El cantar de los Nibelungos (10 page)

BOOK: El cantar de los Nibelungos
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Durante el viaje realizaron alegres juegos y se tañeron dulces instrumentos. Una brisa ligera impulsaba sus bajeles. Pronto se alejaron de la orilla; las madres de muchas jóvenes lloraron.

Durante el viaje no quiso manifestar su amor al rey

Esta delicia la reservaba para cuando llegaran a Worms, después de los desposorios: llegaron al fin en compañía de los héroes llenos de alegría.

CANTO IX De cómo Sigfrido fiie enviado a Worms

Después de navegar nueve días enteros, dijo Hagen de Troneja:

—Escuchad lo que voy a decir; hemos tardado mucho en enviar noticias a Worms sobre el Rhin; y ya nuestros mensajeros debían estar en Borgoña.

El rey Gunter le respondió:

—Habéis dicho muy bien; pero nadie mejor que tú para cumplir este encargo, amigo Hagen: encamínate a mi reino: ningún caballero dará cuenta de nuestra expedición mejor que tú.

—Te equivocas, querido señor, yo no soy un buen mensajero; deja que siga como camarero y que permanezca en las ondas. Quiero estar al cuidado de las mujeres y de sus trajes, hasta que hayamos llegado a Borgoña.

«Procurad que Sigfrido se encargue de esa misión: su fuerza maravillosa le hará salir bien del empeño. Pero si no quisiera hacer este viaje, rogádselo en nombre de vuestra amada hermana y cumplirá.

El rey mandó buscar al guerrero y cuando lo tuvo en su presencia, le dijo:

—Ya que estamos cerca de nuestro reino, debo enviar un mensaje a mi querida hermana y a mi madre, para advertirles que nos aproximamos al Rhin.

»Os pido señor Sigfrido, que hagáis este viaje y siempre os daré las gracias.

Así habló el buen guerrero. Al principio rehusó el esforzado Sigfrido, hasta que el rey Gunter le rogó, añadiendo:

—Haréis este viaje por mi amor y por el de la hermosa virgen Crimilda, que os dará las gracias, conmigo, la encantadora mujer.

Al escuchar esto, Sigfrido se manifestó dispuesto inmediatamente.

—Mandad lo que queráis, no os negaré nada; sea lo que fuere, lo haré todo en nombre de la hermosa joven. ¿A la que llevo en mi corazón, puedo yo negarle cosa alguna? Todo lo que me mandéis será hecho en nombre de ella.

—Decid a mi madre, la reina Uta, que estamos muy contentos de este viaje: decid a mi hermano de qué manera hemos vencido y dad igual noticia a todos nuestros amigos.

»No ocultaréis nada tampoco a mi hermosa hermana: la saludaréis en nombre de Brunequilda y en el mío, y decid a todos mis servidores y guerreros que he realizado con honor lo que mi corazón deseaba.

»Decid a mi sobrino Ortewein, a quien tanto quiero, que haga disponer sitios convenientes en las orillas del Rhin y que hagan saber a mis demás parientes que quiero celebrar de una manera magnífica mis bodas con Brunequilda.

»Decid a mi hermana que luego que sepa que he llegado a tierra con mis huéspedes, reciba agradablemente a la que tanto amo y siempre se lo agradeceré a Crimilda.

Sigfrido se despidió inmediatamente de Brunequilda y de todo su acompañamiento de una manera agradable y en seguida se encaminó hacia el Rhin. En ninguna parte del mundo se hubiera encontrado mejor mensajero.

Acompañado de veinticuatro guerreros se dirigió hacia Worms: llegó sin el rey, y cuando se supo esto todos su fieles guerreros sintieron gran pesar, temiendo que hubiera encontrado la muerte en aquella expedición.

