El cantar de los Nibelungos (13 page)

BOOK: El cantar de los Nibelungos
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»Llevad también mis cumplimientos al rey Sigemundo y decidle que yo y mis parientes le estamos siempre agradecidos; a mi hermana le diréis que no deje de venir a ver a sus amigos; nunca se encontrará mejor fiesta.

Brunequilda y Uta y muchas de las mujeres que allí estaban, enviaron sus saludos a muchas de las hermosas mujeres que estaban en el país de Sigfrido y a muchos hombres valientes. Los mensajeros marcharon a cumplir las órdenes del rey.

Estaban preparados para el viaje y habían recibido caballos y vestidos: salieron del país y manifestaba gran prisa por llegar al término de su destino. El rey había mandado que los acompañara una numerosa escolta.

En tres semanas llegaron al país donde se hallaban los Nibelungos. Encontraron al héroe en la Marca de Noruega. Los caballos y las gentes estaban fatigados del viaje.

Corrieron a decir a Sigfrido y a Crimilda que habían llegado unos guerreros trayendo trajes como los que se usaban en el país de los Borgoñones. Al escuchar esto la reina saltó del lecho en que reposaba.

Mandó a una de sus damas que se asomara a una ventana: ella vio desde allí al fuerte Gere en medio del patio seguido de los compañeros que habían ido con él. Después de tan gran pena ¡cuál sería la alegría de su corazón! y dijo al rey.

—¿Veis a los que han llegado a la corte con el bravo Gere enviados por mi hermano Gunter desde las orillas del Rhin?

—Que sean muy bien venidos —le contestó el fuerte Sigfrido.

Todos los servidores corrieron a donde estaban. Cada uno por su parte dijo a los mensajeros las frases más amistosas que se Ies ocurrieron. Por la llegada de ellos estaba muy alegre el rey Sigemundo.

Dieron alojamientos a Gere y a los que le habían acompañado y cuidaron de sus caballos. Después los mensajeros fueron a donde estaban el señor Sigfrido y Crimilda. Así lo hicieron, porque los invitaron a entrar en el palacio.

El jefe y su esposa los saludaron con la mano. Muy bien recibidos fueron el Borgoñón, sus compañeros de armas y los hombres del rey Gunter. Rogaron al margrave Gere que ocupara un asiento.

—Permitid que demos nuestro mensaje antes de sentarnos; es conveniente que los extranjeros permanezcan de pie a pesar de la fatiga del camino: os diremos lo que nos han encargado Gunter y Brunequilda que se hallan bien.

»Lo mismo sucede a la señora Uta vuestra madre, al joven Geiselher y al señor Gernot y a todos los demás parientes que nos han enviado aquí, y os envían sus saludos desde el país de Borgoña.

—Que Dios se lo recompense —contestó Sigfrido—, tengo gran confianza en su afección y fidelidad como en la de un amigo. Así lo hace también su hermana; ahora haznos saber ¿cómo pasan la vida nuestros queridos parientes?

»Desde que nos hemos venido de allí ¿ha molestado alguien alguna vez a los hermanos de mi mujer? Contéstame a esto. Quiero ayudarle siempre fielmente a rechazar todo ataque, y sus enemigos temblarán ante mis hazañas.

Así le contestó el margrave Gere, el buen caballero.

—Todos están en virtud, gloria y honor. Ellos os invitan para una fiesta en el Rhin; no dudéis que os verán con gran placer.

«Ruegan que vayáis con vuestra esposa, cuando el invierno termine, pues desean veros antes de que llegue el verano.

—Muy difícil es que lo podamos hacer —le contestó el fuerte Sigfrido.

Pero Gere del país de Borgoña le dijo:

—Vuestra madre Uta con Gernot y Geiselher, os ruegan que no rehuséis. Siempre están muy tristes a causa de lo lejos que vivís.

