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Authors: Anne Rice

Tags: #Erótico, #S/M

El rapto de la Bella Durmiente (29 page)

BOOK: El rapto de la Bella Durmiente
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»Mis partes recibían las palmetadas de otras princesas, que también me retorcían los pezones, pero aquella rubia había mostrado claramente su supremacía. "Vais a suplicarme piedad, príncipe Alexi —dijo—. Yo no soy la reina, podéis suplicarme, aunque para lo que os va a servir..." A ellas todo eso también les parecía divertido. Continuó azotándome con más y más dureza. Yo rezaba para que me desgarrara la piel antes de que mi voluntad se viniera abajo, pero era demasiado lista para caer en ello. Distanciaba los golpes. Luego hizo que bajaran ligeramente la cadena, para poder obligarme a separar aún más las piernas.

»De vez en cuando sostenía mi órgano en su mano izquierda, lo apretaba y me levantaba los testículos con las manos. Yo sentía que las lágrimas se me saltaban y, abrumado

por la vergüenza, gemía para que no se me notara. Fue un momento de asombroso dolor y placer. Las nalgas estaban en carne viva.

»Pero no había hecho más que empezar. Ordenó a las otras princesas que me levantaran las piernas por delante de mí. Me quedé colgado de la cadena, que se sostenía por encima de mí, y eso me llenó de miedo. No me ligaron los tobillos a los brazos; sencillamente los levantaron, bien colocados, mientras ella enviaba sus golpes desde abajo, con tanta fuerza como antes, y luego, cubriéndome los testículos con su mano izquierda, me dio con la pala desde delante con toda la dureza que pudo mientras yo me retorcía y gemía con gran descontrol.

»Entretanto, las otras chicas se regalaban la vista conmigo, me tocaban desde su posición inmóvil y disfrutaban enormemente de mi padecimiento; incluso me besaban la parte posterior de las piernas, las pantorrillas y los hombros.

»Los golpes llegaban cada vez más rápidos y violentos. Ordenó que me volvieran a bajar y que me separaran de nuevo las piernas mientras ella volvía al trabajo con fervor. Creo que su intención era desgarrarme la piel, si podía, pero para entonces yo ya me había rendido y lloraba descontroladamente.

»Eso era lo que ella quería. Mientras yo cedía, ella aplaudía: "Muy bien, príncipe Alexi, muy bien, soltad todo vuestro orgullo rencoroso, muy bien, sabéis perfectamente que os lo merecéis... Eso está mejor, eso es exactamente lo que quiero ver, deliciosas lágrimas", dijo casi cariñosamente al tiempo que las tocaba con los dedos, sin detener su pala en ningún momento.

»Luego ordenó que me soltaran las manos.

Me mandó ponerme a cuatro patas y me condujo por la estancia mientras me obligaba a moverme en círculo. Por supuesto, cada vez me llevaba más rápido. En aquel momento ni siquiera me daba cuenta de que ya no tenía ninguna traba; no había caído en la cuenta de que podía haberme soltado y escapado. Me habían derrotado. Finalmente, todo se desarrolló como siempre que el castigo funciona: no podía pensar en nada más que en escapar de cada golpe de la pala. Pero ¿cómo podía conseguirlo? Simplemente retorciéndome, revolviéndome, intentando evitarla. Entretanto, ella se exaltaba dando órdenes y me obligaba a moverme cada vez con más rapidez. Yo pasaba a toda prisa junto a los pies desnudos de las otras princesas, que se apartaban de mí.

