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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil

Dos velas para el diablo (11 page)

BOOK: Dos velas para el diablo
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Yo soy un poco diferente en ese aspecto, supongo. Porque soy la hija de un ángel y sé un montón de cosas acerca de unos y otros. Lo bastante como para que un demonio se digne trabar conversación conmigo, como imagino que ha sido el caso de Angelo.

Otro problema de las fuentes demoníacas es que no pueden ser fiables en cuanto al rango y el nombre de los señores del averno, por dos razones:

1) Son criaturas increíblemente antiguas, y cada una de ellas ha sido conocida por multitud de nombres diferentes en multitud de culturas diferentes. Además de que —al menos en tiempos pasados— solían cambiar también de aspecto a menudo.

2) Porque realmente no existe una jerarquía demoníaca definida.

En el caso de los ángeles, sí existe. Ellos siempre han estado muy orgullosos de su gran organización, y se la han comunicado a varios humanos a lo largo de la historia. Aunque actualmente, todo sea dicho, la jerarquía angélica ya no es lo que era. Antes había varios estratos, desde los grandiosos serafines hasta los ángeles más comunes. Se suponía que formaban una larga cadena que iba desde el mundo de los humanos hasta el mismísimo trono de Dios, por donde pululaban los ángeles más poderosos. Pero, en algún momento, esa cadena se rompió, nadie sabe cómo ni por qué, y ahora los ángeles que se quedaron en la Tierra están incomunicados con el cielo, si es que el cielo existe todavía, o existió alguna vez. Ya nada se sabe ni de serafines, ni de querubines, ni de tronos, dominaciones, potestades o virtudes. No tenemos ninguna noticia de ellos; ni siquiera sabemos si existen aún. En la Tierra solo quedaron los ángeles que se dedicaban, bien a comunicarse con la humanidad, bien a luchar activamente contra los demonios. De modo que olvidaos de todas las clasificaciones angélicas que hayáis podido leer en cualquier manual de angelología, empezando por la obra de Dionisio el Aeropagita (que, por cierto, no la escribió él, sino un individuo anónimo que era un buen amigo del arcángel Rafael) y terminando en cualquier libro
new age
sobre el poder de los ángeles. En la actualidad, solo existen dos tipos: los ángeles y los arcángeles. De estos últimos solo había siete, y ahora probablemente queden menos.

Así que la jerarquía de los ángeles siempre ha sido algo claro y sencillo, y ahora, todavía más. Pero los demonios, directamente, no tienen jerarquía.

Recuerdo el día en que cayó en mis manos una edición moderna del
Libro de San Cipriano
, conocido también como
Tratado completo de la verdadera magia
y escrito por un oscuro monje alemán, llamado Jonás Sulfurino, allá por el año 1000 (es lo que tienen los tiempos modernos y el auge de lo que llaman nueva espiritualidad; cualquier grimorio antiguo, por raro que sea, ha sido editado por alguna pequeña editorial
new age
y puede encontrarse en cualquier librería de temas ocultistas). Bueno, pues eché un vistazo a la obra de Sulfurino en una librería de esas y casi me meo de la risa, porque pretendía hacer una jerarquía demoníaca. ¡Ja! Eso es como intentar cuadricular el agua del océano. La única jerarquía demoníaca consiste en que Lucifer es el rey y señor, y todos los demás están por debajo de él. Y por debajo de él hay una escalera donde los demonios no se limitan a quedarse en su peldaño, sino que se abren paso a codazos y empujones, y están siempre subiendo a un escalón superior o siendo arrojados a uno inferior, o directamente al vacío.

Para ser justos, parte de la información del
Libro de San Cipriano
es bastante fidedigna. El autor, en efecto, llegó a hablar con un demonio, que le reveló algunos nombres interesantes, pero probablemente la jerarquía de la que le habló (en la cual había rangos como «primer ministro del reino infernal», «teniente general de las huestes demoníacas» y cosas parecidas) parece más bien una burla a la organización de un ejército humano que una estructura demoníaca real. Yo me inclino a pensar que, salvo en la capa superior de la clasificación, donde Sulfurino sitúa a Lucifer y a otros demonios poderosísimos, como Astaroth o Belcebú, el resto de los niveles no son muy fieles a la realidad. Así que, si leéis en el
Libro de San Cipriano
o en alguno de sus imitadores que Anagatón es un esbirro de Nebiros, probablemente fuera al revés… en el año 1000, claro. Hoy día puede que Nebiros trabaje para Belial y que Anagatón sea el número dos del infierno. Con los demonios, nunca se sabe.

¿Y por qué os cuento todo este rollo? Pues porque me estoy devanando los sesos tratando de averiguar cómo de poderosos son Nergal y Agliareth. Y aunque resulte imposible para una miserable mortal como yo llegar a desentrañar los misterios de la sociedad demoníaca, por lo menos me gustaría saber qué clase de criaturas son exactamente.