»Brunequilda mi reina y todas sus damas esperan con ansiedad verlos, y en ello tendrán grandísima satisfacción.

Grande alegría causó esta noticia a la hermosa Crimilda. Gere era primo suyo: el jefe lo hizo sentar; sin pérdida de tiempo distribuyeron bebidas a los huéspedes. Sigemundo, que había visto a los mensajeros, se acercó, y el rey dijo así a los de Borgoña.

—Bienvenidos seáis, guerreros, hombres del rey Gunter. Desde que mi hijo Sigfrido tomó a Crimilda por esposa, debíamos haberos visto con más frecuencia por este país para que la amistad reinara entre nosotros.

Ellos contestaron que si así lo quería vendrían con gusto y que la satisfacción haría olvidar el cansancio. Hicieron sentar a los mensajeros y les trajeron alimento. Sigfrido hizo dar a los huéspedes abundantes manjares.

Les fue preciso permanecer allí nueve días. Al fin los atrevidos guerreros se quejaron de no poder volver a su país. El rey Sigfrido había enviado a buscar a sus amigos.

—¿Qué debo hacer? —les dijo— ¿voy al Rhin? Gunter mi amigo y sus hermanos me convidan a una fiesta: yo iría con mucho gusto si su país no estuviera tan distante.

»Ruegan a Crimilda que vaya también conmigo. Aconsejadme, amigos míos, ¿debo ir? Aunque tuviera que atravesar treinta reinos al frente de un ejército, la mano de Sigfrido los servirá bien hasta el fin.

Así le contestaron los guerreros:

—Si piensas hacer el viaje para asistir a la fiesta, esto es lo que tienes que hacer: es necesario que lleves mil guerreros que vayan contigo al Rhin para que no parezcáis desairado en Borgoña.

Así dijo el rey Sigemundo del Niderland:

—Si vas a la fiesta ¿por qué no me lo haces saber? Yo quiero ir contigo y llevaré cien héroes que aumenten los que tú llevas.

—De que quieras venir conmigo, amado padre —le dijo el fuerce Sigfrido—, estoy muy contento. Dentro de doce días saldré del país.

A todos lo que lo desearon dieron caballos y vestidos. Teniendo intención de hacer el viaje, el noble rey despachó a los rápidos y buenos héroes. Hizo decir a los hermanos de su mujer, que vivían en el Rhin, que con mucho gusto acudirían a la fiesta.

Sigfrido y Crimilda, así lo hemos sabido, dieron tantos regalos a los mensajeros que los caballos no podían con ellos; era un hombre muy rico. Con gran alegría llevaban delante de sí las bestias de carga.

Sigfrido y Sigemundo se apresuraron a dar trajes a sus hombres. Eckewart el margrave hizo buscar los más ricos trajes de mujer que pudieran encontrarse en el país de Sigfrido.

Comenzaron a prepararse los escudos y las monturas. A los caballeros y a las damas dieron todo lo que quisieron pedir a fin de que nada les faltara. Deseaban ir a ver a sus amigos con muchos hombres distinguidos.

Los mensajeros apresuraron su marcha para volver pronto. Gere, el distinguido héroe, llegó al país de Borgoña donde fue bien recibido: todos descendieron de los caballos y hacaneas ante el salón de Gunter.

Las jóvenes y los viejos acudieron para saber las noticias.

Así dijo el buen caballero:

—Lo que voy a decir al rey lo sabréis bien pronto.

Y se dirigió con sus compañeros adonde estaba Gunter.

El rey en su alegría abandonó el asiento y gracias le dio por su pronto regreso la hermosa Brunequilda. Así les preguntó a los mensajeros:

— ¿Cómo está Sigfrido, de quien he recibido tantas pruebas de cariño?

—Se pusieron rojos de alegría él y vuestra hermana —respondió el fuerte Gere.

—Decidme ¿cómo está Crimilda? Su hermoso cuerpo conserva los encantos que tanto llamaban la atención?

