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Authors: Christian Jacq

Tags: #Histórico, Intriga

El árbol de vida (39 page)

BOOK: El árbol de vida
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Puesto que se moría de frío, Djehuty se ciñó los faldones de su manto.

—Si soy culpable, que mi nombre sea destruido, mi familia aniquilada, mi tumba demolida, mi cadáver quemado. Estas palabras se pronuncian en presencia del faraón, el garante de Maat.

La voz de Djehuty temblaba de emoción.

—Sé que no mientes —dijo Sesostris.

—Esta provincia os pertenece, al igual que sus riquezas y su milicia. Salvad Egipto, majestad, salvad a su pueblo, preservad el misterio de la resurrección.

Por la actitud del soberano, Djehuty supo que había depositado en buenas manos su confianza. Si existía un hombre, uno solo, capaz de gestionar el árbol de vida, era él.

Un comensal solicitó tomar la palabra.

—Soy el ritualista que ayudó a un joven escriba mientras se transportaba el coloso, ¡y no fue tarea fácil! Se llama Iker y ha abandonado la provincia. No es razón para olvidar su valor y propongo que bebamos a su salud. Sin él no habríamos conseguido trasladar esa estatua gigantesca hasta el gran templo.

Djehuty asintió y la concurrencia brindó por Iker. Entre la alegría general, aquel brindis fue seguido por muchos otros.

Sesostris había invitado a Djehuty y al general Sepi a su consejo restringido.

—Vuestra presencia no tiene nada de honorífica —precisó el rey—. Aquí decidimos y actuamos. Desde Elefantina he averiguado qué provincias me eran hostiles sin derramar una sola gota de sangre. Ya sólo queda una, y debo sacar de ello una conclusión: Khnum-Hotep, el jefe de la provincia del Oryx, es el criminal que ataca el árbol de vida.

—El oryx es un animal de Set, el asesino de Osiris —recordó Sehotep—. Por lo que sabemos de Khnum-Hotep no retrocederá ante nada para conservar su territorio.

—Pertenece a una antiquísima familia —precisó Djehuty—, y se aferra ferozmente a su independencia. Por principio, está cerrado a cualquier negociación. Además, su milicia es, sin duda, la mejor del país: sigue un entrenamiento intensivo y regular, dispone de un armamento de primera calidad y es absolutamente fiel a su señor, sobre el que nadie ejerce influencia alguna. Debo ser franco: ni siquiera los éxitos que su majestad acaba de obtener lo impresionarán. Sentirse solo contra todos fortalecerá, más bien, su determinación. Y como es un conductor de hombres, los suyos lucharán por él con multiplicada energía.

—En estas condiciones —consideró el general Nesmontu— preconizo un ataque masivo.

—Celebrar la unidad sobre fragmentos de cadáveres egipcios no es la mejor solución —objetó Djehuty.

—Mucho me temo que no exista otra —insistió Nesmontu—. El faraón no puede dejar que Khnum-Hotep se burle y comprometa la solidez del edificio que está construyendo.

Con el corazón en un puño, todos comprendieron que era preciso prepararse para un conflicto cuya violencia dejaría huellas imborrables.

—Como no se trata de un enfrentamiento con un país extranjero —analizó Nesmontu—, no debemos enviar a Khnum-Hotep una declaración de guerra. Desde mi punto de vista es una operación de policía destinada a restablecer el orden sobre el territorio egipcio. Sería, pues, lógico atacar por sorpresa.

Ni el general Sepi ni los demás participantes en el consejo emitieron objeción alguna.

—Que se tomen las necesarias disposiciones —ordenó el soberano—. Durante el banquete se ha citado el nombre de un escriba, Iker. ¿Fue formado aquí?

—Fue, efectivamente, mi alumno —reconoció Sepi—. El mejor de la clase, y con mucho.

—Por eso le di al momento algunas responsabilidades —añadió Djehuty—. Organizó de modo notable el transporte del coloso y hubiera ocupado la dirección de la administración regional en poco tiempo.

—¿Por qué se marchó? —preguntó Sesostris.

Djehuty se levantó.

—Tal vez no sea digno de asistir a este consejo, majestad, pues he cometido contra vos una grave falta.

—Explícate y déjame que te juzgue.

Envejecido, el jefe de provincia se sobrepuso.

—Iker es un muchacho atormentado que no deja de hacerse preguntas a consecuencia de duras pruebas de las que su espíritu no salió indemne. Buscaba a unos marineros, Ojo-de-Tortuga y Cuchillo-afilado, que habían hecho escala en Khemenu. Un episodio borrado de mis archivos, pues su barco reivindicaba el sello real que yo me negaba a reconocer. Para mí, majestad, esos hombres sólo podían pertenecer a vuestra marina, y no le he ocultado a Iker mis pensamientos.

—Por vuestra causa —advirtió Sehotep—, ese escriba considera, pues, un enemigo a su majestad.

—Es cierto.

—¿Y está animado por un deseo de venganza?

