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Authors: Christian Jacq

Tags: #Histórico, Intriga

El árbol de vida (31 page)

BOOK: El árbol de vida
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El candidato a la función suprema creyó haberlo entendido mal. Sesostris no pedía su opinión a los miembros de la cofradía, no nombraba a nadie… ¡Aquello era una verdadera pesadilla!

—Pretendo mantenerme vinculado de modo permanente a Abydos —añadió el rey—. El Calvo será mi representante, regirá vuestra comunidad en mi ausencia, pero no tomará iniciativa alguna sin mi acuerdo explícito. Recibirá regularmente mis instrucciones y me tendrá al corriente del más mínimo acontecimiento. A la primera falla, por venial que sea, el culpable será excluido de la cofradía. Estamos en guerra y el enemigo es mucho más temible que miles de soldados. El error, el descuido o cualquier otra forma de desfallecimiento serán considerados traición y sancionados como tal. Ahora, celebremos un banquete en honor de nuestro Hermano que la hermosa diosa de Occidente acaba de acoger en su seno.

Pese a que tenía el estómago encogido comió los alimentos consagrados y puso buena cara. Nadie debía percibir su rencor contra Sesostris, contra Abydos e incluso contra los demás sacerdotes y sacerdotisas, que ni siquiera habían tomado la palabra para alabar sus méritos.

La venganza no le bastaría, también tenía que alcanzar su objetivo. Para lograrlo era imperativo hacerse rico. Por consiguiente, necesitaría comprar conciencias e imponer se como el personaje central de la ciudad santa; debería tejer su tela en las tinieblas. Pero ¿cómo hacer fortuna sin desenmascararse?

La dificultad resultaba insuperable.

—Pareces deprimido —observó una de las sacerdotisas.

—¿Y quién no lo estaría? Perder un superior de esa calidad es una dura prueba.

—La superaremos juntos. Y necesitaremos de tu sabiduría y de tu experiencia.

—Podéis contar conmigo.

48

Soy Gergu, el inspector principal de los graneros, me envía el gran tesorero Senankh. Muéstrame tus instalaciones.

El responsable de los graneros de la aldea de la Colina florecida estaba muy sorprendido ante la visita de tan considerable personaje.

—Estamos en pleno trabajo y…

—U obedeces de inmediato o haré que intervenga la policía.

—¡Venid, os lo ruego!

Con Senankh, Gergu había inspeccionado ya los graneros de varias grandes ciudades. Sabía mantenerse en su lugar, era discreto y respetuoso, observaba al pie de la letra las consignas dadas por su patrón, que lo consideraba un perfecto funcionario.

En cuanto Senankh era retenido en palacio, Gergu aprovechaba la ocasión para exagerar su celo, interesándose por las pequeñas explotaciones. Allí, sobrepasaba el ejercicio de sus funciones aprovechando las prerrogativas de su cargo.

El responsable lo llevó hasta el patio de los graneros de la aldea, rodeados por una muralla.

—El muro no es lo bastante alto —observó Gergu—. Los ladrones lo superarían fácilmente.

—Aquí nos conocemos todos y no hay ningún ladrón.

Empujó la puerta que daba al patio.

—¿No hay cerrojo?

—No es necesario.

—Las reservas de grano deben estar seguras. Y eso no ocurre aquí.

—Os aseguro que…

—El reglamento es el reglamento.

Turbado, el responsable entró en el patio de donde salía una escalera que ascendía hasta una terraza en la quise encontraban las aberturas de tres cofres para grano instalados en la pared del fondo. Casi a nivel del suelo había unas trampas verticales que servían para recoger los cereales.

—La escalera no es reglamentaria —aseguró Gergu—. Número de peldaños insuficiente, trabajo de mala calidad.

—¡Ignoraba este reglamento!

—Ahora lo conoces.

Gergu abrió una trampa.

—La madera está gastada. Esta pieza hubiera debido ser sustituida hace ya mucho tiempo.

—¡Funciona perfectamente, os lo aseguro!

—Los nombres de los propietarios de los campos deberían estar grabados en el muro.

—¡Miradlos allí!

—Están casi borrados. ¿No se tratará de un intento de fraude fiscal?

—¡Claro que no, inspector! Los agentes de la administración conocen perfectamente a estos propietarios, y nadie ha tenido nunca problemas.

Gergu subió la escalera con precaución, como si fuera peligrosa.

—Esa terraza es demasiado estrecha. Los riesgos de accidente laboral son considerables. Te ocupas poco de la salud de los trabajadores agrícolas.

Gergu miró al interior de un granero.

—Sería necesario un buen arreglo. El estado sanitario del conjunto me parece deplorable.

—Fumigué y volví a pintar antes de llenarlo, e…

—Tu caso es especialmente grave. Nunca había encontrado tantas infracciones en un mismo lugar. A mi entender se impone un arresto inmediato.

El hombre palideció.

—No comprendo, inspector, yo.

—Hay una alternativa. Si aceptas pagar de inmediato una fuerte multa, tal vez pueda evitarte la prisión.