Desmontaron de sus caballos manifestándose contentos: inmediatamente Geiselher, el joven y buen rey, se aproximó con su hermano Gernot; cuando vio que el rey Gunter no estaba con Sigfrido, dijo con viveza:

—Bienvenido, señor Sigfrido; hacedme saber dónde habéis dejado al rey, mi hermano. Nos lo ha arrebatado la fuerza de Brunequilda según pienso; el amor que pretendía nos ha causado este pesar.

—Abandonad esos cuidados; yo y sus compañeros de armas os ofrecemos su saludo a vos y a codos sus parientes. Lo he dejado sano y libre: él me ha enviado para que fuera su mensajero y trajera estas noticias a su país.

«Necesario es que pronto me hagáis ver a la reina Uta y a su hermana, para que yo les pueda decir lo que me han encargado Gunter y Brunequilda; ambos están buenos.

—Iréis a donde se encuentran —dijo el joven Geiselher—, tú has inspirado amor a mi hermana y ella ha tenido gran cuidado por la suerte de mi hermano; la joven os ama; puedo garantizaros esto.

—En todo lo que yo la pueda servir —contestó el héroe Sigfrido—, lo haré de corazón y con fidelidad. Pero haced que yo vea ¿dónde están las damas?

Geiselher, el hombre agraciado, fue a anunciarlo, y dijo a su madre y a su hermana de esta manera:

—Ha llegado Sigfrido, el héroe del Niderland; mi hermano Gunter lo ha enviado a las orillas del Rhin.

»Él nos trae gratas noticias del rey, permitidle que entre hasta la corte. Él nos dará noticias verdaderas de lo ocurrido en Islandia.

Las nobles mujeres permanecían aún en gran cuidado. Sin detenerse se vistieron sus trajes, y suplicaron a Sigfrido que pasara a la corte. El héroe procuró tranquilizarlas: amaba tiernamente a Crimilda y la noble joven le dijo de esta manera:

—Bienvenido, Sigfrido, caballero digno de alabanza. ¿Dónde queda mi hermano Gunter, el noble y rico rey. Pensaba haberlo perdido por la fuerza de Brunequilda: jAy de mí! ¡pobre joven, para qué habrá venido al mundo!

Así le contestó el fuerte caballero:

—Permitidme que sea el mensajero: lloráis, hermosa joven sin que haya ocurrido desgracia ninguna. Lo he dejado sin peligro alguno; esto es lo que os quería decir: él me ha enviado con estas noticias para vosotras.

»Con el amor más tierno, muy noble señora mía, él y su esposa os ofrecen sus servicios; bien pronto deben llegar.

Hacía muchos días que no había recibido tan buenas noticias. Con un paño tan blanco como la nieve, secó de sus ojos las hermosas lágrimas: después dio las gracias al mensajero por las noticias que había traído. Ellas la consolaban de su grandes tormentos y de sus pasados llantos.

Rogó al mensajero que se sentara: todo estaba dispuesto y la enamorada le dijo:

—Sin pena ninguna os daría por vuestro mensaje todo mi oro. Sois muy rico para aceptarlo, pero siempre os estaré agradecida.

—Aun cuando tuviera treinta reinos—le respondió él—, siempre aceptaría con gustólos dones de vuestra mano.

—Pues bien; sea —dijo la virtuosa, y mandó a su camarera que fuese por el precio del mensaje.

Le dio en recompensa veinte sortijas adornadas con piedras preciosas. Pero el alma del héroe era de tal modo, que no quiso guardar ninguna: en seguida las distribuyó entre las hermosas mujeres que andaban por las cámaras. También le ofreció con bondad sus servicios la madre reconocida.

—Más os diré todavía —añadió el hombre intrépido—; os diré lo que el rey quiere para cuando llegue al Rhin. Si lo hacéis, señora, siempre os quedará agradecido.

»Es su deseo que a los ricos huéspedes los recibáis bien y que salgáis a su encuentro por el camino de Worms.

—Pronta estoy a hacerlo —contestó la hermosa joven—. Nunca me negaré a nada que le pueda agradar y lo haré con el mayor gusto.