—También es cierto. Intenté convencerlo de que olvidara el pasado y permaneciera bajo mi servicio. Pero ¡su determinación era inquebrantable! El muchacho es tan inteligente como valeroso, y podría resultar un extraño adversario, ya que está convencido, por mi culpa, de que el faraón es responsable de sus desgracias.

—¿Qué le sucedió anteriormente?

—Lo ignoro. Sin duda, han atentado contra su vida.

—¿Adonde pensaba ir Iker?

—A Kahun, para encontrar indicios y pruebas que le permitieran lograr que brillara la verdad.

—Se interesa también por el «Círculo de oro» de Abydos —precisó el general Sepi—, y comprobó su eficacia, sin comprender su naturaleza, en un rito de regeneración practicado sobre la persona de Djehuty.

—Este muchacho es probablemente cómplice del criminal que se ensaña con la acacia de Osiris —sugirió Sobek—. ¿Tenía vínculos con Khnum-Hotep?

—Procedía de su provincia, donde había trabajado para él —reveló Djehuty.

58

El escaso equipaje de Iker estaba listo. Tras su violento altercado con Heremsaf esperaba ser despedido de un momento a otro.

No lo sorprendió, pues, ver que aparecía un escriba melenudo, con fama de ser portador de malas noticias. Lo seguirían, después, unos policías que llevarían a Iker fuera de Kahum, con la prohibición de regresar.

—Estoy listo —dijo el Melenudo.

—También yo. ¿Estás solo?

—Hoy sí, porque hay sobrecarga de trabajo en el ayuntamiento. Mañana me echará una mano otro colega.

—Me indultan hasta mañana.

El Melenudo frunció el entrecejo.

—¡Ni siendo diez lograríamos terminar antes de una semana! No han podido imponerte un plazo tan breve, forzosamente se trata de un error. Vista la labor impuesta necesitaremos por lo menos un mes, y sin distraernos.

—¿De qué labor hablas?

—Pues… de la que te han confiado: el inventario del mobiliario destinado a los almacenes y la descripción de cada objeto.

—¿No has venido… a expulsarme?

—¿Expulsarte a ti, Iker? Pero ¿de dónde lo has sacado? ¡Ah, ya veo! Uno de los adjuntos del alcalde te ha gastado una broma pesada. Es preciso reconocer que el entorno del gran patrón te teme un poco; mucho, incluso. Desconfía de esta pandilla, sabe mostrarse terrible. Por fortuna, gozas del apoyo de Heremsaf.

Iker se sintió perdido.

De modo que ni el alcalde ni Heremsaf habían decidido expulsarlo. ¿Qué juego se traían entre manos el uno y el otro o el uno contra el otro?

Incapaz de responder a aquella pregunta, Iker se concentró en la tarea, con la ayuda del Melenudo, poco acostumbrado a un ritmo sostenido. Éste se detenía para beber agua, comer cebolla fresca, secarse la frente o satisfacer alguna necesidad natural. No dejaba de charlar.

Iker escuchaba con poca atención sus historias de familia, de espantosa trivialidad, así como la retahíla de chismes sobre los empleados municipales, a partir de inciertas noticias y de vagos rumores.

Cuando el sol se ponía ya, el Melenudo guardó su material.

—¡Ya está, la jornada ha terminado por fin! Te daré un buen consejo, Iker: trabaja mucho menos, de lo contrario nuestra corporación se te echará encima. Y algunos, y no pequeños precisamente, se sentirán vejados, humillados incluso. Sé más lento y ascenderás de prisa por la jerarquía.

Iker regresó a su casa. Sekari no estaba allí, pero había hecho la limpieza. El joven escriba alimentó a
Viento del Norte
, y luego se dirigió a la cita que había concertado con Bina. Aunque no esperaba nada en concreto, en su actual situación le convenía no rechazar a su única aliada.

No había nadie por aquellos parajes.

Entró sin ruido en la casa abandonada.

—Bina, ¿estás aquí?

—En la habitación del fondo —respondió la voz afrutada de la joven asiática.

Iker caminó sobre restos de yeso. La vislumbró en la oscuridad y se sentó a su lado.

—¿Y tus problemas?

—Divergencia de puntos de vista con mi superior.

—Estoy segura de que es mucho más grave.

—¿Por qué lo crees?

—Porque has cambiado. Tu turbación es tan profunda que el ser más insensible la percibiría. Un simple problema profesional no te habría conmovido hasta ese punto.

—No te equivocas, Bina.

—Tú también eres víctima de una injusticia, ¿no es cierto? En este país, la tiranía no respeta a nadie, ni siquiera a quienes se creen protegidos.

—¡La tiranía! ¿A quién acusas?

—Yo soy sólo una sierva llegada de Asia. Me desprecian, me niegan el acceso a la lectura y a la escritura. Tú eres instruido y ocupas ya un cargo importante, pero ambos somos desgraciados, porque el porvenir está cerrado a causa de ese Sesostris que asfixia al país en su puño. Ese rey es un mal hombre. Respondió a mi pueblo, que solicitaba un poco de libertad y de justicia, enviándole su ejército. Muertos, heridos, mujeres violadas, niños maltratados, pueblos enteros reducidos a la miseria mientras los soldados del faraón se divertían y se embriagaban. Sesostris desprecia a los humanos, sólo conoce la fuerza y la violencia. Según el rumor, libra actualmente una atroz guerra civil contra las provincias que se han atrevido a discutir su omnipotencia. Esta bestia salvaje no vacila en derramar la sangre de los egipcios.