La vida tiene extrañas ironías. Pese a lo mucho que me reí leyendo el
Libro de San Cipriano
, ahora lamento no haberlo comprado en aquel momento. Tampoco me vendría mal un ejemplar del
Diccionario infernal
de Collin de Plancy, o del
De Praestigiis Daemonum
de Weyer, obras que también he consultado, en librerías y bibliotecas varias, pero que no tengo. Qué queréis que os diga: me parecía de mal gusto comprar libros sobre demonios viajando con un ángel.

Introduzco Agliareth en el Google y compruebo, sorprendida, que apenas hay entradas serias. Quiero decir, páginas donde realmente se hable de Agliareth, aunque sea desde una perspectiva mitológica. Por extraño que parezca, casi todo son referencias de foros de discusión donde algún listillo usa ese nombre como
nickname
. Ah, y páginas de música
metal
. Montones de ellas.

Descubro que también se le cita en la Wikipedia. Agliareth, gran general del infierno, comandante de la segunda legión, tiene como subordinados a Buer, Gusoyn y Botis… Ja, ja, ja… adivinad quién ha estado leyendo a Jonás Sulfurino…

Ciertamente, la broma ha prosperado mucho en estos mil años. Parece que la clasificación del
Libro de San Cipriano
no solo es de dominio público, sino que encima se usa a diestro y siniestro. De hecho, acabo de encontrar los nombres de los seis grandes generales del infierno en personajes de un cómic manga.

Pero aquí hay algo interesante: «Posee el poder de descubrir todos los secretos».

Luego o bien Angelo decía la verdad, o bien es lo bastante guasón como para seguirle la corriente al demonio que se le apareció a Sulfurino hace ya más de mil años. Tiene pinta de ser lo primero. Dudo que Agliareth sea general de nada, pero sí parece que es poderoso y que maneja mucha información.

Paso al siguiente individuo de mi lista: Nergal.

Esto ya es más interesante: parece que al demonio Nergal se le confunde con una deidad sumeria que comparte con la diosa Ereshkigal el gobierno del inframundo. Me pregunto si serán la misma persona o si el Nergal sumerio no es más que una leyenda. Y es una duda razonable, porque muchos dioses antiguos fueron en realidad demonios que se hicieron adorar como tales por los humanos.

Sacudo la cabeza. Ya está bien de comerme la bola. Casi con toda seguridad, el Nergal sumerio y el Nergal actual sean dos seres diferentes. Puede que se trate de un mito solamente. O que fuesen dos demonios distintos con nombres parecidos. En cualquier caso, también he encontrado más detalles sobre el Nergal estrictamente demoníaco. Por supuesto, aparece en el
Libro de San Cipriano
y, por lo visto, en el
Diccionario infernal
de Collin de Plancy, y se dice de él que se le da muy bien descubrir secretos. Los autores que se empeñan en clasificar a los demonios dicen que este es uno de segunda categoría, pero vete tú a saber.

Me aparto del ordenador con un suspiro resignado. Tengo la cabeza hecha un bombo, y lo peor es que no estoy segura de haber sacado nada en limpio. Por lo que parece, ambos demonios están relacionados con los secretos y la información, así que sí es posible que, como dijo Angelo, el infierno tenga su propia red de espías.

—No vas a encontrar ahí nada interesante —dice de pronto una voz detrás de mí, sobresaltándome.

Me vuelvo con rapidez. Ahí está Angelo, con los ojos clavados en la pantalla del ordenador y una mueca burlona.

—¿Cómo me has encontrado? —es lo primero que se me ocurre decir.

Se encoge de hombros, con ese gesto suyo que parece querer decir: «Soy un demonio, ¿recuerdas?», y señala el artículo de la Wikipedia.

—No hacen más que repetir información de un puñado de libros antiguos —observa—. Puede que en alguno de ellos haya algo de verdad, pero no dejan de ser libros antiguos. Hace siglos que no se escribe nada realmente nuevo sobre nosotros.

—Será porque no compartís esa información.

Angelo sonríe, pero no responde a mi observación.

—Apuesto lo que quieras a que no has visto ahí nada que te pueda dar una pista sobre cómo encontrar a Nergal.

Consulto mis apuntes, aunque sé que tengo la partida perdida de antemano.

—Según algunas fuentes, Agliareth domina en Europa y Asia Menor —es todo lo que puedo decirle.

Angelo se carcajea de mí. Con un suspiro resignado, rompo la hoja, sospechando que lo que acabo de decir es una soberana estupidez.

—Olvídate de Agliareth, sabe guardar bien sus secretos —sonríe—. Tenemos que encontrar a Nergal, y da la casualidad de que yo sé dónde buscarlo.

—¿Ah, sí?

Angelo asiente.

—Está en Berlín —responde solamente.

Asimilo la información. Primero se me cae el mundo encima. Pero, considerándolo con calma, lo cierto es que podría ser peor. Podría estar en Japón o en la Patagonia.

—Está en Berlín —repite Angelo—, así que vamos a ir para allá. —Y antes de que le pregunte cómo, organiza el plan con nula consideración hacia mí y mis circunstancias—. Quedamos dentro de dos días, al atardecer, en la Siegessáule.