—¿Tan fuerte es?

—Sin duda, no es la mejor solución, pues de todos modos tendría que hacer un informe a mi superior. Posiblemente haya otra posibilidad, pero apenas me atrevo a pensar en ello.

—Decid, de todos modos.

—Reduciré la multa a la mitad y no redactaré el informe, siempre que me entregues lo que exijo y mantengas quieta tu lengua.

El período de reflexión fue breve.

—De acuerdo… si el asunto queda cerrado.

—Lo está. Pero si te fueras de la lengua sería mi palabra contra la tuya. Te acusaría de intento de corrupción, irías a la cárcel y lo perderías todo.

—Callaré.

—Eres un hombre inteligente. Gracias a mí sales bien librado.

Gergu nunca le agradecería bastante a su protector, Medes, que le hubiera procurado aquel puesto. Cada control de graneros de modestas dimensiones le permitía enriquecerse sin temer la menor denuncia de los responsables, a quienes extorsionaba. Además, se mostraba cumplidor, ya que redactaba detallados informes para su superior.

Ante Senankh, Gergu se mostraba como el virtuoso tan consagrado al interés general que apenas tenía tiempo para ocuparse de sí mismo.

—Volvemos a salir en una misión —le anunció el gran tesorero.

—¿Hacia qué región?

—Abydos.

—¡Es un lugar prohibido para los profanos!

—Orden del faraón.

—¿Acaso su majestad sospecha que hay malversación?

—Debemos inspeccionar todos los parajes importante, sin el menor prejuicio, tanto éste como todos los demás Que tu equipaje esté listo mañana por la mañana. Gergu se hacía preguntas. ¿No disponía el faraón del inventario detallado de las riquezas de cada templo? Pensándolo bien, era poco probable. Varias provincias seguían siendo independientes, pues Sesostris sólo controlaba realmente el Delta, la región de Menfis y el norte del Alto Egipto. Al ordenar aquellos viajes de inspección querría, pues, asegurarse de la verdadera cantidad de bienes que utilizaría para asentar su poder.

Porque, ¿cómo dudar del objetivo real de Sesostris? ¡Atacar las provincias rebeldes, suprimir a sus jefes y reinar sobre el país entero!

Permaneciendo a la sombra de Senankh, Gergu recopilaría el máximo de informaciones útiles, tanto para Medes como para su propia carrera. Y si las intenciones de Sesostris eran diferentes de las que imaginaba, lo sabría.

Aunque Senankh hubiera pronunciado su nombre y enunciado sus títulos, el oficial encargado de vigilar el embarcadero lo registró a fondo, al igual que a Gergu. Las medidas de seguridad eran tan estrictas que incluso los más altos dignatarios debían someterse a ellas.

—Unos guardias os acompañarán. Nunca deberéis moveros solos. En caso de infracción, los arqueros tienen órdenes de disparar.

—Debo dirigirme al templo para ver al superior —declaró Senankh—. Mi adjunto, Gergu, hablará con el intendente de la ciudad del faraón Sesostris.

—Haré que lo avisen. Esperad aquí.

Senankh y Gergu se sentaron en el taburete, a la sombra de un sicomoro. Un soldado les llevó agua.

—El lugar no es muy acogedor —estimó Gergu—. ¡Los tesoros y los secretos de Abydos están realmente bien protegidos! ¿En qué trabajan estos sacerdotes?

—Estudian el cielo, la medicina, la magia y todas las ciencias que el dios Tot ha revelado. Su principal deber, al menos por lo que se refiere al vértice de la jerarquía, consiste en celebrar los misterios de Osiris. Si el ritual no se llevara a cabo correctamente, reinaría el desorden.

—¿No os parecen extraños este despliegue de fuerzas y esta vigilancia tan estrecha?

—Abydos es el lugar más sagrado de Egipto, Gergu. Bien merece algunas consideraciones.

—¿No es suficiente la divinidad para defenderse a sí misma? Y, además, ¿quién osaría profanar el dominio de Osiris?

—¿Acaso no son los humanos capaces de lo peor?

—En cualquier caso, yo me alegro de ver el templo.

—Desengáñate, sólo tendrás acceso a los edificios administrativos. Limítate a preguntar si las reservas de alimento son satisfactorias, recoge las quejas y promete que se hará lo necesario en el plazo más breve.

—¿Y vos iréis a ver el templo?

—Mi misión es secreta, Gergu.

El Calvo recibió al gran tesorero Senankh en un anexo del templo de Osiris donde los sacerdotes iban a aliviarse exponiendo las dificultades cotidianas con las que topaban y que había que resolver del mejor modo, para que nada contrariara el buen desarrollo de los ritos.

Senankh no había visto casi nada de Abydos, donde reinaba una atmósfera pesada, casi dolorosa. Y el rostro del Calvo no la haría, precisamente, más alegre.

—El faraón Sesostris me ha confiado una tarea delicada pero indispensable.

—¿Por qué no ha venido en persona?