Sus mejillas se pusieron más encendidas que el amor que sentía. Hasta entonces ningún mensajero del rey había sido tan bien recibido: de atreverse, lo hubiera besado sin pena ninguna: se alejó de las mujeres de otra manera, pero siempre con amabilidad. Los Borgoñones hicieron lo que él les había dicho.

Sindold y Hunold y el héroe Rumold se tomaron gran trabajo en aquellos momentos. Hicieron preparar los sitios y se portaron muy bien. Muchos fieles al rey trabajaron allí con ellos.

Ortewein y Gere, también de los mejores, enviaron por todas partes para avisar a sus amigos y prevenirlos de que en la corte se iban a celebrar grandes fiestas para los desposorios. Para asistir a ellas se preparaban muchas hermosas mujeres.

Los salones y las paredes fueron adornadas para la llegada de los huéspedes. La habitación del rey Gunter quedó recubierta de roble tallado, obra de artistas extranjeros que habían sido avisados para que fueran a recibir a los que estaban próximos a llegar. De las arcas se sacaban los más hermosos vestidos.

Al saberse la noticia de que se aproximaban los amigos de Brunequilda, la multitud acudió en masas apiñadas. Muchos valientes guerreros de los dos bandos se encontraban allí. La hermosa Crimilda dijo:

—Vosotras, hermosas compañeras mías, que queréis acompañarme a la recepción, buscad en vuestros cofres los trajes más hermosos que tengáis y que lo mismo hagan las demás mujeres.

Llegaron los guerreros y mandaron traer magníficas monturas guarnecidas de oro rojo, en la que debían ir las mujeres para llegar hasta Worms en las orillas del Rhin. Jamás volverán a verse arneses tan k magníficos.

¡De qué manera brillaba el oro sobre las cabalgaduras! Muchas piedras preciosas deslumhraban en las riendas. Para las mujeres se dispusieron doradas sillas, colocadas sobre hermosas gualdrapas. Todas experimentaban grande alegría.

También se trajeron para ellas magníficas cinchas forradas de hermosa seda y en los pretales suntuosas bandas de la mejor seda que pudo encontrarse.

Primero se veían marchar noventa mujeres con el cabello trenzado. A Crimilda acompañaban después las más hermosas llevando trajes magníficos y por último seguían igualmente bien vestidas muchas agraciadas jóvenes.

De entre ellas, cincuenta y cuatro del país de Borgoña, eran las más bellas de la corte. Sus hermosos cabellos iban adornados con valiosas cintas. Gran cuidado habían puesto en todo lo que Gunter mandara.

Para agradar a los guerreros extranjeros llevaban las más ricas telas que podían verse y los vestidos más costosos, combinados admirablemente sus colores. Mal gusto hubiera tenido aquel a quien cualquiera de ellas no agradara.

Se veía también muchos trajes de cebellina y de armiño y más de una mano, más de un brazo, se veía adornado con brazaletes, ceñidos por encima de la seda. Nadie podrá describir perfectamente aquellos preparativos.

Sobre aquellos hermosos trajes sus manos ciñeron un cinturón magnífico, ancho y bien bordado, para contener los bellos pliegues de los astracanes árabes. El momento de los alegres placeres para aquellos jóvenes se aproximaba.

Muchas lindas vírgenes comprimían su talle con graciosos corpiños. Sólo hubieran podido temer que los vivos colores de su rostro no aventajaran el brillo de sus vestidos. Ningún rey de nuestro tiempo podrá reunir tan lucido acompañamiento.

Cuando aquellas hermosas mujeres se vistieron los trajes que debían llevar, se adelantó un grupo de guerreros valerosos armados de escudo y lanza, cuyas astas eran de fresno.

CANTO X De cómo Brunequilda fue recibida en Worms

Al otro lado del Rhin se veía ya al rey acompañado de muchos caballeros. Las riendas de las cabalgaduras en que iban muchas jóvenes, las llevaban en la mano. Los que debían recibirlos estaban dispuestos.