—¿La que?

—La Columna de la Victoria, en el Tiergarten. Es uno de los monumentos más conocidos de Berlín, así que no puedes equivocarte.

—¡Espera! —lo llamo cuando está a punto de marcharse—. ¿Y cómo pretendes que llegue a Berlín desde aquí? ¿Saco las alas y voy volando?

—Mira, te estoy echando un cable, pero no soy tu niñera, ¿de acuerdo? Voy a ir a Berlín y voy a buscar a Nergal y, si quieres, puedes venir o puedes quedarte, tú decides.

Me quedo mirándole.

—Sabes que estoy haciendo un esfuerzo, ¿verdad? —le digo—. Escucharte va en contra de todos mis principios y, sin embargo, me estoy esforzando mucho por confiar en ti. ¿Sabes lo que dicen en Eslovaquia?
Haz caso al demonio y te recompensará con el infierno.

Se ríe. No parece muy impresionado.

—Pues en Bulgaria dicen:
Si pones una vela para Dios, pon dos para el diablo
—replica—. Así que, tú misma.

Se incorpora para marcharse.

—Yo estaré dentro de dos días en la Siegessáule del Tiergarten de Berlín. Sí estás allí, bien, y si no, tú te lo pierdes.
Auf wiedersehen
.

—¡Espera un momento! —lo detengo—. Dame al menos más tiempo. No puedo llegar a Alemania en dos días. Con tan poca anticipación, será imposible encontrar un vuelo barato, así que tendré que ir en autobús… y eso lleva tiempo, ¿sabes?

Lo medita un instante y, después, sentencia:

—Una semana.

—Una semana —capitulo volviéndome de nuevo hacia el ordenador, con un suspiro de resignación.

No obtengo respuesta, y sé por qué. Ya se ha marchado, como una sombra, sin hacer el menor ruido.

Suspiro otra vez y cierro todas las páginas sobre demonología. A partir de ahora, me centro en ir a la caza y captura de un medio barato para llegar a Berlín desde aquí. Y a ver si, de paso, me agencio un mapa de la ciudad y localizo la columna esa.

Qué poco me ha durado la estabilidad de mi hostalillo cutre.

Capítulo VI

E
STOY
hecha polvo, pero por fin he llegado a mi destino.

No veáis lo que me ha costado. Primero me pasé varias horas en un locutorio, llamando a varias compañías aéreas
low-cost
, cuyos precios, por cierto, solo eran
low
si estaba dispuesta a viajar el mes que viene. Después, encontré una compañía de autobuses que tenía varias líneas hacia Francia y Alemania, pero, misteriosamente, lo más lejos que podían llevarme era a Frankfurt. Y tampoco es que el billete estuviese tirado de precio. Así que volví a pelearme con los operadores de las
low-cost
y estuve a punto de comprar un billete para Berlín en un vuelo que salía seis días después. Pero para pagarlo por internet hacía falta tarjeta de crédito y, claro, la tarjeta que tengo no es mía, está a nombre de Jotapé. Además, no me gustan los aeropuertos. Demasiado control para mi gusto.

Finalmente, me fui en metro hasta la estación de autobuses de donde salía la línea Madrid-Frankfurt, compré el billete en la ventanilla y lo pagué al contado. Y me dolió, no creáis. No solo porque era mucho más dinero del que estoy acostumbrada a ver, sino, sobre todo, porque no era mío.

Llamé inmediatamente a Juan Pedro para disculparme.

—¿Cat? ¿Qué pasa? —preguntó él enseguida; debió de notar por mi voz que estaba preocupada.

—He sacado mucho dinero de tu cuenta —le confesé—. Más de cien euros.

Se quedó callado un momento y pensé que se había enfadado.

—Es para ir a Berlín —le expliqué atropelladamente—. Mi amigo está seguro de que allí averiguaremos más cosas acerca de la muerte de mi padre. Conoce a alguien que podría saber quién me persigue y por qué. Así que voy a coger un autobús y…

—Cat —me interrumpió él—. ¿Seguro que estás bien? Ese amigo tuyo, ¿puede cuidar de ti?

¿Cuidar de mí, Angelo? Por poco me dio un ataque de risa, pero me contuve para no preocuparlo más. Entonces me acordé de cómo me había defendido de aquel demonio que se hacía llamar Rüdiger, y respondí:

—Sí, creo que sí.

Debí de sonarle sincera, porque se quedó algo más tranquilo.

—No te preocupes por el dinero, Cat. Pero, por favor, sé prudente.

Lo de «No te preocupes por el dinero» es relativo. Sé lo que hay en la cuenta de Jotapé, y tengo muy claro que no puedo sacar euros de ahí como quien saca agua del mar.

—A propósito —añadió—, todavía no se sabe nada sobre Aniela Marchewka.

—¿Quién?

—La niña polaca que raptaron en la estación de servicio cuando mataron a tu padre.

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