»Entonces me dijo que andar a gatas era demasiado bueno para mí, que tenía que colocar los brazos y la mandíbula en el suelo, y avanzar poco a poco de ese modo, con las nalgas elevadas, muy altas en el aire para que ella pudiera atizarlas con la pala. "Arquead la espalda. Abajo, abajo. Quiero ver vuestro pecho pegado al suelo", dijo, y con la habilidad de cualquier paje o señora me obligaba a moverme mientras las demás la elogiaban y se maravillaban al comprobar su pericia y vigor. Nunca me había encontrado en una postura así. Era tan ignominiosa que no quería ni imaginármela: mis rodillas se llenaban de arañazos al avanzar, mientras seguía con la espalda dolorosamente arqueada y el trasero levantado hacia arriba casi tanto como antes. Ella me mandaba moverme todavía más deprisa mientras mis nalgas estaban ya en carne viva y palpitaban al ritmo de la sangre que latía en mis orejas. Las lágrimas me cegaban la vista.

»Fue entonces cuando llegó ese momento del que he hablado antes. Yo pertenecía a esa muchacha del pelo rubio, a esa princesa descarada y lista que, a su vez, era también castigada deshonrosamente un día sí y otro no, pero que por el momento podía hacer lo que quisiera conmigo. Yo continuaba debatiéndome, entreveía las botas de lord Gregory y las de los criados, oía las risas de las muchachas. Me recordé a mí mismo que debía contentar a la reina, a lord Gregory y, finalmente, también a mi cruel señora de pelo rubio.

»Hizo una pausa para tomar aliento. Aprovechó para cambiar la pala por una correa de cuero y procedió a flagelarme.

»Al principio me pareció más floja que la pala y sentí una especie de placentero alivio, pero inmediatamente aprendió a manejarla con tal fuerza que golpeaba violentamente las ronchas de mis nalgas. Entonces me dejó descansar para palpar estas ronchas y pellizcarlas. En aquel silencio pude oír mi propio llanto en susurros.

»"Creo que ya está a punto, lord Gregory", dijo la princesa, y lord Gregory confirmó que sí lo estaba. Pensé que aquello quería decir que iban a devolverme a la reina, pero fue una estupidez por mi parte.

»Simplemente se referían a que iban a conducirme a toda prisa, a latigazos, hasta la sala de castigos. Naturalmente, allí había un puñado de princesas encadenadas del techo, con las piernas atadas por delante de ellas.

»La princesa rubia me llevó hasta la primera de éstas, me ordenó que me levantara y que separara mucho las piernas mientras continuaba de pie ante ella. Vi el rostro afligido de la princesa, sus mejillas enrojecidas, y luego el sexo desnudo y húmedo, que se asomaba tímidamente desde su corona dorada de vello púbico, preparado para recibir placer o más dolor después de días de burlas. Estaba colgada a poca altura; me quedaba por el pecho, supongo, pero al parecer así era como le gustaba a mi princesa torturadora.

»Me ordenó que me inclinara hacia la muchacha y echara mis caderas hacia atrás. "Dame tu trasero", dijo. Se quedó de pie, detrás de mí. Las otras chicas tiraron de mis piernas, separándolas más aún de lo que yo podía hacerlo. De nuevo, me mandaron que arqueara la espalda y rodeara con mis brazos a la princesa esclava, atada y doblada delante de mí.

»"Ahora le daréis placer con la lengua—dijo mi captora— y comprobad que lo hacéis correctamente, pues ha sufrido durante mucho rato y ni tan siquiera por la mitad de torpezas que vos."

»Miré a la princesa atada. Estaba humillada, aunque con un ansia desesperada por recibir placer. Entonces yo apreté mi cara contra su dulce y hambriento sexo, bastante ansioso por contentarla. Pero mientras mi lengua ahondaba en su hinchada grieta, mientras lamía su pequeño clítoris y los labios agrandados, la correa me zurraba sin cesar. Mi señora de pelo rubio escogía una roncha detrás de otra, y yo sufría un gran dolor mientras la princesa maniatada finalmente se estremecía de placer, aunque contra su voluntad.

»Naturalmente, también tuve que premiar a las otras muchachas que ya habían sido suficientemente castigadas. Hice mi trabajo lo mejor que pude y encontré un refugio en él.