—Ella vendrá en compañía de muchos héroes —le respondió.

Uta rogó a los mensajeros que fueran donde ella estaba. Hubieran podido adivinarse sus preguntas sin esperar lo que quería saber.

—¿Está Crimilda buena? ¿cómo la habéis encontrado? ¿tardará muchos días en venir?

No ocultaron nada en el palacio de lo que en trajes y oro les había dado Sigfrido
y
lo hicieron todo ver a los hombres de los tres príncipes. Mucho alabaron su generosidad.

—Para él —dijo Hagen— hacer regalos no es cosa difícil, no podría disipar todo lo que tiene aunque viviera siempre. Bajo su real poder tiene el tesoro de los Nibelungos. ¡Oh! así en algún tiempo pueda venir a Borgoña.

Todos se alegraron de que los héroes hubieran regresado a la corte. Constantemente la gente se encontraba en actividad y comenzaron a preparar muchos asientos para los señores.

Hunold el fuerte y Sindold el héroe tenían gran trabajo: el uno era escudero de la mesa, el otro copero y tuvieron que preparar muchos bancos; Ortewein vino a ayudarlos; Gunter le dio las gracias.

Rumold, jefe de cocinas, dirigía perfectamente todo lo que tenía a su cuidado: muchas cacerolas y grandes calderas se veían allí preparadas. Era menester disponer los víveres para todos los que habían de venir al país.

El trabajo de las mujeres no era menor: ellas preparaban los trajes en los que la pedrería brillaba refulgentemente entre el oro. Cuando se vestían, todos las miraban con alegría.

CANTO XIII De cómo fueron a la fiesta de la Corte

Pero no nos ocupemos de todas estas tareas y digamos cómo la señora Crimilda con sus damas fueron a las orillas del Rhin, desde el país de los Nibelungos. Nunca los caballos habían transportado a damas tan esbeltas y graciosas con tan hermosos vestidos.

Enviaron delante muchas bestias con los cofres. Sigfrido el valiente cabalgaba con sus amigos y también la reina brillando en todos la alegría: después vinieron para su congoja muchos pesares.

Habían dejado en su país al hijo de Sigfrido y de Crimilda su esposa, pues no podía ser de otro modo. De aquella fiesta resultó para ellos grandísimo pesar; el niño no volvió a ver ni a su padre ni a su madre.

Con ellos caminaba también el poderoso rey Sigemundo. Si hubiera sabido lo que iba a suceder, no los hubiera acompañado a la fiesta: nunca pudo esperar tan gran desgracia para aquellos a quienes más quería.

Enviaron mensajeros para anunciar su llegada. Gran número de amigos de Uta y del rey Gunter salieron a su encuentro. El jefe se apresuraba para salir a recibir a sus huéspedes. Fue a donde Brunequilda estaba sentada.

—¿De la misma manera que mi hermana te recibió, no la recibirás tú cuando llegue al país?

—Lo haré con gusto —respondió ella—, pues les estoy muy agradecida.

—Llegan mañana temprano —continuó el poderoso rey—, si quieres recibirlos es menester que nos apresuremos para que no lleguen a la ciudad antes de vernos: nunca he recibido a huésped a quien quiera tanto.

Ella mandó a sus doncellas y mujeres que buscaran hermosos trajes, los más ricos, para que su acompañamiento se vistiera en honor de los huéspedes: ellas lo hicieron con gran voluntad.

Con gran precipitación venían a ofrecer sus servicios las gentes de Gunter: envió a buscar a todos sus guerreros. La reina caminó magníficamente vestida. A los huéspedes queridos hicieron muchas salutaciones.

¡Con cuantas manifestaciones de alegría recibieron a los extranjeros! Parecía que la señora Crimilda no había recibido tan bien a Brunequilda, cuando llegó al país de Borgoña. Dichosos fueron todos los que vivían.

