Read Danza de dragones Online

Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

Danza de dragones (89 page)

BOOK: Danza de dragones
12.62Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

La novia iba de blanco y gris, los colores que habría llevado la verdadera Arya de haber vivido lo suficiente para casarse. Theon iba de negro y oro, con la capa sujeta al hombro con un rudimentario kraken que le había forjado un herrero de Fuerte Túmulo a toda prisa, pero bajo la capucha tenía el pelo blanco y fino, y su piel era del gris enfermizo de un anciano.

«Por fin soy un Stark», pensó. Pasó bajo el arco de piedra con la novia del brazo, mientras los jirones de niebla se les enredaban en torno a las piernas. El sonido del tambor era tan trémulo como el latido del corazón de una doncella, y las flautas sonaban agudas, dulces, atrayentes. Sobre las copas de los árboles, una luna en cuarto creciente flotaba en el cielo oscuro, semioculta por la niebla, como un ojo que atisbara tras un velo de seda.

Theon Greyjoy conocía muy bien aquel bosque de dioses. Allí había jugado de niño a hacer saltar piedras en el estanque negro, bajo el arciano; había escondido sus tesoros en el tronco de un viejo roble; había cazado ardillas con el arco que él mismo se había fabricado… Más adelante, en muchas ocasiones se refrescó en los manantiales calientes las magulladuras sufridas tras entrenarse en el patio con Robb, Jory o Jon Nieve. Entre aquellos castaños, olmos y pinos soldado había encontrado refugio cuando quería estar solo. Allí había besado por primera vez a una chica, y allí, otra chica diferente lo hizo hombre sobre una manta áspera, a la sombra del alto centinela verdegrís.

Pero nunca había visto el bosque de dioses como en aquel momento: en penumbra, fantasmal, lleno de neblina cálida, luces flotantes y susurros que llegaban de todas partes y de ninguna. Bajo los árboles, los manantiales calientes humeaban; de la tierra se alzaban nubes de vapor que amortajaban los árboles con su húmedo aliento y trepaban por los muros para formar cortinajes que cubrían las ventanas.

Había una especie de camino, un sendero de guijarros musgosos, casi oculto bajo la tierra y las hojas caídas, con trampas en forma de raíces que sobresalían del suelo. Por allí llevó a la novia.

«Jeyne, se llama Jeyne.» No, no debía pensar aquello. Si se le escapaba ese nombre de los labios, le costaría un dedo o una oreja. Caminó despacio, dando cada paso con cautela. Los dedos que le faltaban en los pies hacían que su paso fuera vacilante si intentaba darse prisa, y un tropezón sería terrible. Si estropeaba la boda de lord Ramsay con un tropezón, lord Ramsay castigaría su torpeza desollándole el pie que le hubiera faltado al respeto.

La niebla era tan densa que solo se veían los árboles más cercanos, y más allá, sombras altas y luces tenues. Las velas titilaban al borde del sendero serpenteante y entre los árboles, como luciérnagas blancas que flotaran en un cálido puré gris. Aquello parecía un inframundo extraño, un lugar intemporal entre universos, donde los condenados vagaban pesarosos antes de encontrar el camino de descenso hacia el infierno al que los habían hecho acreedores sus pecados.

«¿Todos estamos muertos? ¿Stannis llegó y nos mató mientras dormíamos? ¿La batalla está aún por acontecer, o ya hemos luchado y hemos perdido?»

Aquí y allá, una antorcha que ardía voraz proyectaba un resplandor rojizo sobre los invitados. La niebla moldeaba la luz cambiante y les retorcía los rasgos hasta hacerlos parecer medio animales, medio humanos. Lord Stout se convirtió en un mastín; el anciano lord Locke, en un buitre; Umber Mataputas, en una gárgola; Walder Frey el Mayor, en un zorro; Walder el Pequeño, en un toro rojo al que solo le faltaba un aro en la nariz. En cuanto a Roose Bolton, su rostro era una pálida máscara gris con dos esquirlas de hielo sucio por ojos.

Sobre ellos, los árboles estaban llenos de cuervos, que contemplaban la pompa y el boato desde las ramas desnudas, con las plumas ahuecadas.

