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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Narrativa, #Juvenil

Donde los árboles cantan (39 page)

BOOK: Donde los árboles cantan
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—¿Quién va? —se oyó de pronto la voz de la marquesa de Belrosal. Las cortinas de la cama estaban descorridas y Viana entrevió, en la penunmbra, que la pequeña Analisa se incorporaba entre las sábanas, expectante. Su madre estaba sentada en una silla junto a la chimenea apagada. Viana comprendió que ninguna de las dos había tenido intención de dormir aquella noche, aunque Analisa se hubiese acostado para fingir que la velada transcurría con normalidad.

—Yo… —empezó, un tanto insegura.

—¿Cómo te atreves a perturbar el sueño de la reina? —cortó la marquesa con disgusto—. Ya trajeron el calientacamas hace mucho rato, y hemos dejado claro que esta noche su majestad no tomaría ninguna infusión para dormir.

—Yo… —repitió Viana, desconcertada; recordó entonces el santo y seña, tomó aire y dijo de corrido—: «El halcón ha de alzarse de nuevo».

Sobrevino un silencio sorprendido.

—Madre… —empezó Analisa.

—Silencio —respondió la marquesa bajando la voz—. ¿Quién sois vos? —le preguntó a Viana—. ¿Y quién os envía?

La joven cerró la pueta tras de sí al penetrar en la habitación. Tardó un poco en contestar, porque lo primero que le vino a la mente fue decir: «Lobo». Pero ahora sabía que Lobo no se llamaba así en realidad.

—El conde Urtec, mi señora —susurró—. Está esperándoos para sacaros del castillo a vos y a vuestra hija.

—¡Por fin, madre! —exclamó la reina juntando las manos, sin poder ocultar su alegría.

—Todavía hemos de salir de aquí —replicó la marquesa.

Analisa apartó las mantas y bajó de la cama, y Viana comprobó con satisfacción que estaba completamente vestida.

—¿Cómo vamos a salir del palacio sin que nos vean? —preguntó al niña con nerviosismo.

—Existe un pasadizo oculto tras estos muros, majestad —respondió Viana en voz baja—, y los bárbaros están ocupados con uno de sus banquetes. No nos descubrirán.

Con todo, y a pesar de que el trayecto hasta la entrada del pasadizo era corto, la joven tuvo los nervios a flor de piel hasta que la marquesa y su hija hubieron desaparecido por el hueco de la chimenea.

Entró tras ellas.

—¡Por fin! —susurró Lobo en la penumbra—. Viana, ¿por qué habéis tardado tanto?

—Yo también me alegro de verte.

—¿Viana? —repitií Analisa, contemplando a la muchacha con ojos brillantes—. ¿Sois vos Viana de Rocagrís, la misma que escapó de su esposo bárbaro, que desafió a Harak y que rescató a Belicia de Valnevado de su horrible destino? —y, antes de que ella pudiese explicarle lo que le había sucedido a Belicia, la niña añadió—: Lamenté mucho la noticia de vuestra captura y sentencia de muerte. Pero me alegré de saber que habíais logrado escapar. Nunca había visto a Harak tan furioso.

Viana se permitió esbozar una sonrisa, pese a que el recuerdo de Belicia aún le resultaba doloroso.

—No tenemos tiempo para hablar de eso, majestad —cortó Lobo con cierta brusquedad—. Debemos poneros a salvo.

—Conde Urtec —saludó la marquesa con una breve inclinación—. Celebro que hayáis podido acudir en nuestro rescate.

—Un buen caballero siempre ha de cumplir sus promesas, mi señora —respondió Lobo con gravedad, abriendo la marcha por el estrecho pasadizo.