He aquí que llega Sigfrido con su tropa de señores. Por todas partes en la llanura se veían cabalgar a los héroes en numerosos grupos. Nadie podía librarse de la multitud ni del polvo.

Cuando el jefe del país vio a Sigfrido y al rey Sigemundo, les dijo en tono afectuoso:

—Seáis muy bienvenidos por mí y mis amigos; orgullosos y felices nos sentimos de vuestro viaje a nuestra corte.

—Que Dios os lo recompense —dijo Sigemundo, aquel hombre honrado—. Desde que mi hijo Sigfrido se hizo vuestro amigo tenía en el alma el deseo de conoceros.

—Esa alegría me ha sido otorgada —respondió el rey Gunter.

Sigfrido, según le correspondía, fue recibido con los más grandes honores; nadie lo quería mal. Grande actividad desplegaron Geiselher y Gernot; nunca huéspedes fueron recibidos de una manera tan cordial.

Las mujeres de uno y otro rey se aproximaron. Todos se apresuraron a dejar las monturas y muchas hermosas mujeres quedaron de pie sobre el césped. Para ofrecer servicios a las damas, se manifestaban infatigables.

Las dos reinas se abrazaron y sus graciosos saludos alegraron a muchos caballeros. Allí se veían a muchos guerreros que no se descuidaban en servir a las mujeres.

Los nobles del acompañamiento se estrecharon las manos; a todos causaba grande alegría ver el cambio de saludos y besos que hacían las mujeres. Lo mismo a los hombres de Sigfrido que a los de Gunter.

No se detuvieron allí mucho tiempo y caminaron hacia la ciudad. El jefe mandó que se manifestara a los huéspedes el placer con que se los recibía en Borgoña. Ante las jóvenes se ejecutó más de un torneo.

Hagen de Troneja y también Ortewein manifestaron allí todo su vigor. Nadie se atrevía a desobedecer las órdenes que daban, e hicieron muchos favores a aquellos huéspedes queridos.

Delante de la puerta de la ciudad se oía sonar los escudos, al recibir choques y golpes. Harto tiempo emplearon en esto el jefe y sus huéspedes, antes de pasar a otra cosa. En estas diversiones se entretenía el tiempo agradablemente.

Con suma alegría penetraron en los salones del palacio. Por todas partes se veían sobre las monturas mujeres ricamente vestidas, mantillas airosas muy bien adornadas: los hombres de Gunter avanzaron.

Inmediatamente llevaron a los huéspedes a sus aposentos. Entre tanto Brunequilda no dejaba de echar miradas a Crimilda, que estaba muy bella. Con el brillo del oro luchaba el esplendor de sus colores.

Por todas partes, en la ciudad de Worms, se oían los gritos de alegría de los guerreros. Gunter mandó a Dankwart, su aposentador, que tuviera cuidado de ellos; este se ocupó inmediatamente en buscarles alojamientos.

En las habitaciones y al aire libre se les servía de comer; nunca hubo huéspedes mejor tratados. Lo que cada cual deseaba le era otorgado: tan rico era el rey, que nadie tuvo que sufrir una negativa.

Servían con la mayor afección sin ninguna mezcla de odio. El rey se sentó a la mesa con sus huéspedes; y rogó a Sigfrido que ocupara el asiento que tenía antes. Con él fueron a tomar sitio muchos hombres valientes.

Doscientos guerreros estaban sentados a la mesa formando círculo, la reina Brunequilda pensaba que no había nadie tan rico como su vasallo. Sin embargo, lo quería aún mucho para desearle daño.

En aquella noche el rey presidía el banquete, más de un rico traje quedó manchado de vino. Los coperos tenían que acudir a todas las mesas, el servicio se hacía con grandísima actividad.

Cuando la fiesta hubo durado mucho, se aconsejó a las damas y doncellas que fueran a reposar. De cualquier país que fueran, el rey estuvo amable con ellos: todos fueron tratados con sumo honor.

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