«Los pájaros del maestre Luwin. —Luwin había muerto y su torre de maestre había ardido, pero los cuervos seguían allí—. Este es su hogar.» Theon habría querido saber qué se sentía al tener un hogar.

En aquel momento, la niebla se abrió como el telón de un espectáculo para mostrar un nuevo escenario. El árbol corazón apareció ante ellos con sus ramas huesudas extendidas. Las hojas caídas rodeaban el grueso tronco blanco en montones pardos y rojizos. Era el árbol que tenía más cuervos posados, y parloteaban en el idioma secreto de los asesinos. Bajo ellos se encontraba Ramsay Bolton, con unas botas altas de cuero gris y un jubón de terciopelo negro con aberturas que dejaban ver el forro de seda rosa tachonado de granates con forma de lágrimas. Una sonrisa bailaba en su rostro.

—¿Quién viene? —Tenía los labios húmedos y el cuello enrojecido por encima de la ropa—. ¿Quién se presenta ante el dios?

—Arya de la casa Stark se presenta para contraer matrimonio —respondió Theon—. Es una mujer adulta que ya ha florecido, es de nacimiento legítimo y alta cuna, y acude a rogar la bendición de los dioses. ¿Quién viene a pedirla?

—Yo —respondió Ramsay—, Ramsay de la casa Bolton, señor de Hornwood y heredero de Fuerte Terror; yo vengo a pedirla. ¿Quién viene a entregarla?

—Theon de la casa Greyjoy, que fue pupilo de su padre. —Se volvió hacia la novia—. Lady Arya, ¿aceptáis a este hombre?

La niña alzó los ojos hacia él.

«Ojos marrones, no grises. ¿Es que todos están ciegos? —Durante largos instantes no dijo nada, aunque aquellos ojos suplicaban—. Es tu oportunidad. Díselo. Díselo ahora. Grita tu nombre ante todos. Diles que esa no es Arya Stark; que el Norte sepa que te han obligado a tomar parte en esto.» Eso haría que la mataran, claro, y también a él, pero tal vez Ramsay, iracundo, los matara deprisa. Quizá los antiguos dioses del Norte le otorgaran esa pequeña gracia.

—Acepto a este hombre —susurró la novia.

A su alrededor, las luces que brillaron en la niebla eran un centenar de velas blancas como estrellas amortajadas. Theon retrocedió, y Ramsay y la novia se cogieron de la mano y se arrodillaron con la cabeza inclinada. Los ojos rojos tallados en el arciano los miraron desde arriba, por encima de la gran boca roja abierta que parecía a punto de echarse a reír. En las ramas más altas graznó un cuervo.

Tras unos momentos de oración silenciosa, el hombre y la mujer se pusieron en pie. Ramsay desabrochó la capa que Theon le había puesto poco antes a la novia, la gruesa capa de lana blanca con ribete de piel gris que mostraba el lobo huargo de la casa Stark, y la sustituyó por una capa rosa salpicada de granates rojos como los que adornaban su jubón. En la espalda lucía al hombre desollado de Fuerte Terror en cuero rojo rígido, sombrío y repulsivo.

Todo terminó en un abrir y cerrar de ojos. Las bodas del Norte eran rápidas, Theon suponía que gracias a que no había sacerdotes, pero fuera cual fuera el motivo, en aquel momento le pareció una bendición. Ramsay Bolton cogió en brazos a su esposa y atravesó la bruma con ella, seguido por lord Bolton y su lady Walda, y a continuación, el resto de los invitados. Los músicos volvieron a tocar, y el bardo Abel entonó «Dos corazones que laten como uno». Dos mujeres unieron sus voces a la suya para crear una dulce armonía.

«¿Debería rezar? ¿Me escucharán los antiguos dioses si les hablo?» No eran sus dioses; nunca lo habían sido. El era un hijo del hierro, hijo de Pyke; su dios era el Dios Ahogado de las islas… Pero Invernalia estaba a muchas leguas del mar, y hacía demasiado tiempo que ningún dios le prestaba oído. Ya no sabía quién era, ni qué era, ni por qué seguía vivo, ni por qué había llegado a nacer.