—Ah, conde Urtec —respondió ella, aligerando el paso para colocarse justo detrás de él—, qué bien sienta a los oidos de una dama volvera escucha palabras gentiles, después de tanto tiempo habitando entre bárbaros —hizo una pausa y añadió, en voz más baja—: Sí, no me cabe duda de que sois un buen caballero. El destino del reino reposa sobre vuestros hombros y habéis demostrado que estáis a la altura de esa responsabilidad. Tal vez mi hermana erró al elegir pretendiente. O quizá… fuisteis vos quien cortejó a la hermana equivocada.

Analisa reprimió una risita cuando Lobo trastabilló en el pasadizo.

Pero Viana tenia otras cosas en que pensar, y apenas prestó atención a los requiebros de la marquesa.

—Lobo, ¿qué pasa con Uri? ¿Y con los barriles de savia?

—Viana, en estos momentos tenemos otra prioridad.

Ella se mordió la lengua para no exigir el rescate inmediato de Uri; sabía que Lobo no cambiaría sus planes por él.

—¿Vas a permitir entonces que el ejército de Harak se vuelva invencible? —le espetó—. Si entrega esos barriles a los jefes de los clanes…

—¿Barriles? —repitió la marquesa ladeando la cabeza. Lobo se detuvo un momento.

—¿Sabéis algo de eso?

—Harak lleva varios meses almacenando barriles en los sótanos del castillo — arrugó la nariz—. Supongo que se trata de cerveza, agua ardiente o alguna cosa parecida.

—¿En los sótanos? —repitió Lobo—. ¿Os referís en las mazmorras?

—Oh, no, no. En el ala norte del castillo hay una gran cámara subterránea que los antiguos reyes de Nortia utilizaban como almacén de reliquias. Armas y armaduras, trajes de gala, cetros, tapices… incluso algunas joyas. Esa cámara contenía una parte muy importante de la historia de Nortia —suspiró—, pero llegaron los bárbaros y lo saquearon todo. Vaciaron su contenido en el patio del castillo, se repartieron los objetos a los que encontraron algún valor y el resto lo quemaron en la hoguera.

Lobo se estremeció de rabia, pero no dijo nada. La marquesa prosiguió:

—Y todo para llenar la cámara real con sus apestosos barriles de licor.

—No es licor… —empezó Viana, pero Lobo la hizo callar con un gesto.

—Conozco esa cámara —dijo—. Entré en ella en una ocasión con el rey Radis, cuando era príncipe. Quiso enseñarme el manto que luciría en la coronación. En teoría, solo los reyes de Nortia tienen la llave de la cámara secreta, pero Radis conocía otra manera de entrar… a través de estos mismos pasadizos —hizo una pausa—. Creo que valdría la pena hacer una visita a los sótanos del castillo antes de salir.

—¿Vos también sois aficionado a la bebida, conde Urtec? —le recriminó la marquesa con disgusto—. ¡Jamás lo habría imaginado!

Lobo trató de ponerse en marcha de nuevo, pero Viana le tiró de la manga.

—Espera. ¿Qué pasa con Uri?

—Ahora no podemos ocupékarnos de él, Viana —fue la respuesta—. Lo siento.

Ella no dijo nada. Suspiró y siguió a Lobo y alas dos damas a través del pasadizo, fingiendo estar conforme con su decisión. Pero fue quedándose atrás poco a poco, deliberadamente, hasta que se detuvo por completo.

Ni Lobo ni la marquesa se percataron de este hecho. La joven reina Analisa, sin embargo, se volvió un momento y miró a Viana con expresión interrogante. Ella se puso un dedo sobre los labios, indicando silencio. Analisa asintió, con los ojos brillantes de emoción, y siguió a Lobo y a su madre por el túnel secreto, sin volver a preocuparse por el hecho de que Viana no los acompañara. La joven entendió que no la delataría.

Volvió, pues, sobre sus pasos, decidida a rescatar a Uri como fuera. Contaba, además, con la ventaja de que iba disfrazada de criada, por lo que le resultaría más fácil pasar desapercibida. De nuevo salió por el hueco de la chimenea y se deslizó por los pasillo del castillo.