—Porque asuntos urgentes exigen su presencia en otra parte. Como miembro de la Casa del Rey estoy habilitado para actuar en su nombre.

—¿Tenéis una carta oficial firmada por su mano?

—¿Acaso no confiáis en mí?

—En efecto, no confío.

—He aquí el documento.

El Calvo lo examinó largo rato.

—Es, en efecto, el sello real y la escritura de su majestad. ¿Qué queréis?

—Saber de qué se compone concretamente el secreto del templo.

—Secreto de Estado.

—Soy el representante del Estado y debéis darme, pues, esta información, que transmitiré directamente al rey y sólo a él.

—Que venga en persona a inspeccionar el tesoro. Así no será posible fuga alguna.

—No nos entendemos. He recibido una orden y debo ejecutarla. No tenéis otra opción: tenéis que obedecerme.

—Sólo obedeceré a su majestad.

—Os recuerdo que me envía él.

—Exijo una confirmación.

Senankh cambió de tono.

—¡Me insultáis e insultáis a la Casa del Rey!

—Lo prefiero a la imprudencia. Por muy gran tesorero que seáis, nada tenéis que hacer aquí. Ninguna intriga palaciega debe turbar la paz de este lugar. Sólo el faraón tiene poder para aclarar esta situación. Ahora, perdonadme, no puedo perder tiempo en discusiones vanas.

Al quedarse solo, Senankh sonrió.

Enviándolo a Abydos, Sesostris quería poner a prueba al Calvo. ¿Se comportaría el nuevo superior como un fiel servidor del faraón o el poder lo embriagaría hasta el punto de hacerle creer que podía solucionarlo todo sin recurrir al rey?

La respuesta a aquella pregunta era clara: el Calvo no cedería ante ninguna presión, procediera de donde procediese. Como le había prometido al monarca, sólo éste tomaría las decisiones importantes.

Por fortuna, aquella misión terminaba del mejor modo. Sólo quedaba la de Gergu.

Gergu había sido llevado al edificio administrativo, donde un pequeño número de funcionarios, cuidadosamente elegidos por el propio rey, velaba por el bienestar de los residentes en Uah-sut, la «Paciente en emplazamientos», la ciudad creada por los constructores del templo y de la morada de eternidad de Sesostris.

En aquellos austeros locales donde nadie levantaba la voz, Gergu se sentía incómodo. ¡Qué lejos estaban de la animación de Menfis!

El intendente general no tenía aspecto de bromist.

—¿Qué deseáis?

—Soy el ayudante del gran tesorero Senankh.

—Lo sé.

—Me encargo de los graneros.

—Los de Abydos están muy llenos.

—Mejor así, mejor así… Pero mi misión va más allá.

—Os escucho.

—Bueno, es muy sencillo y algo delicado: debo asegurarme de que en este paraj no le falte de nada a nadie.

—Por lo que se refiere a Uah-sut y a la cofradía de los constructores no hay problema alguno. Si el aprovisionamiento se retrasara, os lo advertiría de inmediato. En cuanto a lo que hace referencia al colegio de los sacerdotes permanentes y temporales no puedo comprometerme. Pediré, pues, a un responsable que hable con vos.

Curiosamente, Gergu comenzaba a disfrutar de la serenidad del lugar. Nunca antes había experimentado tan extrañas sensaciones, como si se distanciara de sí mismo, como si la violencia y la corrupción no fueran la mejor solución en cualquier circunstancia. Gergu se sorprendió soñando en un mundo menos brutal, donde ciertos seres no fueran asesinos, ni ladrones, ni ambiciosos.

Irritado por empantanarse en esos buenos pensamientos se agitó como un perro mojado. Poderosos hechiceros habían debido de vivir allí impregnando el lugar con su ideal lenificante. A partir de entonces, Gergu desconfiaría de Abydos. Sin embargo, no dejaría de interesarse por sus secretos, aun sin grandes esperanzas de desvelarlos.

El sacerdote que entró en la estancia tenía un extraño aspecto. Era francamente feo y más bien glacial.

Al primer golpe de vista, Gergu sintió que aquel rostro afilado carecía de sensibilidad. Pero, al mismo tiempo, y a pesar de lo inverosímil de semejante hipótesis, percibió que tenían algo en común.

—Me han dicho que os llamabais Gergu y que habíais sitio enviado por el Ministerio de Economía para comprobar que no nos faltara de nada.

—No puede resumirse mejor mi misión. Con vuestra ayuda espero llevarla a cabo.

Al descubrir a aquel personaje grosero, visiblemente dado a los placeres de la carne, el sacerdote había sentido deseos de despedirlo secamente y de exigir otro interlocutor.

Pero acababa de establecerse un extraño contacto. Sin duda alguna, aquel Gergu había convertido la corrupción y la bajeza en su regla de vida.

Cuando el sacerdote estaba forjando vengarse de la afrenta que acababan de infligirle, al tiempo que buscaba el medio de enriquecerse, ¿no era aquel encuentro una señal de la providencia?

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