—Theon —pareció susurrarle una voz.

Levantó la cabeza de golpe.

—¿Quién ha dicho eso?

A su alrededor solo había árboles semiocultos por la niebla. Había sido una voz débil como el crujido de las hojas, fría como el odio.

«¿La voz de un dios? ¿La voz de un fantasma? —¿Cuántos habían muerto el día en que tomó Invernalia?—. Cuando murió Theon Greyjoy para renacer como Hediondo. Hediondo, que rima con fondo».

De repente deseó estar muy lejos de allí.

Cuando salió del bosque de dioses, el frío se cernió sobre él como un lobo hambriento y lo atrapó entre los dientes. Bajó la cabeza para protegerse del viento y se dirigió a la gran sala; tuvo que apresurarse para no perder de vista la larga hilera de velas y antorchas. El hielo crujía bajo sus botas, y una ráfaga repentina le quitó la capucha, como si un fantasma se la hubiera agarrado con unos dedos gélidos que trataran de desgarrarle la cara.

Para Theon Greyjoy, Invernalia estaba llena de fantasmas.

Aquel no era el castillo que recordaba del verano de su juventud. Lo que quedaba era un lugar herido y maltrecho, más una ruina que una fortificación, un hervidero de cuervos y cadáveres. La gran muralla seguía en pie porque el granito no cedía ante el fuego, pero casi todas las torres y edificios habían perdido la techumbre, y unos cuantos se habían derrumbado. La paja y la madera habían ardido casi por completo, y tras los paneles destrozados del invernadero, las frutas y verduras que habrían dado de comer al castillo todo el invierno habían quedado muertas, negras, heladas. El patio estaba lleno de carpas semienterradas en la nieve. Roose Bolton había instalado a su ejército dentro de la muralla, y también a sus amigos los Frey. Entre las ruinas había miles de hombres que atestaban los patios o dormían en bodegas, torres sin tejado o edificios que llevaban siglos abandonados.

De las cocinas reconstruidas y los barracones con techo nuevo se alzaban columnas de humo gris. Las almenas estaban coronadas de nieve y plagadas de carámbanos.

«Los colores de los Stark. —Theon no habría sabido decir si le resultaba ominoso o lo tranquilizaba. Hasta el cielo estaba gris—. Gris, gris y más gris. El mundo entero, mire hacia donde mire, es gris. Todo es gris, menos los ojos de la novia. —Los ojos de la novia eran marrones—. Marrones y aterrados. —No era justo que lo mirase implorándole que la rescatara. ¿Qué pensaba? ¿Qué iba a presentarse a lomos de un caballo alado para sacarla de allí, como en las leyendas que tanto les gustaban a Sansa y a ella? ¡Si ni siquiera podía ayudarse a sí mismo!—. Hediondo, Hediondo, rima con lirondo.»

Por todo el patio había cadáveres que se mecían colgados de sogas, con rostros hinchados llenos de escarcha. Antes de la llegada de la vanguardia de Bolton, Invernalia estaba atestada de ocupantes indeseados. Sus hombres expulsaron a punta de lanza a dos docenas de ellos que habían anidado entre los torreones y edificios semiderruidos del castillo. A los más osados y pendencieros los ahorcaron, y a los demás los pusieron a trabajar. Lord Bolton les había prometido clemencia a cambio de sus servicios. Muy cerca de allí, en el bosque de los Lobos, había piedra y madera en abundancia, así que pronto hubo portones nuevos donde estaban los que se habían quemado. A continuación retiraron los escombros del tejado del edificio principal y levantaron otro a toda prisa. Una vez terminadas las obras, lord Bolton ahorcó a los trabajadores. Fiel a su palabra, mostró clemencia y no desolló a ninguno.

Para entonces ya había llegado el resto del ejército de Bolton; hicieron ondear el león y el venado del rey Tommen sobre la muralla de Invernalia al viento aullante del norte, y bajo él, el hombre desollado de Fuerte Terror. Theon llegó con el grupo de Barbrey Dustin, que acompañaba a la señora, a sus hombres de Fuerte Túmulo y a la novia. Lady Dustin se había empeñado en custodiar personalmente a lady Arya hasta que estuviera desposada, pero había llegado el momento.