Iker pensó en Khnum-Hotep y en Djehuty, dos jefes de provincia que lo habían ayudado. La guerra civil y la reconquista de todo Egipto por un monarca capaz de cualquier cosa para imponer su supremacía, ¿no era ésa la clave del misterio? Sin embargo, el muchacho no representaba un obstáculo en el camino de Sesostris.

—Si ese rey es tu enemigo, también es el mío —confió a Bina—. Ordenó mi muerte.

—¿Por qué razón?

—Lo ignoro aún, y la descubriré. Quiero las pruebas de su culpabilidad y exigiré justicia.

—¡Sueñas despierto, mi pobre Iker! El único modo de actuar es reunir a los oprimidos y luchar contra ese déspota.

—¿Olvidas su ejército y su policía?

—De ningún modo, pero existen también otros medios de combatirlo distintos al choque frontal.

—¿En qué estás pensando?

—En ti, Iker.

—¡Explícate, Bina!

—Eres un escriba brillante, apreciado por el alcalde de Kahum, la ciudad preferida del tirano. Deja de comportarte como un adolescente rebelde que persigue una quimera. Discúlpate, pasa por el aro y asciende en la jerarquía.

—¡Una hermosa carrera no sustituirá la verdad!

—Ya conoces esa verdad: Sesostris desea tu muerte. Es un destructor y un asesino que pisoteará miles de vidas. Sólo hay una solución: conviértete en un escriba de alto rango para que te presenten a él.

—¿Con qué objeto?

—Matarlo —murmuró Bina.

Escandalizado, Iker imaginó la escena.

—¡Imposible! Estará protegido, no tendré tiempo de actuar.

—Una hazaña de esta magnitud se prepara minuciosamente. No se trata de correr riesgos irreflexivos y de fracasar. Será preciso suprimir las protecciones de las que goza el monstruo para que puedas golpear con seguridad.

—¿Nos imaginas, a ti y a mí, reunidos en esa insensata empresa?

—Tú estás solo, yo tengo aliados.

—¿Cuáles?

—Oprimidos, como nosotros, amantes de la libertad y dispuestos a sacrificar su vida para librarse del tirano y devolver la felicidad al pueblo. No hay destino más hermoso, Iker, y tú serás el instrumento elegido.

Se acercó a él y, luego, sintiendo que era presa de una tormenta interior, no esbozó ni un solo gesto.

—¡Es una locura, Bina!

—Sin duda, pero ¿cómo se comporta la gente razonable? Agacha la cabeza, cierra los ojos, la boca y los oídos, con la esperanza de que sólo sus vecinos se vean afectados. Sesostris lo ha comprendido muy bien: ¡qué fácil es dominar a los cobardes! Si perteneces a esta ralea, Iker, es inútil que volvamos a vernos.

De regreso a su casa, Iker tenía la garganta tan seca que bebió, por lo menos, un litro de agua. Incapaz de recuperar la tranquilidad, empuñó el mango del cuchillo que llevaba el nombre de
El rápido
. Si estuviera provisto de una hoja larga y cortante, sería un arma temible.

Vengarse era legítimo, liberar a Egipto de un implacable opresor se convertía en el más noble de los ideales. Iker olvidaba su propio destino para preocuparse por el de su país y por los infelices que sufrían el yugo de Sesostris.

Si conseguían suprimirlo, se iniciaría una nueva era. Sin embargo, no era su propósito matar a nadie. Al hacerse escriba, el muchacho quería escapar de la violencia y de lo arbitrario. Matar lo horrorizaba.

Abandonar Egipto era la mejor solución.

Al exiliarse, Iker olvidaría los demonios que lo atormentaban. Gracias a sus conocimientos obtendría un empleo de regidor en alguna explotación agrícola y construiría una nueva existencia.

El joven preparó su equipaje para marcharse de madrugada. Cuando estaba metiendo sus pinceles en un estuche se le apareció ella.

Su rostro era tan luminoso como severo. En sus ojos, Iker leyó su mensaje: «No huyas. Permanece en Egipto y lucha para que Maat se cumpla.»

La hermosa sacerdotisa se desvaneció en la vacilante claridad del candil de aceite.

Con los nervios de punta, el escriba fue a acostarse. Antes de tenderse en la cama buscó su talismán para depositarlo sobre su vientre y así poder gozar de un sueño apacible.

No pudo encontrar el marfil mágico.

Iker revolvió su casa de la terraza al sótano sin éxito. Le habían robado el valioso objeto.

Torturado por una última pesadilla, el escriba despertó sobresaltado, sin saber ya dónde estaba. Recuperó poco a poco su espacio e inició una nueva búsqueda, sin más éxito.

Unos ronquidos lo intrigaron.

En el umbral, con las piernas encogidas y los brazos sirviéndole de almohada, Sekari dormía como un tronco.

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