecto a todos esos putos periodistas que se meten en el instituto? Nos están volviendo locos. Y no dicen lo que sucede de verdad.

Archie y Henry intercambiaron una mirada. ¿Cómo sabía Kent lo que sucedía de verdad?

Kent enrojeció y dio una patada a la hierba. Después pregunto:

—¿ Van a informar a Amcorp sobre mis antecedentes?

—Realmente, eso es lo que debe hacer la policía —respondió Henry.

Kent frunció los labios.

—¿Y dónde estaba la policía cuando desaparecieron las chicas secuestradas en plena calle por un psicópata?

Henry se dirigió a Archie y dijo en voz lo suficientemente alta como para que Kent lo oyera:

—¿Qué te parece?

Archie examinó detenidamente a Kent, mientras éste permanecía incómodo, bajo la atenta mirada del detective.

—Es atractivo —admitió Archie—. Puedo entender que las chicas quieran acompañarle. Y su edad encaja en el perfil.

El rostro de Kent enrojeció.

Henry abrió sus ojos, incrédulo.

—¿Te parece atractivo?

—No tanto como tú —le aseguró Archie.

—Tengo trabajo que hacer —dijo Kent mientras cogía el bote de pintura y la brocha.

—Una cosa más —dijo Archie.

—¿Sí? —preguntó Kent.

—La pintada, ¿qué decía?

Kent los miró a ambos durante un minuto.

—Moriremos todos —respondió finalmente. Miró al suelo, sacudiendo la cabeza. Después se rió y levantó la vistas ojos oscuros brillaban—. Con una maldita sonrisa pintada al lado.

CAPÍTULO 20

Susan se sentó en la mesa del Gran Escritor, cerca de la ventana, mirando cómo los transeúntes, a la hora del almuerzo, entraban y salían del supermercado Whole que estaba en la esquina de su edificio. Ya había escrito y enviado el primer artículo. Odiaba esa parte. No le gustaba nada esperar la confirmación de Ian, pero la deseaba. Miró la bandeja de entrada de su correo electrónico. Nada. De repente, la invadió la incómoda certeza de que a él no le gustaría el artículo, y que sus esfuerzos en literatura periodística le parecerían patéticos. Había desperdiciado su única oportunidad de escribir un reportaje importante. Probablemente la despedirían. Todavía no se había atrevido a releerlo, segura de que encontraría algún error ortográfico o alguna frase incorrecta y torpe. Volvió a comprobar su correo electrónico. Nada. Al ver la hora en el monitor se arrastró hasta el sofá de terciopelo del Gran Escritor, se acurrucó allí y se enfrascó en las noticias del mediodía. El rostro de Archie Sheridan inundaba la pantalla y un titular anunciaba un reportaje en directo. El detective parecía agotado. ¿O la palabra correcta era «exhausto»? Pero se había afeitado y peinado el cabello oscuro, y su anguloso rostro reflejaba una cierta autoridad. Deseó tener tanto dominio sobre sí misma como él aparentaba.

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