«Ahora pertenece a Ramsay. Ha pronunciado los votos. —Aquel matrimonio convertía a Ramsay en señor de Invernalia. Mientras Jeyne no desatara su cólera, él no tendría motivo para hacerle ningún daño—. Arya. Se llama Arya.»

A Theon le dolían terriblemente las manos a pesar de los guantes forrados de piel; lo que más le dolía eran los dedos que le faltaban. ¿De verdad había habido un tiempo en que las mujeres anhelaban sus caricias?

«Me convertí en príncipe de Invernalia, y estas son las consecuencias. —Creyó que se cantarían canciones sobre él durante cien años, que se relatarían historias sobre su coraje y osadía. Pero si alguien se dignaba hablar de él sería para llamarlo Theon Cambiacapas, y las historias narrarían su traición—. Esta no fue nunca mi casa; no era más que un rehén. —Lord Stark no lo había tratado con crueldad, pero la larga sombra acerada de su mandoble se interpuso siempre entre ellos—. Era amable conmigo, pero nunca cariñoso. Sabía que era posible que algún día tuviera que matarme.»

Theon atravesó el patio con la mirada gacha, esquivando las tiendas.

«Fue en este patio donde aprendí a luchar», pensó al tiempo que recordaba los cálidos días de verano que había pasado con Robb y Jon Nieve, bajo la atenta mirada del anciano ser Rodrik. Eran los tiempos en que no le faltaba ninguna parte del cuerpo, los tiempos en que era tan capaz de empuñar una espada como cualquier otro hombre. Pero el patio cobijaba también recuerdos más tenebrosos. Era allí donde había reunido a los hombres de los Stark la noche en que Bran y Rickon huyeron del castillo. Por aquel entonces, Ramsay era Hediondo; estaba a su lado y le susurró que debería desollar a unos cuantos prisioneros para que confesaran hacia dónde habían huido los niños.

«Mientras yo sea príncipe de Invernalia, aquí nadie desollará a nadie —había respondido Theon, sin imaginar lo breve que sería su reinado—. Aquí no me va a ayudar nadie. Los conozco a todos desde pequeño, y nadie va a mover un dedo por mí.» Pese a todo, había hecho lo posible por protegerlos, pero en cuanto Ramsay dejó de ser Hediondo los pasó por la espada a todos, incluidos los hijos del hierro.

«Prendió fuego a mi caballo. —Lo último que vio el día en que cayó el castillo fue a Sonrisas bañado en fuego, con llamas que le devoraban las crines, coceando, relinchando, con los ojos desorbitados de terror—. Fue aquí, en este mismísimo patio.»

Las puertas del salón principal se alzaban ante él; eran nuevas: las habían hecho para sustituir a las que se habían quemado, y le parecieron bastas, feas, unos simples tablones sin pulir juntados de cualquier manera. Ante ellas montaban guardia dos lanceros que se arrebujaban en sus gruesas capas de piel para intentar resguardarse del frío que les escarchaba la barba. Miraron a Theon con resentimiento cuando pasó cojeando peldaños arriba, empujó la puerta de la derecha y entró en la estancia.

Dentro, el calor era reconfortante, las antorchas lo bañaban todo con su luz y la estancia estaba tan abarrotada como la recordaba de los viejos tiempos. Theon se dejó bañar por la calidez y luego se dirigió al fondo. Los hombres tenían que sentarse muy juntos en los bancos, tanto que los criados apenas podían pasar entre ellos para servirles. Hasta los señores y caballeros de alto rango disfrutaban de menos espacio que de costumbre.

BOOK: Danza de dragones
12.62Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Elijah by William H. Stephens
Dead Wrong by Allen Wyler
A Fall from Grace by Robert Barnard
Scandal at High Chimneys by John Dickson Carr
Lady at the O.K. Corral by Ann Kirschner
A Dark Matter by Peter Straub
Transhuman by Mark L. Van Name, T. K. F. Weisskopf
Hers by Dawn Robertson