En esta ocasión, sin embargo, no disponía de indicaciones que la ayudaran a llegar hasta su destino. Conocía el gran salón donde los bárbaros estaban celebrando su inminente conquista de los reinos del sur: era el mismo lugar donde, año tras año, los reyes de Nortia habían reunido a sus nobles para contemplar el solsticio de invierno. Pero nunca, ni siquiera cuando había acudido allí como la heredera de Rocagrís, se le había permitido visitar las dependencias reales. De modo que recorrió las estancias del castillo, al azar, agudizando el oído por si captaba los sonoros cánticos de los bárbaros. Descendió por fin por una amplia escalera que la condujo hasta el piso inferior, que conocía bastante mejor. Respiró hondo y se dirigió a la cocina.

Dado que el banquete estaba tocando a su fin, no reinaba demasiada agitación. Toda la comida se había servido ya, y hacía rato que las puertas del gran salón se habían cerrado a cal y canto. Las criadas recogían la cocina y fregaban los pucheros, comentando entre ellas los pormenores de la jornada. Viana se quedó en la entrada, a sus espaldas, y paseó la mirada por la estancia. Descubrió una pesada jarra de vino sobre una de las mesas y se la llevó sin hacer ruido.

Así pertrechasa, se encaminó al salón, esperando que la confundieran con una sirvienta y la dejaran pasar. Sabía que no permitirían entrar a nadie, y que los criados que habían estado presentes durante la cena habían sido asesinados por Harak para que no revelaran a nadie lo que habían visto allí. Pero Viana tenía que intentarlo. No se le ocurría nada mejor.

Dobló una esquina y casi tropezó con un caballero. Viana murmuró una disculpa mientras sostenía mejor la jarra para que no salpicara, y bajó la cabeza rápidamente; había estado a punto de mirar al noble a los ojos, cuando se suponía que era una sirvienta. Iba a proseguir su camino cuando él la sujetó por el brazo.

—¡Espera!

—Mi señor, dejadme ir… —empezó Viana con el corazón desbocado.

—¿Viana? —dijo él.

Ella alzó la cabeza por fin y casi dejó caer la jarra de la sorpresa.

—¡Robian!

Era él, sin duda. No había pasado tanto tiempo desde su último encuentro en la cabaña del bosque, pero, aún así, a Viana le pareció un poco más cansado.

—¿Qué haces aquí? —preguntaron los dos a la vez.

—¡Baja la voz! —añadió Viana enseguida—. ¿Quieres que me descubran?

—¿Qué es lo que pretendes entrando en el castillo vestida de esta guisa? —quiso saber Robian—. ¿Acaso vas a servir a Harak una copa de vino envenenado?

Viana contempló la jarra que sostenía en sus manos y lamentó que no se le hubiese ocurrido esa posibilidad.

—He de entrar en el salón —dijo solamente.

—Nadie entra en el salón, Viana. Solo los jefes bárbaros pueden estar presentes. A los caballeros del rey nos han encomendado la tarea de montar guardia.

Viana alzó la cabeza para mirarlo a los ojos.

—¿Me delatarás?

Seguramente Robian no había olvidado que ella lo había dejado en ridículo ante su criado, pero Viana esperaba que tampoco hubiera desaparecido de su memoria el tiempo que habían pasado juntos. O la forma en la que él la había traicionado, entregándola a los bárbaros.

Sí, aún le quedaban cuentas que saldar, se dijo con amargura.

—¿Se trata de algún descabellado plan de los rebeldes? —adivinó él, sin responder a la pregunta.

—Quizá —dijo ella; se le ocurrió una idea loca—. Únete a nosotros, Robian. Aún no es demasiado tarde. Únerte a los rebeldes y lucha por la libertad de Nortia.

El joven suspiró con pesar.

—¿Crees que no lo he pensado una y mil veces? Pero debo velar por mi familia. Si Harak se enterase de mi traición…

Viana no dijo nada. Reaccionó con disgusto y le dio la espalda, dispuesta a marcharse. Pero la voz del joven duque la detuvo en medio del pasillo:

—He de entregarte a Harak. Lo sabes, ¿verdad?