»Luego, lleno de pánico, vi que no quedaban más princesas a las que recompensar. Volvía a estar en manos de mi torturadora sin nada tan dulce como una princesa atada en mis brazos.

»De nuevo, mi pecho y mi barbilla se apretaron contra el suelo mientras avanzaba esforzadamente sobre mis rodillas bajo las azotes de su correa de vuelta a la sala de castigos especiales.

»En aquel instante todas las princesas suplicaban a lord Gregory para que permitiera que yo las complaciera, pero éste las hizo callar de inmediato. Las muchachas tenían sus nobles y damas a los que servir, y no quería oír ni una sola palabra más a menos que desearan ser colgadas del techo de la otra sala, como bien se merecían.

»De allí me llevaron al jardín. Como había ordenado la reina, me condujeron hasta un gran árbol y me ataron las manos en lo alto de tal forma que los pies apenas tocaban la hierba. Oscurecía y allí me dejaron.

»Había sido terrible, pero yo había obedecido, no huí, y había alcanzado ese momento peculiar. Ya sólo me atormentaban las necesidades usuales, mi miembro dolorido, que seguramente no recibiría recompensa alguna de la reina durante otro día o más a causa de su enfado.

»El jardín estaba tranquilo, lleno de los sonidos del crepúsculo. El cielo se volvía púrpura y los árboles se espesaban con las sombras. Al cabo de muy poco rato se quedaron

esqueléticos, el cielo se quedó blanco con el atardecer y, a continuación, la oscuridad cayó a mi alrededor.

»Me había resignado a dormir de esta forma. Estaba demasiado lejos del tronco del árbol como para poder frotar mi desgraciado miembro contra él; si hubiera podido lo habría hecho, atormentado como me sentía, para obtener cualquier tipo de placer que la fricción pudiera proporcionarme.

»Así que por hábito, más que por aprendizaje, su dureza no se desvanecía. Yo continuaba erecto y tenso como si esperara algo.

»Luego apareció lord Gregory. Salió de la oscuridad vestido con su terciopelo azul, y el ribete de su manto de oro destelló. Vi el resplandor de sus botas y el lustre apagado de la correa de cuero que llevaba. Más castigo, pensé cansinamente, pero debo obedecer; soy un príncipe esclavo y no se puede hacer nada para remediarlo, roguemos para que tenga la capacidad de aguantarlo en silencio y sin forcejeos.

»Pero lord Gregory se me acercó un poco más y empezó a hablarme. Me dijo que me había comportado muy bien y me preguntó si sabía el nombre de la princesa que me había atormentado. Yo contesté: "No, milord”, respetuosamente, sintiendo también cierto alivio al saber que le había contentado, pues es más difícil de contentar que la reina.

»Entonces me aclaró que su nombre era princesa Lynette, que acababa de llegar y que había causado una grata impresión a todo el mundo. Era la esclava personal del gran duque Andre. "Qué tiene que ver conmigo—pensé yo—, yo sirvo a la reina." Pero a continuación me preguntó bastante afablemente si me había parecido guapa. Me estremecí. ¿Acaso podía evitarlo? Recordaba muy bien sus pechos cuando los apretó contra mí mientras su pala me escocía y me obligaba a gemir, y sus ojos azul oscuro durante el par de instantes en los que no había sentido tanta vergüenza como para no mirarlos. "No sé, milord. Me atrevería a pensar que no estaría aquí si no fuera guapa", contesté.

»Por esa impertinencia me propinó como mínimo cinco rápidos azotes con el cinturón. Me irritaron lo suficiente para hacerme saltar las lágrimas de inmediato. A menudo se comentaba de lord Gregory que, si de él dependiera, todos los esclavos estarían siempre así de doloridos, todos los traseros de los esclavos tan sensibles que sólo necesitaría rozarlos con una pluma para atormentarlos. Pero mientras yo permanecía allí, de pie, con los brazos dolorosamente estirados por encima de mí y el cuerpo desequilibrado por los golpes, fui consciente de que estaba particularmente furioso y obsesionado conmigo. ¿Por qué si no estaba allí atormentándome? Disponía de todo un castillo lleno de esclavos a quienes atormentar. Esto me produjo una extraña satisfacción.