Cuando las barcas en que iban los guerreros de Islandia, los Nibelungos y los hombres de Sigfrido divisaron la orilla, aceleraron la marcha; sus manos eran infatigables; y se dirigieron a donde estaban los amigos del rey.

Escuchad ahora el relato de cómo la reina Uta la rica, condujo a la joven fuera de la ciudad y cabalgó ella misma. Aquel día entablaron relaciones muchos caballeros con hermosas jóvenes.

El margrave Gerc llevaba de la brida el caballo montado por Crimilda, pero sólo lo hizo así hasta las puertas de la ciudad. Desde allí el héroe Sigfrido la sirvió tiernamente; era una hermosa mujer. Más tarde fue recompensado por ella como merecía.

El atrevido Ortewein cabalgaba al lado de la reina Uta, y un gran número de caballeros y de jóvenes los seguían. Nunca, es menester decirlo, se había visto reunido en una recepción tan gran número de mujeres.

En tanto llegaba la barca se hicieron vistosos juegos de armas por famosos guerreros, ¿sería bueno olvidarlo? ante la hermosa Crimilda. Para esto se levantaron de las sillas muchas hermosas mujeres.

El rey había atravesado el río con sus nobles caballeros. ¡Cuántas lanzas volaron en astillas ante las mujeres! Se escuchaba el ruido que hacen muchos escudos chocando violentamente. Sus adornadas puntas resonaban al ser golpeadas.

Cerca de la orilla estaban las mujeres dignas de ser amadas; Gunter con sus huéspedes descendió de la barca dando a Brunequilda la mano. Los vestidos y la pedrería brillaban hasta causar envidia.

Haciendo graciosas cortesías se adelantó Crimilda para recibir a Brunequilda y a su acompañamiento. Con sus manos se las vio separar las trenzas de sus cabellos para darse un beso: se lo dieron afectuosamente. Así dijo en tono amistoso la virgen Crimilda:

—Seáis bienvenida a este país, por mí y mi madre y por todos nuestros fieles y amigos. —Ambas se inclinaron.

Las mujeres se abrazaron repetidas veces. Nunca se había oído hablar de una recepción tan afectuosa como la que hicieron a la desposada, Uta y su hija. Muchas veces se besaron sus dulces labios.

Cuando las damas de Brunequilda saltaron todas en tierra, muchos jóvenes guerreros llevaron de la mano a no pocas vírgenes, ricamente vestidas. Estas nobles jóvenes rodeaban a Brunequilda.

Largo rato pasó antes que las salutaciones estuvieran terminadas; entre tanto, más de una rosada boca besó y fue besada. Las hijas de los reyes estaban una junta a la otra. Muchos famosos guerreros tenían gusto al contemplarlas.

Las seguían con los ojos todos aquellos que habían oído decir que nada había más hermoso que aquellas dos mujeres; no había exageración en esto: nada de la belleza de sus cuerpos era fingido ni engañador.

Los que sabían apreciar a las mujeres y sus amorosos cuerpos, alababan la hermosura de la esposa de Gunter. Pero los más entendidos decían que Crimilda valía más que Brunequilda.

Juntas las unas a las otras se adelantaron mujeres vírgenes; todas ellas iban lujosamente vestidas. Muchos pabellones de seda y gran número de tiendas estaban extendidas por el campo antes de llegar a Worms.

Los parientes del rey caminaban a su alrededor. A Brunequilda y a Crimilda las llevaban por los sitios en que menos las dañara el sol: iban acompañadas por los héroes del país de Borgoña.

Todos los huéspedes habían llegado a caballo; chocaron admirablemente las lanzas contra los escudos. Todo el campo quedó cubierto por una nube de polvo, como si el fuego lo hubiera envuelto: los héroes verdaderos fueron allí conocidos.

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