Viana se volvió hacia él, con el corazón latiéndole con fuerza.

—Conservo a mi familia, mi título y parte de mis tierras —prosiguió Robian—, pero nadie me respeta. Los nortianos me consideran un traidor, y los bárbaros, poco más que un bufón. ¿Crees que no sé lo que dicen de mí? El poderoso duque burlado por una chica rebelde —dijo con amargura—. Mi estancia en Torrespino no es un honor, sino un destierro. Ya no puedo regresar a Castelmar. No, al menos, hasta que haya acabado contigo.

Ella retrocedió un par de pasos.

—La rebelión no tiene ninguna posibilidad, Viana. Todo aquel que pruebe su lealtad al rey Harak tendrá un futuro brillante en la nueva Nortia. A todos los demás: a Lobo, y a ti, y al resto de rebeldes… no os espera otra cosa que la muerte. Y yo no sé en qué bando debo estar. No solo por mí, sino también por mi familia.

Ambos cruzaron una larga mirada. Viana fue más consciente que nunca del abismo que los separaba.

—Podría recuperarlo todo —dijo Robian—, y asegurar mi nombre y mi posición en la corte de Harak… si te entregase a él.

Viana tragó saliva. Sus ojos buscaban una salida, pero no la encontraron. Robian bloqueaba uno de los extremos del pasillo, y el otro conducía a un salón lleno de bárbaros.

—Pero no lo haré —concluyó finalmente—. Ve, sigue tu camino, vayas a donde vayas. Yo no te he visto. Y tú a mí tampoco —añadió tras una pausa.

Viana se sintió inundada por una oleada de alivio.

—Gracias, Robian —murmuró.

Pero él no respondió. Le dio la espalda y se alejó, pasillo abajo, con el paso cansado de un anciano.

Viana reanudó la marcha, con el corazón lleno de pena por todo lo que había perdido. Si los bárbaros no hubiesen invadido Nortia… , pensó por enésima vez. Se compadeció de Robian por la difícil decisión que se había visto obligado a tomar entonces; sus consecuencias lo perseguirían el resto de su vida.

Para Viana, sin embargo, el joven duque de Castelmar formaba parte del pasado. Ahora debía pensar en Uri, y luchar por él para que ambos pudiesen disfrutar de un futuro juntos.

Por fin llegó ante las puertas del salón del trono. Ante él había dos hombres montando guardia; comprobó con alivio que no eran caballeros de Nortia, que podría haberla reconocido fácilmente, sino guerreros bárbaros. Trató de aparentar seguridad cuando se encaminó hacia ellos con la jarra entre las manos.

—¿Qué quieres, mujer? —la interpeló uno de los guardias. Viana alzó al jarra.

—Traigo vino para su majestad —respondió.

Los dos bárbaros rieron.

—Estúpida mujer. Harak no bebe vino. El vino es para débiles notianos.

Viana pensó con rapidez. Había olvidado aquel detalle: los bárbaros preferían la cerveza y licores fuertes.

—Este es un vino especial —respondió alzando la jarra ante ellos—. Una bebida exquisita solo destinada a los paladares de los reyes de Nortia. Se lo envía la reina con sus mejores deseos.

Los dos hombres miraron a Viana como si fuera un piojo.

—Harak no bebe vino —repitió uno de ellos. Viana lo habría estrangulado.

—Este es el vino de los reyes —insistió—. Le gustará.

Los bárbaros cruzaron una mirada y se encogieron de hombros.

—Habrá que probarlo —dijo uno, y alargó la mano hacia la jarra que sostenía Viana. Ella dio un paso atrás para ponerla fuera de su alcance, lo que enfureció al bárbaro.

—Estúpida mujer —masculló.

Pero en aquel momento llegó un soldado corriendo.

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