»Yo era consciente de mi cuerpo, de su evidente musculatura, lo que para algunos ojos sería, con toda seguridad, belleza... Pues bien, él se aproximó y me dijo que la princesa Lynette, en muchos aspectos, no tenía igual, y que sus atributos estaban inspirados por un espíritu inusual.

»Yo fingí aburrimiento. Debía permanecer colgado en esa posición durante toda la noche. Lord Gregory era un mosquito, pensé. Pero a continuación me dijo que había estado con la reina y le había contado lo bien que me había castigado la princesa Lynette, que había exhibido una aptitud especial para el mando y que no se achicaba ante nada. Yo me sentía cada vez más asustado. Luego me aseguró que la reina se alegró al enterarse.

»"Al igual que su amo, el gran duque Andre, puesto que ambos se mostraron curiosos y en cierta forma lamentaron no haber presenciado tal demostración y que se hubiera desperdiciado únicamente para disfrute de otros esclavos —añadió. Yo me mantenía expectantes—. De modo que han organizado un poco de diversión. Deberéis ejecutar un pequeño espectáculo ante su majestad. Con toda seguridad habréis visto a los instructores de las fieras circenses, quienes con diestros latigazos colocan a sus felinos entrenados sobre

banquetas, los obligan a pasar por aros y a ejecutar otros trucos para diversión de la audiencia."

»Aunque estaba absolutamente desesperado no respondí. "Bien, mañana, cuando vuestro bello trasero se haya curado un poco, se preparará un espectáculo con la princesa Lynette y su correa, para que os dirija a lo largo de la actuación."

»Yo sabía que mi rostro había enrojecido de furia e indignación y, aun peor, que mostraba mi frenética desesperación, pero estaba demasiado oscuro para que él pudiera percatarse. Lo único que distinguía era el destello de sus ojos, y no estoy seguro de cómo sabía que estaba sonriendo. "Deberéis ejecutar vuestros trucos deprisa y correctamente — continuó—, ya que la reina está ansiosa por veros brincar sobre la banqueta, encogido a cuatro patas, y luego saltar por los aros que están preparando ahora mismo para vos. Puesto que sois un animalito de dos patas, con manos además de piernas, también podréis balancearon colgado de un pequeño trapecio que se está instalando; y deberéis hacerlo, sin que la pala de la princesa Lynette deje de incitaron y de entretenernos a todos nosotros mientras demostráis vuestra agilidad."

»Me parecía impensable poder ejecutar todo esto. Al fin y al cabo no haría ningún servicio, no vestiría ni adornaría a mi reina, ni recogería nada para demostrarle que aceptaba su autoridad y que la adoraba. No sufriría por ella, como cuando recibía sus golpes. Más bien era una serie de posiciones ignominiosas escogidas deliberadamente. No soportaba la idea. Pero, lo que es peor, no me imaginaba a mí mismo apañándomelas para hacerlo. Me humillarían terriblemente cuando fracasara en el intento y, luego, seguramente me arrastrarían a la fuerza de vuelta a la cocina.

»Estaba fuera de mí, lleno de rabia y de miedo, mientras ese lord Gregory brutal y amenazante al que tanto odiaba me estaba sonriendo. Agarró mi pene y tiró de mí hacia delante. Naturalmente lo había cogido por la base, no cerca de la punta, donde podría haberme proporcionado cierto placer. Mientras tiraba de mis caderas y conseguía que yo perdiera el pie, dijo: "Va a ser un gran espectáculo. La reina, el gran duque y otros lo presenciarán. La princesa Lynette se muere de impaciencia por impresionar a la corte. Procurad que no os eclipse."

BOOK: El rapto de la Bella Durmiente
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